Índice de La redención del robot de Sir Herbert ReadPresentación de Chantal López y Omar CortésCAPÍTULO I - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

LA REDENCIÓN DEL ROBOT

Sir Herbert Read

PRÓLOGO



Este volumen contiene todo lo que pienso en materia de educación. Representa la obra de mi vida y he tratado de darle la mayor claridad y fuerza que me ha sido posible. Las palabras de Francis Bacon: La mente es el hombre y el conocimiento de la mente. Un hombre es sólo lo que sabe, han sido una luz orientadora en mi existencia, mas únicamente para parte de ella. Era preciso completar esas palabras y ampliar ese concepto para incluir la profunda percepción de Pascal: El corazón tiene razones que la Razón no entiende; mil cosas lo demuestran, entre otras, nuestros instintos religiosos y creadores.

Creo que la única esperanza de cambio para el mundo es ese proceso de formación física y mental que llamamos educación; pero el término es tan convencional y se le atribuye una cantidad de significados tan alejados de mi verdadera idea, que busco en vano una nueva denominación. Y aun cuando la encontrara, sería inútil porque el mundo tardaría mucho en adoptarla. No me queda otro camino que redefinir la vieja palabra y darle nuevo significado con paciente trabajo de explicación y divulgación.

Desde hace veinte años doy conferencias en distintos países, escribo libros y artículos que han alcanzado gran difusión, todo ello con la intención de propagar la idea de la educación por el arte, expuesta en mi libro clásico sobre el tema, que lleva ese título. Tal denominación fue también adoptada por una sociedad de maestros y educadores de Gran Bretaña; además, en 1954 pudimos crear, con el auspicio de la UNESCO, la Sociedad Internacional para la Educación por el Arte, la cual cuenta ahora con muchas filiales en todo el mundo.

La principal dificultad con que tropezamos para explicar en qué consiste esta educación es la interpretación de la palabra arte, tan ambigua como el término educación. Mas tampoco en este caso nos queda otra alternativa que emplear la palabra convencional y confiar en que la espinosa unión de estos dos vocablos tan mal comprendidos contribuirá a esclarecer algo las ideas. Mi idea es una fusión total de ambos conceptos, de manera que, cuando hablo de arte, me refiero a un proceso de educación, de crianza; y cuando digo educación, quiero denotar o un proceso artístico, de creación propia. Como educadores, observamos el proceso desde fuera; como artistas, miramos el mismo proceso desde dentro; ambos procesos integrados crean al hombre total.

En todos los países del mundo civilizado, actualmente se educa para promover la inteligencia y la industriosidad, para asegurar el progreso. No se trata simplemente de favorecer lo que los psicoanalistas denominan la adaptación a la realidad; en rigor, los procedimientos educativos existentes tienden a hacer que nuestros niños se adapten a la realidad de una sociedad que vive dividida y en competencia. Se brinda a los instintos agresivos magnífica oportunidad de descargarse, pero contra los demás niños, en una despiadada lucha por conquistar puestos, obtener buenas notas en los exámenes y pasar de grado. Educamos para clasificar -es decir para dividir- y todos nuestros esfuerzos van dirigidos a cultivar la separación.

Creo que los fines de la educación deben estar determinados por los principios, y en este libro trataré de mostrar las consecuencias de su aceptación. El primero lo definiría así: educar con relación a las cosas; el segundo, de este modo: educar para unir, no para dividir.

Esta educación con relación a las cosas abarca más de lo que generalmente se entiende como educación activista. Tal método educativo tiende a veces a crear división: puede estimular la competencia tanto como la educación con libros de textos. Por consiguiente, mis dos principios deben considerarse siempre juntos. El dominio de las cosas que un niño puede alcanzar por sí solo es muy limitado; pero guiado sabiamente pronto descubrirá que la cooperación y la ayuda mutua le permiten lograr mucho más.

La educación referida a las cosas responde exactamente a una idea ya presentada por Platón y Rousseau: la educación debe fluir por los sentidos, los miembros y los músculos, y no primordialmente por la facultad de abstracción. Haced que el niño dependa únicamente de las cosas, dijo Rousseau (1) Con esta forma de educación, habréis seguido el orden de la naturaleza. Dejad que sus deseos irracionales choquen sólo con los obstáculos físicos (en el lenguaje actual, dejemos que sus impulsos agresivos se descarguen únicamente sobre obstáculos físicos) o que el castigo resultante de sus propias acciones le enseñe una lección que recordará siempre que se repita la misma situación. Basta con evitar que haga mal sin prohibirle que haga mal. La experiencia o la impotencia han de reemplazar a la ley. Estas citas ilustran el concepto de Rousseau de que la verdadera educación reside más en la práctica que en los preceptos.

Si bien con este postulado Rousseau señaló el buen camino para la teoría educativa, estuvo lejos de crear un sistema aplicable a los problemas actuales, que tienen una envergadura mundial que nunca pudieron imaginar Platón o Rousseau. Platón, a quien Rousseau consideraba como el más grande de los educadores, se acerca más a lo que buscamos porque fue un moralista más profundo que éste. Típicamente protestante. Rousseau creía que la ley moral estaba dentro del ser humano. El amor por los demás, decía, surge del amor por sí mismo y esta es la fuente de la justicia humana. Platón, en cambio, pensaba que esa fuente se encontraba en el mundo material, en las cosas concretas, que dan testimonio de la armonía y de la divina proporción del universo. Por ello basó su sistema educativo en el estudio de las artes que sintetizan estas leyes, es decir la música, la poesía y la danza, y, en un nivel educativo superior, las matemáticas. Vista desde esta perspectiva, la fórmula de Rousseau -haced que el niño dependa de las cosas- no es suficientemente activa ni sutil. Esa dependencia debe ser imitativa, debe ser rítmica, ritualista e interpretativa. En otras palabras, la educación tiene que fundarse en las artes, la gimnasia y el juego creador en todas sus formas; su patrono ha de ser Dionisio y no Apolo, y ha de proyectar en celebraciones físicas, en fantasías dramáticas, esos impulsos agresivos latentes en todos nosotros. Desde este punto de vista, el fenómeno de la catarsis -esa purga de las emociones que ocurre en los dramas de los griegos, como ellos mismos reconocieron- adquiere un significado más claro: la catarsis es, precisamente, una descarga de los impulsos agresivos, en particular del instinto de muerte, que se produce al participar con la imaginación en sucesos trágicos.

Sugiero así la idea aparentemente paradójica de que el juego es la profilaxis de la guerra. Encontramos esta idea también en la última y más sabia de las obras de Platón, Las Leyes. Dice (VII, 803):

Debemos dedicar nuestra vida a lograr la mayor perfección en el juego ... Ahora impera (y todavía sigue imperando) la idea de que el trabajo serio es necesario para el juego; es así cómo se sostiene que la guerra es un trabajo serio que debe cumplirse en pro de la paz. Pero la verdad es que en la guerra no encontramos, ni encontraremos jamás, un juego o una educación verdaderos que merezcan tal nombre, y éstas son las cosas que considero de suprema seriedad para criaturas como nosotros. Por tanto, es en el estado de paz que cada uno ha de pasar la mayor parte de su vida, procurando hacerlo de la mejor manera. ¿Cuál es entonces el recto camino? Pasar la vida practicando juegos -ciertos juegos, es decir sacrificios, cantos y danzas- que nos capaciten para ganar la gracia del cielo y para repeler y vencer al enemigo que tengamos que combatir.

Notemos el sutil reparo de Platón: que tengamos que combatir. Si todos los pueblos siguieran el consejo de Platón, ganaríamos la gracia del cielo y no habría luchas entre los hombres. A la indivisibilidad de la paz ha de corresponder una indivisibilidad de la educación; y ni siquiera los esfuerzos de la UNESCO por alcanzar tal fin pueden lograr buen éxito mientras exista una nación que acepte la teoría de que la guerra es un trabajo serio que debe cumplirse en pro de la paz. ¿Cuál es nuestra solución para este dilema?

A los que no son pacifistas podemos decirles, junto con Platón, que nuestra situación no será peor si hacemos lo que este filósofo nos aconseja. Platón no era pacifista; por el contrario, aprobaba la conscripción y recomendaba el entrenamiento militar para jóvenes y niñas por igual. Mas, en aquella época, esta instrucción consistía en la enseñanza del manejo del arco y de la equitación, con un poco de marcha y ejercicios militares. Debo confesar que no veo nada de malo en un adiestramiento de esta naturaleza. El entrenamiento militar en sí no es reprobable, son los motivos que llevan a él, la vileza moral y la perversidad psicológica que se esconden tras él los factores que lo convierten en un mal que es preciso combatir con toda nuestra inteligencia.

La guerra, como señaló Rousseau mucho antes de que Tolstoi tomara el tema, es sólo la manifestación de hechos ya determinados por causas morales (Emilio, vol. IV). Por esta razón debemos concentrar nuestras energías en la lucha contra las causas morales de la guerra. Dichas causas están dentro de nosotros mismos y ningún pacifista debe creer, ni por un instante, que es puro de corazón en este aspecto. Únicamente la educación moral puede conducir a la humanidad a su regeneración moral; y hasta tanto no se dé a la educación moral absoluta prioridad sobre las demás formas educativas, estimo que no hay esperanza para el mundo. Ya he apuntado qué entiendo por educación moral: no consiste en inculcar preceptos morales sino en educar mediante la práctica moral, lo cual, en efecto, significa educar mediante la disciplina estética. En los capítulos que siguen trataré de exponer más detalladamente los principios y métodos de esta forma de educación.

Esto es lo que creo. La perfección del arte debe resultar de su práctica, de la disciplina de las herramientas y los materiales de trabajo, de la forma y la función. Creo que es un error delimitar el mundo del arte y apartarlo de la vida. Creo que es un error confinar la enseñanza del arte a la apreciación de éste, pues ello implica una actitud demasiado indiferente. Creo que el arte hay que practicarlo para poder apreciarlo y que quien lo enseñe debe ser compañero de aprendizaje del alumno. Creo que el maestro ha de tener participación tan activa como el alumno, porque el arte no puede aprenderse con preceptos o enseñanzas verbales. Para decirlo con exactitud, el arte llega por contagio y se propaga como el fuego de un espíritu a otro.




NOTAS

(1) Emilio o de la educación.

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