Bertrand Russell
ENSAYOS SOBRE EDUCACIÓN
SEGUNDA PARTE
LA EDUCACIÓN DEL CARÁCTER
CAPÍTULO SEXTO
CONSTRUCTIVIDAD
Hemos desenvuelto ya, incidentalmente, el tema que motiva este capitulo en sus relaciones con el
juego, pero ahora vamos a estudiarlo en si mismo.
Ya hemos visco que los deseos instintivos de los niños son vagos; la educación y la oportunidad pueden conducirlos por muy distintos cauces. Ni la antigua creencia en el pecado original ni la opinión de Rousseau acerca de la bondad natural están de acuerdo con los hechos. La materia prima del instinto es éticamente neutra y puede formarse hacia el bien o hacia el mal por la influencia del ambiente. Es un motivo de optimismo el hecho de que, con excepción de casos patológicos, la mayor parte de los instintos humanos son capaces de desarrollarse en buen sentido, y los casos patológicos serian muy pocos supuesta una adecuada higiene mental y física en los primeros años. Una educación apropiada baria posible que la vida estuviera de acuerdo con el instinto, pero con un instinto ejercitado y cultivado, no con el impulso informe y crudo de que nos dota la naturaleza. El gran cultivador del instinto es la pericia, pericia que proporciona una cierta clase de satisfacciones, pero no todas. Un hombre con una pericia adecuada será virtuoso; un hombre sin pericia o con una habilidad inconveniente será malo.
Estas consideraciones generales tienen una aplicación especial a la voluntad de poder. Todos queremos hacer algo, pero no nos preocupa lo que hacemos en lo que respecta al deseo de poder. Hablando de una manera general, cuanto más difícil sea el éxito más deseamos alcanzarlo. Nos
gusta pescar con mosca artificial porque es dificil; no nos gusta disparar a un pájaro parado porque es fácil. Pongo estos ejemplos porque en tales casos no hay un motivo ulterior al placer de la actividad. Pero el mismo principio puede aplicarse a todo. A mi me gustaba la aritmética hasta que entendi a Euclides, me gustaba Euclides hasta que aprendi geometria analitica, y así sucesivamente. A un niño le gusta al principio andar; después, correr; más tarde, saltar y subir montañas. Lo que podemos hacer con facilidad no nos proporciona ya el sentido del poder; es la habilidad recientemente adquirida o el dominio de algo en que vacilábamos lo que nos hace gustar la emoción del éxito. Por esto es por lo que la voluntad de poder es tan inconmensurablemente adaptable según el tipo de habilidad que se practique.
La construcción y la destrucción satisfacen de consuno la voluntad de poder, pero la construcción es, por regla general, más dificil y, por lo tanto, da mayor satisfacción a quien la emprende. No intento dar una definición pedantescamente exacta de la construcción y la destrucción; yo supongo, hablando vulgarmente, que construimos cuando aumentamos la energía potencial del sistema en que estamos interesados, y que destruimos cuando disminuimos su energía potencial. O, dicho en términos más psicológicos: construimos cuando producimos una estructura prefijada y destruimos
cuando dejamos en libertad a las fuerzas naturales para alterar su estructura actual, sin interesarnos en producir una estructura nueva. Cualquiera que sea el juicio que merezcan estas definiciones, todos sabemos en la práctica cuándo debe considerarse una actividad como constructiva, excepto en los raros casos en que un hombre afirma que va a destruir para reconstruir de nuevo, y
nos es dificil juzgar si es o no sincero.
Como la destrucción es más fácil, los juegos infantiles comienzan con ella, y sólo pasan a ser constructivos más adelante. Un niño que juega en la playa con un cubo quiere que las personas mayores le hagan pasteles de arena para deshacerlos con su paleta. Pero tan pronto como puede hacer puddings de arena por si mismo, le encanta su trabajo y no permite que nadie lo deshaga. Si a un pequeño se le dan ladrillos, le gusta destruir las torres que construyen los mayores. Pero en cuanto aprende a construir por si mismo, se encuentra desmedidamente orgulloso de su obra y no puede tolerar que su esfuerzo arquitectónico quede convertido en un montón de ruinas. El impulso
que mueve al niño a gozar del juego es el mismo en ambos casos, pero la nueva pericia ha alterado la actividad resultante del impulso.
El origen de muchas cualidades procede de haber experimentado la alegria de la construcción. Cuando un niño nos pide que respetemos sus construcciones, podemos hacerle fácilmente comprender que no debe destruir las de los demás. Y asi podemos infundirle respeto hacia el producto del trabajo, la única fuente socialmente inofensiva de la propiedad privada. Asimismo se estimula en el niño la paciencia, la observación y la constancia; sin esas cualidades, no conseguirá levantar la torre hasta la altura en que la ha fijado su ilusión. En esta clase de juego con los niños nuestra participación debe ser la precisa para estimular su ambición y para enseñarles cómo hay que hacer la cosa; después debe abandonarse la construcción a su propio esfuerzo.
Si un niño tiene acceso a un jardin, es fácil cultivar de una forma más elaborada sus aptitudes constructivas. El primer impulso de un niño en el jardin es coger todas las flores más bonitas. Es fácil impedirlo prohibiéndoselo de antemano, pero la mera prohibición no es buen método educativo. Queremos crear en el niño el mismo respeto hacia el jardin que contiene a los mayores para no cortar flores desconsideradamente. El respeto de las personas mayores es debido a la comprensión del trabajo y del esfuerzo exigido para producir tan agradable resultado. Cuando el niño llegue a los
tres años, ya puede dársele un rincón del jardin y animarle a plantar flores en él. Cuando broten y florezcan sus propias flores, le parecerán únicas y maravillosas, y entonces comprenderá que también a las flores de su madre hay que tratarlas con cuidado.
La eliminación de la crueldad irreflexiva puede efectuarse muy fácilmente estimulando su interés por todo lo que está sujeto a construcción y crecimiento. Casi todos los niños, a una cierta edad, quieren matar moscas y otros insectos; luego matan animales mayores y, por fin, hombres. En la mayor parte de las buenas familias inglesas se considera muy honorable el matar aves, y el matar hombres en la guerra se aprecia como la más noble de las profesiones. Esta actitud está de acuerdo con un instinto incultivado; es la actitud del hombre que no posee habilidad alguna constructiva y es, por lo tanto, incapaz de encontrar aplicación inocente a su deseo de poder. Pueden matar faisanes y hacer sufrir a sus colonos; cuando la ocasión se presenta, pueden matar un alemán o un rinoceronte. Pero para actividades más útiles son completamente deficientes, pues sus padres y maestros creyeron que les bastaba con ser gentlemen ingleses. Yo no creo que sean al nacer más estúpidos que otros niños; sus deficiencias
posteriores en la vida son imputables por completo a una mala educación. Si desde su más tierna edad se les hubiera enseñado a evaluar la vida siguiendo su desarrollo con un amoroso sentido de propiedad; si hubieran adquirido una habilidad cualquiera constructiva; si se les hubiera hecho comprender con qué facilidad y rapidez puede ser destruido lo que una ávida solicitud produjo lentamente; si todo esto hubiera formado parte de su educación moral, no estarían tan dispuestos a destruir lo que otros al mismo tiempo vigilaban o creaban. El gran educador en este aspecto durante la vida es el padre, siempre que el instinto se haya despertado debidamente. Pero entre los ricos ocurre pocas veces, porque dejan el cuidado de sus hijos en manos de profesionales, y tenemos que empezar a extirpar sus ideas destructivas antes de que lleguen a ser padres.
Los escritores que tienen criadas ignorantes saben que es dificil reprimir su inclinación a utilizar sus cuartillas para encender el fuego (tal vez se lo agradezcan los lectores). Otro escritor, aunque fuera un enemigo encarnizado, no haría nunca semejante cosa, porque la experiencia le ha enseñado el valor de un manuscrito. Asimismo, el niño que tenga un jardin no pisoteará las flores que otros han sembrado, y el que tenga un perro comprenderá el respeto a los animales. En todo el que se haya preocupado por sus hijos es probable que exista respeto por la vida humana. La preocupación por nuestros hijos produce el más profundo afecto paternal; en los que han evitado tales preocupaciones, el instinto paterno se atrofia más o menos y sus manifestaciones se reducen al sentido de la responsabilidad. Pero los padres se preocupan de sus hijos mucho más cuando sus impulsos constructivos se han desarrollado por completo; también por esta razón es deseable, pues, conceder importancia a este aspecto de la educación.
Cuando hablo de constructividad no pienso solamente en la construcción material. El actuar y cantar en un coro implica una construcción cooperativa inmaterial, y ello es agradable para muchos niños y para muchos jóvenes y debiera estimularse (aunque no obligarse). Aun en aspectos puramente intelectuales, es posible que existan inclinaciones constructivas o destructivas. La educación clásica es casi siempre critica; el muchacho aprende a evitar las faltas y mira con desdén a los que las cometen. Ello tiende a producir una especie de corrección fria que sacrifica la originalidad por el respeto a la autoridad. El latin correcto está fijado para siempre: es el de Virgilio y Cicerón. La ciencia correcta está cambiando siempre, y la juventud capacitada puede mirar hacia adelante para ayudarla en este proceso. En consecuencia, la actitud producida por una educación cientifica tiene la posibilidad de ser más constructiva que la producida por el estudio de lenguas muertas. Siempre que su fin principal sea evitar errores, la educación tenderá a producir un tipo intelectualmente exangüe. A todo hombre y mujer capaz se le debiera proponer utilizar sus conocimientos en un sentido de aventura. Con demasiada frecuencia la alta educación consiste en la adquisición de algo parecido a buenas maneras, un código meramente negativo que huye de todo
solecismo. En este sistema educativo se ha desatendido la constructividad. El tipo usual obtenido es meticuloso, falto de generosidad y de espiritu de aventura. Todo esto se evita cuando el ideal educativo es la perfección positiva.
En años más adelantados de la educación debiera haber un estimulo para la constructividad social. Quiero decir con esto que debiera animarse a las inteligencias despiertas a imaginar medios más productivos para utilizar las fuerzas sociales existentes o para la creación de fuerzas nuevas.
Los que leen hoy la República de Platón, creen que no tiene aplicación politica alguna en la actualidad. Cuando yo afirmé que el Estado ruso de 1920 tenia ideales casi idénticos a los de la República, es dificil saber quién se indignó más, si los platónicos o los bolcheviques. La gente lee los clásicos de la literatura sin conceder importancia a las vidas de Fulano, Mengano y Zutano. Esto es mucho más natural en el reino de la Utopia, porque no conocemos ningún camino que nos conduzca a él desde el sistema social en que vivimos. Lo importante en estas cuestiones es poner siempre la vista en el futuro. Los liberales ingleses del siglo XIX tuvieron su mérito, aunque los resultados obtenidos hoy les hubieran horrorizado. Tiene mucha importancia la imagen que domina el pensamiento, muchas veces inconscientemente. Un sistema social puede concebirse en muchas formas; las más usuales son: un molde, una máquina y un árbol. El primero pertenece al concepto estático de la sociedad, como los de Esparta y la China
tradicional; la naturaleza humana debe verterse en un molde preparado de antemano para que en él adquiera una forma preconcebida. El hombre cuyas ideas estén presididas por esta imagen tendrá una visión politica en cierto modo rigida e inflexible, terca y persecutoria. El hombre que concibe la sociedad como una máquina es más moderno. El industrial y el comunista pertenecen por
igual a esta clase. Para ellos la naturaleza humana no tiene interés y los fines de la vida son sencillos; usualmente, la máxima productividad. El propósito de la organización social es asegurar estos sencillos fines. La dificultad estriba en que los actuales seres humanos no los desean; persisten en desear toda clase de cosas caóticas que al cerebro ordenado del organizador le parecen sin valor. Esto hace que el organizador vuelva al molde para producir seres humanos que deseen lo que a él le parece bien. Y esto, a su vez, conduce a la revolución.
El que imagine el sistema social como un árbol tendrá una visión politica diferente. Una mala máquina puede ser retirada substituyéndola por otra. Pero si se corta un árbol, se requiere mucho tiempo antes de que un nuevo árbol adquiera igual tamaño y vigor. Una máquina o un molde son lo que
quiera quien los construye; un árbol tiene su naturaleza especifica y sólo puede hacerse con el mejor o peor ejemplar de su especie. La constructividad
aplicada a las cosas vivientes es completamente distinta de la constructividad aplicada a las máquinas; tiene funciones más humildes y requiere una especie de simpatia. Por esta razón, al enseñar constructividad a la juventud, debieran dársele oportunidades de ejercitarla en las plantas y en los animales y no sólo en los ladrillos y en las máquinas. La física ha dominado en el pensamiento desde la época de Newton y prácticamente desde la revolución industrial; con ella ha triunfado una concepción más bien mecánica de la sociedad. La evolución biológica introdujo nuevas ideas, que fueron eclipsadas por la selección natural, la cual, a su vez, debiera ser eliminada en los asuntos humanos por la eugenesia, el control de la natalidad y la educación. La concepción de la sociedad como un árbol es mejor que como un molde o una máquina, pero es todavia defectuosa. La constructividad psicológica es de una naturaleza nueva y especial muy poco comprendida todavia. Es esencial para una adecuada teoria educativa, para la politica y para todos los asuntos puramente humanos. Y debiera encender la imaginación de los ciudadanos, si no estuvieran desorientados por falsas analogias. Algunos temen la constructividad en los
asuntos humanos, porque creen que debieran ser mecánicos y creen también en el anarquismo y en la vuelta a la naturaleza. Yo estoy procurando demostrar en este libro, con ejemplos concretos, cómo difiere la construcción psicológica de la construcción de la máquina. El aspecto imaginativo de esta idea debiera hacerse familiar en la educación superior; si asi fuera, yo creo que nuestra politica dejaria de ser tan acre, angulosa y destructora para hacerse flexible y verdaderamente cientifica, persiguiendo como finalidad el desarrollo de tipos espléndidos de hombres y mujeres.