Presentación de Omar Cortés | TERCERA PARTE - EDUCACIÓN INTELECTUAL - Capítulo XVIII - La Universidad | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Bertrand Russell
ENSAYOS SOBRE EDUCACIÓN
CONCLUSIÓN
Al final de la jornada, miremos hacia atrás en el camino para obtener a vista de pájaro una vista del paisaje recorrido.
El conocimiento regido por el amor es lo que el educador necesita y lo que el alumno debiera adquirir. En los primeros años, el amor hacia los alumnos es lo más importante; en años posteriores, el amor al conocimiento que se transmite es cada vez de mayor necesidad. Los conocimientos que importan al principio son la fisiología,la higiene y la psicología, y el conocimiento de esta última concierne especialmente al profesor. El instinto y los reflejos con que nace un niño pueden desarrollarse por el ambiente en los hábitos más diversos y, por lo tanto, en los más diversos caracteres. La mayor parte de esto se verifica en la primera niñez; por lo tanto, en ese período es cuando puede conseguirse con mejores resultados la formación del carácter. Los que ven con gusto las calamidades actuales gustan de afirmar que la naturaleza humana es inmutable. Si con ello quieren indicar que no pueden cambiar después de los seis años, no es un absurdo lo que afirman. Si quieren dar a entender que nada puede hacerse para alterar los reflejos y los instintos con que nace un niño, también se aproximan a la verdad, aunque la eugenesia puede producir y quizá produce, aun entonces, notables resultados. Pero si quieren significar, como parece más probable, que no hay posibilidad de producir una población adulta cuya conducta sea radicalmente distinta de la generación actual, están en oposición con toda la psicología moderna. Dos niños que nazcan con igual carácter pueden llegar a tener gustos completamente diferentes educándose en un ambiente
distinto. La misión de la educación primera consiste en educar los instintos de modo que puedan producir un carácter constructivo y no destructivo, amable en vez de malhumorado, bravo, inteligente y sincero. Esto puede conseguirse con la mayor parte de los niños, y actualmente se consigue con los que reciben una educación adecuada. Si se utilizaran los conocimientos actuales y se
aplicasen los métodos que se han ensayado con éxito, podríamos producir una generación casi libre de enfermedad, malevolencia y estupidez. No lo hacemos porque preferimos la guerra y la opresión.
La materia prima del instinto es, en muchos casos, igualmente capaz de producir acciones deseables. En tiempos pasados los hombres no comprendieron la educación del instinto y por ello se vieron obligados a recurrir a la represión. El miedo y el castigo eran los grandes estímulos para
lo que se llamaba virtud. Ahora sabemos que la represión es un mal método, tanto porque nunca tiene verdadero éxito como porque produce desórdenes mentales. La educación del instinto es un método totalmente diferente, que envuelve una técnica totalmente distinta. Los hábitos y la habilidad son, por decirlo así, el cauce del instinto, que lo conducen por uno u otro camino, según la dirección del cauce. Al crear buenos hábitos y aptitud conseguimos impulsar los instintos infantiles hacia acciones deseables. No aparece la sensación de esfuerzo porque no hay necesidad de resistir la tentación. Como no hay oposición, el niño tiene la sensación de una espontaneidad libre. No quiero afirmar esto de una manera absoluta; siempre
habrá contingencias imprevistas que hagan necesarios los métodos antiguos. Pero cuanto más se perfecciona la ciencia de la psicología infantil y
cuanto mayor experiencia se adquiere en las escuelas de párvulos, con más perfección pueden aplicarse los nuevos métodos.
He procurado presentar al lector las maravillosas posibilidades que se ofrecen a nuestra vista. Nada menos que la libertad, la salud, la bondad, la inteligencia, la felicidad casi universales. Si elegimos, podemos, en una generación, realizar más que antes en un milenio.
Pero nada de esto puede conseguirse sin amor. El conocimiento existe; la falta de amor impide su aplicación. A veces la falta de amor hacia los niños me desespera —por ejemplo, cuando casi todos nuestros conocidos moralistas repudian que se haga algo para impedir el nacimiento de niños con enfermedades venéreas—. Sin embargo, existe un gran progreso en el amor hacia los niños que es, seguramente, uno de nuestros impulsos naturales. Épocas de salvajismo han soterrado esta inclinación natural de los hombres y de las mujeres corrientes. Hace muy poco tiempo que la Iglesia ha dejado de dogmatizar la condenación de los niños no bautizados. El nacionalismo es otra doctrina que seca las fuentes de la humanidad; durante la guerra nosotros tuvimos la culpa de que casi todos los niños alemanes fueran raquíticos. Demos
rienda suelta a nuestra bondad natural; por muy apegados que estemos a ellas, rechacemos las doctrinas que exigen hacer desgraciados a los niños. En casi todos los casos, el miedo es la fuente psicológica de las doctrinas crueles; por ello he insistido tanto en extirpar el miedo en la niñez. Desalojemos al
miedo que acecha en las oscuridades de nuestro cerebro. Las posibilidades de un mundo feliz que ofrece la educación moderna, bien merecen algún riesgo personal, aunque ese riesgo tuviera mayor realidad de la que tiene.
Cuando hayamos creado una juventud libre de miedos e inhibiciones y de instintos de lucha y rebeldía, podremos abrirle el mundo del conocimiento libre y totalmente, sin rincones oscuros y ocultos, y si la instrucción que se les da es la adecuada, será más bien una alegría que un trabajo para quienes la reciban. No tiene importancia aumentar la cantidad de lo que actualmente se enseña a los niños de las clases profesionales. Lo importante es el espíritu de libertad y de aventura, la sensación de emprender un viaje de descubrimientos. Si la educación formal se da con este espíritu, los discípulos más inteligentes la completarán con su propio esfuerzo, para lo cual deben dárseles toda clase de facilidades. El conocimiento es el libertador del imperio de las fuerzas naturales y de las pasiones destructoras; sin conocimiento, no podríamos edificar el mundo de nuestras esperanzas. Una generación educada en una libertad intrépida tendría esperanzas más amplias y audaces que nosotros, que tenemos que luchar con miedos supersticiosos que anidan en el fondo de nuestro subconsciente. No somos nosotros, sino los hombres y mujeres libres que creemos, quienes pueden contemplar un mundo nuevo, primero con sus esperanzas y, finalmente, en todo el esplendor de la realidad.
El camino es claro. ¿Amamos lo bastante a nuestros hijos para seguirlo? ¿O permitiremos que sufran como hubimos de sufrir nosotros? ¿Permitiremos que vivan una juventud raquítica, torcida y aterrorizada y que mueran más tarde en guerras fútiles que su inteligencia acobardada no pudo prevenir? Mil temores viejos obstruyen el camino hacia la dicha y la libertad. Pero el amor puede vencer al miedo, y si amamos a nuestros hijos, nada puede hacernos rechazar el gran don que está en nuestras manos conceder.
Presentación de Omar Cortés TERCERA PARTE - EDUCACIÓN INTELECTUAL - Capítulo XVIII - La Universidad Biblioteca Virtual Antorcha