EL ANARQUISMO Daniel Guérin TERCERA PARTE El anarquismo en la Revolución Rusa. Una revolución libertaria. Una revolución autoritaria. El papel de los anarquistas. La Majnovchina. Crostadt. El anarquismo muerto y redivivo. EL ANARQUISMO EN LA REVOLUCIÓN RUSA La Revolución Rusa dio nuevo impulso al anarquismo, ya remozado en el sindicalismo revolucionario. Esta afirmación puede sorprender al lector, habituado a considerar la gran mutación revolucionaria de octubre de 1917 como obra y patrimonio exclusivo de los bolcheviques. En rigor de verdad, la Revolución Rusa fue un vasto movimiento de masas, una ola de fondo popular que rebasó y arrasó a los grupos ideológicos. No perteneció a nadie en particular; sólo al pueblo. En la medida en que constituyó una auténtica revolución, impulsada desde abajo hacia arriba, capaz de producir espontáneamente órganos de democracia directa, presentó todas las características de una revolución social de tendencias libertarias. No obstante, la debilidad relativa de los anarquistas rusos les impidió explotar una situación excepcionalmente favorable para lograr el triunfo de sus ideas. La Revolución fue finalmente confiscada y desnaturalizada por la maestría, dirán unos, por la astucia, dirán otros, del equipo de revolucionarios profesionales agrupados en torno de Lenin. Pero esta doble derrota del anarquismo y de la auténtica revolución popular no resultó del todo estéril para la idea libertaria. En primer término, no se renegó de la apropiación colectiva de los medios de producción, con lo que se preservó el terreno donde algún día, quizá, el socialismo desde la base se impondrá sobre la regimentación estatal. En segundo lugar, la experiencia soviética significó una importante lección para algunos anarquistas de Rusia y otros países, a quienes este fracaso temporario enseñó muchas cosas -de las cuales el propio Lenin pareció tomar conciencia en vísperas de su muerte-, y obligó a reconsiderar los problemas de conjunto de la revolución y del anarquismo. En suma, les mostró, si necesario era, cómo no debe hacerse una revolución, para usar la expresión de Kropotkin, repetida por Volin. Lejos de probar que el socialismo libertario es impracticable, la experiencia soviética confirmó. en buena medida, la exactitud profética de las ideas expresadas por los fundadores del anarquismo y. especialmente, de su crítica del socialismo autoritario. UNA REVOLUCIÓN LlBERTARIA La revolución de 1905 fue el punto de partida de la de 1917. En ella surgieron órganos revolucionarios de nuevo cuño: los soviets, nacidos en las fábricas de San Petersburgo, durante una huelga general espontánea. Los soviets se encargaron de coordinar la lucha de los establecimientos en huelga, y llenaron así un lamentable vacío, por cuanto el país carecía casi por completo de movimiento sindical y de tradición sindicalista. El anarquista Volin se contaba entre los homhres del pequeño grupo estrechamente ligado a los obreros que, por sugerencia de éstos, tuvo la idea de crear el primer soviet. El testimonio de Trotski, que meses después debía llegar a la presidencia del soviet, confirma el de Volin. Sin intención peyorativa, más bien podría decirse lo contrario, escribe Trotski en sus comentaríos sobre la revolución de 1905: La actividad del soviet significa la organización de la anarquía. Su existencia y desarrollo ulteriores marcaron una consolidación de la anarquía. Esta experiencia se grabó indeleblemente en la conciencia obrera, y cuando estalló la Revolución de febrero de 1917, los dirigentes revolucionarios no tuvieron nada que inventar. Los trabajadores se apoderaron espontaneamente de las fábricas. Los soviets resurgieron naturalmente; una vez más, tomaron por sorpresa a los profesionales de la Revolución. Según reconoció el mismo Lenin, las masas obreras y campesinas eran cien veces más izquierdistas que los bolcheviques. Los soviets gozaban de tal prestigio, que la insurrección de octubre sólo pudo desencadenarse a su llamado y en su nombre. Pese a su impulso carecían de homogeneidad, de experiencia revolucionaria y de preparación ideológica. Por ello fueron fácil presa de partidos políticos con ideas revolucionarias vacilantes. Pese a ser una organización minoritaria, el partido bolchevique era la única fuerza revolucionaria que estaba verdaderamente organizada y perseguía objetivos definidos.
Ni en el plano político ni en el sindical tenia casi rivales dentro del campo de la extrema izquierda y disponía de elementos dirigentes de primer orden. Desplegaba una actividad frenética, febril, impresionante, como admitió Volin. Con todo, el aparato del partido -donde Stalin desempeñaba, a la sazón, un papel secundario- siempre miró con cierta desconfianza la molesta competencia de los soviets. Inmediatamente después de la toma del poder, la irresistible tendencia espontánea a la socialización de la producción se canalizó mediante el control obrero. El decreto del 14 de noviembre de 1917 legalizó la intervención de los trabajadores en la dirección de las empresas y en el cálculo del costo, abolió el secreto comercial y obligó a los patronos a mostrar su correspondencia y sus cuentas. Los jefes de la revolución no tenían intención de ir más allá, informa Víctor Serge. En abril de 1918, seguían considerando la posibilidad (...) de formar sociedades mixtas por acciones, en las cuales participarían capitales rusos y extranjeros, amén del Estado soviético. Las medidas de expropiación se tomaron por iniciativa de las masas y no del poder gobernante. El 20 de octubre de 1917, en el primer congreso de consejos de fábrica, se presentó una moción de inspiración anarquista en la cual se reclamaba: el control de la producción y las comisiones de control no deben ser simples comités de verificación, sino (...) las células generadoras del mundo futuro, destinadas a preparar desde ahora el paso de la producción a manos de los obreros. A, Pankrátova señala:
Cuanto más viva era la resistencia opuesta por los capitalistas a la aplicación del decreto sobre el control obrero, y cuanto más empecinaba su negativa a permitir la injerencia de los trabajadores en la producción, tanto más fácil y favorablemente se afirmaban estas tendencias anarquistas después de la Revolución de Octubre. Pronto se comprobó, en efecto, que el control obrero era una medida tibia, inoperante y deficiente. Los empleadores saboteaban, ocultaban las existencias, sustraían herramientas, provocaban a los obreros y hacían lock-out; a veces se servían de los comités de fábrica como de simples agentes o auxiliares de la dirección, y hasta hubo quienes trataron de hacer nacionalizar sus establecimientos por creerlo provechoso. Como respuesta a estas sucias maniobras, los obreros se apoderaban de las fábricas y las ponían nuevamente en marcha por su cuenta. No eliminaremos a los industriales por iniciativa propia -expresaban los obreros en sus mociones-, pero nos haremos cargo de la producción si no quieren asegurar el funcionamiento de las fábricas. Pankratova agrega que, en este primer período de socialización caótica y primitiva, los consejos de fábrica frecuentemente tomaban la dirección de los establecimientos cuyos propietarios habían sido eliminados o habían preferido huir. Muy pronto, el control obrero debió dar paso a la socialización. Lenin tuvo que obligar prácticamente a sus timoratos lugartenientes a arrojarse en el crisol de la creación poputar viva y a usar un lenguaje auténticamente libertario. La autogestión obrera debía ser la base de la reconstrucción revolucionaria. Sólo ella podía despertar en las masas un entusiasmo revolucionario capaz de hacer posible lo imposible. Cuando el último peón, el más insignificante desocupado, la humilde cocinera vean las fábricas, la tierra y la administración confiadas a las asociaciones de obreros, empleados, funcionarios y campesinos, puestas en manos de comités democráticos de abastecimiento, etc., creados espontáneamente por el pueblo, cuando los pobres vean y sientan esto, ninguna fuerza podrá vencer a la revolución social. El porvenir pertenecía a una república dd tipo de la Comuna de 1871, a una república de soviets. Con objeto de impresionar a las masas, de ganarse su confianza y sus simpatías, el partido bolchevique comenzó a lanzar (...) lemas que, hasta entonces, habían sido característicos (...) del anarquismo, relata Volin. Lemas tales como todo el poder a los soviets, eran intuitivamente tomados por las masas en un sentido libertario, Así, testimonia Arshinov: Los trabajadores interpretaban que la implantación de un poder soviético significaría la libertad de disponer de su propio destino social y económico. En el tercer congreso de los soviets (realizado a principios de 1918), Lenin proclamó: Las ideas anarquistas adquieren ahora formas vivas. Poco después, en el séptimo congreso del Partido (6 a 8 de marzo), hizo adoptar tesis que trataban, entre otras cosas, de la socialización de la producción dirigida por los organismos obreros (sindicatos, comités de fábrica, etc.), de la eliminación de los funcionarios profesionales, la policía y el ejército, de la igualdad de salarios y sueldos, de la participación de todos los miembros de los soviets en la dirección y administración del Estado, de la supresión progresiva y total de dicho Estado y del signo monetario. En el congreso de sindicatos (primavera de 1918), Lenin describió las fábricas como comunas autogobernadas de productores y consumidores. El anarcosindicalista Maximov llegó a sostener: Los bolcheviques no sólo abandonaron la teoría del debilitamiento gradual del Estado, sino también la ideología marxista en su conjunto. Se habían transformado en una suerte de anarquistas. UNA REVOLUCIÓN AUTORITARIA Pero este audaz cambio, tendiente a ubicarse en la línea del instinto y la disposición revolucionaria de las masas, si bien logró poner a los bolcheviques a la cabeza de la Revolución, no correspondía a su ideología tradrcional ni a sus verdaderas intenciones. Desde siempre fueron autoritarios, entusiastas de las ideas de Estado, dictadura, centralización, partido dirigente y dirección de la economía desde arriba, todas ellas en flagrante contradicción con una concepción verdaderamente libertaria de la democracia soviética. El Estado y la Revolución, obra escrita en vísperas de la insurrección de octubre, es un espejo en el que se refleja la ambivalencia del pensamiento de Lenin. Algunas de sus páginas bien podrían haber sido firmadas por un libertario y, como ya hemos visto, en ellas se rinde homenaje a los anarquistas, parcialmente al menos. Pero este llamado a la revolución desde abajo encierra un alegato en favor de la revolución desde arriba. Las ideas de Estado, centralización y jerarquía no están insinuadas de modo más o menos disimulado; por el contrario, aparecen franca y directamente: el Estado sobrevivirá a la conquista del poder por el proletariado y se extinguirá sólo después de transcurrido un período transitorio.
¿Cuánto durará este purgatorio? Lenin no nos oculta la verdad; nos la dice sin pena, antes bien con alivio: el proceso será lento, de larga duración. Bajo la apariencia del poder de los soviets, la revolución engendrará en realidad el Estado proletario o la dictadura del proletariado, el Estado burgués sin burguesía, como admite, casi sin quererlo, el propio autor cuando consiente en ir al fondo de su pensamiento. Tal Estado omnívoro tiene por cierto la intención de absorberlo todo. Lenin sigue la escuela de su contemporáneo, el capitalismo de Estado alemán, de la Kriegswirtschaft (economía de guerra). También toma como modelo los métodos capitalistas de organización de la gran industria moderna, con su disciplina de hierro. Un monopolio estatal como el Correo le hace exclamar, maravillado: ¡Qué mecanismo admirablemente perfeccionado! Toda la vida económica organizada como el Correo, (...) eso es el Estado, ésa es la base económica que necesitamos. El querer prescindir de la autoridad y la subordinación, no es más que un sueño anarquista, afirma categóricamente. Poco antes, le entusiasmaba la idea de confiar la producción y el intercambio a las asociaciones obreras, a la autogestión. Pero había un error en el orden de las cosas. No oculta su receta mágica: todos los ciudadanos han de convertirse en empleados y obreros de un solo trust universal: e! Estado, la sociedad entera será una inmensa oficina y una gran fábrica. Existirán los soviets, a no dudarlo, pero bajo la égida del partido obrero, de un partido que tiene la misión histórica de dirigir al proletariado. Los anarquistas rusos más lúcidos no se dejaron engañar. En el apogeo del período libertario de Lenin, conjuraban ya a los trabajadores a ponerse en guardia. En su periódico Golas Trudá (Las Voz del Trabajo), podían leerse, hacia fines de 1917 y principios de 1918, estas proféticas advertencias de Volin: Una vez que hayan consolidado y legalizado su poder, los boIcheviques -que son socialistas, políticos y estatistas, es decir, hombres de acción centralistas y autoritarios- comenzarán a disponer de la vida del país y del pueblo con medios gubernativos y dictatoriales impuestos desde el centro (...). Vuestros soviets (...) se convertirán paulatinamente en simples instrumentos ejecutivos de la voluntad del gobierno central (...). Asistiremos a la erección de un aparato autoritario, político y estatal que actuará desde arriba y comenzará a aplastarlo todo con su mano de hierro (...). ¡Ay de quien no esté de acuerdo con el poder central! Todo el poder a los soviets pasará a ser, de hecho, la autoridad de los jefes del partido. La tendencia cada vez más anarquizante de las masas obligó a Lenin a apartarse por un tiempo del viejo camino, dice Volin. Sólo dejaba subsistir al Estado, la autoridad y la dictadura por una hora, por un minuto, para dar paso, acto seguido, al anarquismo. Pero, por todos los diablos, ¿no os imagináis (...) qué dirá el ciudadano Lenin cuando se consolide el poder actual y sea posible hacer oídos sordos a la voz de las masas? Naturalmente, volverá a los senderos trillados. Creará un Estado marxista del tipo más perfeccionado. Como se comprende, sería aventurado sostener que Lenín y su equipo tendieron conscientemente una trampa a las masas. En ellos existía más dualismo doctrinario que duplicidad. Entre los dos polos de su pensamiento había una contradicción tan evidente, tan flagrante, que era de prever que pronto los hechos obligarían a una definición, Una de dos: o bien la presión anarquizante de las masas compelía a los bolcheviques a olvidar sus inclinaciones autoritarias o, por el contrario, la consolidación de su poder, reforzada por el sofocamiento o debilitamiento de la revolución popular, los llevaba a relegar sus veleidades anarquizantes al desván de los trastos viejos. El problema se complicó al añadirse un elemento nuevo y perturbador: la situación derivada de la terrible guerra civil, la intervención extranjera, la desorganización de los transportes y la escasez de técnicos. Estas circunstancias empujaron a los dirigentes soviéticos a tomar medidas de excepción, a recurrir a la dictadura, la centralización y un régimen de mano de hierro. Los anarquistas negaron, empero, que todas estas dificultades tuvieran únicamente causas objetivas y externas a la Revolución. Opinaban que, en parte, se debian a la lógica interna de los conceptos autoritarios del bolcheviquismo, a la impotencia de un poder burocratizado y centralizado en exceso. Según Volin, la incompetencia del Estado y su pretensión de dirigir y controlar todo fueron dos de los factores que lo incapacitaron para reorganizar la vida económica del país y lo condujeron a un verdadero desastre, marcado por la paralización de la actividad industrial, la ruina de la agricultura y la destrucción de todo vínculo entre las distintas ramas de la economía. Volin relata el caso de la antigua refinería de petróleo Nobel, de Petrogrado. Al ser abandonada por sus propietarios, los cuatro mil obreros empleados en el establecimiento decidieron hacerlo trabajar colectivamente. Guiados por ese propósito se dirigieron al gobierno bolchevique sin encontrar eco. Entonces intentaron poner la empresa en marcha con sus propios medios. Se dividieron en grupos móviles que se ocuparon afanosamente de buscar combustibles, materias primas, mercados y transporte. Para solucionar este último problema, había ya iniciado negociaciones con sus camaradas ferroviarios. El gobierno se irritó. Por ser responsable ante el país entero, no podían admitir que cada fábrica actuara a su gusto y manera. Obstinado, el consejo obrero convocó a una asamblea general de trabajadores. El Comisario de Trabajo en persona se tomó la molestia de advertir a los obreros que no osaran realizar un acto de grave indisciplina. Fustigó su actitud anarquista y egoista, y los amenazó con el despido sin indemnización. Los trabajadores replicaron que no solicitaban ningún privilegio: el gobierno no tenía más que dejar a los obreros y campesinos actuar del mismo modo en todo el país. Todo fue en vano. El gobierno se mantuvo en su posición y la refineria fue clausurada. La dirigente comunista Alexandra Kolontái corrobora lo expuesto por Volin. En 1921, señaló con pesar que innumerables iniciativas obreras habían naufragado en el mar de legajos y de estériles palabras administrativas: ¡Qué amargura para los obreros! (...), darse cuenta de cuánto habrían podido hacer si se les hubiera dado el derecho y la posibilidad de actuar (,..). La iniciativa perdió impulso; el deseo de actuar murió. En realidad, el poder de los soviets duró apenas unos meses desde octubre de 1917 hasta la primavera de 1918. Muy pronto, los consejos de fábrica fueron despojados de sus atribuciones so pretexto de que la autogestión no tenía en cuenta las necesidades racionales de la economía y fomentaba el egoísmo de las empresas, empeñadas en hacerse competencia, disputarse los magros recursos y sobrevivir a toda costa, aunque hubiera otras fábricas más importantes para el Estado y mejor equipadas. En resumen, y para usar las palabras de A. Pankratova, se iba a una fragmentación de la economía en federaciones autónomas de productores, del tipo soñado por los anarquistas. Es innegable que la naciente autogestión obrera merecía ciertos reparos. Penosamente, casi a tientas, había tratado de crear nuevas formas de producción sin precedentes en la historia humana. Se había equivocado, había tomado por caminos falsos, es cierto, pero éste era el tributo del aprendizaje. Como afirmó Kolontai, el comunismo no podía nacer sino de un proceso de bÚsquedas y pruebas prácticas cometiendo errores quizás, pero basándose en las fuerzas creadoras de la propia clase obrera. Los dirigentes del partido no compartían esta opinión. Por el contrario, se sentían muy felices de arrebatar a los comités de fábrica los poderes que, en su fuero interno, se habían resignado -sólo resignado- a entregarles. A partir de 1918, Lenin inclinó sus preferencias hacia la primacía de la voluntad de uno solo en la dirección de las empresas. Los trabajadores debían obedecer incondicionalmente a la voluntad única de los dirigentes del desarrollo laboral. Todos los jefes bolcheviques. nos dice Kolontái, desconfiaban de la capacidad creadora de las colectividades obreras. Para colmo, la administración había sido invadida por innumerables elementos pequeño-burgueses, restos del antiguo capitalismo ruso, que se habían adaptado con harta celeridad a las instituciones soviéticas, habían obtenido puestos de responsabilidad en los diversos comisariatos y consideraban que la gestión económica debía estar en sus manos y no en las de las organizaciones obreras. Se asistía a la creciente injerencia de la burocracia estatal en la economía. Desde el 5 de diciembre de 1917 la industria fue presidida por el Consejo Económico Superior, encargado de coordinar autoritariamente la actividad de todos los organismos de producción. El congreso de los Consejos Económicos (26 de mayo - 1 de junio de 1918) decidió que se formaran directorios de empresa según el siguiente esquema: las dos terceras partes de sus integrantes serían nombrados por los consejos regionales o el Consejo Económico Superior, mientras que el tercio restante sería elegido por los obreros de cada establecimiento. El decreto del 28 de mayo de 1918 extendió la colectivización a la industria en su conjunto, pero, de un mismo plumazo, transformó en nacionalizaciones las socializaciones espontáneas de los primeros meses de la Revolución. Correspondía al Consejo Económico Superior la tarea de organizar la administración de las empresas nacionalizadas. Los directores y el plantel técnico continuaban en funciones, pero a sueldo del Estado. Durante el segundo congreso del Consejo Económico Superior, reunido a fines de 1918, el miembro informante regañó con acritud a los consejos de fábrica por ser éstos los que, prácticamente, dirigían las empresas en lugar del consejo administrativo. Seguían haciéndose votaciones para elegir a los integrantes de los comités de fábrica, mas sólo por formulismo, pues un miembro de la célula comunista procedía primero a leer una lista de candidatos, preparada de antemano, y luego se votaba levantando la mano, todo ello en presencia de los guardias comunistas armados del establecimiento. Quien se declaraba contra los candidatos propuestos, pronto sufría sanciones económicas (reducción de salario, etc.). Como bien dijo Arshinov, ya no había más que un amo omnipotente: el Estado. La relación entre los ohreros y este nuevo patrón era idéntica a la que había existido entre el trabajo y el capital. Se restauró el salariado, con la única diferencia de que ahora el trabajador cumplía un deber para con el Estado. Los soviets fueron relegados a una función puramente nominal. Se los convirtió en instituciones del poder gubernamental. Debéis ser las células estatales de la base, declaró Lenin el 27 de junio de 1918, en el congreso de los consejos de fábrica. Según las palabras de Volin, quedaron reducidos a cuerpos puramente administrativos y ejecutivos, encargados de pequeñas tareas locales sin importancia y totalmente sometidos a las directivas de las autoridades centrales: el gobierno y los órganos dirigentes del Partido. No gozaban siquiera de una sombra de poder. Durante el tercer congreso de los sindicatos (abril de 1920). Losovski, miembro informante, reconoció: Hemos renunciado a los viejos métodos de control obrero, de los cuales sólo hemos conservado el principio estatal. A partir de entonces, ese control fue ejercido por un
organismo del Estado: la Inspección Obrera y Campesina. En los primeros tiempos, las federaciones de la industria, de estructura centralista, sirvieron a los bolcheviques para aprisionar y subordinar a los consejos de fábrica, federalistas y libertaríos por naturaleza. El 19 de abil de 1918 se consumó la fusión de los dos tipos de organización simpre bajo el ojo vigilante del partido. El gremio de los metalúrgicos de Petrogrado prohibió a los consejos de fábrica tomar iniciativas desorganizadoras y reprobó su peligrosisima tendencia a poner en manos de los trabajadores tal o cual empresa. Según decía, ello significaba imitar de la peor manera a las cooperativas de producción que habían demostrado su inoperancia hacia ya largo tiempo y estaban destinadas a transformarse en empresas capitalistas. Todo establecimiento abandonado o saboteado por un industrial y cuya producción fuera necesaria para la economía nacional, debía pasar a depender del Estado. Era inadmisible que los obreros tomaran empresas a su cargo sin contar con la aprobación del aparato sindical. Tras esta operación preparatoria se domesticó, depuró y despojó de toda autonomía a los sindicatos obreros; sus congresos fueron diferidos, sus miembros, detenidos, y sus organizaciones, disueltas o fusionadas en unidades más grandes.
Al término de este proceso, se había eliminado hasta el menor rastro de orientación anarcosindicalista, y el movimiento gremial quedó estrechamente subordinado al Estado y al partido único. Igual suerte corrieron las cooperativas de consumo. Al principio surgieron por doquier, se multiplicaron y confederaron. Pero cometieron el error de escapar al control del partido y de dejar que algunos socialdemócratas (mencheviques) se infiltraran en ellas. Los bolcheviques comenzaron por privar a las tiendas locales de los medios de abastecimiento y transporte, so pretexto de que su actividad equivalía a un comercio privado o de que se dedicaban a la especulación; en algunos casos, ni siquiera daban razones para justificar este proceder. Luego todas las cooperativas libres fueron clausuradas simultáncamente, y en su lugar se instalaron burocráticas cooperativas estatales. Por el decreto del 20 de marzo de 1919, las cooperativas de consumo pasaban al comisariato de abastecimiento y las cooperativas de producción industrial se integraban en el Consejo Económico Superior. Muchos fueron los miembros de las cooperativas que terminaron en prisión. La clase obrera no supo reaccionar con suficiente rapidez y energía. Estaba dispersa, aislada en un inmenso país atrasado y, de economía primordialmente rural, acotada por las privaciones y las luchas revolucionarias y, peor aún, desmoralizada. Había perdido sus mejores elementos, que la dejaron para ir a combatir en la guerra civil o fueron absorbidos por la maquinaria del partido o del gobierno. Pese a todo, hubo muchos trabajadores que se percataron de que sus conquistas revolucionarias les habían sido arrebatadas, de que se los había privado de sus derechos y puesto bajo tutela, que se sintieron humillados por la arrogancia o la arbitrariedad de los nuevos amos y tuvieron conciencia de cuál era la verdadera naturaleza del supuesto Estado proletario. Fue asi como, durante el verano de 1918, obreros descontentos de las fábricas de Moscú y Petrógrado realizaron elecciones entre ellos a fin de formar auténticos consejos de delegados para oponerlos a los soviets de empresa, ya dominados por el poder central. Según atestigua Kolontai, el obrero sentía, veía, y comprendía que se le hacía a un lado. Le bastaba comprobar cómo vivían los funcionarios soviéticos y cómo vivía él, pilar sobre el cual descanzaba, al menos en teoría, la dictadura del proletariado. Para cuando los trabajadores llegaron a ver claro, era ya demasiado tarde. El poder había tenido tiempo de organizarse sólidamente y disponía de fuerzas de represión capaces de doblegar cualquier intento de acción autónoma de las masas. Volin afirma que, durante tres años, la vanguardia obrera libró una lucha dura y desigual, prácticamente ignorada fuera de Rusia, contra un aparato estatal que se obstinaba en negar que entre él y las masas se había abierto un abismo. Durante el lapso de 1919 a 1921 se multiplicaron las huelgas en los grandes centros urbanos, sobre todo en Petrógrado, y hasta en Moscú. Fueron, como veremos luego, duramente reprimidas. Dentro del propio partido dirigente surgió una Oposición Obrera que reclamaba el retorno a la democracia soviética y a la autogestión. Durante el décimo congreso del Partido, realizado en marzo de 1921, Alexandra Kolontái, uno de sus voceros, distribuyó un folleto en el que se pedía libertad de iniciativa y de organización para los sindicatos, así como la elección, por un congreso de productores, de un órgano central de administración de la economía nacional. Este opúsculo fue confiscado y prohibido. Lenin logró que los congresistas aprobaran casi por unanimidad una resolución en la cual se declaraba que las tesis de la Oposición Obrera eran desviaciones pequerio-burguesas y anarquistas: a sus ojos, el sindicalismo. el semianarquismo de los opositores constituía un peligro directo para el monopolio del poder ejercido por el Partido en nombre del proletariado. Esta lucha continuó en el seno del grupo directivo de la central sindical. Por haber apoyado la independencia de los sindicatos respecto del partido, Tomski y Riazínov fueron excluidos del Presidium y enviados al exilio. Igual suerte sufrieron Shliapnikov, principal dirigente de la Oposición Obrera, y G. I. Mísnikov, cabeza de otro grupo opositor. Este último, auténtico obrero que en 1917 ajustició al Gran Duque Miguel, que había actuado en el partido durante quince años y que, antes de la Revolución, había cumplido siete años de cárcel y setenta y cinco días de huelga de hambre, se atrevió a imprimir, en noviembre de 1921, un folleto en el cual aseveraba que los trabajadores habían perdido confianza en los comunistas porque el partido ya no hablaba el mismo idioma que la clase obrera y ahora dirigía contra ella los mismos medios de represión que se emplearon contra los burgueses entre 1918 y 1920. EL PAPEL DE LOS ANARQUISTAS ¿Qué papel desempeñaron los anarquistas rusos en aquel drama, en el cual una revolución de tipo libertario fue transmutada en su opuesto? Rusia no tenía casi tradición libertaria, Bakunin y Kropotkin se convirtieron al anarquismo en el extranjero; ni uno ni otro militaron jamás como anarquistas dentro de Rusia. En lo que atañe a sus obras, por lo menos antes de la Revolución de 1917, se publicaron fuera de su pais natal y, muchas veces, en lengua extranjera. Sólo algunos extractos llegaron a Rusia, y ello clandestinamente, con grandes dificultades y en cantidades muy limitadas. La educación social, socialista y revolucionaria de los rusos, no tenía absolutamente nada de anarquista, Muy por el contrario, asegura Volin, la juventud rusa avanzada leía una literatura que, invariablemente, presentaba al socialismo desde una perspectiva estatista, Las mentes estaban impregnadas de la idea de gobierno: la socialdemocracia alemana había contaminado a todos. Los anarquistas eran apenas un puñado de hombres sin influencia. Sumaban, cuando más, algunos miles, Siempre al decir de Volin, su movimiento era todavía demasiado débil para tener influencia inmediata y concreta sobre los acontecimientos. Por lo demás, la mayoría de ellos, intelectuales de tendencias individualistas, prácticamente no habían participado en el movimiento obrero, Néstor Majno fue, junto con Volin, una de las excepciones a esta regla; actuó en su Ucrania natal en el corazón de las masas y, en sus Memorias, declara con gran severidad que el anarquismo ruso se encontraba a la zaga de los acontecimientos y, a veces, hasta completamente fuera de ellos. No obstante, este juicio parece algo injusto. Entre la Revolución de febrero y la de octubre, los anarquistas cumplieron un papel nada desdeñable. Así lo reconoce Trotski repetidamente en el curso de su Historia de la Revolución Rusa. Osados y activos pese a su escaso número, fueron adversarios por principio de la Asamblea Constituyente, en un momento en que los bolcheviques no eran todavía antiparlamentarios. Mucho antes que el partido de Lenin, inscribieron en su bandera el lema de todo el poder a los soviets. Ellos dieron impulso al movimiento de socialización espontánea de la vivienda, muchas veces contra la voluntad de los bolcheviques. Y en parte por iniciativa de los militantes anarcosindicalistas, los obreros se apoderaron de las fábricas, aun antes de octubre. Durante las jornadas revolucionarias que pusieron término a la república burguesa de Kerenski, los anarquistas estuvieron en los puestos de vanguardia en la lucha militar; descollaron especialmente en el regimiento de Dvinsk, el cual, a las órdenes de veteranos libertarios como Grachov y Fedótov, desalojó a los cadetes contrarrevolucionarios. La Asamblea Constituyente fue dispersada por el anarquista Anatol Zhelezniáikov, secundado por su destacamento; los bolcheviques no hicieron más que ratificar la hazaña ya cumplida. Muchos grupos de guerrilleros, formados por anarquistas o dirigidos por ellos (los de Mokoúsov, Cherniak y otros), lucharon sin tregua contra los ejércitos blancos desde 1918 a 1920. No hubo casi ciudad importante que no contara con un grupo anarquista o anarcosindicalista afanoso por difundir material impreso relativamente considerable: periódicos. revistas, folletos de propaganda, opúsculos, libros. En Petrogrado aparecían dos semanarios y en Moscú un diario, cada uno de los cuales tenía una tirada de 25.000 ejemplares. El público de los anarquistas aumentó a medida que se ahondaba la Revolución, hasta que se apartó de las masas. El 6 de abril de 1918, el capitán francés Jacques Sadoul,
que cumplía una misión en Rusia, escribió en un informe: El partido anarquista es el más activo, el más combativo de los grupos de la oposición y, ptobablemente, el más popular (...). Los bolcheviques están inquietos. A fines de 1918, afirma Volin, esta influencia llegó a un punto tal que los bolcheviques, quienes no admitían críticas, y menos aún que se los contradíjera, se inquietaron seriamente. Para la autoridad soviética, informa el mismo autor, tolerar la propaganda anarquista equivalía (...) al suicidio. Por ello hizo todo lo posible, primero por impedir, luego por prohibir y, finalmente por suprimir mediante la fuerza bruta cualquier manifestación de las ideas libertarias. El gobierno bolchevique comenzó por clausurar brutalmente los locales de las organizaciones libertarías y prohibirles a los anarquistas toda propaganda o actividad. Fue así como, la noche del 12 de abril de 1918, destacamentos de guardias rojos armados hasta los dientes realizaron una sorpresiva operación de limpieza en veinticinco casas ocupadas por los anarquistas en Moscú. Creyéndose atacados por soldados blancos, los libertarios respondieron a tiros. Luego, siempre según Volin, el poder gobernante procedió rápidamente a tomar medidas más violentas: encarcelamientos, proscripciones, muertes. Durante cuatro años este conflicto tendrá en vilo al poder bolchevique (...), hasta la aniquilación definitiva de la corriente libertaria manu militari (fines de 1921). La derrota de los anarquistas fue facilitada por el hecho de que estaban divididos en dos fracciones: una que se negaba a ser domesticada y otra que se dejaba domar. Este último grupo invocaba la necesidad histórica para justificar su lealtad hacia el régimen y aprobar, al menos momentáneamente, sus actos dictatoriales. Para ellos, lo primordial era terminar victoriosamente la guerra civil y aplastar la contrarrevolución. Estrategia de pocos alcances, opinaban los anarquistas intransigentes. En efecto, eran precisamente factores como la impotencia burocrática del aparato gubernamental, la decepción y el descontento populares los que alimentaban los movimientos contrarrevolucionarios. Además, el poder terminó por no distinguir ya la avanzada de la Revolución libertaria (que ponía en tela de juicio la validez de sus medios de dominación) de las empresas criminales de sus adversarios derechistas. Para los anarquistas, sus futuras víctimas, el aceptar la dictadura y el terror equivalía a una política de suicidio. Finalmente, la adhesión de los anarquistas llamados soviéticos facilitó el aniquilamiento de los otros, de los irreductibles, a quienes se tachó de falsos anarquistas, de soñadores irresponsables y carentes de sentido de la realidad, de estúpidos desorientados, de divisionistas, de locos furiosos y, como corolario, de bandidos y contrarrevolucionarios. El más brillante y, por tanto, el más escuchado de los anarquistas adheridos al régimen, fue Victor Serge. Hombre a sueldo del gobierno, publilcó en lengua francesa un opúsculo en el que intentaba defenderlo de las críticas anarquistas. El libro que escribió tiempo después, L´An I de la Révolution Russe, es en gran parte una justificación de la eliminación de los soviets por parte del bolcheviquismo. Presenta al partido -mejor dicho a su grupo selecto de dirigentes- como cerebro de la clase obrera. Es misión de los jefes de la vanguardia, debidamente seleccionados, determinar qué puede y debe hacer el proletariado. Sin ellos, los trabajadores organizados en soviets no serían más que una masa informe de hombres con aspiraciones confusas iluminadas por fugaces relámpagos de inteligencia. Victor Serge era, sin duda, demasiado lúcido para hacerse la menor ilusión sobre la verdadera naturaleza del poder soviético. Pero éste se encontraba todavía aureolado por el prestigio de la primera revolución proletaria victoriosa y era objeto de los infames ataques de la contrarrevolución mundial;
y esa fue una de las razones -la mas honorable- por las cuales Serge, como tantos otros revolucionarios, se creyó en el deber de callar y disimular los errores bolcheviques. Durante una conversación que sostuvo privadamente en el verano de 1921 con el anarquista Gaston Leval, llegado a Moscú como integrante de la delegación española ante el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, confesó: El partido comunista ya no ejerce la dictadura del proletariado, sino sobre el proletariado. Al regresar a Francia, Leval publicó en Le Libertaire algunos artículos en los que, basándose en hechos precisos, cotejaba las palabras que Victor Serge le había dicho confidencialmente con los conceptos expresados públicamente por éste, los cuales calificaba de mentiras conscientes. En su libro Living my life, Emma Goldman, anarquista norteamericana que vio personalmente la actuación de Victor Serge en Moscú, no se mostró mucho más blanda con él. LA MAJNOVCHINA Si bien la eliminación de los grupos anarquistas urbanos, pequeños núcleos impotentes, iba a ser tarea relativamente fácil, no sucedería lo mismo con los del Sur de Ucrania, donde el campesino Néstor Majno había formado una fuerte organización anarquista rural de carácter económico y militar. Hijo de campesinos ucranianos pobres, Majno contaba apenas treinta años en 1919. Participó en la Revolución de 1905 y abrazó la idea anarquista siendo muy joven. Condenado a muerte por el zarismo, su pena fue conmutada por la de ocho años de encierro, tiempo que pasó casi siempre encadenado en la cárcel de Butirki. Ésta fue su única escuela, pues allí, con la ayuda de un compañero de prisión, Piotr Arshinov, llenó, siquiera parcialmente, las lagunas de su educación. La organización autónoma de las masas campesinas que se constituyó por su iniciativa inmediatamente después del movimiento de octubre, abarcaba una región poblada por siete millones de habitantes que formaba una suerte de circulo de 280 por 250 kilómetros. La extremidad sur de esta zona llegaba al mar de Azov, incluyendo el puerto de Berdiansk. Su centro era Guliai-Polié, pueblo que tenía entre veinte y treinta mil habitantes. Esta región era tradicionalmente rebelde. En 1905, fue teatro de violentos disturbios. Todo comenzó con el establecimento, en suelo ucranio, de un régimen derechista impuesto por los ejércitos de ocupación alemán y austríaco. El nuevo gobierno se apresuró a devolver a sus antiguos propietarios las tierras que los campesinos revolucionarios acababan de quitarles. Los trabajadores del suelo tomaron las armas para defender sus recientes conquistas, tanto de la reacción como de la intempestiva intrusión, en la zona rural, de los comisarios bolcheviques y de sus requisas, gravosas por demás. Esta gigantesca rebelión campesina tuvo como alma mater a un hombre justiciero, una especie de Robin Hood anarquista, a quien los campesinos llamaban Padre Majno. Su primer hecho de armas fue la conquista de Guliai-Polié, a mediados de septiembre de 1918.
Pero el armisticio del 11 de noviembre trajo consigo la retirada de las fuerzas de ocupación germano-austríacas y brindó a Majno una ocasión única para reunir reservas de armas y materiales. Por primera vez en la historia, en la Ucrania liberada se aplicaron los principios del comunismo libertario y, dentro de lo que la situación de guerra civil permitía, se practicó la autogestión. Los campesinos cultivaban en común las tierras disputadas a los antiguos terratenientes y se agrupaban en comunas o soviets de trabajo libre, donde reinaban la fraternidad y la igualdad. Todos -hombres, mujeres y niños- debían trabajar en la medida de sus fuerzas. Los compañeros elegidos para cumplir temporariamente las funciones administrativas volvían a sus tareas habituales, junto a los demás miembros de la comuna, una vez terminada su gestión. Cada soviet era sólo el ejecutor de la voluntad de los campesinos de la localidad que lo había elegido. Las unidades de producción estaban federadas en distritos, y éstos, en regiones. Los soviets formaban parte de un sistema económico de conjunto, basado en la igualdad social. Debían ser absolutamente independientes de cualquier partido político y no se permitía a ningún político profesional tratar de gobernarlos amparándose tras el poder soviético. Sus miembros tenían que ser trabajadores auténticos, dedicados a servir exclusivamente los intereses de las masas laboriosas. Siempre que los guerrilleros majnovistas entraban en una localidad, fijaban carteles que rezaban: La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos (...). Los majnovislas sólo pueden ayudarlos dándoles consejos u opiniones (...). Pero no pueden ni quieren, en ningún caso, gobernarlos. Cuando, posteriormente, en el otoño de 1920, los hombres de Majno se vieron obligados a celebrar un efímero acuerdo de igual a igual con el poder bolchevique, insistieron en que se añadiera la siguiente cláusula: En la región donde opere el ejército majnovista, la población obrera y campesina creará sus propias instituciones libres para la autoadministración económica y política; dichas instituciones serán autónomas y estarán ligadas federativamente -por pactos- con los organismos gubernamentales de las repúblicas soviéticas. Consternados, los negociadores bolcheviques decidieron remitir esta cláusula a Moscú para su estudio; ni que decir que en la capital se la juzgó absolutamente inadmisible. Uno de los puntos relativamente débiles del movimiento majnovista lo constituyó el escaso número de intelectuales libertarios que tuvieron participación directa en él. De todos modos, por momentos al menos, recibió ayuda exterior. Primero lo auxiliaron los anarquistas de Járkov y de Kursk que, a fines de 1918, se fusionaron en una alianza bautizada con el nombre de Nabat (Alarma), cuyo principal animador era Volin. En abril de 1919, celebraron un congreso donde se pronunciaron categórica y definitivamente contra toda intervención en los soviets, convertidos en organismos puramente políticos y organizados sobre bases autoritarias, centralistas y estatistas. El gobierno bolchevique consideró este manifiesto como una declaración de guerra, y el grupo Nabat tuvo que suspender sus actividades. En julio de ese año, Volin logró llegar al cuartel general de Majno y allí, de concierto con Piotr Arshinov, tomó a su cargo la sección de cultura y educación del movimiento. Fue también presidente de uno de los congresos majnovistas, que se reunió en octubre en la ciudad de Alexandrovsk, donde se adoptaron Tesis Generales que dejaban sentada la doctrina de los soviets libres. En las reuniones del movimiento se congregaban delegados de los campesinos y de los guerrilleros, pues la organización civil era la prolóngación de un ejército campesino rebelde que practicaba la táctica de las guerrillas. Esta fuerza era notablemente móvil, capaz de recorrer hasta cien kilómetros por día, no sólo merced a su caballerfa sino también a su infantería, que se desplazaba en ligeros vehiculos suspendidos sobre flejes y tirados por caballos. Estaba organizada con arreglo a principios específicamente libertarios, tales como el servicio voluntario, la designación electiva de todos los grados y la aceptación voluntaria de la disciplina. Es de notar que todos obedecían rigurosamente las reglas disciplinarias, que eran elaboradas por comisiones de guerrilleros y luego validadas por asambleas generales. Los cuerpos de guerrilleros de Majno dieron mucho que hacer a los ejércitos blancos intervencionistas. En cuanto a las unidades de los guardias rojos bolcheviques, eran bastante ineficaces. Sólo combatían junto a las vías férreas y jamás se alejaban de sus trenes blindados; al primer fracaso, se replegaban y, muchas veces, ni siquiera daban tiempo a sus propios soldados para volver a subir. Por ello inspiraban poca confianza a los campesinos que, aislados en sus villorrios y privados de armas, habrían estado a merced de los contrarrevolucionarios. El honor de haber aniquilado la contrarrevolución de Denikin en el otoño de 1918, corresponde principalmente a los insurrectos anarquistas, escribe Arshinov, cronista de la majnovchina. Majno se negó en todo momento a poner su ejército bajo el mando supremo de Trotski, jefe del Ejército Rojo, después de que las unidades de los guardias rojos se fusionaron en este último. El gran revolucionario creía su deber encarnizarse contra el movimiento rebelde. El 4 de junio de 1919, dictó una orden por la cual prohibía el próximo congreso de los majnovistas, a quienes acusaba de levantarse contra el poder de los soviets en Ucrania, estigmatizaba como acto de alta traición cualquier participación en dicho congreso y mandaba arrestar a sus delegados. Iniciando una política imitada dieciocho años después por los stalinistas españoles en su lucha contra las brigadas anarquistas, Trotski se negó a dar armas a los guerrilleros de Majno, con lo cual eludía su deber de auxiliarlos, y luego los acusó de traidores y de haberse dejado vencer por las tropas blancas. No obstante, los dos ejércitos actuaron de acuerdo en dos oportunidades, cuando la gravedad del peligro intervencionista exigió su acción conjunta. Primero, en marzo de 1919, contra Denikin, y luego, durante el verano y el otoño de 1920, momento en que las tropas blancas de Wrangel llegaron a constituir una seria amenaza, finalmente eliminada por Majno. Una vez conjurado el peligro extremo, el Ejército Rojo no tuvo reparos en reanudar las operaciones militares contra los guerrilleros de Majno, quienes le devolvfan golpe por golpe. A fines de noviembre de 1920, el gobierno, sin el menor escrúpulo, les tendió una celada. Se invitó a los oficiales del ejército majnovista de Crimea a participar en un consejo militar. Tan pronto como llegaron a la cita, fueron detenidos por la Cheka, policía política, y fusilados, previo desarme de sus guerrilleros. Simultáneamente, se lanzó una ofensiva a fondo contra Guliai-Polié. La lucha entre libertarios y autoritarios -lucha cada vez más desigual- duró otros nueve meses. Por último, Majno tuvo que abandonar la partida al ser puesto fuera de combate por fuerzas muy superiores en número y equipo. En agosto de 1921 logró refugiarse en Rumania, de donde pasó a París, ciudad en la que murió tiempo después, pobre y enfermo. Así terminó la epopeya de la majnovchina, que fue, según Piotr Arshinov, el prototipo de movimiento independiente de las masas laboriosas y, por ello, sería futura fuente de inspiración para los trabajadores del mundo (1). NOTA (1) A todo interesado en profundizar sobre este atrayente tema, le sugerimos consultar, cliqueando sobre las letras azules, las siguientes obras que tenemos aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha: Archinoff, Pedro, Historia del movimiento machnovista, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, mayo del 2005, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Goldam, Emma, El primero de mayo en Petrógrado, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, abril del 2003, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Goldman, Emma, Vladimir Ilyitsch Ulyanof Lenin, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, abril del 2003, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Pannekoek, Anton, La Revolución rusa, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, junio del 2005, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Rocker, Rudolf, El socialismo y el Estado, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, marzo del 2007, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Steimer, Mollie Testimonio de Mollie Steimer, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, marzo del 2011, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Steimer, Mollie, Declaración de Mollie Steimer, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, marzo del 2011, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Varios, Primera conferencia de las organizaciones anarquistas de Ukrania, México, primera edición cibernética, enero del 2008, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. CRONSTADT Las aspiraciones de los campesinos revolucionarios majnovistas eran bastante semejantes a las que, en febrero-marzo de 1921, impulsaron a la revuelta a los obreros de Petrogrado y a los marineros de la fortaleza de Cronstadt. Los trabajadores urbanos tenían que soportar condiciones materiales ya intolerables debido a la escasez de víveres, combustibles y medios de transporte, a la par que se veían agobiados por un régimen cada vez más dictatorial y totalitario, que aplastaba hasta la menor manifestación de descontento. A fines de febrero estallaron huelgas en Petrogrado, Moscú y otros centros industriales. Los trabajadores marcharon de un establecimiento a otro, cerrando fábricas y atrayendo nuevos grupos de obreros al cortejo de huelguistas que reclamaban pan y libertad. El poder respondió con balas, ante lo cual los trabajadores de Petrogrado realizaron un mitin de protesta en el que participaron diez mil personas. Cronstadt era una base naval insular situada a treinta kilómetros de Petrogrado, en el golfo de Finlandia, cuyas aguas se hielan en invierno. La isla estaba habitada por marineros y varios miles de obreros ocupados en los arsenales de la marina de guerra. En las peripecias revolucionarias de 1917, los marineros de Cronstadt habían cumplido un papel de vanguardia. Fueron, según palabras de Trotski, el orgullo y la gloria de la Revolución Rusa. Los habitantes civiles de Cronstadt formaban una comuna libre, relativamente independiente del poder. En el centro de la fortaleza había una inmensa plaza pública, con capacidad para 30.000 personas, que servía a modo de foro popular. Sin duda, los marineros ya no tenían los mismos efectivos ni la misma composición revolucionaria que en 1917; la dotación de 1921 contaba con muchos más elementos salidos del campesinado, pero conservaba el espíritu militante y, por su actuación anterior, el derecho de seguir participando activamente en las reuniones obreras de Petrogrado. Fue así como enviaron emisarios ante los trabajadores en huelga de la antigua capital. Pero las fuerzas del orden obligaron a dichos enviados a volver sobre sus pasos. Entonces se celebraron en el foro de la isla dos mitines populares en los cuales se decidió defender las reivindicaciones de los huelguistas. A la segunda reunión, efectuada el 19 de marzo, asistieron 16.000 personas -marinos, trabajadores y soldados- y, pese a la presencia del jefe de Estado, el presidente del ejecutivo central, Kalinin,
adoptaron una resolución en la cual pedían que, dentro de los diez días siguientes, y sin la participación de los partidos políticos, se convocara una conferencia de obreros, soldados rojos y marinos de Petrogrado, Cronstadt y la provincia de Petrogrado. Exigióse también que se eliminaran los oficiales políticos, pues ningún partido político debía gozar de privilegios, y que se suprimieran los destacamentos comunistas de choque del ejército, así como la guardia comunísta de las fábricas. Naturalmente, los rebeldes de Cronstadt dirigían sus cañones contra el monopolio del partido dirigente, que no vacilaban en calificar de usurpación. Pasemos breve revista a los conceptos expresados por el diario oficial de esta nueva Comuna, la Izvestia de Cronstadt. Oigamos a los marineros encolerizados. Después de haberse arrogado el poder, el Partido Comunista no tenía más que una preocupación: conservar ese poder por cualquier medio. Se había apartado de las masas y demostró ser incapaz de sacar al país de una situación totalmente desastrosa. Ya no contaba con la confianza de los obreros. Se había tornado burocrático. Despojados de su poder, los soviets habían perdido su verdadero carácter, ahora estaban monopolizados y eran manejados desde fuera; los sindicatos se habían estatizado. Sobre el pueblo pesaba un omnipotente aparato policial que dictaba sus propias leyes por la fuerza de las armas y el terror. En el plano económico no reinaba el prometido socialismo, basado en el trabajo libre, sino un duro capitalismo de Estado. Los obreros eran simples asalariados de ese trust nacional y estaban sometidos al mismo régimen de explotación de antaño. Los hombres de Cronstadt llegaron hasta el sacrilegio de poner en tela de juicio la infalibilidad de los jefes supremos de la Revolución. Se mofaban irreverentemente de Trotski y aun de Lenin. Más allá de sus reivindicaciones inmediatas, tales como la restauración de las libertades y la realización de elecciones libres en todos los órganos de la democracia soviética, apuntaban hacia un objetivo de mayores alcances y de contenido netamente anarquista: una tercera Revolución. En efecto, los rebeldes se proponían mantenerse dentro del terreno revolucionario y se comprometieron a velar por las conquistas de la revolución social. Afirmaban no tener nada en común con quienes desearan restablecer el knut del zarismo, y si tenían intención de derribar el poder comunista, no era precisamente para que los obreros y campesinos volvieran a ser esclavos. Tampoco cortaban todos los puentes entre ellos y el régimen, pues todavía conservaban la esperanza de encontrar un lenguaje común. Por último, reclamaban la libertad de expresión, no para cualquiera, sino solamente para los partidarios sinceros de la Revolución: anarquistas y socialistas de izquierda (fórmula que excluía a los socialdemócratas o mencheviques). Pero la audacia de Cronstadt iba mucho más allá de lo que podían soportar un Lenin o un Trotski. Los jefes bolcheviques habían identificado definitivamente la Revolución con el Partido Comunista y, a sus ojos, todo lo que contrariara ese mito sólo podia ser contrarrevolucionario. Veian hecha pedazos toda la ortodoxia marxista-leninista, y el hecho de que fuera un movimiento que sabian auténticamente proletario el que, de repente, impugnaba su poder, un poder que gobernaba en nombre del proletanado, hacía aparecer más aterradora la sombra de Cronstadt. Además, Lenin se aferraba a la idea un poco simplista de que sólo habia dos caminos: la dictadura de su partido o la restauración del régimen zarista. En 1921, los gobernantes del Kremlin siguieron un razonamiento similar al que los guió en el otoño de 1956: Cronstadt fue la prefiguración de Budapest. Trotski, el hombre de la mano de hierro, aceptó tomar personalmente la responsabilidad de la represión. Si no deponéis vuestra actitud, os cazaremos como a perdices, comunicó a los revoltosos a través de las ondas radiales. Los marineros fueron sindicados como cómplices de los guardias blancos, de las potencias occidentales intervencionistas y de la Bolsa de París. Serían sometidos por la fuerza de las armas. En vano se esforzaron los anarquistas Emma Goldman y Alexandr Berkman, que habían encontrado asilo en la patria de los trabajadores tras ser deportados de los Estados Unidos, por hacer ver, en una patética carta dirigida a Zinóviev, que el uso de la fuerza. haría un mal incalculable a la revolución social y por inducir a los camaradas bolcheviques a solucionar el conflicto con una negociación amistosa. En cuanto a los obreros de Petrogrado, sometidos a un régimen de terror y a la ley marcial, no pudieron acudir en ayuda de Cronstadt. Un antiguo oficial zarista, el futuro mariscal Tujachevski, partió al mando de un cuerpo expedicionario compuesto de tropas que fue menester seleccionar cuidadosamente, pues gran cantidad de soldados rojos se negaban rotundamente a disparar contra sus hermanos de clase. El 7 de marzo comenzó el bombardeo de la fortaleza. Con el título de ¡Que el mundo lo sepa!, los asediados lanzaron un último llamamiento: La sangre de los inocentes caerá sobre la cabeza de los comunistas, locos furiosos ebrios de poder. ¡Viva el poder de los soviets! Los sitiadores pudieron desplazarse sobre el hielo del golfo de Finlandia y, el 18 de marzo, vencieron la rebelión en una orgía de matanzas. Los anarquistas casi no intervinieron en este episodio. El comité revolucionario de Cronstadt había invitado a colaborar a dos libertarios: Iárchuk (animador del soviet de Cronstadt en 1917) y Volin. Sin embargo, los mencionados no pudieron aceptar la invitación, pues los bolcheviques los habían encarcelado. Como observa Ida Mett en La Révolte de Cronstadt, los anarquistas sólo influyeron en la medida en que el anarquismo difundía también la idea de la democracia obrera. Pese a no haber tenido participación activa en el acontecimiento, los anarquistas lo sintieron como propio. Así, Volin expresaría tiempo después: Cronstadt fue la primera tentativa popular totalmente independiente de liberarse de todo yugo y de realizar la Revolución Social: un intento hecho directamente (...) por las propias masas laboriosas, sin pastores políticos, sin jefes ni tutores. Y Alexandr Berkman declarará: Cronstadt hizo volar en pedazos el mito del Estado proletario; demostró que la dictadura del Partido Comunista y la Revolución eran incompatibles (1). NOTA (1) A todo interesado en profundizar sobre este atrayente tema, le sugerimos consultar, cliqueando sobre las letras azules, las siguientes obras que tenemos aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha: Goldman, Emma, Recuerdos de Kronstadt, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, abril del 2003, traducción, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Guide, Carlos y Rist, Carlos, La doctrina bolchevique, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, agosto del 2011, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. EL ANARQUISMO MUERTO Y REDIVIVO Aunque los anarquisIas no cumplieron un papel directo en el levantamiento de Cronstadt, el régimen bolchevique aprovechó la oportunidad para terminar con una ideología que seguía inspirándole temor. Pocas semanas antes del aniquilamiento de Cronstadt, el día 8 de febrero, había muerto en suelo ruso el viejo Kropotkin, y sus funerales dieron motivo a un acto imponente. Sus restos mortales fueron seguidos por un enorme cortejo de cien mil personas, aproximadamente. Entremezcladas con las banderas rojas, flotaban por encima de la multitud las banderas negras de los grupos anarquistas, en las cuales podía leerse en letras de fuego: Donde hay autoridad, no hay libertad. Según relatan los biógrafos del desaparecido, aquélla fue la última gran manifestación contra la tiranía bolchevique, y mucha gente participó en ella tanto para reclamar libertad como para rendir homenaje al gran anarquista. Después de Cronstadt, se arrestó a cientos de anarquistas. Pocos meses más tarde, la libertaria Fanny Baron y ocho de sus compañeros eran fusilados en los sótanós de la Cheka de Moscú. El anarquismo militante había recibido el golpe de gracia. Pero fuera de Rusia, los anarquistas que habían vivido la Revolución Rusa emprendieron la gigantesca tarea de criticar y revisar la doctrina, con lo cual dieron renovado vigor y mayor concreción al pensamiento libertario. A principios de septiembre de 1920, el congreso de la alianza anarquista de Ucrania, conocido por el nombre de Nabat, había rechazado categóricamente la expresión dictadura del proletariado. por considerar que un régimen tal conduciría fatalmente a la implantación de una dictadura sobre la masa, ejercida por una fracción del proletariado -la atrincherada en el Partido-, por los funcionarios y por un puñado de jefes. Poco antes de su desaparición, en su Mensaje a los Trabajadores de Occidente, Kropotkin señaló con angustia el encumbramiento de una formidable burocracia: Para mí, esa tentativa de construir una república comunista sobre bases estatistas fuertemente centralizadas, bajo el imperio de la ley de hierro de la dictadura de un partido, ha acabado en un fracaso formidable. Rusia nos enseña cómo no debe imponerse el comunismo. En su número del 7 al 14 de enero de 1921, el periódico francés Le Libertaire publicó un patético llamamiento dirigido por los anarcosindicalistas rusos al proletariado mundial:
Compañeros, poned fin a la dominación de vuestra burguesía tal como lo hemos hecho nosotros en nuestra patria. Pero no repitáis nuestros errores: ¡no dejéis que en vuestro país se esestablezca el comunismo de Estado! Impulsado por esta proclama, el anarquista alemán Rudolf Rocker escribió en 1920 La Banqueroute du Communisme d' Etat. Esta obra, aparecida en 1921, fue el primer análisis político que se hizo acerca del proceso de degeneración de la Revolución Rusa. A su juicio, no era la voluntad de una clase lo que expresaba en la famosa dictadura del proletariado, sino la dictadura de un partido que pretendía hablar en nombre de una clase y se apoyaba en la fuerza de las bayonetás. Bajo la dictadura del proletariado, en Rusia ha nacido una nueva clase, la comisariocracia, que ejerce sobre las grandes masas una opresión tan rigurosa como la que antaño hacían sentir los paladines del antiguo régimen. Al subordinar sistemáticamente todos los elementos de la vida social a la omnipotencia de un gobiérno investido de todas las prerrogativas, debía desembocarse necesariamente en la formación de esta jerarquía de funcionarios que resultó fatal para la evolución de la Revolución Rusa. Los bolcheviques no sólo han copiado el aparato estatal de la sociedad de otrora, sino que también le han dado una omnipotencia que ningún otro gobierno se arroga. En junio de 1922, el grupo de anarquistas rusos exiliados en Alemania publicó en Berlín un librito revelador, salido de la pluma de A. Goriélik, A. Kómov y Volin, que llevaba por título Représsion de l'Anarchisme en Russie Soviétique. A principios de 1923, apareció una traducción francesa debida a Volin. Esta obra constituía una relación alfabética del martirologio del anarquismo ruso. Alexandr Berkman, en 1921 y 1922, y Emma Goldman, en 1922 y 1923, publicaron una serie de opúsculos en donde relataban las tragedias que habían presenciado en Rusia. También Piotr Arshinov y el propio Néstor Majno, que habían logrado ponerse a salvo en Occidente, dejaron testimonio escrito de sus experiencias. Muchos años después, durante la segunda guerra mundial, G. P. Maximov y Volin escribieron los dos grandes clásicos de la literatura libertaria sobre la Revolución Rusa, esta vez con la madurez de espíritu que confiere la perspectiva de los años. En opinión de Maximov, cuya crónica apareció en lengua inglesa, la lección del pasado nos proporciona la certidumbre de un porvenir mejor. La nueva clase dominante de la URSS no puede ni debe vivir eternamente; el socialismo libertario la sucederá. Las condiciones objetivas conducen a esta evolución: ¿Puede concebirse (...) que los trabajadores quieran que los capitalistas retornen a las empresas? ¡Jamás! Pues se rebelan precisamente contra la explotación por parte del Estado y sus burócratas. La finalidad que persiguen los obreros es reemplazar esta gestión autoritaria de la producción por sus propios consejos de fábrica y unir dichos consejos en una vasta federación nacional. En suma, desean la autogestión obrera. De igual modo, los campesinos han comprendido que ya no se puede volver a la economía individual y que hay una sola solución: la agricultura colectiva y la colaboración de las colectividades rurales con los consejos de fábrica y los sindicatos.
En una palabra, el único camino es la expansión del programa de la Revolución de Octubre en un clima de libertad. Cualquier tentativa inspirada en el ejemplo ruso, afirma resueltamente Volin, desembocaría fatalmente en un capitalismo de Estado basado en la odiosa explotación de las masas, es decir, en la peor forma de capitalismo, la cual no tiene ninguna relación con la marcha de la humanidad hacia la sociedad socialista. Sólo podría promover la dictadura de un partido, que conduce ineluctablemente a la represión de la libertad de palabra, de prensa, de organización y de acción, incluso para las corrientes revolucionarias -represión de la cual sólo está excluido el partido que ocupa el poder- y desemboca en una inquisición social que ahoga hasta el hálito de la Revolución. Volin termina diciendo que Stalin no nació del aire, que Stalin y el stalinismo son simplemente la consecuencia lógica del sistema autoritario fundado y establecido entre 1918 y 1921. Ésta es la lección que da al mundo la formidable y decisiva experiencia bolchevique: una lección que viene a corroborar notablemente la tesis libertaría y que, a la luz de los acontecimientos, será pronto comprendida por todos los que padecen, sufren, piensan y luchan (1).
NOTA (1) A todo interesado en profundizar sobre este atrayente tema, le sugerimos consultar, cliqueando sobre las letras azules, las siguientes obras que tenemos aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha: Goldman, Emma, Recuerdos de Kropotkion, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, abril del 2003, traducción, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar. Kropotkin, Pedro, Entrevista con Lenin y algunas opiniones sobre la Revolución Rusa, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, enero del 2011, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar.
EL ANARQUISMO EN LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA
II.- El anarquismo en la Revolución Rusa