Indice de Los anarquistas de Carlos Gide y Carlos Rist | CAPÍTULO SEGUNDO. El anarquismo político y social y la crítica de la autoridad | CAPÍTULO CUARTO. La revolución | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
Los anarquistas Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO TERCERO A primera vista, semejante modo de concebir la sociedad, al alzar a cada individuo sobre el pavés, al proclamar la entera autonomía de cada hombre, parece fraccionar la sociedad en otras tantas personalidades independientes. Se diria que todo vinculo social queda roto y que únicamente quedan individuos, yuxtapuestos los unos a los otros. La sociedad, el ser coleclivo, desaparece. Pero se cometería un grave error interpretando en este sentido el ideal anarquista. No hay, por el contrario, ninguna otra doctrina en que las palabras solidaridad, fraternidad, se empleen más a menudo. Felicidad individual y felicidad social son en ella inseparables. La sociedad de Hobbes y la de Stirner,
en las que cada individuo es el enemigo, el tirano de todos los demás, pone espanto en sus ánimos. Y esta sociedad es, precisamente, el retrato de la sociedad de nuestros días. Pero el hombre, a los ojos de los anarquistas, es un ser eminentemen1e social. Individuo y sociedad son dos nociones correlativas y no es posible concebir la una sin la otra. Nadie ha expresado con más fuerza, quizá nadie ha sentido mejor que Bakunin este carácter social del hombre. Hay que transcribir sus palabras una vez más: Comencemos -dice- por ajusticiar de una vez para siempre al individuo aislado o absoluto de los idealistas. Este individuo es una ficción semejante a la de Dios (1) ... La sociedad es anterior y a la vez sobrevive a cada individuo humano, como la Naturaleza misma. E igual también que la Naturaleza, ella es eterna o más bien, nacida sobre la tierra, durará tanto tiempo como nuestra ierra dure (2) ... El hombre no llega a ser verdaderamente hombre, ni alcanza tanto la conciencia como la realización de su humanidad, sino dentro de la sociedad y sólo por la acción colectiva de toda la sociedad entera. Del yugo de la naturaleza exterior no se emancipa más que por el trabajo colectivo o social, que es el único capaz de transformar la superficie del mundo en una mansión favorable a todos los desenvolvimientos de la Humanidad. Del que no puede emanciparse es del yugo de su propia naturaleza, es decir, no puede subordinar los instintos y los movimientos de su propio cuerpo a la dirección de su espíritu, cada vez más desarrollado, si no es por la educación y por la instrucción, pero tanto la una como la otra son cosas eminentemente sociales, porque fuera de la sociedad el hombre hubiera continuado siendo eternamente una bestia salvaje (3). Léase a Proudhon, léase a Kropotkin; en cualquiera de los dos se encontrará la afirmación, no menos enérgica y en innumerables ocasiones repetida, de la reaiidad del ser social, de la anterioridad de la sociedad o, cuando menos, de su coexistencia necesaria con el individuo. Sólo ciertos anarquistas, como Juan Grave, parecen mantener la antigua y estéril oposición entre el individuo y la sociedad y el concepto de una sociedad construída con individuos, a la manera de una casa edificada con ladrillos. Pero, ¿no habrá, lal vez, contradicción entre esta idea y la anterior proclamación de la autonomía individual? ¿Cómo es posible, a la vez, exaltar la vida social y reclamar la abolición de todos los vínculos sociales tradicionales? (4). Esta aparente antinomia es dificil de desvanecer mediante una distinción que el anarquismo va, una vez más, a tomar al liberalismo: la distinción entre la Sociedad y el Gobierno: La primera, creación espontánea y necesaria de la vida; el segundo, órgano artificial y parasitario injerto en ella y que trata de absorberla (5). Pero los liberales, desde Adam Smith, se habían contentado con aplicar esta distinción a las instituciones económicas. Los anarquistas, en cambio, la ap!ican a todo el conjunto de las insti!uciones sociales. No solamente la vida económica, sino también la vida social en todos sus aspectos, resulta de un profundo instinto de la Humanidad: el instinto de sociabilidad, de solidaridad, que impulsa a los hombres a colaborar con sus semejantes, a socorrerlos, a agruparse con ellos. Kropotkin le ha dado un nombre a este instinto: la ayuda mutua (mutual aid) (6).
Este instinto es enteramente natural al hombre y más necesario, inclusive, para la conservación de las especies que el de la lucha por la vida. Lo que cimenta la vida común, lo que constituye la verdadera cohesión de los hombres entre sí no es, como imaginan los privilegiados, la coacción -necesaria únicamente para defender sus privilegios-, sino ese profundo instinto de mutua ayuda y recíproca alianza del que se desconocen su poderío y su fuerza. Hay en la naturaleza humana -dice Kropotkin- un núcleo de costumbres sociales, herencia del pasado, que todavía no ha sido apreciado como fuera menester; estas costumbres no están impuestas por ninguna coacción; son superiores a toda coacción (7). Las leyes, lejos de crear este instinto social, lo dan ya como supuesto; si se aplican es gracias a él y caen en desuso cuando por él dejan de ser sancionadas. El Gobierno, a su vez, lejos también de desenvolver ese instinto, quiere, por el contrario, encerrarlo, con sus instituciones rígidas y estereotipadas en límites que ahogan su pleno y libre impulso. Libertar al individuo de presiones exteriores es, pues, libertar al mismo tiempo a la sociedad, devolverle toda su plasticidad y permitirle constantemente que tome de nuevo las formas más adaptadas a la felicidad y a la prosperidad de la especie (8). En su hermoso libro La Ayuda Mutua, Kropotkin ha multiplicado los ejemplos de este espontáneo instinto de sociabilidad, siguiendo incansablemente sus huellas y las diversas formas que reviste en las innumerables asociaciones económicas, científicas, pedagógicas, deportivas, higiénicas, caritativas, etc., de la Europa moderna, en la vida corporativa y municipal de la Edad Media y hasta en las sociedades animales, la mayor parte de las cuales, dice, no habrían podido jamás triunfar de los peligros naturales que las amenazan sin este poderoso instinto de cohesión y de alianza, base de toda sociedad humana. No nos representemos, pues, a la sociedad anarquista como una guerra de todos contra todos, sino como una federación de libres asociaciones nacidas espontáneamente y cuya entrada y salida estarán constantemente abiertas a todo el mundo. Esta sociedad -nos declara Kropotkin- estará compuesta de una multitud de asociaciones unidas entre si para todo aquello que reclama un esfuerzo común: federaciones de productores en todos las ramos de la producción agrícola, industrial, intelectual, artística; comunidades para el consumo, encargadas de subvenir a todo lo referente a habitación, alumbrado, calefacción, alimentación. instituciones sanitarias, etc., federaciones de comunidades entre sí y federaciones de comunidades con los grupos de producción, y, finalmente, agrupaciones mucho más amplias todavía, que englobarán a todo un país; o incluso a varios países, y compuestas de personas dedicadas a trabajar en común para la satisfacción de aquellas necesidades económicas, intelectuales y artísticas que no están limitadas a un territorio determinado. Todos esos grupos combinarán libremente sus esfuerzos mediante alianza recíproca ... una libertad completa presidirá el desenvolvimiento de nuevas formas de producción, de invención y de organización; la iniciativa individual será estimulada y toda tendencia a la uniformidad y a la centralización combatida (9). Dentro de una sociedad semejante, la armónica concordancia del interés general con el interés individual, vanamente buscada hasta ahora por los burgueses liberales, será, por fin, realizada por la plena libertad de los individuos y de los grupos y por la desaparición de todo antagonismo entre los poseedores y los no poseedores; entre los gobernantes y los gobernados. Hagamos notar una vez más este retorno al optimismo del siglo XVIII (10) en la más característica de todas sus formas: la creencia en la armonía espontánea de los intereses. Un cuadro tan seductor no ha dejado de suscitar objeciones. Los escritores anarquistas las han previsto y tienen una respuesta para todo. En primer término, este desbordamiento de libertades individuales, ¿no traerá consigo abusos, rupturas injustiflcadas de contratos, crímenes y delitos? ¿No se crea de este modo una inestabilidad perpetua, por la que las personas concienzudas serán siempre víctimas de los fantaseadores y de los ignorantes? Y dicen los anarquistas: Claro que habrá que esperar, desde luego, algunas informalidades, o como dice Juan Grave, con un eufemismo que hace sonreír, algunas incorrecciones absolutamente faltas de lógica aparente (11). Pero hay que contar para reprimir estos instintos antisociaIes, con la crítica y la desaprobación general. No estando ya falseada la opinión pública por las instituciones de ahora, tendrá una fuerza coercitiva mucho mayor (12). De todas maneras, no son las prisiones, esas universidades del crimen, como las llama Kropotkin, las que podrían disminuir estos instintos antisociales. La libertad sigue siendo el más sabio remedio contra los pasajeros inconvenientes de la libertad (13). Por lo demás, habrá una sanción superior a todas, que consistirá en negarse, incluso los otros asociados, a trabajar en común con aquellos con cuya palabra no se puede contar (14). Si quiere perecer, es libre; pero si quiere vivir, no puede hacerlo más que encontrando compañeros (15). Otra objeción, más grave todavía: En ausencia de toda obligación, ¿quién querrá trabajar? La multitud de los perezosos ha sido siempre inmensa. Sin el aguijón de la necesidad, ¿no irá tal vez a aumentar más aún? El mismo Kropotkin ha hecho notar que entre las abejas cuando la abundancia de bienes es demasiado grande, por ejemplo, en los alrededores de las plantaciones de caña de azúcar de las Indias occidentales y de las refinerías de Europa, el robo, la pereza y con mucha frecuencia la embriaguez, se hacen completamente habituales (16). ¿No imitarán en esto los hombres a las abejas? En primer lugar, responden los anarquistas, muchos de los pretendidos perezosos de hoy son sencillamente espíritus extraviados, a los que la ilimitada libertad de la sociedad futura permitirá encontrar su camino y a los cuales transformará, por consiguiente, en trabajadores útiles (17), O mejor dicho: Si tantas personas huyen actualmente del trabajo, es porque nuestra sociedad lo ha organizado de la manera más dura y más repugnante. Penar durante diez o doce horas diarias en un taller, a menudo malsano, encadenado a un trabajo monótono y agotador y ser remunerado a cambio de este trabajo con un salario miserable, a duras penas suficiente para mantener a su familia ... ¿es ésta, acaso, una perspectira adecuada para seducir al trabajador? La sociedad anarquista tendrá precisamente como resultado principal, como el Falansterio de Fourier, el de hacer el trabajo productivo y atrayente a la vez (18). Las aplicaciones de la ciencia convertirán al taller en sano, aireado, luminoso. Las máquinas introducidas en el trabajo doméstico ahorrarán a la mujer en su casa muchos trabajos repugnantes. Los sabios, dispensados hoy de toda tarea penosa, descuidan este género de invenciones. Pero, si un Pasteur pasara soiamente cinco horas en las alcantarillas de París, tened por seguro que encontraría pronto el medio de hacerlas tan salubres enteramente como su laboratorio bacteriológico (19). Y en fin, y sobre todo: la duración del trabajo será reducida, limitada, lo más, a cuatro o cinco horas cada día, primero porque ya no habrá ociosos y luego porque también la ciencia, sistemáticamente aplicada a la producción, centuplicará su poderío. La prodigiosa extensión de la producción gracias a la ciencia es una de las ideas con las que más encariñados están los anarquistas. Kropotkin, en su Conquista del pan, nos traza de ello cuadros encantadores. Nos muestra las maravillas llevadas a cabo, merced al cultivo intensivo, por los hortelanos de los alrededores de París, por ejemplo, las 110 toneladas de legumbres cosechadas por uno de ellos sobre una sola hectárea de terreno, con tres obreros que trabajaban de doce a quince horas diarias. Partiendo de esta base, ve ya a los 3.600.000 habitantes de los departamentos del Sena y Sena y Oise procurarse, con un trabajo anual de cincuenta y ocho medios días por adulto,
todo el trigo, toda la leche, todas las legumbres, pan y frutos de lujo que puedan desear. Aplicando a la habitación cálculo análogo, encuentra que un trabajo de veintiocho a treinta y seis días por año, proporcionaría a una familia una de esas casitas obreras sanas y confortables como las que se construyen en Inglaterra. Y exactamente igual por lo que se refiere al vestido. Las fábricas americanas producen hoy día por término medio 40 metros de tela de algodón en diez horas; admitiendo que una familia necesite para su uso 200 metros de esa tela cada año, que ya es mucho suponer, ello equivaldría a cincuenta horas de trabajo, o sea diez medias jornadas de cinco horas cada una (20). En resumen, que trabajando cuatro o cinco horas al día hasta la edad de cuarenta o cincuenta años, el hombre podría fácilmente producir todo lo que es necesario para garantizar la situación desahogada de la sociedad (21). Elíseo Reclus comparte estas esperanzas. Para él, dentro de la gran familia de la Humanidad, el hambre no es solamente el resultado de un crimen colectivo, sino que es además un absurdo, desde el momento que los productos exceden del doble de las necesidades del consumo (22). En medio de semejante superabundancia de riquezas, en un mundo así transformado en una perpetua Jauja, la distribución de los bienes dejará de ser un problema difícil. Nada más sencillo de organizar: Libertad para coger sin tasa de lo que se posee en abundancia. Racionamiento de lo que debe ser medido y repartido (23). Tal es el principio. En caso de racionamiento se comenzará, desde luego, por atender las necesidades de las mujeres, de los niños, de los ancianos y de los enfermos; detrás vendrán los adultos. Es la misma práctica de las sopas comunistas, de las que las huelgas nos suministran numerosos ejemplos. La guerra ha puesto también de manifiesto que el racionamiento era perfectamente posib!e para ciertas y determinadas mercancías, aunque no siempre muy fáciles de evitar los fraudes y transgresiones. Y por lo que toca a las leyes del valor que rigen hoy día la distribución de las riquezas y que los economistas creían inmutables y necesarias, los anarquistas se sonríen, o mejor dicho, ni se preocupan de ellas (24).
Notas (1) Bakunin: Obras, tomo I, pág. 298. (2) Idem, tomo I, pág. 286. (3) Idem, tomo I, pAg. 277. (4) Ya se hallaba en su lecho de muerte y todavía declaraba Bakunin a su amigo Rei'hel: Toda nuestra filosofía parte de una base falsa. Y es que comienza siempre considerando al hombre como individuo y no, como debería hacerlo, como un ser que pertenece a una colectividad. (citado por Guillaume, prefacio al Tomo II de las Obras de Bakunin, pág. LX). En su Philosophie du Progrés (Ouvres, tomo XX, págs. 26 a 38), escribe Proudhon: Todo lo que la razón sabe y afirma es que el ser, lo mismo que la idea, es un grupo ... Todo lo que existe está agrupado, todo lo que forma grupo es uno, y, por consiguiente, es perceptible, y, por consiguiente, es ... Fuera del grupo no hay más que abstracciones y fantasmas. Por este concepto del ser en general ... es por el que yo creo posible probar la realidad positiva y, hasta cierto punto, demostrar las ideas (las leyes) del yo social o del grupo humano, y comprobar y manifestar, por encima e independientemente de nuestra existencia individual, la existencia de una individualidad superior del hombre colectivo. En muchos otros lugares se vuelve a encontrar todavía la expresión de la misma idea, por ejemplo, en el Petit cathéchisme politique, que figura al final del primer tomo de La Justice dans le Revolution, etc.; y, asimismo, en la Idée générale de la Revolution. En opinión de Kropotkin, el hombre no ha vivido jamás de otro modo que en sociedad: Por muy lejos que nos podamos remontar en la paleoetnologia de la humanidad, encontramos a los hombres viviendo en sociedades, en tribus semejantes a las de los mamíferos más elevados (La ayuda mutua, pág. 85). El hombre no ha creado la sociedad. La sociedad es anterior al hombre, dice en otro lugar (The State; its historic róle, Londres, 1898, pág. 6). Véase, cliqueando sobre las letras azules, Kropotkin, Pedro, El Estado, México, Biblioteca Virtual Antorcha, cuarta edición cibernética, enero del 2003, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar.
Para Juan Grave, por el contrario, el individuo es anterior a la sociedad ... Destruid al individuo y ya no podrá haber sociedad. Si la asociación se disuelve. si los individuos se aislan, vivirán mal, volverán al estado salvaje; sus facultades, en lugar de progresar, experimentarán una regresión; pero, en resumidas cuentas, y a pesar de todo, continuarán existiendo (La société future, págs. 160 y 162). Este concepto de Juan Grave le es enteramente personal y no está de acuerdo con la doctrina de los verdaderos fundadores de la teoría: Bakunin, Kropotkin, Proudhon. Claro está, por otra parte, que estos últimos están mucho más cerca de la verdad, porque tan imposible es concebir al individuo sin la sociedad, como a la sociedad sin el individuo. El individuo, como dice muy bien Bakunin, es una ficción, o una abstracción, como había dicho Walras. A muchas personas les cuesta trabajo aceptar esta idea; parece, sin embargo, ser la única de acuerdo con los datos de la Historia y de la Historia Natural. No se puede concebir al individuo fuera de la sociedad, como no se puede concebir un pez fuera del agua. Un pez al que se le saca del agua, no por eso deja de ser un pez sólo que es un pez ... muerto. (5) Bestiat habla de este error, el más funesto que haya podido jamas infectar la ciencia y que consiste en confundir la sociedad con el gobierno, y se plantea él, del siguiente modo, el problema de la misión del Estado: dentro del gran circulo que se llama sociedad, trazar racionalmente el círculo concéntrico que se llama gobierno (Armonias, pags. 539 y 540). Dunoyer expresa tambIén la misma idea en distintas ocasiones. (6) Tal es el título del libro de Kropotkin, traducido al francés con el nombre de L'Entr'aide (París, 1906). (7) Kropotkin: Alrededor de una vida, pag. 414. Véase también Palabras de un rebelde, páginas 221 y siguientes. (8) Esta idea la han expresado con mucha frecuencia Reclus y Kropotkin.
El solo hecho de haber instituido, reglamentado, codificado, flanqueado de coacciones, de multas, de policias y de carceleros el conjunto mas o menos incoherente de las concepciones politicas, religiosas, morales y sociales de nuestros dias para imponerlas a los hombres de mañana, este hecho absurdo en si, no puede tener mas que consecuencias contradictorias. La vida, siempre imprevista, siempre renovada, no puede acomodarse a unas condiciones elaboradas por una época que ya no existe (Eliseo Reclus: ob. cit., paginas 108 y 109). La sociedad anarquista -dice Kropotkin en La anarquía: su filosofía; su ideal, 1896, págs. 17 y 18, es una sociedad a la cual repugnan las formas preestablecidas, cristalizadas por la ley; pero que busca la armonía en el equilibrio, siempre cambiante y fugitivo, entre la multitud de fuerzas variadas y de influencias de todo género, las cuales siguen su respectivo curso, y que gracias precisamente a la libertad de producirse a plena luz y de contrabalancearse, pueden provocar las energías que les son favorables cuando marchan hacia el progreso. (9) Alrededor de una vida, pág. 410. (10) Proudhon planteaba ya el problema en los siguientes términos: Encontrar una fórmula de transacción que, conduciendo hacia la unidad la divergencia de intereses, identificando el bien particular con el bien general, borrando las desigualdades de la naturaleza, mediante la de la educación, resuelva todas las contradicciones políticas y económicas; una fórmula por la cual cada individuo sea igual y sinónimamente productor y consumidor, ciudadano y príncipe, administrador y administrado; una fórmula con la que su libertad aumente siempre sin que jamás tenga necesidad de enajenar nada de ella; una fórmula, en fin, gracias a la cual su bienestar crezca indefinidamente sin temor a esperar por parte de la sociedad o de sus conciudadanos ningún perjuicio, ni en su propiedad, ni en su trabajo, ni en el fruto de éstos, ni en sus relaciones de intereses, de opinión o de afecto con sus semejantes (Idée générale de la Revolution, pág. 145). Y Juan Grave se expresa así: Si la sociedad estuviera establecida sobre bases naturales, el interés individual y el interés general no podrían nunca chocar el uno con el otro (La Societé future, pág. 156). (11) La Societé future, pág. 16. Y Kropotkin dice: No se nos oculta que si se le dejara al individuo una entera libertad de pensamiento y de acción, tendríamos que esperar, hasta cierto punto, exageraciones muchas veces extravagantes de nuestros principios (Alrededor de una vida, pág. 413). (12) Bakunin: Obras, Tomo III, pág. 79, nota: La única grande y todopoderosa autoridad natural y racional a la vez -la única- que podemos espetar, será la del espíritu colectivo y público de una sociedad fundada sobre la igualdad y sobre la solidaridad, tanto como sobre la libertad y el respeto humano y mutuo de todos sus miembros ... Esa autoridad será mil veces más poderosa ... que todas vuestras autoridades divinas, teológicas, metafísicas, políticas y jurídicas instituídas por la iglesia o por el Estado; más poderosa que vuestros Códigos penales, vuestros carceleros y vuestros verdugos. (13) Alrededor de una vida, pág. 414. También es ésta una de las ideas favoritas del liberalismo. (14) Kropotkin: La conquista del pan, pág. 202. (15) Grave: ob. cit., pág. 297. Proudhon es más severo: Si tú juras el pacto ... formas parte de la sociedad de los hombres libres ... En caso de infracción por parte de ellos o por la tuya ..., sois responsables los unos de los otros ..., esta responsabllldad puede llegar ... hasta la excomunión y hasta la muerte (Idée générale de la Révolution, pág, 343). (16) Kropotkln: La ayuda mutua, pág. 19. (17) En nuestro modo de sentir, el verdadero holgazán, en el sentido estricto de la palabra, no existe. No hay más que individuos cuyas facultades no han podido desenvolverse libremente y a los que la organización social ha impedido que su actividad encuentre su dirección normal ... Haced una sociedad en la que los indlviduos puedan escoger sus ocupaciones y veréls a los más hOlgazanes volverse útiles. J. Grave: La Societé future, páginas 277 y 278. En el mismo sentido se expresa Kropotkin en La conquista del pan, capitulo Objeciones. (18) Kropotkin: Alrededor de una vida, pág. 414, y La conquista del pan, página 156. Pero los anarqulstas no son partidarios de generalizar el Falansterlo y prefieren la vida de familia individual. (19) Kropotkin: La conquista del pan, pág. 204. (20) Kropotkin: La conquista del pan, pág. 126. (21) Kropotkin: La conquista del pan, pág. 135.
La mutua ayuda y el concepto anarquista de la sociedad