Indice de Los anarquistas de Carlos Gide y Carlos Rist | CAPÍTULO TERCERO. La mutua ayuda y el concepto anarquista de la sociedad | CAPÍTULO QUINTO. La doctrina bolchevique | Biblioteca Virtual Antorcha |
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Los anarquistas Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO CUARTO Pero, ¿cómo realizar este hermoso sueño? ¿Cómo pasar de la sociedad miserable en que vivimos a la edad de oro que los anarquistas nos hacen columbrar? ¿Cómo? Por la revolución. La teoría de la revolución es uno de los elementos esenciales de la doctrina anarquista. En general, es incluso lo más concreto que el público conoce de esta doctrina. De ella nosotros no diremos, sin embargo, más que unas cuantas palabras: que ya nos ha arrastrado el anarquismo demasiado lejos de las ideas económicas propiamente dichas. Primeramente, a Proudhon hay que sácarlo aparte. Ya hemos visto que éste desaprueba la revolución violenta. En su opinión, la única revolución capaz de realizar la anarquía es la revolución de los corazones y de las conciencias. Pero sus sucesores no son tan pacientes. La revolución se presenta a sus ojos como una necesidad ineluctable, a la cual no será posible escapar. Imaginar a los privilegiados de nuestros días, consintiendo por sí mismos en una nueva noche del 4 de agosto, en sacrificar sus privilegios y volver a la palestra, es dejarse enganchar voluntariamente en el anzuelo; más aún: el acontecimiento, aun siendo posible, apenas si sería deseable. El pueblo -dice Eliseo Reclus- sería capaz, con su acostumbrada generosidad, de dejarse conmover y decir a sus antiguos amos: Conservad vuestros privilegios. ¡Nunca!, exclama Reclus. Es preciso que se haga justicia; para que las cosas vuelvan a tomar su natural equilibrio, es menester que los oprimidos se alcen por sus propias fuerzas, que los expoliados adquieran de nuevo su bien, que los esclavos reconquisten su libertad, No tendrán realmente todo esto hasta que lo hayan ganado en empeñada lucha (1). Y, no obstante, no quiere esto decir que Bakunin, Kropotkin o sus discípulos gusten de ver correr la sangre y se complazcan en los desencadenamientos de las violencias. No; la efusión de sangre, siendo como es inevitable en una revolución e inseparable de ella, no por eso es menos lamentable en sí misma. Y será necesario limitarla a su mínimum. Las revoluciones sangrientas son muchas veces necesarias a causa de la humana estupidez, pero son siempre un mal, un mal inmenso y una gran desgracia, no solamente a causa de sus víctimas, sino a causa también de la pureza y de la perfección del fin que se persigue y en el nombre del cual se las comete (2). De lo que se trata -dice Kropotkin (3) ... es no tanto de saber el modo de evitar las revoluciones, como de encontrar el medio de obtener los mejores resultados, conteniendo cuanto se pueda la guerra civil, restringiendo el número de las víctimas, usando con ellos del mínimum de encarnizamiento. Para ello hay que contar ante todo con los instintos del pueblo, que lejos de ser sanguinario, tiene demasiado buen corazón para que la crueldad no le repugne bien pronto (4). Pero, sobre todo, hay que luchar no tanto contra los hombres como contra las posiciones, contra los individuos menos que contra las situaciones sociales, y por esto es por lo que Bakunin concede la mayor importancia a quemar lo primero de todo, en tiempos de revolución, los archivos, los papeles de todas clases que sirven de títulos a la propiedad; a suprimir inmediatamente los tribunales y la policía; a licenciar el ejército y a confiscar sin vacilaciones los instrumentos de producción, casas, talleres, fábricas, minas, etc. En su Conquista del Pan, Kropotkin nos presenta a los habitantes de una región insurrecta apoderándose, antes que de ninguna otra cosa, de las casas para ocuparlas; de los almacenes de ropas, a fin de que cada uno pueda coger en ellos lo que necesite, y de la tierra para cultivarla y distribuirse sus productos. Si se procede de esta manera -en lugar de respetar cándidamente, como lo hizo la Commune de 1871, los tesoros del Banco de Francia-, la revolución tocará rápidamente a su fin, y la reorganización espontánea de la producción quedará asegurada sobre bases indestructibles y con el mínimo derramamiento de sangre. A pesar de estas protestas relativamente humanitarias, han dado cabida muchas veces a otras expresiones infinitamente más violentas. Bakunin, al menos durante una época de su vida, ha predicado la revolución salvaje y sin cuartel contra los privilegiados, y así ha podido pasar con justicia por inventor de esta propaganda con los hechos, que aplicada allá por los años 1890-1895 por fanáticos exasperados, ha levantado contra el anarquismo a toda la opinión pública. Comprendemos la revolución -ha escrito en cierta ocasión- en el sentido del desencadenamiento de todo lo que hoy se llama las malas pasiones y de la destrucción de lo que en ese mismo lenguaje se conoce con el nombre de orden público. El bandidaje -dice en otro lugar- es una de las más honorables formas de la vida politica rusa ... El bandido es un héroe, un defensor, un salvador del pueblo (5). Y en una especie de proclama titulada Los principios de la Revolución, cuya atribución a Bakunin se ha puesto, es verdad, en duda, pero que parece, sin embargo, ser la traducción, por lo menos momentáneamente, de su manera de pensar, ha predicado sin reservas, la destrucción por la destrucción. La generación actual -se lee en esa proclama- debe destruir ciegamente y sin distinciones, todo lo que existe, con este solo pensamiento: cuanto más se pueda y cuanto más deprisa se pueda (6). En cuanto a los medios, los más variados pueden servir: El veneno, el puñal, el lazo ... La revolución todo lo santifica en este terreno. El campo está, pues, libre (7). A Bakunin le ha sido simpático siempre el papel de conspirador. En los Estatutos de los Hermanos Internacionales, reglamento de una especie de cofradía revolucionaria creada por él en 1864, se encuentran párrafos de una violencia casi tan salvaje como los del famoso Catecismo revolucionario de Nechaieff (8). De todos modos, es difícil encontrar una expresión más enérgica de la exasperación revolucionaria que la contenida en el siguiente párrafo de los Estatutos de la Alianza Socialista internacional, verdadero programa de la anarquía, que parece ser el fiel reflejo de la manera de pensar de Bakunin, y con el cual terminamos esta exposición. Dice así: Queremos la revolución universal, social, filosófica, económica y política a la vez, a fin de que del orden de cosas actual, fundado sobre la propiedad, sobre la explotación, sobre la dominación y sobre el principio de autoridad, ya sea ésta religiosa, ya metafísica y burguesamente doctrinaria, ya jacobinamente revolucionaria inclusive, no quede en toda Europa primero y en todo el resto del mundo después, ni piedra sobre piedra. Al grito de paz a los trabajadores, de libertad a todos los oprimidos y de muerte a los dominadores, a los explotadores, a los tutores de toda laya, queremos destruir todos los Estados y todas las iglesias, con todas sus instituciones y con todas sus leyes religiosas, políticas, jurídicas, financieras, policíacas, universitarias, económicas y sociales, a fin de que todos esos millones de pobres seres humanos, engañados, sojuzgados, atormentados, explotados, oprimidos, libres de una vez de todos sus directores y bienhechores oficiales y oficiosos, asociaciones e individuos, respiren por fin las auras de una verdadera y completa libertad (9). No es nuestra misión la de discutir la doctrina anarquista. Semejantes generalizaciones, que ninguna restricción por pequeñísima que sea viene a limitar, desarman al espíritu crítico, Estas pretendidas teorías no son principalmente más que efusiones de unos sentimientos apasionados. ¿Será necesario, pues, refutarlas? Limitémonos por nuestra parte a indicar someramente su influencia. No nos referimos a atentados criminales, provocados por una predicación que se dirige muy a menudo a espíritus incultos, exasperados por la miseria e incapaces de encontrar en sí mismos el contrapeso de unas fórmulas de violencia simplista. A falta de una justificación imposible, estos atentados calificados de propaganda por los hechos encuentran su explicación en la inconsciencia y en la exaltación de sus autores. No es posible hacer responsable de ellos a una doctrina social que, según los casos, puede ser considerada cormo la filosofía de la más salvaje destrucción, o como la expresión más elevada de un ideal de fraternidad humana y de progreso individual. La influencia a que nos queremos referir es a la ejercida por el anarquismo sobre la clase obrera en general. Es indiscutible que aquél ha provocado en ésta un despertar del individualismo, una reacción contra el socialismo centralizador de Carlos Marx. Su éxito ha sido grande, sobre todo en los países latinos, por más que en Austria haya el anarquismo amenazado durante algún tiempo con suplantar completamente al socialismo. Sin embargo, los progresos del anarquismo han sido sorprendentes, principalmente en Francia. en Italia y en España. ¿Es que son en estos países más numerosas las fuertes individualidades que en los demás? No lo parece. Es más bien que en estos países, nacidos recientemente a la libertad, el orden y la disciplina, aun libremente aceptados, se presentan harto a menudo todavía como una servidumbre intolerable. Entre 1880 y 1895 se constituyó un verdadero partido anarquista. Desde esta última fecha, su luna ha ido en menguante. Pero la influencia del anarquismo no ha desaparecido por esto, sino que se ha manifestado de modo diferente. Se ha visto, en efecto -sobre todo en Francia-, a muchos antiguos anarquistas penetrar en los sindicatos obreros, e incluso tomar muchas veces la dirección del movimiento sindicalista. A su influjo los sindicatos han tratado de emanciparse cada vez más de la tutela del partido socialista. La Confederación General del Trabajo ha tomado como bandera dos palabras que en los escritos anarquistas se encuentran aparejadas por doquier -bienestar y libertad-, ha predicado la acción directa, es decir, la acción independiente de los poderes públicos y con carácter revolucionario, y, finalmente, ha preconizado la indiferencia por la política, dedicándose los obreros exclusivamente a la lucha económica. Los tratadistas teóricos del sindicalismo revolucionario rechazan actualmente todo compromiso con el anarquismo. A pesar de todas sus protestas, no nos costaría, sin embargo, mucho trabajo demostrar entre sus ideas y las de un Bakunin o un Kropotkin, numerosas analogías. ¿No es, por lo demás, Proudhon tanto como Marx, su inspirador? Y el modo de pensar de Proudhon ya hemos visto que es la fuente de las doctrinas anarquistas. Se asemejan, primeramente, en su concepto de la violencia como método de regeneración y de purificación de la vida social. A la violencia -dice Sorel- es a la que debe el socialismo los altos valores morales por los cuales trae la salvación al mundo moderno (10). Para los anarquistas, igualmente, la revolución será como la tormenta que purifica la atmósfera cargada de los días de verano, y tras la que vuelve a brillar el cielo puro y sereno. Kropotkin invoca la revolución, no solamente para derribar el régimen económico, sino también para remover la vida intelectual y moral de la sociedad, sacudir la torpeza y el anquilosamiento, reformar las costumbres e introducir en el ambiente de pasiones viles y mezquinas del momento el soplo vivificador de las pasiones nobles, de los grandes empeños, de los generosos sacrificios (11). En estos mismos términos exactamente se ha visto a los teorizantes de la guerra, sobre todo en Alemania, hacer el panegírico, antes de 1914, de sus regeneradores efectos. En segundo lugar, las preocupaciones morales, ausentes de la filosofía de Marx, se encuentran en un grado idéntico en Sorel y en los anarquistas. Ya hemos visto a Bakunin, a Kropotkin, y, sobre todo, a Proudhon, reclamar de cada individuo un respeto humano que le haga digno a sí mismo de la libertad. Proclaman éstos la soberanía de la razón, que es la única que hará a los hombres libres, en toda la fuerza de la palabra; y Sorel, después de haber declarado que la nueva escuela se ha distinguido prontamente del socialismo oficial al reconocer la necesidad de perfeccionar las costumbres, añade: No tengo el menor reparo en reconocerme anarquizante desde este punto de vista (12). Finalmente, su ideal social y político es el mismo: la supresión de la propiedad y la del Estado también. El sindicalismo odia al Estado tanto como el anarquismo. El sindicalismo ve en el Estado -nos dice uno de ellos- el parásito por excelencia, el improductivo instalado sobre el productor y viviendo de su substancia (13), y en opinión de Sorel el socialismo se ha convertido en una preparación de las masas empleadas en la gran industria que quieren suprimir el Estado y la propiedad (14). Productores libres trabajando en un taller desembarazado de patronos (15), tal es, una vez más, según Sorel, el ideal del sindicalismo. Y la misma hostilidad se halla también en los unos y en los otros contra la democracia reinante que se apoya sobre la fuerza del Estado. Ambos conceptos, a pesar de tantos puntos de contacto, permanecen, sin embargo, diferentes. El anarquismo tiene puesta su confianza en la acción espontánea de la libertad universal para regenerar la sociedad. En cambio, el sindicalismo se apoya sobre un instrumento particular y preciso: el sindicato obrero, considerado como la herramienta esencial de la lucha de clases, y tomándolo como base levanta un ideal de sociedad de productores, fundada sobre el trabajo y de la cual estará proscrito el intelectualismo; mientras que el anarquismo se complace en la misión de una especie de sociedad natural que los sindicalistas consideran a la vez quimérica y peligrosa. No estaba de más, sin embargo, que indicásemos esta analogía, tan digna de llamar la atención, entre las dos corrientes de ideas que más profunda influencia han ejercido sobre la clase obrera en los comienzos del siglo XX y que traducen, tanto la una como la otra, un característico despertar del individualismo.
Notas (1) L'Evolution, etc.. pág. 154. Kropotkin dice: Los que ambicionan el triunfo de la Justicia, los que quIeren poner en práctica las ideas nuevas ..., comprenden la necesidad de una tormenta revolucionaria que barra a escobazos toda esta basura, que vivifique con su hálito los corazones entumecidos y que inyecte en la socledad el sacrificio, el desinterés, la abnegación, el heroismo, sin los cuales una sociedad se envilece, se degrada, se corrompe, se descompone Palabras de un rebelde, pág, 280). (2) Bakunin, en Sozial-politischer Briefwechser, págs. 297 y 309. (3) Alrededor de una vida, pág. 297. (4) Kropotkin, citado por Eltzbacher, pág. 236. Tan pronto como la revolución ha revestido el carácter socialista, ha dejado de ser sanguinaria y cruel. El pueblo no tiene absolutamente nada de cruel; son las clases privilegiadas las que lo son ... De ordinario es bueno y humano. Sufre demasiado el mismo para que no se compadezca de los sufrimientos (Bakunin: t. III, págs. 184 y 185). La misma idea se encuentra en Sorel: Reflexions sur la violence. (5) Bakunin's Sozial-politischer Briefwechael, págs. 335 y 353. (6) Bakunin's Sozial-politischer Brtefwechsel, pág. 361. A decir verdad, se trata de una proclama dirigida a la juventud rusa, lanzada en el momento en que el zar Alejandro II, luego de haber hecho concesiones al liberalismo mediante la emancipación de los siervos, volvía de nuevo, al sistema de despotismo y de cruel represión de su padre, Nicolás I, exasperando con ello tanto más a los partidos avanzados, por cuanto habían creído un instante ver entreabrirse las puertas de la libertad. Y, a decir verdad, también Bakunin se encontraba en este momento bajo la Influencla de un fanático sin escrúpulo, llamado Nechaieff, cuya energia salvaje y sombría y cierta especie de misticismo del crimen puesto al servicio de la revolución le habían momentáneamente subyugado. Más tarde, Bakunln reprobó enérgicamente estos procedimientos criminales y declaró que había sido víctima de un engaño. (7) Bakunin´s sozial-politischer Briefwechsel, pág. 361. (8) El texto francés de este catecismo se puede encontrar en Bakunin's sozial-politischer Briefwechsel. De acuerdo a nuestras fuentes, el título correcto de esta obra es: Catecismo del revolucionario y no Catecismo revolucionario, puesto que la autoría de la primera, esto es, del Catecismo del revolucionario pertenece a Nechaieff, mientras que la de la segunda, o sea, del Catecismo revolucionario, es de Bakunin. (Aclaración de Chantal López y Omar Cortés). (9) Bakunin's Sozial-politischer Briefwechsel, pág. 332. (10) Reflexions sur la violence, pág. 253. (11) Palabras de un rebelde, págs. 17 y 18. (12) Réflexions sur la vlolence, pág. 218. (13) Berth: Les nouveaux aspects du socialisme, pág. 3. Véase, cliqueando sobre las letras azules, Berth, Edouard, Anarquismo y sindicalismo, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, enero del 2004, captura y diseño, López, Chantal y Cortés, Omar (14) Réflexions sur la violence, Introducción, pág. 37. (15) Idem. pág. 237.
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