Por qué hay que afiliarse al Partido Antirreeleccionista
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¡Pobre juventud!
Un fraude a las esperanzas del pueblo
Es cosa para renegar de nuestra raza y de los tiempos en que vivimos, el descubrir, asombrados, el vergonzoso raquitismo moral con que entran a la vida activa del ciudadano los intelectuales de nuestros días, esa porción social que debiera ser poseedora de mayor dosis de virtud cívica, después de haber empleado en las aulas toda una juventud para nutrir sus cerebros de ciencia y prepararse a dirigir más tarde los destinos de nuestra sociedad.
El que los conoció en los bancos de la cátedra y vio sacudidos sus espíritus por las mismas corrientes de entusiasmo a cada nueva idea que venía a disipar una sombra, a cada nueva teoría que llegaba a ensanchar los horizontes de la justicia humana y a cada pensamiento, vaticinador para el hombre, de próximos tiempos francamente propicios para la vida de la libertad y del derecho; el que presenció sus sinceros e innumerables arrebatos de exaltación patriótica al recorrer las páginas esplendentes de la historia de los pueblos que más han luchado por ella; el que sólo escuchó de sus labios, anatemas e imprecaciones para todos los tiranos, y vió alborozado cómo rendían culto a los héroes y a los hombres de todas las latitudes que habían perecido por conquistar para la humana especie, algo que la hiciese menos infeliz; el que fue testigo de esas manifestaciones de alta civilización, hoy se le contrista el alma y a la vez se le inunda de indignación, al ver cómo al primer embate de la vida, esos jóvenes que parecían incorruptibles, han apostatado de sus sentimientos, defraudando todas las esperanzas que en ellos vinculó la sociedad, sosteniendo escuelas que no tienen por destino amamantar esclavos, sino procrear hombres libres que se preocupen por el honor de nuestra nacionalidad y por el progreso moral de nuestro pueblo.
A la vista de tan lamentable espectáculo, no se puede dejar de pensar que la sociedad saldría más favorecida con la clausura de esas escuelas profesionales que sólo vomitan jóvenes enfermos, repleta la cabeza de una infinita petulancia, y lo que es más grave, ayunos absolutamente de patriotismo.
Lo demuestra esa facilidad con que hacen coro a la depravada vieja prensa gobiernista, que tanto aborrecían cuando fueron estudiantes, mientras hoy se colocan a su lado para colaborar en la tarea indigna de rebajar al pueblo que les da de comer y para incrustarle en la conciencia que deben perder toda esperanza de regeneración; pues que es más fácil que la Tartaria se convierta en República que nosotros lleguemos siquiera a comprender lo que significa un gobierno.
El bochornoso cambio de frente que han dado es tan flagrante, que si ayer hubieran visto surgir un grupo de ciudadanos empuñando la enseña de la oposición, se habrían entregado delirantes a ensalzar sin medida la redentora actitud de ese pequeño núcleo de patriotas, mientras que hoy ha surgido un verdadero partido de oposición, el Anti-Reeleccionista, que se muestra iconoclasta de todo ídolo falso y sabe poner al desnudo apócrifas grandezas que son una maldición y constituyen toda una verdadera calamidad para la patria, y ahora los que tal pensamos somos objeto, por parte de ese selecto grupo de intelectuales, que en un tiempo ansiaron el bien para su país, de la crítica más injustificada que pluma alguna mercenaria haya sabioo jamás enderezar.
Ocupémonos por ahora del más inofensivo de sus ataques.
Se nos llama fracasados y se sostiene que sólo nos mueve el despecho y la impotencia; sin embargo, ellos saben que sin la protección de nadie, holgadamente hemos sabido vivir y sostener una familia por nuestro propio esfuerzo, desde antes que adquiriésemos un título, y precisamente hemos sabido hacerlo porque no conocemos el fracaso sino de nombre, porque tenemos conciencia de nuestra virilidad y de nuestra vida.
Se nos dice que andamos suspirando por los puestos públicos, a donde sólo llegan los capaces y no los ineptos como nosotros.
Tienen razón: adolecemos de una ineptitud radical, que es el más claro timbre de nuestro orgullo: somos incapaces de penetrar a la vida pública por la estrechísima y baja puerta de la adulación y de la indignidad.
Si estuviéramos hambrientos y nos juzgásemos impotentes para luchar en la vida con armas nobles, hace tiempo que los hubiéramos imitado, porque ¿quién nos ha impedido ir a engrosar las filas de los déspotas?
¿Acaso no sabéis que éstos siempre están listos para comprar conciencias y corromper a los hombres honrados?
Claro está que si no fuésemos lo que somos, con arrastrarnos un poco, habríamos llegado a donde ellos están, para vergüenza de las escuelas profesionales y mengua de la democracia nacional.
Sería muy conveniente, en consecuencia, que ese selecto grupo de apóstatas no empleara semejantes medios de ataque, porque no hacen sino exhibir el método, muy usado en los pueblos degenerados y que están próximos a su disolución, de que se han servido y seguirán empleando para escalar alturas que para ellos debieran ser inaccesibles.
(Publicado en el Anti-Reeleccionlsta, Organo del Centro Anti-Reeleccionista de México, de fecha 11 de septiembre de 1909).
Federico González Garza