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El espíritu de rebeldía
Ilusos nos llamaron; soñadores de imposibles, nos dijeron. Ilusos, soñadores utopistas, todo esto nos llamaban los que confiaron en la fuerza del dinero para hacer una revolución. Y la masa inconsciente, la masa deslumbrada por el equívoco prestigio del oro, nos volvió la espalda. Madero ganará, decían los adoradores del becerro de oro; Madero va a triunfar, clamaban los esclavos que, a pesar del yugo del dinero y del poder continúan arrodillados ante el fantasma de las tradiciones.
¿Quiénes fueron los ilusos? ¿Quienes fueron los utopistas? Ellos lo fueron, los maderistas que creyeron conquistar en un abrir y cerrar de ojos la silla presidencial para su flamante amo. Creyeron esos ilusos que con comprar miles de fusiles y llamar al pueblo a que los tomase para sentar a Madero en la Presidencia de la República, bastaba para tener asegurado el triunfo. Torpe ilusión. Se necesita algo más que fusiles para que un pueblo se levante. Se necesita que el espíritu de rebeldía haya prendido bien en los cerebros de los oprimidos, y para que ese espíritu de rebeldía se manifieste, es preciso que una propaganda eficaz la cultive.
Pero los maderistas, en vez de cultivar el espíritu de rebeldía, propagaron, tanto como el miedo se los aconsejo, el pacifismo. Todos sus periódicos aconsejaban al pueblo la sumisión y el respeto a la autoridad; pregonaban, con irritante insistencia, el deber de conservar el orden; decían que era antipatriótico instigar al pueblo a la revuelta; al primer síntoma de materialización del descontento popular, el maderismo dirigía la temblorosa mano hacia el norte: nos invadirán, nos conquistarán -gemían- si nos rebelamos; no hay que emplear la fuerza, decía el maderismo, todo se obtendrá por medio de la boleta electoral.
Esta propaganda pacifista ha dado su fruto. Tanto se habló de los horrores de la guerra entre hermanos, de invasiones de bárbaros, de desquiciamiento nacional, de vuelta a la barbarie, que la gente se acobardó.
Madero no debe su derrota a la fuerza del despotismo sino al miedo de las masas esclavas. La revuelta de Madero no fue vencida hace unos cuantos días, sino desde el primer día que sus periódicos predicaron el pacifismo. La fosa del maderismo fue abierta por el primer maderista que condenó la rebelión y predicó las excelencias del voto.
¿Pruebas? Ahí está Puebla. Todos saben ya la resistencia heróica que un grupo de mujeres de la familia Serdán llevó a cabo en su casa sitiada por una multitud de polizontes y esclavos de uniforme, o sean soldados. Las mujeres se batieron como no lo hacen muchos hombres.
Sostuvieron una lucha de horas en la que se cambiaron más de diez mil tiros por una y otra parte. En lo más terrible de la lucha, cuando las mujeres casi ni defendían su cuerpo con los antepechos de las ventanas y de las azoteas de la casa en que estaban, cuando aquellas magníficas luchadoras, con el rifle tendido sembraban la muerte entre las filas odiosas de los defensores de la tiranía, una de las heroínas, hermosa como una estatua de guerra, gritó a la muchedumbre que presenciaba aquella gloriosa epopeya con la indiferencia con que se contempla una fastidiosa exhibición cinematográfica: ciudadanos, aquí hay armas tomadlas para conquistar vuestra libertad como lo hacemos nosotras; venid en defensa de vuestras hermanas; el honor dice que debéis estar aquí batiéndoos.
No hubo uno solo de entre aquella miserable muchedumbre que volara a tomar un fusil; aquellos castrados se encogieron de hombros, y horas después, vieron, con la misma indiferencia, a la soldadesca y a los polizontes vencer al fin y aplastar y deshonrar y pisotear a aquellas heroinas dignas de que el escultor las perpetue en el mármol y el poeta haga vibrar las cuerdas heróicas de su lira.
Y no hay que olvidar que el rebaño poblano fue el que en mayor número figuró en aquellas manifestaciones populares en honor a Madero, cuando éste recorría el país recomendándose para la Presidencia de la República. Esto quiere decir que esas multitudes de afeminados y de eunucos creían, porque así se les dijo miles de veces y en todos los tonos, desde el lacrimoso hasta el solemne y enérgico, que no es necesario recurrir a la violencia para conquistar libertades, sino que basta con la fuerza de la boleta electoral para transformar las condiciones de un país. El hombre está siempre dispuesto a optar por lo más fácil, por lo que menos riesgos trae consigo. La multitud se siente desgraciada y tiene el deseo de cambiar de situación; pero ha sido educada para la sumisión y la obediencia; la tradición, la ley, el juez, el polizonte, todo, todo le ordena que debe ser obediente, que debe someterse a las disposiciones de los amos o de los tiranos, y si a esto se agrega la propaganda afeminada de los pacifistas, fácil es deducir que una multitud así sólo puede servir para recorrer las calles de una ciudad aclamando a un candidato; pero correrá a esconderse y abandonará a su ídolo cuando se le llame a tomar el fusil aun cuando sean las mujeres las que pongan el ejemplo de la hombría y del heroismo.
Las mismas causas que tuvieron a las multitudes poblanas cruzadas de brazos mientras que un puñado de mujeres se batía con las tropas del despotismo, obraron para que el pueblo todo de la República se cruzase de brazos ante la lucha que los maderistas sostuvieron por unos cuantos días. El espíritu de rebeldía que había logrado difundir el Partido Liberal por medio de su propaganda, había sido ahogado por la propaganda pacifista del maderismo con sus periódicos.
Predicar la irreverencia no es cosa vana; predicar la irrespetuosidad no es inútil. Salgamos al frente a los arduos problemas actuales que piden una solución pronta y práctica, solución que, es necesario estar convencidos de ello, no pueden darle las boletas electorales sino los fusiles, y esos fusiles deben ser manejados por hombres convencidos de que la rebeldía es fecunda en bienes; pero no una rebeldía ciega y sin orientación, sino una rebeldía consciente que sabe a dónde va, que prevee la finalidad del esfuerzo, que sabe que, si derriba, está en la obligación de edificar, que, si destruye, debe construir.
El maderismo es incapaz de formar rebeldes en el sentido social de la palabra. Que adopten los maderistas los principios reivindicadores del Partido Liberal y entonces contarán en sus filas con rebeldes. Por personalismos no dan ganas de batirse. No es grato ir a arriesgar la vida para que un hombre pueda gozar de las ventajas que da el poder. Que vayan a batirse el candidato y los que tengan arreglado con él el reparto de los puestos públicos; pero el pueblo nada tiene que ganar con eso. Los oprimidos continuarán siendo oprimidos, cierto que ya no por Díaz sino por Madero; pero de todos modos la opresión será igual y tal vez peor.
Los hombres, ahora, quieren batirse por bienes materiales. Poco importan ya a los que sufren las palabras bombísticas: libertad, justicia, derecho. Lo que necesita el pueblo es pan, que la libertad vendrá por sí sola cuando se conquiste el derecho a vivir. La libertad, la justicia, el derecho nada significan para el pobre, ni significarán nada mientras, para comer él y su familia, necesiten depender de un amo. Cuando la tierra sea del pobre entonces será libre, porque dejará de ser pobre.
(De Regeneración, 3 de diciembre de 1910).
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