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SIN GOBIERNO
Hay personas que de buena fe hacen esta pregunta: ¿cómo ha de ser posible vivir sin gobierno?, y concluyen diciendo que es necesario un jefe supremo, un enjambre de funcionarios, grandes y chicos, como ministros, jueces, magistrados, legisladores, soldados, carceleros, polizontes y verdugos.
Esas buenas personas creen que, faltando la autoridad, todos nos entregaríamos a cometer excesos, resultando de eso que el débil sería siempre la víctima del fuerte.
Eso podría suceder solamente en este caso: que los revolucionarios, por una debilidad digna de la guillotina, dejaran en pie la desigualdad social. La desigualdad social es la fuente de todos los actos antisociales que la ley y la moral burguesas consideran como crímenes, siendo el robo el más común de esos crímenes. Pues bien, cuando todo ser humano tenga la oportunidad de trabajar la tierra o de dedicarse, sin necesidad de andar alquilando sus brazos, a cualquier trabajo útil para poder subsistir. ¿quién será aquel que haga del robo una profesión como se ve ahora? En la sociedad que anhelamos los libertarios, la tierra y todos los medios de producción no seran más objeto de especulación para un determinado número de propietarios, sino que serán la propiedad común de los trabajadores, y como entonces no habrá más que una clase: la de los trabajadores, con derecho todos a producir y a consumir en común, ¿qué necesidad habrá de robar?
Se dirá que hay personas dadas a la holgazanería, y que éstas, en vez de trabajar, se aprovecharían del trabajo ajeno para vivir. Yo he vivido en diferentes presidios; he hablado con muchos ladrones, con cientos de ladrones; casi todos ellos habían robado por necesidad. No hay trabajo constante: los salarios son mezquinos; la jornada de labor es verdaderamente agotante; el desprecio de la clase propietaria para la clase proletaria es irritante; el ejemplo que la clase capitalista da a la clase trabajadora de vivir en la holganza, en lujo, en la abundancia, en el vício sin hacer nada útil, todo esto hace que algunos trabajadores, por hambre, por indignación o como una protesta a su manera contra las rapacidades de la burguesía, la roben y se conviertan en criminales, llegando hasta el extremo de matar para tomar lo que necesitan pará vivir.
La profesión del robo no es ciertamente una de las más fáciles. Ella requiere una gran actividad y un gran derroche de energía por parte del ladrón, mayor actividad y mayor energía que la que en muchos casos se requiere para desempeñar alguna tarea; pues, para llevar a cabo el robo, el ladrón tiene que espiar a su víctima, estudiar sus costumbres, cuidarse del polizonte. trazar planos, arriesgar la vida o la libertad, en continua zozobra, sin límite en esa clase de trabajo, y es de suponerse que un hombre no se entrega a él por placer, sino empujado por la necesidad o por la cólera de verse en la miseria, cuando la clase rica pasa a su lado ebria de vino, de lujuria, la boca retorcida por el hipo del hartazgo, arropada en sedas y en trapos finos, envolviendo en una mirada de desprecio a la gente pobre que se sacrifica en el taller, en la fábrica, en la mina, en el surco ...
La inmensa mayoría de la población de las cárceles está compuesta de individuos que han cometido un delito contra la propiedad: robo, estafa, fraude, falsificación, etc., mientras una pequeña minoría de delincuentes se encuentran prisioneros por delitos contra las personas. Abolida la propiedad privada, teniendo todos la facultad de escoger un trabajo de su agrado, pero útil a la comunidad; humanizando el trabajo en virtud de que no se efectúa para que el patrón acumule riquezas, sino para satisfacer necesidades; devueltos a la industria los miles y miles de brazos que hoy acapara el Gobierno en sus oficinas, en los cuarteles, en las prisiones mismas; puestos todos a trabajar para ganarse el sustento, con la ayuda poderosa de la maquinaria de toda especie, se necesitará trabajar solamente unas dos o tres horas diarias para tener de todo en abundancia. ¿Habría entonces quien prefiriese el robo para poder vivir? El hombre, aun el más perverso, gusta siempre de atraerse la estima de los demás, de estar bien con los demás. Eso puede observarse hoy mismo, a pesar de que el medio en que vive la humanidad embota los mejores instintos de la especie, y si esto es cierto, ¿por qué no admitir que el hombre sería mejor en el seno de una sociedad libre?
En cuanto a los delitos contra las personas, en su mayor parte son el producto del medio malsano en que vivimos. El hombre vive en constante sobreexcitación nerviosa; la miseria, la inseguridad de ganar el pan de mañana; los atentados de la autoridad; la certidumbre de que se es víctima de la tiranía política y de la explotación capitalista; la desesperación de ver crecer a la prole sin vestido, sin instrucción, sin porvenir; el espectáculo nada edificante de la lucha de todos contra todos, que nace precisamente del derecho de propiedad privada, que faculta a los astutos y a los malvados a amasar capitales explotando a los trabajadores, todo eso, y mucho más, llena de hiel el corazón del hombre, lo hace violento, colérico y lo precipita a sacar el revólver o el puñal para agredir, a veces por cuestiones baladíes. Una sociedad en que no exista esa brutal competencia entre los seres humanos para poder satisfacer todas las necesidades, calmaría las pasiones, suavizaría el carácter de las personas y fortalecería en ellas los instintos de sociabilidad y de solidaridad, que son tan poderosos que, a pesar de la secular contienda de todos contra todos, no han muerto en el ser humano.
No, no hay que temer una vida sin gobierno; anhelémosla con toda la fuerza de nuestro corazón. Habrá, naturalmente, algunos individuos dotados de instintos antisociales; pero la ciencia se encargará de atenderlos, como enfermos que son, pues esas pobres personas son victimas de atavismos, de enfermedades heredadas, de inclinaciones nacidas al calor de la injusticia y la brutalidad del medio.
Mexicanos: recordad cómo han vivido las poblaciones rurales de México, en las rancherías se ha practicado el comunismo; la autoridad no ha hecho falta; antes, por el contrario, cuando se sabia que algún agente de la autoridad se acercaba, huían los hombres al bosque, porque la autoridad solamente se hacía presente cuando necesitaba hombres para el cuartel o contribuciones para mantener a los parásitos del Gobierno, y, sin embargo, se hacía vida tranquila en esos lugares donde no se conocían las leyes ni amenazaba el gendarme con su garrote.
La autoridad no hace falta más que para sostener la desigualdad social.
Mexicanos: ¡Muera la Autoridad!
¡Viva Tierra y Libertad!
Ricardo Flores Magón
(De Regeneración, 24 de febrero de 1912)
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