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JOSEPH MIKOLASEK

La Autoridad, se dice, sirve para que no nos matemos los unos a los otros. para impedir que el fuerte abuse del débil, para que no retrocedamos al salvajismo ... y no sé para qué cosas más. ¡Vil mentira! La Autoridad sirve para garantizar a los burgueses el tranquilo disfrute del oro que han acumulado haciendo que el pobre se deslome en los duros trabajos de la mina; en las malsanas tareas del taller, de la fundición y de la fábrica; en la enervante faena del jornalero de la via férrea del campo. ¿La prueba? ¡Ahí está la Autoridad de San Diego, California!

El sindicato de trabajadores conocido con el nombre de Industrial Workers of the World (Trabajadores Industriales del Mundo), trata de hacer progresar su organización y para ello hace uso de una de las garantias constitucionales de este país: la libertad de palabra. Pero aquí, como en todas partes, para el pobre no hay más que cargas, obligaciones, deberes, mientras para los ricos quedan todas las libertades y todos los derechos. La libertad política es una mentira aquí también, porque falta la base de todas las libertades: la libertad económica.

Los I. W. W. luchan para obtener la libertad económica, y es natural que su propaganda tienda a clavar en la mente de los desheredados la consciencia de clase; es natural que su propaganda vaya directamente dirigida contra el actual sistema basado en la desigualdad. Esto, forzosamente, disgusta a los burgueses, cuya digestión es perturbada por el clamoreo cada vez más intenso de los que tienen hambre y quieren que concluya la explotación del hombre por el hombrn para que al fin todo ser humano tenga su asiento en el gran banquete de la vida.

La burguesía de los Estados Unidos ha declarado, pues, guerra a muerte a los I. W. W., y, naturalmente, cuenta con la ayuda de la Autoridad.

Los I. W. W. han tenido que sostener y están sosteniendo una lucha titánica, en este siglo y en este pais, por conquistar para ellos lo que ya está conquistado y que sólo aprovecha a la burguesía: la libertad de palabra.

San Diego, California, ha sido el teatro de su actividad en estas últimas semanas. Fuertemente unida la burguesía de San Diego, y apoyada por la Autoridad, se comenzó por arrastrar a la cárcel a cuanto orador subia al cajón para hacer uso de la palabra en pro del proletariado, hasta que ya no hubo lugar donde encerrar a esos bravos luchadores. De varios Estados de la Unión Americana acudieron centenares y centenares de miembros de la I. W. W. a San Diego para ocupar los puestos de los que iban siendo arrestados. Entonces la Autoridad recurrió a medios vergonzosos para derrotar a los sindicalistas: los bomberos, lanzaban gruesos chorros de agua sobre los oradores, sin fijarse en que muchas mujeres, ancianos y niños eran igualmente objeto de ese salvaje tratamiento. De esa manera disolvian los mitines, cuando no cargaban los esbirros sobre los sindicalistas para disolver el mitin a golpes. Pero como a pesar de todo, los I. W. W. no abandonaron su empresa, entonces se les arrestó por centenares, y, de una mallera completamente arbitraria, se les condujo a pie y haciéndoles sufrir toda clase de humillaciones y de ultrajes, hacia los limites del Condado de San Diego, forzándolos a internarse a otros condados bajo la amenaza de fusilarlos si volvían a San Diego. La agitación por la libertad de palabra siguió, a pesar de tan villanos atentados. Las golpizas y los malos tratamientos a los I. W. W.; así como los arrestos, han continuado, hasta culminar con el alevoso asesinato que, se dice, unos detectives cometieron en la persona de Joseph Mikolasek. Este compañero, según se nos informa, lleno de fe en el triunfo de la santa causa de los desheredados, abordó el cajón para hacer uso de la palabra. Como una avalancha cayó sobre él un enjambre de esbirros, golpeándolo de la manera más infame en presencia de un montón de borregos que, por su actitud de bestias de atajo, de mulos incapaces de comprender el alcance que aquel atentado tendría sobre la libertad de todos, porque permanecer cruzados de brazos en presencia de una injusticia es tanto como dar alientos a los tiranos para que cometan otras y otras más, merecían mejor la paliza que en aquellos momentos quebrantaba los huesos de un digno apóstol de la redención del proletariádo mundial.

Se nos dice que, medio muerto, Mikolasek se encaminó hacia el edificio de la Local socialista de San Diego, del que salió poco después, viéndose agredido por dos detectives que disparaban sus pistolas sobre él. La víctima echó una rápida mirada a su alrededor, y encontrando una hacha, hechó mano de ella y se arrojó sobre uno de sus agresores, a quien le partió el hombro, pero acribillado a balazos como estaba ya, cayó al suelo muriendo seis horas después.

El cadáver del noble luchador fue recogido por los I. W. W. de Los Angeles, y el último lunes, una imponente procesión, con la carroza que llevaba el cuerpo del mártir a la cabeza, recorrió las calles de la ciudad, desde 781 South San Pedro St., hasta el crematorio de Rosedale Cementery.

Esta procesión, que hará época en el movimiento revolucionario de los Estados Unidos, estaba formada por compañeros y compañeras de muchas nacionalidades: franceses, mexicanos, alemanes, italianos, sudamericanos, judíos, bohemios, rusos, americanos, polacos, esclavos, etc., etc. Fue una verdadera manifestación internacional de protesta contra el crimen de la policía de San Diego. 101 mujeres de diferentes razas y más de mil hombres, formaban el cortejo fúnebre. No hubo listones negros. Todos, hombres y mujeres, llevaban un distintivo rojo. Los mexicanos llevaban la Bandera Roja con el lema Tierra y Libertad; los I. W. W. llevaban su estandarte rojo con la insignia del sindicato; compañeros de otras nacionalidades llevaban igualmente otra Bandera Roja. Las mujeres iban a la vanguardia, severas, la resolución reflejada en sus semblantes, lanzando miradas de odio a los esbirros. Las notas de la Marsellesa anarquista vibraban en el espacio caldeado por un sol africano, estremeciendo los corazones de aquella brava comitiva que, cumpliendo con un deber de solidaridad, manifestaba su protesta por el crimen de que había sido victima un hermano de miseria y de dolor.

En algunas banderas podian leerse las siguientes inscripciones: Nuestro silencio en la tumba será más poderoso que la voz que apagáis; No tuvo otra cosa que dar más que su vida, la que dio generosamente; Con la supresión de la libertad de palabra, nuestras libertades se han ido; Nuestro compañero, quien fue asesinado en San Diego en la lucha por la libertad de palabra; Los defensores de la libertad están siendo encarcelados y asesinados. Los enemigos del pueblo, aún están libres, y algunas otras.

De tiempo en tiempo, imbéciles patrioteros preguntaban a los manifestantes por qué razón no usaban la bandera de las barras y de las estrellas, a lo que contestaban con dignidad: ¡al infierno esa bandera! ¡Nuestra Bandera es la Roja, la de los desheredados de todo el mundo!, y continuaba su marcha la simpática procesión de hombres y de mujeres de casi todas las razas del mundo, fraternizando como buenos proletarios unidos en la común indignación contra la explotación capitalista y la tiranía de la Autoridad.

Entonando himnos rebeldes que confortaban, que hacían soñar en una sociedad mejor, sin esbirros, sin jueces, sin diputados, sin carceleros ni verdugos, llegó la procesión al cementerio. Varios oradores hablaron en inglés, bohemio y español. El camarada asesinado era bohemio. La camarada lrene Smith, nerviosa, indignada, dominando con su voz la sala, gritaba ardorosa y valiente: Se nos mata porque no hemos tenido el arrojo de los mexicanos. Hemos agotado todos los medios pacíficos para organizamos en unión industrial de trabajadores, y se nos apalea, se hace burla de nosotros, se nos asesina; y esta tirania sólo podrá existir, mientras no empuñemos las armas y nos crucemos al pecho las cananas bien repletas de parque.

La oradora hizo elogio de los revolucionarios mexicanos que luchan por Tierra y Libertad.

El camarada Odilón Luna, habló en español para los mexicanos: Este es nuestro hermano, dijo, porque aunque nu era de nuestra raza, era un trabajador, pertenecía a nuestra clase, sudó en provecho de nuestro enemigo común: la burguesía. No vengo ciertamente a llorar ni a manifestar sentimiento o dolor. La muerte de este hermano de cadenas no me entristece: ¡me indigna! No vengo a derramar lágrimas ni a sollozar: ¡vengo a rugir! La cólera no vibra como cuerda delicada: ¡truena! ¡Truena como la tempestad! Y cólera es la que siento al ver los despojos de un proletario que no cometió otro crimen que el de educar a sus hermanos para, unidos todos los hambrientos, acabar con la desigualdad entre la especie humana.

Habló todavía más nuestro camarada Odilón Luna, protestando contra los crímenes del Capital y de la Autoridad.

Terminados los discursos, fue introducido al horno crematorio el cadáver del mártir Mikolasek.

He aquí, mexicanos, para lo que sirve la Autoridad: para dejar sin vida a los proletarios, cuando quieren organizarse para librarse de las garras de la explotación capitalista. Mikolasek, el noble proletario, ha muerto. Su vida fue una vida de trabajo. Vivió para que la burguesía viviera de su sudor y de su infortunio; murió en beneficio de la burguesía. Así es que, cuando vivo, amasó con sus manos y con su inteligencia el oro que derrochan los ricos en sus vicios, y, muerto, impotente para continuar la guerra contra el capitalismo, beneficia igualmente a la ladrona burguesía. La burguesía, pues, saca provecho lo mismo de la vida que de la muerte de los proletarios rebeldes. ¡Maldita sea la burguesía!

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, 18 de mayo de 1912)

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