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NUESTRO PROCESO
La farsa ha continuado. Trece testigos del gobierno desfilaron ante el jurado hasta el martes de esta semana. Había legiones de esos sujetos; pero como sus declaraciones nos estaban beneficiando, y el interés de los perseguidores es encerrarnos en un presidio, se despidió a ese conjunto de sostenedores de la infamia gubernamental y capitalista sin que rindieran su declaración.
Como siempre, la sala de la Corte y los corredores se vieron llenos de amigos portando el botón del Partido Liberal Mexicano, o el del retrato de nuestro hermano Práxedís G. Guerrero, o un listón rojo con el lema de Tierra y Libertad, insignias que causan la desesperación y el malhumor de los cuicos; pero que nuestros compañeros y compañeras portan valientemente.
Se dio el caso de que un desgraciado esbirro ordenó, sin estar autorizado por el juez, de que no se dejase entrar a nuestros amigos porque llevaban las insignias de la lucha contra el Capital y la Autoridad; pero bien pronto se rindieron esos señores guardianes del orden, al ver la decisión, firmeza y energía del sinnúmero de nuestros amigos. No hay que olvidar que los que se llaman guardianes del orden, son los provocadores del desorden, y que el orden existe solamente donde no se encuentran esos señores.
Nuestro primer testigo, J. G. Laflin. resultó ser un verdadero hombre, pues dijo la verdad y destruyó las mentiras que fueron a relatar Peter Martin, el espía a quien abofeteó mi hija Lucía Norman, un tal Reed y otro llamado Rees, individuos que no conocíamos, pero que declararon que les dimos dinero, armas, municiones, y no sé qué más, para que fueran a luchar a México. Todos deben fijarse en que estos individuos no serán reducidos a prisión por haber declarado falsedades, pues los testigos del gobierno pueden decir cuanto se les ocurra sin ser castigados. Hay ya material suficiente para ponerlos bajo arresto; pero no dan trazas de proceder los individuos que la hacen de fiscales contra tales sujetos. Así, pues, la mentira será la base de nuestra condena, como lo fue en nuestra anterior encarcelación.
En cambio, para que declaren la verdad nuestros testigos, hay gran oposición por parte de los fiscales. Se quiere que se nos juzgue sin que nadie declare en nuestro favor. Los tales fiscales se oponen a que presentemos a nuestros testigos; se oponen a que declaren en contra de lo que declararon los mentirosos, pues en este civilizadísimo país parece que es la regla para los llamados fiscales, aprobar todo lo que sea en contra de los acusados y oponerse a lo que les sea favorable. Apenas comenzaba nuestro abogado Willedd Andrews una pregunta que pudiera traer como respuesta un golpe a las declaraciones de los mentirosos, un tal Robinson, jefe de los fiscales, con un apasionamiento que no debe haber pasado desapercibido a las personas que forman el jurado, se levantaba a pedir que no se hiciera tal pregunta. Uno de los testigos del gobierno, un tal Ralph Domínguez, dijo que cuando fue a arrestarnos en unión de otros sujetos, le dije que le iba a beber la sangre y tal vez hasta mascarle los hígados. ¡No tengo tan mal gusto, amigote! Dijo que mi hermano Enrique estuvo a punto de matarlo ... ¡Los miembros del jurado se rieron! Me quiso presentar como un monstruo, porque no quiero mandones de ninguna clase. Ahora se está discutiendo si han de ser presentados nuestros testigos o no. Es jueves. Tenemos que ir a la Corte y no puedo seguir escríbiendo más. Perdonen todos nuestros amigos las faltas que salgan en el periódico. Está hecho con una precipitación grandísima, pues no tenemos tiempo para hacerlo, con motivo de la farsa de este proceso.
Pedimos a todos nuestros amigos y simpatizadores, hombres y mujeres, que no dejen de asistir a las audiencias, para que se enteren de cómo se hace justicia en este país de las libertades. No hay que dejar de llevar las insignias del Partido, siquiera para causar la desesperación de cuicos y malvados. Si dicen los cuicos que no se permite portar esas insignias, no hagáis aprecio, porque todo ser humano es libre para ponerse en su persona lo que se le antoje.
No dejéis de asistir.
¡Salud!
Ricardo Flores Magón
(De Regeneración, 15 de junio de 1912)
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