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A LIBERTAR A LOS MÁRTIRES DE McNEIL ISLAND *
I
La prisión de Ricardo Flores Magón y compañeros es un crimen del capitalismo yankee que demanda no sólo nuestra más enérgica protesta sino nuestra decidida acción para obligar al gobierno americano a devolver cuanto antes la libertad a las víctimas.
Esa prisión es el resultado de uno de los más negros complots de la burguesía, fraguado en el mismísimo seno del Departamento de Justicia en Washington y en el que sus principales autores se escudaron a la sombra de William H. Taft, Philander C. Knox y George Wickersham, ordenando a las autoridades federales de esta ciudad su arresto y su sentencia.
Hemos tenido oportunidad de conocer los testimonios y evidencia documentaría aducidos por el Estado contra nuestros compañeros y en el examen minucioso que hemos hecho de esos testimonios y de los legajos de papeles agregados al proceso, no encontramos nada absolutamente que demuestre que los compañeros conculcaron el estatuto federal de cuya violación los acusó y condenó la autoridad.
Los hechos y la evidencia presentada ante la Corte Federal durante el jurado de los compañeros no demuestran sino que ellos son revolucionarios que trabajan por la destrucción del presente sistema social en México; que son miembros de una Junta que labora por la liberación de la humanidad por medio del periódico, aconsejando al efecto el empleo de la acción directa; pero no demuestran, no aclaran que Flores Magón y compañeros hayan colectiva o separadamente hecho lo que prohibe el estatuto, a saber: alquilar individuos para ir a combatir en un país extranjero con el cual los Estados Unidos están en paz. Si el jurado declaró su culpabilidad y el juez los sentenció a sufrir una larga condena, sin cuidar de los hechos ni cerciorarse del ningún peso de la evidencia gubernamental, fue porque obraron como obran todos los jueces y todos los jurados cuando reciben órdenes del Capital.
El Departamento de Justicia gastó más de un año para comprar y alquilar evidencias de individuos -enemigos acérrimos de la revolución social, manufacturó pruebas, falsificó firmas y documentos, y después de derramar millares de pesos libremente, hizo que la farsa de jurado durara tres semanas, a fin de aparentar imparcialidad en el juicio, pero ante la razón y la verdadera justicia fracasó por completo, porque testigo gubernamental tras testigo gubernamental que declaraba, demostraba su alquiler; documento tras documento que se introducía, reflejaba su falsificación, y ni aún así, esos testimonios falsos y esa documentación apócrifa evidenciaron la violación del estatuto.
No hubo imparcialidad ninguna en las acciones de la Corte, a partir del momento en que no permitió que centenares de testigos de los compañeros que residen en diversos lugares de los Estados Unidos hubieran ido a declarar en su favor, y cuando se rehusó a que las declaraciones dignas de Jack R. Mosby que exhibían una pequeña parte del complot capitalista fueran agregadas en los descargos de la defensa, a pesar de que entre los testigos del Estado, Martín, que declaró ser espía pagado por el gobierno de México, ya había empezado a dar alguna luz sobre la conspiración burguesa, Reed y Rees la habían revelado con sus testimonios y Salinas no había dejado duda alguna acerca de su existencia con sus afirmaciones dentro y fuera de la Corte.
Sépanlo todos: no fue la violación de un oscuro estatulo del corrompido libro de leyes la que arrojó a los compañeros al presidio, pues es precisamente contra sus ideas y las de todos los liberales el alquilar soldados, y elIos nunca los alquilaron, ni pagaron haberes a ningún mercenario. Fue el resultado de la conspiración burguesa, de la cual nos ocuparemos en artículos subsecuentes, lo que los aprisiona en McNeil Island porque a los ojos del capitalismo, es ilegal combatir por la regeneración de la especie humana, como ellos galantemente han combatido en las columnas de este semanario.
Por tres meses McNeil Island ha aprisionado a esos cuatro hombres que con grandes corazones libertarios habían vivido y trabajado por la revolución social universal, porque como dice, The Agitator, ellos no aman a México, aman al mundo, y no es el amor de México el que los inspira, pues no son patriotas, es su ardiente deseo de ver a toda la humanidad libre lo que los hace trabajar en los campos revolucionarios.
Es tiempo de que frente a este crimen, tomemos alguna acción. No pedimos favores a las Cortes superiores ni al bandolero Taft para que liberte a los compañeros. Lo que queremos es que el proletariado universal haga oir su rugido de indignación y cólera en las diversas embajadas, legaciones y consulados de los Estados Unidos; en las Antillas, Europa y Sud-América, que se llenen de protestas a los Embajadores, Ministros y Cónsules yankees que se envuelven en la bandera estrellada y se exija del Gobierno yankee la libertad de los revolucionarios mexicanos Ricardo y Enrique Flores Magón, Anselmo L. Figueroa y Librado Rivera, presos en la penitenciaria de la isla de McNeil, víctimas de un complot capitalista. Y los trabajadores conscientes que residen en este pais, envien sus protestas a los congresistas y senadores de cada Estado en Washington y organicen manifestaciones, mitines y paradas públicas en donde quiera. Que la acción se una a la protesta contra este infame crimen.
Todo lo que pedimos es que los compañeros hagan su deber en estos momentos. Protesten y obren.
En el presente caso no puede haber compromiso con nadíe. Libertad absoluta de los mártires de McNeil Island es lo que debe exigirse de los Estados Unidos.
II
Mientras más examinamos la evidencia que el Departamento de Justicia presentó ante la Corte Federal de esta ciudad en soporte de que Ricardo Flores Magón, Librado Rivera, Anselmo L. Figueroa y Enrique Flores Magón habían violado las leyes de neutralidad, más llegamos al convencimiento de su nulidad, y por consiguiente, al de la inculpabilidad de los compañeros.
El Departamento de Justicia CARGO que Flores Magón y compañeros alistaron hombres en Los Angeles para servicio activo en Baja Californía en contra del gobierno de México, nación con la cual los Estados Unidos estaba en paz, y que enviaron armas y municiones de suelo de los Estados Unidos para el sostén de la Revolución en México, crímenes que son castigados por las leyes federales. Pero el testimonio del mismo Departamento NO LO SOPORTO. Y el de la defensa, a pesar de que se le negó a introducir muy valiosas evidencias, PROBO lo contrario de lo cargado.
Si el jurado, frente al fracaso del fiscal para establecer la violación del estatuto referente a la neutralidad y a la demostrnción palmaria de la defensa de que Flores Magón y compañeros no conculcaron dicha ley, declaró su convicción, que más tarde la Corte afirmó, sentenciándolos a sufrir un largo periodo penitenciario, esto no prueha sino lo que siempre hemos venido sosteniendo: que todas las autoridades están obligadas a ir hasta el crimen cuando así reciben orden del capitalismo, el verdadero dueño de la justicia bajo el presente sistema que rige en el mundo.
La evidencia del Departamento de Justicia que la Corte admitió, consistió en tertimonios orales y pruebas documentarias.
Los testimonios orales fueron en parte dados por individuos creados en los pudrideros de las ciudades y las llanuras de barbarie del Oeste, y cuyas vidas se pierden entre las brumas del crimen y la embriaguez; por tipos de lo más degradado de la especie humana.
Las pruebas documentarias, aunque reclamadas haber sido extraídas de las oficinas de la Junta Organizadora del Partido Liberal, fueron burdas falsificaciones de papeles que usamos en nuestro trabajo, y sobretodo, de las firmas de los compañeros Ricardo Flores Magón y Librado Rivera.
Veamos primero el carácter y luego la evidencia de los testigos del gobierno.
Peter Martin, el primer testigo, de ocupación cowboy y cuya infamia se puede medir por el hecho que cometió hace pocas semanas en la persona de una muchacha de Los Angeles a quien suministró una dosis de veneno en venganza de que se negó a amarlo, declaró lo siguiente:
Que tuvo conversaciones con Ricardo Flores Magón, a fin de alistarse en el servicio para trabajo activo en México y que aquél le dio armas y municiones de guerra para que fuera a la Revolución; que era espía pagado del gobierno mexicano; que en el campo de acción iba a ser ejecutado por las fuerzas revolucionarias cuando descubrieron su trabajo y que dio al gobierno mexicano información desde el principio de la Revolución.
Martin mintió al decir que tuvo conversaciones con Flores Magón, pues durante los cinco meses que duró la ocupación del territorio en que operó Martin por las fuerzas liberales y que muchos individuos solicitaban de diario elementos en las oficinas que mantuvimos en la calle Cuarta de esta ciudad para marchar al teatro de la lucha, sin excepción nunca fueron introducidos al cuarto que servía de oficina a Ricardo y jamás llegaron a hablar con él personalmente. Recuerdo de un caso cuando un Coronel americano que servía en las filas de Madero en Sonora, visitó las oficinas de la Junta a fin de obtener cierta ayuda para combatir a Díaz y que insistía en hablar con Ricardo, no lo pudo conseguir. La invariable respuesta que se daba por los compañeros encargados en las oficinas fuera de la redacción a las personas que manifestaban deseos de marchar a la lucha y pedían ayuda para el efecto, era una completa negativa. El hombre consciente, sin visitar nuestra oficina, marchaba al movimiento y se unía a las fuerzas ya en territorio mexicano. Y así lo hicieron también Martin y otros muchos que en el jurado declararon lo contrario. Ricardo Flores Magón nunca conversó con ninguno de los aventureros americanos que casi a diario invadían la oficina y nunca tampoco lo hizo con Martin. Mucho menos le dio armas y municiones de guerra. Este cowboy, en interés del salario que recibe como espía y dada su villanía se prestó a mentir en su testimonio, pero los testimonios falsos no componen evidencia. La evidencia de Martin es nula.
Joe Reed, llamado también Hazard Johnson, ex-soldado de caballería de los Estados Unidos y uno de los negros cuyos actos en Baja California obligaron a los compañeros en acción a castigarlo, castigo que evadió fugándose del territorio y robándose unos caballos que la policía americana decomizó después en El Cajón y San Diego. Cal., fue otro testigo, tan mentiroso como el espía Martin.
Reed declaró que tanto él, como otros cuatro individuos fueron habilitados con fondos y boletos por Ricardo Flores Magón para marchar a Caléxico en la frontera de Baja California con el fin de combatir en favor del Partido Liberal Mexicano, y que en el evento de victoria se le habían prometido por la Junta 160 acres de tierra.
El negro Reed miente como Martin. Si es cierto que combatió en Baja California, lo hizo voluntariamente y sin que la Junta supiera de ello ni le facilitara ya colectiva o individualmente ningunos fondos ni boletos. Reed nunca estuvo en la oficina de la Junta ni habló con ninguno de los compañeros; y prueba es que cuando él se presentó al compañero liberal que dirigía las fuerzas en Baja California, nunca mencionó que la Junta le habia ayudado, sino que simplemente dijo que él quería alistarse en el servicio para combatir contra Díaz. La historia de los 160 acres de tierra es otra burda invención suya, porque el objeto preciso de la Revolución -que consta también en el proceso- no fue, ni es poner la tierra en manos privadas sino colectivamente en poder de toda la comunidad. Reed, quizá resentido por la acción que tomaron en su contra los compañeros conscientes por sus asquerosos actos, se vengó declarando contra los compañeros; pero su testimonio es falso, y como tal, tampoco es evidencia.
Lorenzo J. Rees, desertor del sindicato de Trabajadores Industriales del Mundo conocido como I. W. W. y uno de los tipos que más odian a los trabajadores conscientes, fue otro testigo y declaró haber sido uno de los cuatro hombres que estuvieron con el negro Reed en las oficinas de la Junta y marcharon con dicho individuo a la campaña de Baja California. Este hombre es posible haya estado en las oficinas de la Junta; pero no recibió nada en materia de armas, municiones o dinero, como no las recibieron Reed ni Martin. Ninguno de los tres conferenció con Ricardo Flores Magón ni con los demás compañeros. Su testimonio es falso y aunque el fiscal pretendió con él corroborar la evidencia dada por Reed, no lo consiguió. Lo que dijo Rees fue mentira y por tanto no hubo evidencia ninguna en su declaración.
III
C. Phys Pryce, el ex-compañero que dirigió las operaciones de la segunda división de las fuerzas liberales en Baja California, fue otro testigo gubernamental y declaró haber salido directamente de British Columbia a México con fin de unirse voluntariamente a los revolucionarios que luchaban contra la tiranía bajo el estandarte de Tierra y Libertad, y que después de la batalla de Mexicali en que Stanley perdió la vida, fue electo por mayoria de votos para dirigir las operaciones rebeldes contra los federales. Pryce manifestó no haber visto al compañero Ricardo Flores Magón hasta su regreso de México cuando visitó las oficinas de la Junta en junio de 1911; admitió el recibo de carabinas y municiones, pero nunca declaró que Magón o la Junta se las habían remitido; y cuando la defensa le interrogó si John D. Spreckles, el plutócrata rey del azúcar de San Francisco y San Diego le había dado ayuda, la Corte criminal, para que no se exhibiera el crimen plutócrata no permitió a Pryce la contestación de la pregunta.
La evidencia de Pryce no muestra nada absolutamente contra los compañeros, a pesar de que el gobierno esperaba que con el sobreseimiento de la causa que tenía contra Pryce por violación de leyes de neutralidad, éste hubiera dado testimonios falsos. Pryce confiesa haber ido a México por su voluntad y de un país extranjero (British Columbia), y no haber recibido armamento del compañero Flores Magón, de Rivera o de Figueroa. Con estas declaraciones, en lugar de servir al gobierno que le estaba pagando por su testimonio, favoreció a los compañeros, y añadió mucho peso al desvanecimiento de los cargos del Departamento de Justicia de que los compañeros alistaron hombres en Los Angeles para servicio activo en Baja California y que enviaron armas y municiones para la marcha de la revolución.
A. G. Rogers, antiguo editor de The People's Paper de esta ciudad testificó haber comprado rifles y municiones para uso de las fuerzas rebeldes en Baja California; pero dijo que verificó esas compras a pedimento de John Kenneth Turner y que éste nunca le manifestó ser representante de los acusados. Rogers dice la verdad. Su testimonio es bueno y prueba la inculpabilidad de los compañeros en la parte cargada por el gobierno.
Higinio Olguín, Francisco Flores y Francisco Rosales, tres mexicanos de pésimos antecedentes y sin consciencia de clase, juraron haber recibido en las oficinas de la Junta boletos ferrocarrileros y dinero para ir a Tijuana y combatir, que ningunas órdenes se les dieron y que después vendieron los boletos y se quedaron en Los Angeles. Este trio no pudo identificar a ninguno de los compañeros como las personas que les entregaron los boletos; por consiguiente, su testimonio es nulo, con todo y que un individuo Salcido, quien explota una casa de huéspedes, haya corroborado su declaración afirmando haber recibido los boletos como seguridad de la renta de los cuartos que ocupaban dichos hombres en su casa. Olguin, Flores y Rosales mintieron al decir que en las oficinas de la Junta se les entregaron boletos para que marcharan a México. Ellos, al igual que Martín, Reed y Rees no recibieron ni dinero, ni boletos de los compañeros presos o de las demás personas que trabajan en nuestras oficinas. Sus evidencias quedan reducidas a la nada.
Francisco Vázquez Salinas, otro de los acusados de violación de leyes de neutralidad, aunque también otro de los perdonados, ocupó el banquillo de los testigos y confinó principalmente su testimonio a la identificación de correspondencia y otros documentos. Salinas no es un perito calígrafo ni tampoco un hombre que pueda dar opinión sobre si una carta tiene una firma legitima o apócrifa, o, sobre si un documento está escrito en la misma máquina que otro. Sin embargo, en la opinión de este hombre, de este hombre rudo que difícilmente puede escribir y que jamás ha tocado una tecla de una máquina de escribir, se basó la Corte para dar entrada al proceso de algunas docenas de cartas y papeles escritos en incorrecto español y con varias falsificaciones de las firmas de los compañeros Flores Magón y Rivera y aún del que estas líneas escribe, como sucedió con el documento marcado por el gobierno con el número 20, papel que jamás yo firmé y en el cual alguien hizo una grosera falsificación de una firma. Salinas que descaradamente se presenta en todas partes como detective al servicio del gobierno de México, que trató de cohechar al dignísimo compañero Quirino Limón para que lo ayudara en su negra obra policiaca y que dentro de la Corte, como fuera de ella, se cansó de decir que hombres muy altos, los millonarios de Wall Street eran los que urgían el arresto de los miembros de la Junta Organizadora, no fue, no pudo ser un testigo digno de tomarse en consideración. Su declaración y sus identificaciones son falsas. Son hijas del crimen; ventas infames: productos de su servilismo. El testimonio de Salinas es completamente inválido.
En nuestro próximo número acabaremos de examinar los testimonios restantes del gobierno y comenzaremos a revisar la evidencia documentaria, para concluir con nuestra demostración de que los compañeros hoy presos en McNeil Island, no violaron ni individual ni colectivamente el estatuto federal referente a la neutralidad.
IV
Los últimos testigos que el gobierno presentó en la farsa de jurado de los compañeros Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa y que completaron la evidencia oral, fueron el Capitán Smith, Ralph J. Domínguez y James Gaynor.
El primero, quien fue uno de los combatientes durante la campaña de Baja California, testificó respecto a las operaciones de guerra en la península y dijo que había salido del territorio, tan pronto como Jack R. Mosby había sido electo para que dirigiera los movimientos contra el enemigo. No encontramos nada que dé luz sobre el delito de los compañeros en la declaración de Smith, a pesar de ser dicho individuo un inconsciente.
Ralph J. Domínguez, intérprete español al servicio del gobierno de los Estados Unidos, declaró en seguida haber ayudado a la policía federal a verificar los arrestos de los compañeros y catear las oficinas de la Junta, de donde recogió innumerables papeles y correspondencias, documentos que identificó como los mismos en todos los que le presentó el fiscal. Además, dijo que el compañero Enrique estuvo a punto de matarlo en ese acto y que Ricardo le había dicho que le iba a beber la sangre. Esbirro como es Domínguez. su testimonio no tiene valor ninguno. Un hombre que gana su vida al servicio de la autoridad, no puede declarar sino en beneficio de ella. Sus mentiras fueron tan abultadas que los mismos miembros del jurado capitalista se rieron de ellas. Domínguez no pudo identificar los documentos que el fiscal le presentó, como aquellos que los esbirros robaron de las oficinas de la Junta, por la sencilla razón de que no fueron los mismos. Lo que identificó el perjuro fueron las falsificaciones que burdamente manufacturaron los ayudantes del fiscal para medio cubrir el crimen de la conspiración capitalista.
Por último, otro esbirro, uno de los más activos detectives de los Estados Unidos, James Gaynor, declaró haber ayudado a efectuar las aprehensiones de los compañeros y embargar los efectos de las oficinas de la Junta el 14 de Junio de 1911, y, mintiendo como el anterior, identificó los documentos que le presentó el fiscal como aquellos que fueron embargados por él en nuestras antiguas oficinas de la Calle Cuarta.
Las pruebas documentarias que a la conclusión del testimonio oral fueron introducidas por el fiscal tampoco soportan el cargo del gobierno de Taft contra los compañeros.
En su revisión, a partir de que los papeles, documentos y correspondencia que se agregaron al proceso por la identificación de Salinas, Domínguez y Gaynor -tres individuos a sueldo del gobierno- no fueron los que extrajo el bandidaje capitalista de las oficinas de la Junta; siguiendo con la imitación del papel usado en nuestro trabajo y la falsificación de las firmas de los compañeros Ricardo Flores Magón, Librado Rivera, Jack Mosby y aún de la mía; y, terminando con la admisión de la legitimidad de una sola copia en máquina de un artículo publicado en REGENERACIÓN, no se encuentra, no se halla ninguna prueba de alistamiento, ninguna orden de marcha, ninguna nota de envío de armas, nada, en fin que muestre que Ricardo Flores Magón y compañeros alistaron hombres en Los Angeles para que combatieran en México o que hayan enviado cargamentos de armas al mismo país.
Las Instrucciones Generales a los Revolucionarios, uno de los documentos a que dedicó el fiscal largo tiempo en sus peroraciones vacías de argumentos, es simplemente una copia de un artículo aparecido en REGENERACIÓN, muy semejante al que en varios números pasados hemos publicado bajo el título A los Rebeldes, y no prueba violación del estatuto, como tampoco lo prueban las cartas de Jack Mosby a la Junta que fueron declaradas apócrifas por el mismo Mosby, ni tampoco el documento número 20 que contiene una orden de movilización bajo mi firma y que en verdad no es otra cosa que una grosera falsificación.
El gobierno recurrió a fabricar estas evidencias porque en la correspondencia y papeles que robaron sus esbirros de nuestras oficinas, no pudo encontrar nada incriminador contra los compañeros. Esa correspondencia y esos papeles pertenecían a la redacción y administración del periódico REGENERACIÓN. Entre ellos, no había ningún documento conectado con el trabajo de la Junta, pues sabiendo los compañeros que como enemigos del capitalismo siempre habían de ser perseguidos, tenian guardado el archivo en otro lugar, archivo que no cayó ni ha caído en manos del gobierno.
Por lo expuesto, los hechos y la evidencia documentaria presentada por el gobierno, no constituyen el delito de violación de los estatutos de neutralidad cargado a los compañeros prisioneros hoy en McNeil lsland, y hablando claro, el gobierno es el que impunemente ha violado estas leyes que él reclama sin cesar, y en este caso particular, hizo prevalecer la mentira sobornando testigos y fabricando declaraciones, manufacturando documentos, multiplicando las falsedades, perpetrando crímenes judiciales y fraguando maquinaciones para perder a los libertarios que amenazaban la tranquilidad e insolencia del sistema capitalista.
V
Tocado su turno a la defensa en el jurado de los compañeros Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa, pasaron a testificar en la plataforma de la Corte capitalista, los hombres de carácter, los de antecedentes intachables, los honrados, los compañeros de grandes convicciones, y con sus declaraciones desmoronaron uno por uno los cargos del gobierno y destruyeron las mentiras de los testigos de alquiler.
Aunque la Corte capitalista se rehusó a permitir que centenares de compañeros residentes en Texas y Arizona sirvieran como testigos de la defensa, y a que muchos de los presentes declararan sobre puntos favorables para los acusados, dando así prueba de su parcialidad, las declaraciones de los testigos de la defensa echan por tierra los cargos de violación de leyes de neutralidad que el gobierno arrojó contra nuestros compañeros.
Vamos a examinar las evidencias de los testigos de la defensa.
J. G. Laflin, un verdadero hombre consciente, declaró haber combatido al lado de Jack R. Mosby en la campaña de Baja California. Dijo haber salido directamente del Norte para México y agregándose a las filas del movimiento libertario. porque había leído la obra México Bárbaro y creía que el deber de todos los que de corazón deseaban el bienestar de la raza humana era ayudar a la Revolución; que nadie le proporcionó ningún dinero; que ni él ni las fuerzas en Tijuana recibieron fondos de la Junta; y que entendió que los rifles y municiones que se usaron en la campaña eran enviados de El Cajón. Declaró que no había habido saqueo de ranchos y que las provisiones se obtenían de los contratistas. Destruyó las mentiras que relataron Peter Martin, Rees y el negro Reed. Y al último, cuando iba a declarar que los millonarios Spreckles habían abastecido provisiones, el fiscal se opuso, y el juez sirviente del capitalismo, sostuvo la objeción.
T. H. Madigan, un contratista de los Spreckles, fue el segundo de los testigos; pero la Corte, le impidió que declarara. Madigan estaba dispuesto a decir la verdad de lo que sabía de la conspiración burguesa en contra de los compañeros.
Anselmo García, miembro efectivo del Partido Liberal Mexicano, declaró haber ido a solicitar ayuda de la Junta Organizadora para marchar a Baja California y combatir contra el sistema capitalista; pero que su pedido había sido rehusado. A los vericuetos de la ley, la infame ley, recurrió luego el fiscal para que la Corte no admitiera esta declaración, hija legítima de la verdad, no mentirosa como las de Martin, Reed y Rees, los testigos de alquiler y esclavos de compromisos criminales. La oposición del fiscal a que la verdad resplandeciera, hizo que la Corte criminal no permitiera a la defensa introducción de evidencia semejante, evidencia que estaban dispuestos a proporcionar muchos mexicanos y americanos.
Fred Williams, reportero de Los Angeles Herald, testificó que nada tuvieron que hacer los miembros de la Junta con su marcha a México y que nunca recibió cartas de introducción u otros documentos de John Kenneth Turner. Se unió en Baja California a una fuerza en que predominaban miembros del sindicato de Trabajadores Industriales del Mundo. Negó haber dicho al jefe de policía de San Diego que había ido a Baja California a instancias del compañero Ricardo, y agregó que nadie le prometió tierra u otra remuneración.
Wm. J. Rolph, Moore McDonald, Frank Smith y otros libertaríos que combatieron en la campaña de Baja California, testificaron a igual efecto que el reportero Williams.
Aurelia Jane Coker, en cuya casa habitaba Ricardo Flores Magón, testificó que este compañero había vivido ahí dos años y que tenía la positiva certeza de que no había salido de la ciudad, salvo una vez que hizo un corto viaje a Anaheim. La declaración de esta compañera destruyó las mentiras de Reed y Rees, quienes aseguraban que Ricardo Flores Magón había estado presente en la línea divisoria para felicitar a los revolucionarios después del triunfo de Mexicali.
Librado Rivera, el primero de los compañeros acusados que subió a la barra de los testigos, declaró que él nunca había visto a los testigos del gobierno, Reed, Olguín, Rosales y Flores, hasta que el policía Domínguez los llevó a la cárcel en que se encontraba preso con los demás compañeros y apuntando a los nuestros con el dedo, les dijo: éste es Ricardo Flores Magón; aquél es Rivera; aquel otro, Figueroa; aquel, Enrique. El compañero Rivera manifestó que nunca dio a Reed y demás hombres nada de dinero ni boletos como ellos declararon. Dijo que era miembro de la Junta Organizadora desde 1905, y en la época, administrador de REGENERACIÓN. Explicó en detalle que aunque se llamaba a Figueroa editor del periódico, la Junta estaba opuesta a toda centralización de poder y no tenía presidente. En contradicción de las mentiras de los testigos del gobierno, declaró que nunca había visitado Tijuana y no haber estado fuera de Los Angeles, desde su regreso de la prisión de Arizona en 1910.
El compañero Anselmo L. Figueroa declaró que no había visto a los testigos del gobierno, Reed y Martin, hasta su aparición en la Corte, El primero había jurado que tuvo entrevistas con Figueroa y lo describió como inhábil para hablar inglés, aunque en verdad el compañero habla dicho idioma fluidamente. Declaró también que no había visto a Olguín, Flores o Rosales, hasta que fueron llevados a la cárcel del Condado para identificarlo. Explicó su posición como editor de REGENERACIÓN, órgano del Partido Liberal Mexicano y publicación destinada a defender los derechos de la clase trabajadora, y finalmente dijo que no había estado en Tijuana en compañía de Ricardo Flores Magón como lo aseguraban los mentirosos testigos del gobierno.
El compañero Enrique Flores Magón declaró que el testimonio de Olguín, Flores y Rosales -quienes juraron haber sido alistados y haber recibido dinero y boletos en las oficinas de la Junta- era absolutamente falso. Dijo que acostumbraba estar a diario y quedar largas horas en las oficinas de la Junta y nunca había visto a los testigos nombrados hasta que fueron llevados a la cárcel por el agente del gobierno Ralph Domínguez. En cuanto a Martin, declaró haberlo visto por primera vez -estando con su hermano Ricardo, el abogado de la defensa y el compañero William C. Owen- cuando aquel se aproximó al compañero Ricardo con una oferta a testificar en favor de la defensa si se le pagaba. Y respecto a la visita que su hermano Jesús Flores Magón, hoy Secretario de Gobernación en el gabinete de Francisco I. Madero, hizo a la Junta con fin de obtener la rendición de sus miembros al gobierno, visita efectuada dos días antes del arresto de los compañeros, la Corte capitalista prohibió al testigo el hablar de ella. El juez negó el derecho de un acusado a su defensa y al mismo tiempo evitó que constaran en el proceso interesantísimas declaraciones sobre los intentos del capitalismo contra los compañeros hoy presos en McNeil Island si se rehusaban a traicionar al proletariado y sobre sus premios y canonjías si desertaban a la causa de Tierra y Libertad.
VI
Jack R. Mosby, el compañero americano que operó durante la campaña de Baja California, y que por su firmeza de ideas todavía permanece aprisionado, fue otro testigo, y en el curso de su declaración mantuvo que sus actos en conexión con la revolución en México fueron, a su propia iniciativa y con la convicción de que batallaba por una causa justa. Mosby declaró que el fiscal lo invitó a producirse con falsedad contra los presos, ofreciéndole no tenerlo más en la cárcel.
Las palabras de Mosby, recogidas por los taquígrafos de la Corte y grabadas en las fajas del proceso, son estas:
Este individuo, señalando al fiscal, me ofreció, en presencia del abogado Andrews de la defensa, y en presencia, también de Stewart, el representante del gobierno mexicano para perseguir a estos hombres, ponerme en libertad si declaraba en contra de ellos y me dio su palabra de honor de cumplir su promesa. Además, el fiscal me dijo -continuó Mosby- NO NOS INTERESAN LOS OTROS ACUSADOS, NECESITAMOS A LOS MAGÓN.
La declaración de Mosby, así pues, dio luz sobre el sobreseimiento de las causas que por violación de las leyes de neutralidad existían contra Francisco Vázquez Salinas. C. Rhys Pryce y el aventurero Dick Ferris. Todos estos individuos ofrecieron declarar en favor del gobierno y obtuvieron sus libertades. Mosby, el tipo del hombre honrado, del consciente, no hizo traición a sus ideas y purga aún en el presidio la sentencia que por producirse con verdad le impuso la Corte capitalista.
Por último, el compañero Ricardo Flores Magón, como los otros camaradas acusados, negó por completo la verdad de la evidencia respecto al alistamiento conforme fue dada por Reed, Olguín, Flores y Rosales -testigos del gobierno. Expresó su creencia que la firma del documento del gobierno marcado con el número 20 y que se alegaba era de Araujo, secretario de la Junta, no era legítima, pero pasó como genuina una carta que dijo era una comunicación en que se le congratulaba por el éxito de una batalla contra la tiranía. Con respecto, en particular, a una credencial que se produjo en evidencia y firmada por él mismo, el compañero Magón explicó que la Junta dejaba invariablemente a sus camaradas hacer sus propios arreglos y elegir sus propios representantes; las credenciales meramente servían para identificar a sus tenedores a través de México, en donde quiera que el Partido Liberal tuviera miembros.
Cuando el fiscal, preguntó al testigo si previamente no había sido convicto de algún crimen, contestó: YO NO CONSIDERO UN CRIMEN EL COMBATIR POR LA LIBERTAD. El compañero Ricardo declaró después, que cuando fue libertado de la penitenciaría de Arizona en Agosto de 1910, vino directamente a Los Angeles, reorganizó inmediatamente la Junta del Partido Liberal Mexicano y comenzó a publicar REGENERACIÓN. A la explicación de que el periódico tenía por objeto iluminar al mundo respecto a las terribles condiciones de México y en directa respuesta a la pregunta si no estaba fomentando la revolución, el testigo añadió: LAS REVOLUCIONES NO SE HACEN CON PERIÓDlCOS SINO CON ARMAS.
El testigo fue interrogado sobre el contenido de dos cartas que escribió a los compañeros Pedro Solís y Tirso de la Toba, en las cuales se suplicaba a los camaradas los abastecieran con los elementos indispensables para el fomento de la revolución. Ricardo Flores Magón contestó a esto que después de la derrota de Tijuana, varios compañeros le escribieron pidiéndole consejo acerca de sus futuras acciones y que esas cartas habían sido escritas por él para cumplir con sus deseos. No fueron en la naturaleza de una orden. porque nosotros nunca dimos, ni damos ni tampoco recibimos ningunas órdenes.
Pesando, pues, todas las declaraciones y leyendo la evidencia documentaria, no hay pruebas ningunas de que los compañeros hayan alquilado individuos para ir a combatir en un país extranjero con el cual los Estados Unidos están en paz.
Los hechos no demuestran la violación de este estatuto. La evidencia del gobierno carece de valor. El alquiler y pésimos antecedentes de sus testigos, impide el tomarlos en consideración. La documentación falseada no se conecta directamente con el caso. El crimen capitalista está palpable ...
Criminales fueron los jurados, criminal fue Olin Wellborn, el viejo jurista que durante su larga permanencia en la Corte Federal del distrito sur de California no ha cesado de asesinar legalmente a la Libertad como lo prueban sus decisiones en favor de la tiranía de Porfirio Díaz en 1907 y su larga lista de fallos en interés de la Compañía del Southern Pacific; criminales fueron estos hombres al declarar culpables, los primeros, y sentenciar, el último, a Ricardo Flores Magón, Librado Rivera, Anselmo L. Figueroa y Enrique Flores Magón en contra de todos los principios de justicia. Y aquí es concerniente destruir el error en que están unos cuantos camaradas de que los compañeros presos declararon a raíz de oír su sentencia que Olin Wellborn había sido el único que en todo había obrado con imparcialidad absoluta.
Olin Wellborn, como el viejo bandido Thomas S. Maxey que sentenció hace años al que estas líneas escribe a sufrir un largo penitenciario por trabajos anti-porfiristas, como Walter Burns, como Edward Meek, como todos los jueces federales, que deben sus nombramientos al llamado poder ejecutivo, no son sino ciegos sirvientes del gobierno. Estando el gobierno al servicio del capitalismo y decidido este monstruo a privar de la libertad a los compañeros Flores Magón -como lo declaró Jack R. Mosby- el juez federal Wellborn no podía obrar de otra manera, y así fue tanta su imparcialidad, en competencia con la de los redactores de El Imparcial de México, que en contra de los hechos y de la evidencia, APLICO CON REBAJA DE UN MES EL MAXIMUM DE LA LEY A LOS COMPANEROS CONVICTOS.
Toca a los trabajadores conscientes, a los compañeros que sean de veras solidarios, hoy que concluimos esta serie de trabajos, el pasar RESOLUCIONES DE PROTESTA contra la sentencia y prisión de nuestros compañeros y enviarlas directamente a Washington, y demandar constantemente su libertad incondicional hasta forzar a los enemigos a efectuar su excarcelación.
La libertad de los presos depende de la agitación proletaria.
El crimen del capitalismo puede ser parado por acción de los trabajadores.
Agitar y obrar son nuestros deberes. Agitemos y demos a entender al bandidaje de William H. Taft que exigimos la libertad inmediata de los presos en la isla de McNeil.
Antonio de P. Araujo
* Este articulo fue originalmente publicado en seis partes en el periódico REGENERACIÓN del 28 de septiembre; 5 y 26 de octubre; 16 y 23 de noviembre y 14 de diciembre de 1912. Nota de Chantal López y Omar Cortés
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