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ARTÍCULOS POLÍTICOS 1914

Ricardo Flores Magón

Selección de Chantal López y Omar Cortés

LAS UTOPIAS DE WOODROW WILSON



Soñadores, locos, utopistas, he aquí los términos que la imbecilidad andante nos arroja al rostro, cuando no se nos acaricia con estos otros: ambiciosos, vividores, mentirosos, despechados y otros del mismo o parecido calibre. Y sin embargo, parece que los locos, los soñadores, los utopistas tenemos razón, y que los prácticos, los fríos, los razonadores, los serios, los sensatos no la tienen.

Woodrow Wilson, el actual presidente de los Estados Unidos de América, es tenido en el mundo intelectual casi como una lumbrera, un pozo de ciencia, y, a la vez, como hombre práctico, sensato, serio, talentoso, clarividente.

Pues bien, este pozo de ciencia no sabe dónde tiene las narices, o lo que es lo mismo, no ha llegado a comprender la revolución mexicana. El sabe solamente que en México existe una situación caótica y que, en virtud de este caos o confusión la vida de los negocios es raquítíca y en muchos casos nula; pero no sabe o no quiere saber, que para el caso es lo mismo, qué es lo que ha producido ese caos o confusión, a que se debe el fenómeno de que una párte del pueblo mexicano esté contra la otra parte, y de ahí que toda su politica internacional en lo que a México concierne, no haya sido otra cosa, hasta el presente, que un escandaloso fracaso.

Haciendo a un lado las declaraciones de pretendida honradez política que siempre han precedido a sus manejos con respecto a la cuestión mexicana, en todos los actos de Woodrow Wilson se ha visto claramente expresado el siguiente deseo: el establecimiento en México de un gobierno fuerte que dé garantías a cuanto aventurero se le ocurra ir a explotar el trabajo mexicano y la inagotable riqueza de aquel riquísimo país.

Para conseguir este fin, reconoció primeramente como gobierno de facto que quiere decir, de hecho, la imposición de Victoriano Huerta; permitió que pasaran por las aduanas americanas armas y municiones destinadas a Huerta, y, en suma, Huerta gozaba de los mismos privilegios de que goza un gobierno constituido legalmente en sus relaciones con los gobiernos de las demás naciones de la tierra. Wilson pensó que con semejante apoyo, se consolidaría el gobierno de Huerta y que bien pronto los rapaces aventureros americanos reanudarían su infame tarea de explotación y de extorsión del trabajador mexicano. Pero el cielo más limpio no está exento de verse de repente insultado por un nubarrón, y, en el cielo risueño de las esperanzas de Wilson apareció este nubarrón: las pretensiones de Pearson, apoyadas secretamente por el gobierno británico, sobre las fuentes de petróleo de la Huasteca, pretensiones absolutamente antagónicas a las de Rockefeller, o sea la Standard Oil Company, apoyadas secretamente por el gobierno americano, sobre las mismas fuentes de petróleo. Huerta apoyaba, y apoya aún las pretensiones inglesas.

Wilson trató de atraerse a Huerta en beneficio de la Standard Oil, y envió a John Lind a conferenciar con el tirano. Huerta, testarudo, quiso seguir siendo fiel a sus amos los ingleses, y la misión de Lind terminó en medio de una carcajada universal. En su despecho, Wilson hizo que los matatías americanos de Wall Street apretaran los cordones de la bolsa, y bien pronto los matatias de Londres, París, Amsterdam y Berlín siguieron el ejemplo de sus compinches yanquis al declarar el presidente americano que el gobierno de este país no reconocería ningún nuevo compromiso financiero contraído por Huerta en el extranjero. Wilson esperaba agarrar a Huerta con el dedo detrás de la puerta, y obligarlo, por medio de la falta de dinero, a rendirse sin condición a los caprichos de la Standard Oil. Al mismo tiempo, el pozo de ciencia, la lumbrera intelectual comenzó a mariposear con el carrancismo, y obtuvo de Venustiano Carranza la seguridad de que las pretensiones de la Standard Oil Company serían preferidas; que los intereses y las vidas de los aventureros americanos serían protegidos; que con la ayuda americana, el país entraría bien pronto en un período más brillante para los negocios que como estaba bajo la dictadura de Porfirio Díaz.

El nubarrón que por algún tiempo enlutó el cielo de las risueñas esperanzas de Wilson se desvaneció al soplo de las promesas del bandido barbón y desde entonces Carranza ha sido protegido más o menos abiertamente por la lumbrera intelectual y, el decreto de fecha 3 de este mes aboliendo la prohibición de introducir armas y municiones a México, ha estado realmente en vigor para el carrancismo desde que la misión de Lind quedó aplastada sin lustre y sin gloria bajo las risotadas de los hombres sensatos de todo el mundo.

Y ahora, entra de cuerpo entero Wilson el utopista y el luminar de la inteligencia queda reducido modestamente a la categoría de la amarillenta lucecilla de un fósforo barato. Sí, porque Wilson cree que triunfando el carrancismo las uñas de la burguesía americana podrán fácilmente arrancar buenas tiras de pellejo al pobre trabajador mexicano, y tal creencia descubre su lastimosa ignorancia de lo que es una verdadera revolución y la mexicana es una verdadera revolución.

La pacificación del país no depende de la exaltación de un caudillo a la presidencia, sino de la realización de este hecho sencillísimo: la muerte del hambre y de la tiranía. El hambre y la tiranía fueron la causa de la insurrección popular. El pueblo mexicano se levantó en armas contra la clase capitalista y el gobierno sostenedor de esa clase en busca de pan y de libertad. ¿Puede un gobierno garantizar a los pobres el pan y la libertad? Responda el mismo Wilson que ante sí tiene el inquietante problema de los desocupados; el gobierno de este país tiene ante sí una enorme masa de millones y millones de seres humanos que piden pan. ¿Puede este gobierno dar pan a esos hambrientos? Con centenares de millones de dólares en el tesoro, este gobierno, es tan incapaz de llevar pan a las bocas de los hambrientos como otro cualquiera. Eso quiere decir que las funciones del gobierno, en cualquier parte del mundo son otras que las del padre de familia que divide entre la prole y la compañera el pedazo de pan duramente ganado. El gobierno no es un padre, sino un verdugo. El gobierno no puede garantizar a cada uno el derecho de vivir, sino el derecho de vivir a costa del sufrimiento y de la esclavitud de los demás, siendo los más rapaces, los más astutos, los menos escrupulosos los únicos que se benefician con ese derecho.

Y en cuanto a la libertad, no puede alardear Wilson de que en este país hay libertad, pues solamente una libertad existe en los Estados Unidos y esa es ... la de morirse de hambre. Y es ésta la República modelo; pues un gobierno semejante al que aquí se sufre es lo que Wilson quiere que se sufra en México bajo la férula de un burgués idiota que se llama Venustiano Carranza.

¿No es ésa una utopía? Si el pueblo mexicano se levantó en armas en busca de pan y de libertad, y si, como lo demuestra la historia desde los tiempos más antiguos hasta el presente, ningun gobierno ha podido realizar el doble milagro de saciar el estómago del pueblo y darle libertad al mismo tiempo, es una esperanza de iluso ciertamente el esperar que Venustiano Carranza o cualquier otro mandón puedan dar al pueblo mexicano el pan y la libertad.

Si el pueblo mexicano fuera tan imbécil de deponer las armas cuando Venustiano tome la ciudad de México, bien pronto tendría que empuñarlas de nuevo al darse cuenta de que gobierno no significa panadería o fonda al alcance de todos, sino capataz brutal encargado por la clase capitalista de tener en eterna sujeción a la clase trabajadora; pero afortunadamente el trabajador mexicano ha despertado y ya son muchos los que ahora saben que la libertad económica, política y social no ha de caer del cielo sobre algún Sinaí y en manos de un farsante que la distribuya entre los oprimidos, sino que tiene que ser la conquista de los trabajadores alcanzada por su propio esfuerzo sin necesidad de Mesías de ninguna marca.

Carranza en el poder no es lo mismo que pacificación del país, señor Woodrow Wilson, y ésta será una de tantas planchas de su señoría.

(De Regeneración, N° 176 del 14 de febrero de 1914)

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