Índice de Carranza contra los trabajadores (Artículos políticos 1915) de Ricardo Flores MagónAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

ARTÍCULOS POLÍTICOS 1915
CARRANZA CONTRA LOS TRABAJADORES
RICARDO FLORES MAGÓN

¡Basta!


Texas ha tenido el privilegio de distinguirse entre otros Estados de la Unión americana como un Estado en que abundan individuos, hombres y mujeres dotados de instintos antisociales muy marcados y de una estupidez refinada. Allí, en aquellas planicies monótonas, adornadas de chaparrales mezquinos, como mezquinos y vulgares son los sentimientos de la ruda población blanca de la región, se han desarrollado tragedias en las que han figurado como víctimas, personas pertenecientes a la raza mexicana, la raza mártir pisoteada por todos los bárbaros, la pobre raza ultrajada en sus sentimientos más delicados y martirizada en su carne por el chicote del capataz y del negro o por la horca del verdugo, cuando no arrastra su penosa existencia en los campos penales del Estado salvaje por excelencia, o en los campos libres donde reina una casta de individuos semihombres, semibestias, cuya vida parece como que forma parte del caballo bronco de cuyo lomo apenas se despegan para dormir un rato su borrachera y su idiotismo. Son los llamados cowboys, rufianes, cobardes, villanos, felones, crueles ... especie de centauros, esos monstruos mitológicos mitad caballo, mitad hombre, pero sin gracia, sin poesía, sin arte, sin corazón, sin sesos. A manos de esos monstruos y de las estúpidas poblaciones de los villorrios, han perecido innumerables miembros de la raza mexicana, personas casi siempre indefensas e inofensivas, víctimas del odio más irracional que caber pueda en el pecho más vil, muchedumbres ebrias de whisky y de odio, han danzado, lanzando alaridos bestiales, gesticulando como locos, alrededor de un poste en que a fuego lento se achicharran las carnes de un ser humano, de un mexicano, cuyas quejas y lamentos son contestados con la risotada, con la injuria, con la saliva ...

En ese Estado es donde se encuentran sufriendo los horrores del presidio nuestros hermanos Jesús M. Rangel, Eugenio Alzalde, Charles Cline, José Abraham Cisneros, Domingo R. Rosas, Miguel P. Martínez, Bernardino Mendoza, Pedro Perales, Jesús González, Leonardo Vázquez, Lino González y Luz Mendoza, repartidos en los campos penales de Perry Landing, correspondientes a la penitenciarfa del Estado, en Huntsville.

En ese presidio, como en todos los de este civilizado país, el ser humano sufre todas las indignidades y todas las torturas que la imaginación más depravada pudiera concebir. En el campo número uno fue donde murió cobardemente asesinado Lucio R. Ortíz, uno de nuestros compañeros presos. A Lucio lo odiaban los esbirros por su altivez. Que un prisionero tenga dignidad, es un crimen imperdonable. El preso tiene que ser el trapo del suelo de los bandidos que regentean los presidios. Teóricamente, se encierra al hombre en presidio para que se regenere, o para que se reforme como se dice en la jerga americana, esto es, que de malo que se le supone, se convierta en hombre bueno; pero los reglamentos canibalescos que imperan en los presidios, solamente sirven para que degeneren los mejores sentimientos que tenga el presidiario, matándole sus instintos sociales, quebrantando su carácter, destruyendo en él el sentimiento de la dignidad personal, convlrtiéndolo, en una palabra, en una verdadera máquina obediente, servil, pues en ninguna parte como en presidio se observa al pie de la letra el infame lema de: ver, oír y callar.

Lucio no pudo convertirse en máquina. Lucio era un hombre, un verdadero hombre; era un anarquista, y un anarquista, como el acero, se quiebra, pero no se dobla. Los esbirros del presidio se sentían ofendidos ante la altivez de nuestro excelente camarada, y los mal ratos le llovían; se le azotaba; se le tenía encerrado en el calabozo obscuro por semanas sujeto a la dieta bárbara del pan y el agua; no se le permitía hablar con nadie; se le suspendía por los dedos pulgares de las manos a una argolla, durante horas mortales sin que sus pies tocasen tierra; se le aplicaron todos los tormentos que solamente los esbirros de los presidios y los clérigos saben inventar, no hay que olvidar las escenas de la Santa Inquisición. El día anterior a su muerte, Lucio R. Ortíz sufrió una suspensión en la argolla por varias horas.

El 2 de septiembre próximo pasado, en la madrugada, el chirriar de los cerrojos; el rechinar de los goznes de las pesadas puertas de los calabozos; el estruendo de los pasos acelerados de los guardianes del presidio; las broncas voces de mando de los esbirros; el ruido de las armas de fuego de los sayones; despertaron a los presos, que con la rapidez que les permitía el cansancio de sus atormentados cuerpos, se dispusieron a poner en pie. Era la hora de levantarse, de abandonar el jergón, anidadero de piojos, chinches, pulgas y de cuanto parásito contribuye a hacer más miserable todavía la existencia del presidiario ... en la obscuridad de la hora, aquellas sombras comenzaron a alinearse en columna de formación. De las tinieblas, y como hija de ellas, brotó una voz que más pareció un rugido: ¡All right!, y aquellas sombras se pusieron en marcha en medio del siniestro rumor de las cadenas ... Eran como las cinco de la mañana, cuando aquella fúnebre columna se estremeció; se acababan de escuchar dos disparos de revólver. A pesar de la bárbara orden del reglamento que prohibe al presidiario ver para cualquier lado, excepto para su frente y con dirección al suelo, todos aquellos mártires volvieron rápidamente el rostro hacia donde se habían hecho los disparos: una sombra se agitaba en el suelo, en medio de un charco de sangre ... ¡era aquel gran carácter, miembro del Partido Liberal Mexicano, que en vida se llam6 Lucio R. Ortíz!

¿El delito que ameritó la muerte de ese hermano anarquista? ¡Haber puesto su vista, distraídamente, durante la marcha, por un segundo, en la persona de su matador: el esbirro E. Davis!

Así es como se nos refiere esa triste tragedia, en la que perdió la vida un hombre bueno, digno, honrado y útil a la humanidad.

Asesinatos de esta clase son frecuentes en aquel lugar. El 19 de abril del presente año, uno de los esbirros, D.L. Leanch, mató a un preso de nombre Félix López, de un tiro de rifle por la espalda. El trato concedido a los presos es digno de la Edad Media. Los esbirros tienen en el hocico, para soltarlas, las más hediondas palabras que los pobres prisioneros tienen que soportar so pena de recibir la muerte o algunos de los crueles castigos del presidio. Al preso que no puede trabajar aprisa, se le amenaza con matario, se le echa encima el caballo, se le golpea con el rifle. Por cualquier cosa se abofetea a los presos, se les patea, se les ultraja de todos modos. Según se nos informa, el segundo jefe de la prisión es el que se distingue por su crueldad. Los castigos que se imponen a los presos son tan brutales que muchos infelices pierden el conocimiento.

El trabajo se prolonga desde las cuatro y quince minutos de la manana, hasta las siete y media de la noche, poco más o menos, y se efectúa en condiciones que ni las bestias podrían resistir. En mayo último, por dos días se tuvo descalzos a los presos; la tierra, caldeada por el sol, hacía insoportable el sufrimiento a aquellos desdichados, y no obstante, los esbirros los hacían correr gozándose en las torturas de hombres indefensos.

La comida que se da a los presos es como sigue: por la mañana cuatro panecillos, del vuelo y del grueso de una hostia; una taza de café sin sabor, o lo que es lo mismo, agua teñida de negro; un pedacito de jamón y una cucharadita de melaza. Al medio día, un pedazo de pan duro de maíz, que con frecuencia los prisioneros no tienen tiempo de comerlo; hierbas cocidas sin manteca ni sal; una taza de agua y nada más. La cena consiste en lo mismo que se come al medio día. Por lo que respecta a la calidad de la comida, baste decir que ni los perros la apetecen.

Tal es el infierno en que sufren su martirio Rangel, Alzalde, Cisneros y demás compañeros citados arriba, expuestos a ser asesinados en cualquier momento, como ocurrió con Lucio R. Ortíz, si todos los trabajadores no nos ponemos resueltamente de parte de ellos. Los trabajadores de todo el mundo quedan invitados a hacer algo en beneficio de nuestros mártires, que son también sus mártires, porque son héroes de la lucha de clases, de la contienda del trabajo contra el capital; y dejarlos a merced de esbirros sin conciencia, es cometer una felonía, una traición imperdonable. Disculpable es que permanezcan los trabajadores con los brazos cruzados, cuando ignoran lo que ocurre; pero al saber la suerte que les cabe a sus hermanos de clase, al enterarse de los sufrimientos de los suyos, la indiferencia no tiene perdón, la falta de solidaridad es un crimen.

Que se levante una voz formidable por todo el mundo a favor de los militantes presos en Texas, que no queden en el olvido, tampoco, José Angel Hernández y Lucio Luna, los compañeros valientes que tuvieron la audacia de predicar la anarquía en la plaza de San Antonio, Texas, por lo que se encuentran presos en la cárcel del condado de esa ciudad de refugiados y de bandidos de la burguesía.

La audacia de la autoridad en este caso, llega al extremo de llevar a la cárcel y encerrar en un calabozo a una digna mujer, a la valerosa compañera Elsa A. Hernández, compañera de vida de nuestro querido amigo José Angel Hernández. Cuarenta y ocho horas permaneció en el calabozo la joven compañera, con su hijita Emancipación, una niñita de pecho, en sus brazos, sin alimentos, sin atenciones de ninguna clase. Dos seres indefensos en un calabozo, ¡qué honra para la civilización de los Estados Unidos de América! ¡Qué prestigio para el sistema burgués devorador de mujeres y de niños en sus prisiones! ¡Ni los salvajes más degradados se muestran brutales con las mujeres y los niños, seres a quienes todo el mundo ve solamente con simpatía y cariño! ¡Recordad, salvajes texanos, que mujeres os parieron! Aunque por vuestros actos, parece más bien que salistéis de la negra boca de un monstruo en un bostezo espantoso.

¡Basta! ¡Basta ya, verdugos, que la civilización se avergüenza de vosotros!

(De Regeneración, del 23 de octubre de 1915, N° 209).

Índice de Carranza contra los trabajadores (Artículos políticos 1915) de Ricardo Flores MagónAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha