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No nos oyen
Cada día se hace notar más la escasez de trabajo, advirtiéndose a la vez lo mal remunerado del poco que hay; no es extraño, por lo mismo, que el número de gente ociosa aumente, y que la miseria se enseñoree de la clase obrera y la conduzca a la desesperación, y los efectos que produzca esta desesperación han de ser de fatales consecuencias para la sociedad, y nadie tendrá la culpa de ese funesto resultado más que el torpe gobierno actual y la sórdida avaricia de los ricos.
Es un crimen imperdonable el que cometen ese puñado de miserables que matan de hambre a un pueblo digno de mejor suerte, pudiendo, con sólo querer, hacerlo feliz; es un crimen horroroso negar leyes justas y proporcionar trabajo a un pueblo que odia la ociosidad, y este crimen aumenta cuando se comprende que sólo el odio y la desmedida ambición de poseer riquezas sin trabajar, es lo que obliga a ese corto número de hombres sin corazón a matar física y moralmente a los desheredados.
Y luego las leyes son tan severas, y luego las exigencias son tan absurdas, que el desgraciado que se muere de hambre por falta de trabajo no puede más que morirse, porque no tiene a quien pedir, ni a quien quejarse.
No nos podemos explicar por qué motivo en un país tan rico como México, el bienestar está en proporción del uno al millar, cuando debía ser al contrario. Si México fuera como Escocia, por ejemplo; si nuestros paisanos fuesen enemigos del trabajo y tan poco ilustrados que se pusieran al nivel de los salvajes, entonces nada más lógico que el malestar general que guarda hoy nuestra patria; pero no siendo así, extraño, y mucho, es que haya hambre.
¡Hambre!
Esto es horrible.
¿Hambre cuando se sabe y se quiere trabajar?
¿Hambre cuando se ama el progreso, cuando se busca el libro y el periódico, cuando se concurre a la escuela y a la biblioteca?
¿Hambre cuando se ama la libertad y la democracia y se odia el fanatismo y la tiranía?
¿Hambre cuando se sigue gustoso el camino qpe van recorriendo los pueblos que se dirigen al perfeccionamiento?
¿Hambre cuando se busca la moralidad en la familia y se huye del garito y la taberna?
Hambre, sí hambre a pesar de todo: ¡hambre en el presente y hambre para el porvenir!
¿Es posible que un pueblo viva así? ¿Es posible resignarse a sufrir tal humillación?
No, mil veces no.
Es necesario moverse, es necesario protestar contra tal orden de cosas, es necesario defenderse.
¿Cómo?
Nadie lo dice aunque todos lo saben.
¿Cuándo?
Quizá muy pronto.
La clase obrera sufre y se queja por medio de sus órganos (sus periódicos), denuncia el mal e indica el remedio; no le hacen caso, no la escuchan, se ríen de ella, la burlan, la escarnecen, la odian; está bien, porque siempre reirá mejor el último que ría.
No os quejéis el día de la justicia popular, hombres egoístas; no llaméis infames a los que se van cansando de sufrir, seres sin vergüenza; no lloréis, tiranos, egoístas, verdugos, avaros; porque os pediremos ojo por ojo, diente por diente.
Si supuesto que nada nos une ni con el gobierno ni con los ricos; supuesto que el uno nos presenta como porvenir el cuartel y la cárcel, y los otros como recurso el agio; supuesto que somos extranjeros, que estamos como el israelita, sin patria ni hogar, supuesto que nos engañáis miserablemente, seguid vuestro camino, que nosotros seguiremos el nuestro: si nada os espanta, tampoco nos espanta nada ...
¡Tuxtepec, Tuxtepec! procura afirmarte cuanto antes en el puesto que ocupas, por medio de la justicia y de la humanidad, porque de lo contrario, caerás ridículamente en medio de la risa irónica de los obreros que por ti se mueren de hambre.
El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 94, México.
Mayo 12 de 1878, p. 1.
José María González
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