Hace veinticinco años cuando, en Ediciones Antorcha, publicamos esta obra, México deambulaba ya por los tortuosos caminos de una crisis desatada por el derrumbe de los precios del petróleo y por haber sido endeudado hasta decir basta. No obstante lo difícil de aquella situación, sentíase en el ambiente resquicios de esperanza ya que de la situación se culpaba directamente a la administración gubernamental y, lógicamente, pensábase que si la población lograba sacar al partido gobernante del poder, las cosas, casi por arte de magia cambiarían.

No es posible pasar por alto la llamada expropiación bancaria que tensó, hasta punto de rompimiento, las relaciones entre las organizaciones de la iniciativa privada y los poderes estatales. Obviamente la acción gubernamental generó la reacción de los organismos empresariales que, rápidamente iniciaron una auténtica cruzada no sólo para recuperar lo perdido, sino para deshacerse, de una vez y para siempre, de lo que ellos consideraban, y siguen considerando, el lastre de la Revolución Mexicana.

Tiempos funestos aquellos cuando los índices inflacionarios rebazaban el 100%, la producción se desmoronaba y el empleo escaseaba.

En aquel entonces decidimos editar la obra que ahora, gracias a la Red de Redes ponemos al alcance de los interesados. Pues, pensabamos que era necesario dar a conocer la alternativa de la autogestión, ante el tétrico panorama generado por aquella crisis económica.

No obstante que en ese entonces el boom autogestionario había, si se nos permite la expresión, pasado de moda, aún contenía bastante poder persuasivo, tanto por la bondad de su contenido como por, y debemos de decirlo puntualmente, el cúmulo de fantasías que generaba.

Sin duda uno de los grandes atributos de esta alternativa es que su funcionalidad no depende tanto de los rollos, gritos o consignas que algún lider o activista desembuche en algún mitin o asamblea, sino más bien de su práctica. Y aquí es en donde el asunto se complica, porque al ligar el aspecto autogestionario con la práctica dejando en la mochila todo el bla bla bla teórico, la cosa se vuelve tediosa, va perdiendo su atractivo. Y no puede ser de otra manera: la autogestión es o no es. Medias tintas la nulifican, pero claro está presenta las características propias de las situaciones que le permitieron nacer.

Por supuesto que cuando nos referimos a práctica, a vida cotidiana, la espectacularidad se opaca, se desvanece, ya que la autogestión, libre de las fantasías y el simbolismo que por diversas causas motiva, no es pasto de festejo del grillerío activista. Porque la autogestión busca incidir en los hechos de la vida cotidiana, encierra trabajo, dolores y sin sabores; de ninguna manera es un paraiso de risa y alegría, sino un enfrentamiento cotidiano con problemas de toda índole, una lucha constante en la vivencia y sobrevivencia. En pocas palabras: la autogestión no es la panacea con la que los flautistas de Hamelin buscan embobar a los credulos, para conducirlos a sus cavernas teóricas o partidistas. Es una alternativa que encierra disciplina, esfuerzos y perseverancia.

Ahora, cuando en la actualidad quienes no controlamos las economías de este sistema, enfrentamos una crisis por muchos considerada como inédita y cuyos resultados son impredecibles, la alternativa autogestionaria quizá salga al paso mostrándose como una posibilidad. Ello dependerá del actuar de grupos sociales conformados por individuos de carne y hueso y no de los rollos que puedan esbozar los neo gurus del siglo XXI.

Chantal López y Omar Cortés