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TECNOLOGÍA Y ANARQUISMO Murray Bookchin HACIA UNA TECNOLOGÍA LIBERADORA Nunca, desde los días de la Revolución Industrial, la actitud popular frente a la técnica se mostró tan fluctuante como en los últimos decenios. Durante la mayor parte de las décadas del veinte y del treinta, la opinión pública evidenció general beneplácito ante las innovaciones técnicas, y se identificaba el bienestar humano con los adelantos industriales. Fue entonces cuando los apologistas soviéticos excusaban a Stalin y a sus horrendos crímenes y brutales métodos aduciendo simplemente que era el industrializador de la Rusia moderna. Esta fue también la época en que la crítica de la sociedad capitalista encontraba sus mejores argumentos en la cruda realidad del estancamiento económico y técnico de los Estados Unidos y Europa occidental. Para muchos, existía una relación directa, unívoca, entre el progreso técnico y el social; se caía en un fetichismo que hacía de la industrialización un ídolo que justificaba los programas y planes económicos más vituperables. Hoy por hoy, tal posición nos parecería ingenua. Salvo quizá los técnicos y los hombres de ciencia que hacen la quincalla, los avances tecnológicos despiertan en la generalidad de la gente un doble sentimiento, una reacción esquizoide diríase; por un lado, el acuciante temor ante una posible destrucción atómica de la humanidad y por el otro, la esperanza de lograr la abundancia material, el ocio y la seguridad. Tampoco la técnica está de acuerdo consigo misma: la bomba se contrapone al reactor nuclear; el cohete intercontinental, al satélite de comunicaciones. La propia disciplina tecnológica se nos aparece tan pronto enemiga, tan pronto amiga de la humanidad. Incluso ciencias tradicionalmente centradas en el hombre, tal como la medicina, se encuentran ahora en una situación ambivalente; así, los recientes progresos de la quimioterapia se ven contrapesados por las investigaciones iniciadas en el campo de la guerra biológica: una esperanza y un peligro. No es de sorprender, pues, que esta tensión entre la promesa de un bien y la amenaza de un mal incline al hombre cada vez más a rechazar la técnica y el espíritu tecnológico por perniciosos. Se tiende a ver en la técnica a un ente demoníaco, dotado de siniestra vida propia y capaz de mecanizar al ser humano, cuando no de exterminarlo. El profundo pesimismo que provoca tal punto de vista suele ser tan simplista como el optimismo que primaba en décadas anteriores. En rigor, el gran peligro que corremos actualmente, es el de dejar que nÜestro temor nos impida ver con claridad las perspectivas que ofrece la técnica, nos haga olvidar que ella puede contribuir a nuestra liberación y, peor aún, nos induzca a permitir con pasividad fatalista que se la emplee con fines destructivos. Este ensayo se propone buscar respuesta a tres interrogantes: ¿Hay posibilidad de que la técnica moderna ayude a liberar material y espiritualmente al hombre? ¿Tenemos manera de hacer de la máquina el instrumento de una sociedad orgánica cuyo eje y medida sea el ser humano? Por último, ¿cómo pueden utilizarse la nueva técnica y los nuevos recursos de manera ecológica, es decir para promover el equilibrio en la naturaleza, el desarrollo pleno y duradero de las regiones naturales y la creación de comunidades orgánicas y animadas por un espíritu humano? El quid de la cuestión se encuentra en la palabra posibilidad. No puedo asegurar que la técnica tenga que traer necesariamente la liberación del hombre o que ella sea siempre beneficiosa para su desarrollo; tengo sí, la certeza de que el hombre no ha nacido para ser esclavo de la técnica y el pensamiento tecnológico, como quieren dar a entender Juenger y Elul en sus obras sobre el tema (1). Trataré de mostrar, por el contrario, que un modo de vida orgánico privado de sus elementos inorgánicos, tecnológicos (sean materias primas o máquinas en abundancia), sería tan poco funcional como un ser humano sin esqueleto. La técnica, me permito decir, ha de concebirse como la estructura indispensable en la que se apoyan todas las instituciones vivas de un organismo social dinámico.
Nota (1) Tanto Juenger como Elul parecen creer que el envilecimiento del hombre por la máquina es inherente al desarrollo de la tecnología, por cuyo motivo concluyen sus consíderaciones con una triste nota de resignada aceptación. La obra de estos dos autores refleja el fatalismo social al que me refiero, especialmente la de Elul, cuyos puntos de vísta son más sintomáticos de la condición humana contemporánea. Ver Friedrích Georg Juenger, The Failure of Technology (escrita antes de la segunda guerra mundial), y Jacques Elul, The Technological Society (que data de la década de 1960).
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