TECNOLOGÍA Y ANARQUISMO Murray Bookchin HACIA UNA TECNOLOGÍA LIBERADORA Permítaseme buscar respuesta a estas preguntas señalando un rasgo fundamental de la tecnología moderna: por primera vez en la historia, la tecnología tiene ante sí un horizonte indefinido. Con esto quiero decir que ha adquirido desarrollo tal, que su posibilidad de crear máquinas capaces de desempeñar los trabajos tradicionalmente ejecutados por el hombre no conoce límites ahora. La tecnología ha pasado finalmente del campo de la invención al de la construcción, del descubrimiento casual a la innovación sistemática. El doctor Vannevar Busch, ex director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico explica de manera suficientemente clara el significado de este avance cualitativo: Supongamos que hace medio siglo alguien hubiera propuesto crear un aparatito que, puesto en un automóvil, lo hiciera seguir automáticamente, aún estando dormido el conductor, una línea blanca pintada a lo largo del camino ... Todos se habrían reído de él, y le habrían dicho que su idea era descabellada. Así habría ocurrido hace cincuenta años. Pero supongamos que hoy alguien pidiera tal aparatito y estuviera dispuesto a pagarlo, dejando de lado toda consideración en cuanto a su utilidad verdadera. Habría muchas empresas prestas a firmar un contrato y construir el artefacto. No se requeriría un proceso de invención. En nuestro país hay miles de jóvenes para quienes sería un placer fabricar este dispositivo. Simplemente, tomarían del armario células fotoeléctricas, tubos termoiónicos, servomecanismos y relais; y si se lo pidieran, harían un modelo que sin duda funcionaría perfectamente. El hecho es que la existencia de gran cantidad de artefactos baratos, seguros y adaptables a varios usos y la existencia de individuos que saben muy bien cómo emplearlos, hacen que la construcción de artefactos automáticos se convierta en un procedimiento simple y rutinario. Ya no es cuestión de averiguar si algo se puede hacer, sino de decidir si vale la pena hacerlo. Aquí Busch pone de relieve los dos rasgos primordiales de la así llamada segunda revolución industrial: las posibilidades de la tecnología moderna y el criterio mercantil e inhumano con que se la encara y, por ende, limitado. Sería ocioso referirme al hecho de que el factor costo -el factor lucro, para decirlo más claramente- inhibe el uso de las innovaciones tecnológicas, así como promueve su aplicación en diversas industrias. Es bien sabido que en muchos campos de la economía a menudo la mano de obra resulta más barata que la máquina. Prefiero pasar revista a ciertos aspectos del proceso que condujo a la tecnología a su situación actual; además, hablaré sobre ciertas aplicaciones práctiras que han modificado pr0fundamente el papel del trabajo humano en la industria y la agricultura. Acaso lo que más influyó para dar tan tremendo impulso a la tecnologia fue la creciente interpenetración de la abstracción científica, las matemáticas y los medios analíticos con las tareas concretas, pragmáticas y más bien mundanas de la industria. Este nuevo orden de relaciones es relativamente reciente. Siempre lo técnico estuvo totalmente separadp de lo especulativo, teórico, mental; cisma este provocado por la neta división que existía entre las clases ociosas y las trabajadoras en la sociedad de la antigüedad y del medievo. Poco a poco, se tendieron algunos puentes entre amos dominios; más ello fue fundamentalmente obra inspirada y episódica de unos pocos hombres extraordinarios, los precursores de las ciencias aplicadas. En realidad, éstas tomaron forma en el Renacimiento y comenzaron a florecer verdaderamente en el siglo XIX, cuando el saber científico -el creciente cuerpo de generalizaciones acerca del mundo físico- fertilizo el terrenal reino de la tecnología. El auténtico héroe de la nueva interrelación de lo científico con lo tecnológico no es el inventor, el James Watt o el Thomas Edison, sino el investigador sistemático de miras universales, el Michael Faraday, cuyo aporte enriquece simultáneamente a la ciencia abstracta y a la ingeniería práctica. En nuestros días, la síntesis representada por la obra del genio inspirado, singular, reposa en el equipo de especialistas anónimos -la corporación de físicos, biólogos, ingenieros y técnicos-, lo que sin duda presenta grandes ventajas, pero también el inconveniente de la falta de visión, imaginación e inspiración que caracterizan a la organización burocrática. Otro factor importante, aunque no tan evidente, es el desarrollo industrial en sí. Este no es exclusivamente tecnológico en el sentido de que sólo significa el reemplazo de la mano de obra por la máquina. Uno de los medios más eficaces para aumentar la producción ha sido la continua reorganización de los procesos laborales, la ampliación y perfeccionamiento de la división del trabajo; Curiosamente -por una dialéctica interna propia- la creciente descomposición de las tareas hasta extremos cada vez más inhumanos, su desmenuzamiento en una serie de operaciones fragmentadas e intolerablemente minúsculas conducente a una cruel simplificación del proceso laboral, da nacimiento a la máquina que reunirá en una sola operación mecanizada todas esas manipulaciones aisladas. Históricamente, sería difícil dilucidar cómo surgió la producción mecanizada en gran escala, cómo la máquina fue desplazando a la mano de obra, sin seguir las sucesivas etapas evolutivas de la industria: 1°) el artesanado, en la cual un trabajador independiente y profundo conocedor de su oficio realiza las más diversas operaciones para producir un único objeto; 2°) el purgatorio de la fábrica, donde todas esas tareas son fragmentadas y distribuidas entre multitud de jorñaleros ño especializados o semi especializados; 3°) el establecimiento fabril totalmente mecanizado, en el cual la máquina cumple la labor de muchos obreros y sólo requiere para su manejo de unos pocos hombres; 4°) la planta 'automatizada cibernéticamente, que ya no requiere operarios sino técnicos supervisores y expertos en el cuidado y manteniento de los sistemas automáticos. Si seguimos profundizando en la materia, descubriremos otro aspecto importante: que la máquina, otrora simple prolongación del músculo humano, ha pasado a ser una prolongación del sistema nervioso humano. En el pasado, las herramientas y las máquinas le servían al hombre para aumentar su capacidad física para dominar a las fuerzas naturales y tomar las materias primas. Los dispositivos mecánicos y los motores creados durante los siglos XVIII y XIX no vinieron a reemplazar a los bíceps humanos, sino a ampliar su eficiencia. Aunque las máquinas incrementaron enormemente la producción, todavía se necesitaba de los músculos y la inteligencia del trabajador para manejarlas, aún tratándose de operaciones medianamente simples. El avance técnico podía medirse estrictamente por el grado de productividad: un hombre, con determinada máquina, producía cinco, diez, cincuenta o cien artículos más que antes de emplearla. El martillo de vapor de Nasmyth, expuesto en 1851, moldeaba vigas de hierro con unos pocos golpes, labor que, hecha a pulso, habría insumido largas horas. Con todo, para levantar, sostener y sacar la pieza fundida, se precisaba de la fuerza mascular y la razón de media docena de operarios en buenas condiciones físicas. Con el tiempo, se fueron inventando artefactos que ahorraron esfuerzo humano, mas la acción y la inteligencia del hombre siguieron siendo indispensables para el manejo de la máquina y, por tanto, parte imprescindible del proceso de producción. Para que una máquina sea totalmente automática y aplicable a una compleja industria para la producción en gran escala, debe cumplir por lo menos tres principios técnicos fundamentales: tener la capacidad de corregir sus propios errores; estar provista de elementos sensoriales que reemplacen a los sentidos de la vista, el oído y el tacto del trabajador; y, por último, incluir dispositivos que hagan las veces de las facultades mentales del hombre, es decir que la doten de discernimiento, habilidad y memoria. El uso efectivo de estos tres principios presupone contar con los medios técnicos sin los cuales sería imposible aplicar a las operaciones industriales esos dispositivos que hacen que la máquina se comporte como si poseyera sentidos y cerebro; presupone estar en condiciones de adaptar las maquinarias existentes o crear otras nuevas para manipular, conformar, armar, embalar y transportar productos acabados y semiacabados. El empleo de medios de control automático y autocorrectivos en las operaciones industriales no es cosa nueva. El regulador de Watt, inventado en 1788, es un órgano cibernético elemental utilizado para la autonormalización de laS máquinas de vapor. Unido por brazos metálicos a la válvula de la máquina, el regulador consiste esquemáticamente en una fina varilla rotativa que sostiene un par de bolas de metal con movimiento libre. Cuando la máquina aumenta el número de revoluciones por minuto, la varilla comienza a rotar más rápidamente y produce una fuerza centrífuga que impulsa las bolas hacia afuera, las que cierran la válvula; inversamente, si ésta no recibe vapor suficiente para mantener la velocidad de giro, las bolas caen hacia adentro, agrandando la abertura de la válvula. El termostato que regula el funcionamiento de los sistemas de calefacción se basa en un principio similar: fijada de antemano la temperatura deseada, pone automáticamente en marcha el equipo cuando la temperatura desciende por debajo del nivel establecido y lo apaga cuando se eleva por encima de él. Estos dos dispositivos reguladores constituyen un ejemplo ilustrativo de lo que ha dado en llamarse el principio de realimentación. En los equipos electrónicos modernos, toda alteración en el funcionamiento de la máquina produce señales eléctricas que son transmitidas al dispositivo de control de manera que éste automáticamente corrige la desviación o el error. Las señales eléctricas inducidas por el error son amplificadas por el sistema de control, que luego las transmite a otros dispositivos que se encargan de volver la máquina a su punto ideal. Llámase sistema cerrado al que emplea la desviación respecto a una norma para regular la máquina. Su contrario es el sistema abierto, en el cual los dispositivos cumplen su misión independientemente de la función específica del artefacto (por ejemplo, un interruptor de luz manual o las levas que hacen girar automáticamente un ventilador eléctrico). Así, si se mueve el interruptor, la luz eléctrica se prenderá o apagará, sea de día o de noche; igualmente, el ventilador rotará con igual velocidad, esté el ambiente muy cálido o relativamente fresco. En suma, el ventilador será automático en el sentido popular de la palabra, pero no se autorregula en lo que a su función concierne. Indudablemente, el descubrimiento de dispositivos sensibles constituye un importante paso adelante en la creación de mecanismos de control autorreguladores. Hoy en día, contamos en este campo con termocuplas, células fotoeléctricas, aparatos de rayos X, cámaras de televisión y transmisores de radar. Conjunta o separadamente, confieren a la máquina un asombroso grado de autonomía. Aún sin los computadores, estos dispositivos sensibles permiten realizar operaciones extremadamente peligrosas por control remoto, de modo que permiten al operario, ubicarse a gran distancia del punto donde se efectúa el trabajo. También pueden emplearse para convertir muchos sistemas abiertos tradicionales en sistemas cerrados, con lo cual se amplía el radio de acción de las operaciones automáticas. Tomemos el caso de la iluminación eléctrica manejada mediante reloj; trátase de un sistema abierto medianamente simple cuya eficacia depende por completo de factores mecánicos. Pero si se la regula con una célula fotoeléctrica que hace apagar las luces cuando amanece, habremos perfeccionado la iluminación artificial, le habremos dado capacidad de adaptación, porque se encenderá y apagará con la puesta y la salida del sol. De esta suerte, el sistema guarda relación directa con su función. El computador, capaz de realizar todas las tareas rutinarias que agobiaban al trabajador hace poco menos de una generación, inicia una nueva era en la industria. Básicamente, el computador digital es un calculador electrónico que realiza operaciones aritméticas a una velocidad incomparablemente mayor que el cerebro humano (1). Y en esto reside justamente su importancia: su enorme rapidez, que le otorga superioridad cuantitativa sobre la capacidad del hombre, tiene un profundo significado cualitativo. En virtud de su rapidez, el computador puede efectuar operaciones matemáticas y lógicas sumamente difíciles y complicadas; gracias a su memoria, que almacena millones de datos e informaciones, y el uso del sistema de numeración binario (que consta únicamente de los números O y 1) un calculador digital es capaz de realizar operaciones que se aproximan a muchas actividades lógicas extremadamente complejas de la mente humana. No sabemos si la inteligencia del computador llegará alguna vez a crear o innovar; debemos esperar, puesto que la técnica de las computadoras avanza día a día a pasos agigantados, sufriendo en poco tiempo cambios verdaderamente revolucionarios. De lo que no cabe la menor duda es de que el calculador digital está ya en condiciones de hacerse cargo de las gravosas tareas mentales que en nada requieren el ejercicio de las facultades creadoras del hombre en la industria, la ciencia, la ingeniería, la recepción de informaciones, la documentación y el transporte. El hombre moderno ha fabricado un cerebro electrónico para coordinar, guiar y evaluar la mayoría de las operaciones fabriles rutinarias. Empleados adecuadamente dentro de la esfera de acción a la cual están destinados, los computadores son más rápidos y eficientes que el ser humano. En términos generales, ¿cuál es el significado concreto de esta nueva revolución industrial? ¿Cuáles son sus consecuencias inmediatas y previsibles en lo que al trabajo concierne? Veamos la repercusión que tuvo la nueva técnica en los procesos de producción. Tomaremos el caso de la fábrica de motores de automóvil Ford de Cleveland. El increíble cambio sufrido por este establecimiento en sólo una década nos permitió valorar hasta qué punto el desarrollo técnico de todas las industrias puede contribuir a la liberación del hombre. Hasta el momento en que la cibernética comenzó a aplicarse en la industria del automotor, la planta Ford empleaba unos trescientos obreros que, utilizando gran variedad de herramientas y máquinas, tardaban más de tres semanas para transformar un bloque de fundición en un motor completo. Con el uso de los llamados sistemas mecánicos automatizados, esas tres semanas se redujeron a menos de quince minutos. Del personal de trescientos, sólo quedaron unas pocas personas encargadas de vigilar el tablero de control automático. Más tarde se añadió un computador al sistema mecánico, con lo que se lo convirtió en un verdadero sistema cerrado, en un órgano cibernético. El computador dirige todo el proceso mecánico mediante pulsos electrónicos cuya frecuencia es de 300,000 ciclos por segundo. Pero aún este sistema es ya anticuado. La próxima generación de máquinas computadoras tendrá una frecuencia mil veces mayor, es decir de 300 millones de ciclos por segundo, observa Alice Mary Hilton. Las frecuencias de un millón o de mil millones de ciclos por segundo escapan a la comprensión de nuestras mentes finitas. Lo que sí se entiende perfectamente es que, en sólo uno o dos años, hemos avanzado mil veces. Estamos en condiciones de procesar una información mil veces más voluminosa que antes, o bien de procesar igual cantidad de información, con una velocidad mil veces mayor. En resumidas cuentas, una tarea que requería dieciséis horas puede ahora realizarse en un minuto, ¡y sin intervención humana! Un sistema capaz de actuar así no sólo gobierna un tren de montaje, sino todo un proceso industrial, la fabricación completa de un objeto. No hay razón para que los principios técnicos básicos aplicados para convertir una fábrica de motores de automóvil en un organismo cibernético no puedan utilizarse en todos los campos de la producción en gran escala, desde la industria metalúrgica hasta la alimentaria, desde la electrónica hasta la juguetera, desde la construcción de puentes prefabricados hasta la de casas prefabricadas. Muchas de las fases de la siderurgia, de la producción de herramientas y matrices, de la fabricación de equipos electrónicos, de la elaboración de substancias químicas -en fin, la lista sería prácticamente interminable- están ya automatizadas parcial o totalmente. El principal factor que impide la completa automatización de todas las etapas de la industria moderna es el enorme gasto que insumiría el reemplazar las instalaciones existentes con otras nuevas, más complicadas; el segundo factor es el innato espíritu conservador de buena parte de las grandes compañías. Finalmente, como ya dije, en diversas industrias resulta más barata la mano de obra que la máquina. A no dudarlo, cada industria tiene sus problemas particulares, de modo que la introducción de las nuevas técnicas cibernéticas haría surgir multitud de complicaciones, cuya solución exigiría cuidadoso estudio y grandes esfuerzos. En muchos casos, sería preciso alterar la forma del producto y la disposición de la planta industrial para adaptar el proceso fabril a la técnica de la automatización. Mas aseverar que por ese motivo es imposible automatizar completamente tal o cual industria, es tan ridículo como si, hace unos años se hubiera afirmado que no era factible volar porque la hélice de un aeroplano experimental no giraba a velocidad suficiente o porque el armazón era demasiado frágil como para resistir las sacudidas del viento. No hay industria que no pueda automatizarse totalmente si estamos dispuesto a adaptar el producto, las instalaciones, los procedimientos de producción y los métodos de manipulación a las nuevas circunstancias. En rigor, la mayor dificultad para planear cómo, dónde y cuándo determinada industria ha de automatizarse no estriba en los problemas específicos que se presentarán, sino en el constante progreso de la tecnología moderna, que da enormes saltos de año en año. Prácticamente, todo proyecto de automatización ha de ser tenido como provisorio, pues no bien lo ponemos en el papel, nos enteramos de nuevos y notables avances que dejan ya atrás las ideas esbozadas. Sin embargo, creo acertado y útil referirme a la aplicación de la nueva tecnología en el campo laboral que embrutece y envilece al hombre como ningún otro. Así como, según aseguran los pensadores radicales, la posición de la mujer dentro de la sociedad da la pauta del nivel moral de ésta, también cabría decir que la sensibilidad de una sociedad respecto al sufrimiento humano puede medirse por las condiciones en que deben desenvolverse los obreros empleados en la obtención de las materias primas, específicamente en las minas y canteras. Antiguamente, el trabajo en las minas era un modo de castigo, reservado principalmente a los criminales más recalcitrantes, los esclavos más rebeldes y los prisioneros de guerra más aborrecidos. La mina es la imagen del infierno hecha realidad diaria: mundo lúgubre, donde cuerpo y alma se atrofian; mortecino reino inorgánico, traicionera caverna que hace del hombre un triste autómata obligado a trabajar dura y penosamente. El campo, el bosque, el arroyo y el océano son el medio natural de la vida humana: la mina no es más que mineral, metal, escribe Lewis Mumford. ... Al abrir las entrañas de la tierra para hurgar en su interior, el minero pierde la noción de la forma; sólo ve pura materia, y hasta que llega al filón, esa materia no es más que un obstáculo que va quitando tenazmente de su camino. Si alguna forma ve dibujada en las paredes de su cueva a la luz vacilante de su candela, es la monstruosa proyección de su pico o de su brazo: son las formas del horror. El día, ha sido abolido y el ritmo de la naturaleza, quebrado; aquí es donde surgió el trabajo ininterrumpido día y noche. El minero tiene que vivir con luz artificial aunque fuera el sol brille radiante; y en los yacimientos más profundos, ha menester de ventilación artificial: todo un triunfo del medio ambiente fabricado. La eliminación del trabajo humano en la extracción de los minerales constituiría de por sí un índice de las posibilidades liberadoras de la tecnología. Y el que podamos decir que esto ya se ha logrado, aunque no sea más que en un solo caso por el momento, es muestra de que en el futuro la técnica dispensará al hombre del trabajo aflictivo. El primer gran paso en este sentido, por lo menos en lo que a la industria carbonífera concierne, fue dado con la creación de una gigantesca máquina provista de cuchillas de 2,70 m que saca ocho toneladas de carbón por minuto. Gracias a esta extractora continua, a las cargadoras móviles, los taladros eléctricos y otras mejoras, en minas de zonas como la de Virginia Occidental, se redujo la cantidad de mineros a un tercio del número empleado en 1948 y se duplicó la producción individual. Pese a ser esto un gran adelanto, seguíase necesitando del hombre para ubicar y manejar las máquinas; pero ahora, con los últimos progresos técnicos, nos es ya dable prescindir por completo del minero, cuyas tareas pueden ser cumplidas por dispositivos sensibles basados en el principio del radar. Las máquinas automáticas dotadas de elementos sensoriales posibilitan la eliminación del trabajador no sólo de las grandes minas, tan necesarias para la economía, sino también de la agricultura, si se la organiza según los moldes de la industria moderna. Aunque es muy cuestionable la conveniencia de industrializar y mecanizar la actividad agraria (punto que retornaré luego), el hecho es que, si la sociedad decide hacerlo, fácil será automatizar importantes ramas de la agricultura moderna, desde el cultivo del algodón hasta el del arroz. Podríamos manejar casi cualquier máquina, sea una pala gigante en una mina abierta o una cosechadora en una gran planicie, mediante órganos cibernéticos sensibles o por contral remoto con cámaras de televisión. La cantidad de trabajo que insumiría el manejo de estos dispositivos y máquinas desde una distancia segura y una cómoda ubicación sería mínima, en caso de que se requiera intervención humana. No está muy lejano el día en que una economía organizada racionalmente construirá fábricas completas, compactas, en forma automática, sin que el hombre ponga mano en ello; en que los componentes de las máquinas se producirán con tan poco esfuerzo que la atención de éstas se reducirá al simple acto de quitar una pieza defectuosa para reemplazarla por otra en buen estado, tarea tan pesada como la de sacar y poner una bandeja; en que las máquinas, en suma, se encargarán de fabricar y reparar la mayoría de los aparatos necesarios para mantener una economía altamente industrializada. Semejante técnica, encauzada totalmente a llenar las necesidades humanas dejando de lado toda consideración en cuanto a ganancias o pérdidas, traería al mundo una abundancia sin precedentes, aún en relación a los standard de opulencia material de los países occidentales prósperos. La máquina puesta al servicio del hombre eliminaría el ponos de la necesidad y el trabajo aflictivo, la condena de vivir en una sociedad basada en la escasez y el trabajo obligatorio, donde imperan la frustración, el sufrimiento y la deshumanización. En tales circunstancias, los problemas que se plantean en torno de las consecuencias y posibilidades del uso de la cibernética en la técnica no atañen ya a la satisfacción de las necesidades materiales del hombre sino a la reintegración de la sociedad. Sería responsabilidad nuestra determinar ahora mismo cómo habrán de emplearse la máquina, la fábrica y la mina para promover la solidaridad humana, el logro de una relación equilibrada con el medio natural y de una comunidad verdaderamente orgánica. ¿Deberá utilizarse la nueva técnica en gran escala, sobre la base de una economía nacional que abarque gigantescas empresas industriales? Este tipo de organización industrial -en rigor, una prolongación de la Revolución Industrial- demandaría un sistema centralizado para la planificación de la economía nacional así como la delegación de la autoridad en manos de representantes económicos y políticos investidos de poderes estratégicos y de mando, poderes consolidados por el dominio que esos representantes estarían en situación de ejercer sobre la industria, convertida en un enorme establecimiento socializado, o de dimensiones nacionales y carácter anónimo. Por su índole misma, la industria en gran escala es terreno fértil para la proliferación de modos burocráticos de administración, trátese de empresas privadas o dirigidas por los trabajadores. Cuando la industria es socializada al punto de trascender la escala humana, se convierte en el más firme apoyo material del Estado autoritario y centralista. Acaso la nueva técnica se preste a la producción en pequeña escala, basada en una economía regional y estructurada a medida del hombre. Este tipo de organización industrial propende a dejar las decisiones económicas estratégicas a cargo de la comunidad de cada lugar, cuyas asambleas populares y cuyos consejos técnicos se encuentran perfectamente dentro del alcance de los individuos que la componen. En la medida en que la producción material se descentralice y localice, se afianzará la primacía de la comunidad sobre las instituciones nacionales, suponiendo que alguna de ellas tendiera a adquirir cierto predominio. La autoridad pertenece fundamentalmente a la asamblea popular, en la que se practica la democracia directa de persona a persona; la autoridad de la asamblea se ve cualitativamente fortalecida por el hecho de que ella es la que dispone exclusivamente de todos los recursos materiales de la sociedad. Como vemos, lo importante es dilucidar si la sociedad ha de organizarse en torno de la tecnología o si ésta debe organizarse en torno de la sociedad. Hallaremos la respuesta analizando la nueva tecnología a fin de descubrir si hay manera de utilizarla a escala humana.
Nota (1) Los computadores actualmente en uso divídense en dos amplias categorías: el computador analógíco y el digítal. El primero tiene aplicación más bien limitada en las operaciones industriales; aquí me refiero exclusivamente a las computadoras digitales.
LAS POSIBILIDADES DE LA TECNOLOGÍA MODERNA