Indice de Teconología y anarquismo de Murray Bookchin La nueva tecnología y la escala humana. Cuarta parte de Hacia una tecnología liberadora La técnica al servicio de la vida. SExta parte de Hacia una tecnología liberadoraBiblioteca Virtual Antorcha

TECNOLOGÍA Y ANARQUISMO

Murray Bookchin

HACIA UNA TECNOLOGÍA LIBERADORA
EL USO ECOLÓGICO DE LA TÉCNICA


Hasta ahora me he ocupado de aspectos tangibles, netamente objetivos, como son la posibilidad de eliminar el trabajo penoso, la inseguridad material y la centralización de la economía. Ahora pasaré a referirme a un problema que puede parecer algo subjetivo, pero que considero de absoluta importancia: la necesidad de lograr que el hombre vuelva a saber de su dependencia respecto al mundo natural, que su interrelación con la naturaleza sea parte viva de su cultura.

Tal problema es característico y propio de esta sociedad nuestra, tan urbanizada e industrializada. En casi todas las civilizaciones preindustriales, el hombre no necesitaba que se le explicara su relación con el medio natural, ésta era bien clara, evidente y viable, y estaba santificada plenamente por la tradición y los mitos. La sucesión de las estaciones, las variaciones pluviales, el ciclo vital de las plantas y los animales con que el hombre se alimentaba y vestía, los caracteres distintivos de la zona ocupada por la comunidad, eran todos elementos familiares, comprensibles, que despertaban en él un sentido de reverencia religiosa, de comunión con la naturaleza, y, más pragmáticamente, un respetuoso sentimiento de dependencia.

Rara vez encontramos entre las primeras civilizaciones occidentales una tiranía social tan despótica y despiadada que ignorara tal relación. Las invasiones de los bárbaros y, más engañosamente, el desarrollo de las civilizaciones comerciales pueden haber destruido las conquistas logradas por las culturas agrarias establecidas, pero normalmente -aún cuando involucraran una explotación del hombre- los sistemas basados en la agricultura sólo excepcionalmente provocaron la destrucción del suelo y los terrenos.

Durante los periodos más opresivos de la historia del antiguo Egipto y la Mesopotamia, las clases dominantes se preocupaban por mantener los canales de irrigación en buen estado y promover métodos racionales para el cultivo de plantas alimenticias. Incluso los antiguos griegos, cuya heredad estaba constituida por un suelo montañoso de escasa profundidad y sometido a marcada erosión, tuvieron la inteligencia de convertir las laderas boscosas en huertos y viñedos, que eran las formas de cultivo que admitían esas tierras.

Durante la Edad Media, el duro suelo europeo fue trabajado paciente y hábilmente hasta tornarlo apto para la agricultura.

En términos generales, el medio natural empezó a ser explotado implacablemente cuando surgieron los sistemas agrícolas comerciales y las sociedades urbanizadas en extremo. Uno de los más tristes casos de inutilización del suelo que hallamos en el mundo antiguo es el de las chacras comerciales de Africa del Norte y la Península Itálica, donde se empleaban esclavos.

En cuanto a nuestra época el desarrollo de la técnica y el crecimiento de las ciudades han alienado al hombre de la naturaleza, provocando su total separación de ella. El hombre occidental está encerrado en un medio urbano esencialmente artificial, se encuentra físicamente alejado de la tierra y la máquina se interpone en su relación con el mundo natural. Amén de desconocer de dónde proviene y cómo se producen la mayoría de los bienes que consume, le presentan su alimento de manera tal que conserva poco o nada de la forma del animal o la planta con que ha sido preparado. Encajonado en un medio urbano aséptico (casi institucional en forma y apariencia), el hombre moderno se ve privado incluso de actuar como espectador de la actividad agrícola e industrial que satisface sus necesidades materiales. Es pura y exclusivamente un consumidor, un receptáculo insensible. Sería injusto afirmar que no respeta su medio natural; lo trágico es que no tiene casi idea de qué es la ecología o de lo que se requiere para mantener el equilibrio del mundo que lo circunda.

Es preciso restaurar el equilibrio, no sólo en la naturaleza sino también entre ella y el ser humano.

En otro ensayo, traté de demostrar que, si no se equilibra de alguna manera la relación entre el hombre y su contorno, la especie humana corre el grave peligro de extinguirse (1). Aquí me propongo mostrar cómo puede aplicarse la nueva técnica con criterio ecológico a los fines de cristalizar el sentimiento de dependencia del hombre respecto a su medio natural; quiero probar que, al reintroducir el mundo natural en la experiencia humana, contribuiremos a la integración del hombre.

Los utopistas clásicos comprendieron plenamente que el primer paso en este sentido ha de consistir en eliminar la oposición entre ciudad y campo.

Es imposible dijo Fourier hace casi un siglo y medio, organizar agrupaciones humanas estables y bien equilibradas sin hacer entrar en juego las labores del campo, o al menos el jardín, la huerta, el ganado y la manada, el corral y gran variedad de especies tanto animales como vegetales. Consternado ante los efectos sociales de la Revolución Industrial, añadía Fourier: En Inglaterra ignoran este principio y experimentan con artesanos, únicamente con el trabajo industrial, que no basta por sí solo para mantener la unión social.

Aseverar que el habitante de la ciudad moderna debería gozar nuevamente de las labores del campo suena a broma. El retorno a la agricultura campesina propia del tiempo de Fourier no es posible ni deseable. Charles Gide estaba muy en lo cierto cuando señaló que el quehacer agrícola no es necesariamente más atractivo que el indústrial; la labranza ha sido siempre considerada ... como el tipo de trabajo más penoso: es el trabajo que se hace con el sudor de la frente. La idea de Fourier de que en los falansterios se cultivaran principalmente frutas y hortalizas en lugar de cereales, no es respuesta suficiente. a esta objeción. Si no nos proyectáramos más allá y recurriéramos sin más a los procedimientos actuales, la única alternativa que nos quedaría para salir de la agricultura campesina sería una forma de explotación agropecuaria muy especializada y centralizada que empleara métodos semejantes a los de la industria moderna. En realidad, de este modo, en lugar de implantar un equilibrio entre ciudad y campo, nos encontraríamos sumidos en un medio artificial que habría neutralizado totalmente al natural.

Si convenimos en que la comunidad debe volver a integrarse físicamente con la tierra, que ha de desenvolverse en un contorno agrícola que patentice la dependencia del hombre respecto a la naturaleza, entonces el problema reside en hallar la manera de efectuar esta transformación sin restaurar el trabajo penoso. En suma, ¿cómo podrían practicarse la labranza, las formas de cultivo ecológicas y la explotación agropecuaria en escala humana y sin sacrificar la mecanización?

Algunos de los procesos más promisorios logrados en la esfera de la agricultura después de la segunda guerra mundial préstanse por igual para la explotación de la tierra en pequeña escala, en sus formas ecológicas, y para el tipo de explotación comercial, con grandes establecimientos organizados a imagen de la industria, como los que se han generalizado en las últimas décadas.

Veamos algunos casos concretos. Las faenas del campo, pueden mecanizarse en forma racional con el inteligente aprovechamiento de máquinas y dispositivos ya existentes, que virtualmente eximirían al hombre de los trabajos rurales fatigosos. Ejemplo ilustrativo de este principio es la alimentación mecanizada del ganado. Si se interconectan varios silos de manera que se mezclen los distintos forrajes y granos y luego se transporta mecánicamente esta mezcla a los pesebres, con sólo apretar unos botones y mover unas llaves se habrá cumplido en pocos minutos una tarea que seis hombres, trabajando con horquillas y baldes, tardan medio día en realizar. Este tipo de mecanización es intrínsecamente neutro. En efecto, el sistema es aplicable a haciendas de miles de cabezas o de sólo unos cientos; permite utilizar indistintamente alimentos naturales o sintéticos, enriquecidos con hormonas; y puede utilizarse en chacras relativamente pequeñas de ganadería mixta, o en establecimientos de todo tamaño dedicados al ganado vacuno para la industria lechera o de la carne. En una palabra, este procedimiento puede ponerse al servicio de las formas de explotación comercial más abusivas o de la más sensible aplicación de los principios de la ecología.

Igual sucede con la mayoría de las maquinarias agrícolas creadas (en muchos casos simplemente readaptadas para su uso múltiple) en los últimos años. El tractor moderno, por ejemplo, es una extraordinaria muestra del ingenio mecánico. Los modelos de jardín pueden usarse sin dificultad para toda clase de tareas; ligeros y muy fáciles de manejar, siguen las sinuosidades del terreno más escabroso sin dañar la tierra. Los tractores grandes, especialmente los destinados a zonas cálidas, suelen tener cabinas con aire acondicionado; además del equipo de arrastre vienen provistos de accesorios para cavar agujeros para postes, realizar el trabajo de camiones recolectores y aun generar energía eléctrica para los elevadores de granos. Además, se han ideado arados aptos para hacer frente a cualquier dificultad que se presente en la labranza. Hay incluso modelos avanzados que se regulan hidráulicamente para seguir los altibajos del terreno. También se cuenta con sembradoras mecánicas para prácticamente todo tipo de cosecha; las que arrojan simultáneamente semillas, fertilizantes y plaguicidas (desde luego); conjugan varias operaciones en una sola, lo cual redunda en beneficio del suelo por evitarse el apelmazamiento que produce el paso repetido de máquinas pesadas.

La variedad de cosechadoras mecánicas ha alcanzado proporciones asombrosas. Hay cosechadoras para los más diversos tipos de hortalizas, bayas, vides, sembrados de campo abierto y, desde luego, cereales. Los graneros, los corrales, los depósitos, han 'sido totalmente revolucionados con los mecanismos de transporte automático, los silos herméticos, los eliminadores automáticos de estiércol, los aparatos para regular la temperatura y humedad ambientes, en fin, una lista interminable. Las cosechas se desgranan, limpian, cuentan, congelan o envasan, embolsan, empaquetan y embalan, todo ello mecánicamente. La construcción de zanjas de riego cementadas ha quedado reducida a una simple operación mecánica ejecutada por una o dos máquinas excavador as. Los terrenos de subsuelo o de desagüe malos pueden mejorarse mediante equipos removedores e implementos de labranza que penetran más allá de la primera capa de tierra.

A pesar de que una parte de las investigaciones agronómicas se dedican a la creación de agentes químicos perniciosos y cultivos de dudoso valor nutritivo, se han producido extraordinarios adelantos en lo que al mejoramiento genético de las plantas se refiere. Así, se han hallado muchas variedades de cereales y verduras resistentes a los insectos depredadores, a las enfermedades y al frío. En muchos casos, estas variedades representan decididamente un mejoramiento de los ancestrales tipos naturales y han posibilitado la explotación de extensas superficies desaprovechadas por falta de cultivos adecuados a sus condiciones. El plan de reforestación de la gran llanura central de EE.UU., tímidamente iniciado hacia 1920, poco a poco va transformando esa región otrora inhóspita y estéril en una planicie apta para la agricultura y ecológicamente más equilibrada. Los árboles actúan como rompevientos en el invierno y sirven de refugio a los pájaros y a los mamíferos pequeños en las épocas de calor. Contribuyen a la conservación del suelo y de la humedad, ayudan a mantener la cantidad de insectos bajo control e impiden que los vientos dañen las cosechas en los meses estivales. La aplicación de planes de este tipo podría mejorar notablemente la ecología de cualquier comarca. En cuanto al referido programa de reforestación (que se llevó a cabo en buena parte sin ayuda estatal) es uno de los pocos casos en que el hombre se ha preocupado por mejorar el medio natural para poner una zona en condiciones óptimas.

Detengámonos aquí para imaginar cómo nuestra comunidad libre se integrará con su medio natural. Suponemos que su instalación ha sido precedida de cuidadosos estudios acerca de su ecología natural: las condiciones atmosféricas y climáticas, los recursos acuáticos, las formaciones geológicas, las materias primas, el suelo, la fauna y la flora. El número de habitantes se mantiene conscientemente dentro de los limites impuestos por la capacidad de absorción de la zona. El aprovechamiento del suelo se rige enteramente por principios ecológicos a fin de conservar el equilibrio entre el medio geobiológico y sus ocupantes. La comunidad, de vida industrial independiente, forma una unidad bien definida dentro de una matriz natural, una unidad que se encuentra social y artísticamente en equilibrio con su contorno.

Muy mecanizada está la actividad agropecuaria, que procura alcanzar un máximo de variedad en lo que a cultivos, ganado y vegetación arbórea se refiere. Hay preocupación por promover la mayor diversidad de flora y fauna a fin de evitar las plagas y aumentar la belleza del paisaje. Sólo se permite la explotación agrícola y ganadera en gran escala allí donde no afecta la ecología del lugar. Por cultivarse toda clase de plantas alimenticias, la agricultura corre por cuenta de pequeñas chacras separadas entre sí por franjas arboladas, grupos de arbustos y, donde es posible, por prados y campos de pastoreo. En terreno ondulante, montañoso o accidentado, las superficies de gran declive están cubiertas de árboles a los efectos de prevenir la erosión y la pérdida de agua. El suelo es objeto de detenido estudio para destinar cada parcela al tipo de cultivo que mejor se presta a sus condiciones.

Se busca aunar campo y ciudad sin sacrificar ninguno de los beneficios que uno y otro pueden ofrecer a la experiencia humana. La región ecológica forma el linde social, cultural y biológico de la comunidad o del grupo de comunidades que comparten sus riquezas naturales. Cada centro comunitario está ornado de plantas, floridos jardines, atractivas alamedas, parques, e incluso arroyuelos y estanques habitados por peces y aves acuáticas. La zona rural, que provee los alimentos y las materias primas, no sólo constituye el contorno inmediato de la comunidad, tan cercano que puede llegarse a él a pie, sino que también penetra en ella. Aunque ciudad y campo conservan su individualidad, aunque se exaltan y acentúan sus atributos particulares la naturaleza está presente en todo el radio urbano en tanto que la ciudad parece haber acariciado a la naturaleza, dejando en ella un delicado sello humano.

Pienso que en una comunidad libre, la agricultura se practicará como si fuera una artesanía más, que servirá como expresión personal y deparará gran placer al agricultor. Este, libre de las tareas pesadas merced a la mecanización, cumplirá su labor con la misma actitud gozosa y creadora que suele ponerse en la jardinería. La agricultura será parte viva de la sociedad humana, motivo de una actividad física placentera, -en virtud de sus exigencias ecológicas- un desafío para el intelecto, la ciencia y el arte. Los miembros de la comunidad se identificarán con la vida que los rodea tan orgánicamente como la comunidad misma se funde con la naturaleza, propio del hombre desde tiempo inmemorial. La naturaleza, junto con los modos de pensamiento orgánicos que siempre nacen a su abrigo, será parte integral de la cultura humana; reaparecerá con nuevo espíritu en la pintura, la literatura, la filosofía, la danza, la arquitectura, los objetos domésticos, e incluso en los gestos y actividades cotidianas. La cultura y la psiquis humana se verán penetradas por un nuevo espíritu.

La región no será explotada sino utilizada lo más plenamente posible. Esto es importantísimo para que la dependencia de la comunidad respecto a su contorno se asiente sobre bases firmes para que el hombre adquiera un profundo y perdurable respeto por las necesidades del mundo natural, un respeto sabedor de que él es condición fundamental de la supervivencia y el bienestar humanos. Se procurará satisfacer las necesidades del grupo comunitario con los medios de que se disponga en la localidad, vale decir emplear las fuentes de energía, los minerales, los árboles, el suelo, el agua, los animales y las plantas con criterio racional y humano, sin violar los principios ecológicos. En lo que a esto se refiere, imagino que la comunidad utilizará nuevas técnicas actualmente en vías de desarrollo, muchas de las cuales se prestan admirablemente para una economía basada en los recursos locales. Aludo a la extracción de minerales que se encuentran diluidos o en forma de vestigios en la tierra, el agua y el aire; el aprovechamiento de la energía solar, eólica, geotérmica e hidroeléctrica; al uso de bombas térmicas, combustibles vegetales, estanques solares, conversores termo eléctricos y, eventualmente, a las reacciones termonucleares controladas.

Hay una especie de arqueología industrial que nos revela la existencia, en distintos lugares, de una actividad floreciente e interrumpida ha mucho por nuestros predecesores. Desde el Valle del Hudson hasta el Rin, desde los Apalaches hasta los Pirineos, hallamos restos de minas y de industrias metalúrgicas muy desarrolladas, vestigios dispersos de industrias locales y señales de un quehacer agropecuario abandonado largo tiempo atrás; todos rastros dejados por comunidades que llegaron a prosperar en base a los recursos naturales de la zona donde estaban establecidas. En muchos casos, estas comunidades comenzaron a decaer porque los productos por ellas provistos fueron radiados por industrias que contaban con un mercado nacional, se basaban en las técnicas de producción en masa y poseían importantes fuentes de materia prima. Las riquezas de que antaño gozaron esas comunidades no han desaparecido, aguardan que alguien vaya a usufructuarIas; si bien despreciables para una sociedad muy urbanizada, son eminentemente adecuadas para la comunidad descentralizada y sólo requieren la aplicación de técnicas industriales aptas para la producción de calidad y en pequeña escala. Si hiciéramos un serio inventario de los recursos existentes en muchas regiones despobladas del orbe, descubriríamos que ofrecen la posibilidad de satisfacer las necesidades materiales de una comunidad en mayor medida de lo que pudiera pensarse.

Con su continua evolución, la tecnología tiende a ampliar esas posibilidades locales. Como ejemplo, veremos de qué modo los progresos tecnológicos permiten utilizar industrialmente elementos al parecer inferiores e inaprovechables. Durante fines del siglo pasado y principios del actual, la cadena de Mesabi de Minnesota proveyó a la siderurgia de los EE.UU. de mineral muy rico en hierro, lo cual contribuyó a la pronta prosperidad de la metalurgia del país. Al gastarse estas reservas, no hubo más remedio que recurrir al piso taconiense, cuyo mineral metalífero apenas contiene un cuarenta por ciento de hierro. Resulta virtualmente imposible trabajar este piso con los métodos clásicos, pues un taladro de aire comprimido tarda una hora para penetrar treinta centímetros. Afortunadamente, la creación de un taladro de soplete, que horada la piedra a razón de seis a nueve metros por hora, permitió la explotación de estos yacimientos. El mineral así sacado es sometido a proceso de pulverización, separación y aglomeración, según procedimientos perfeccionados recientemente que lo hacen aprovechable para la industria siderúrgica.

Cuando hayamos ascendido al próximo peldaño tecnológico, tal vez descubramos la manera de extraer sustancias químicas y minerales muy diluidos o difusos de la tierra, los desechos gaseosos y el mar. Muchos de los metales más valiosos son en realidad bastante abundantes, pero se los encuentra muy diseminados o en forma de vestigios. No hay prácticamente terrón de tierra o piedra que no contenga, en orden creciente, restos de oro, uranio, ciertos elementos útiles para la industria, como son el magnesio, el zinc, el cobre y el azufre. El hierro compone el 5% de la corteza terrestre. ¿Cómo adueñarnos de todas estas sustancias? El problema ha sido resuelto, en principio al menos, por las técnicas analíticas de las que se valen los químicos para descubrirlas. Como bien dice el talentoso químico Jacob Rosin, el hecho de que sean obtenibles en el laboratorio, abona la esperanza de que alguna vez podrá extraérseles en cantidad suficiente como para abastecer a un tipo de comunidad como será la descentralizada.

Hace ya más de medio siglo que el nitrógeno empleado comercialmente en todo el mundo se saca de la atmósfera. El magnesió, el cloro, el bromo y la sosa cáustica se toman del agua de mar; el azufre proviene del sulfato de calcio y de los desperdicios industriales. La electrólisis de soluciones salinas podría proveer abundancia de hidrógeno a la industria, pero por lo común se lo obtiene por combustión o de las emanaciones de los procesos de obtención industrial del cloro. Si hubiera forma de recuperar el carbono contenido en el humo y evitar que se disipara en el aire con otros compuestos gaseosos, dispondríamos de enormes cantidades de este elemento, que raramente se encuentra aislado en la naturaleza. El mayor problema de los químicos consiste en hallar los medios para separar del agua de mar y de las rocas comunes las sustancias simples y compuestas de valor con energía de bajo costo. Cuéntase actualmente cón dos métodos -el intercambio iónico y la eromatografía-, que de ser perfeccionados para su uso industrial, podrían emplearse para seleccionar o separar los elementos deseados de sus soluciones; mas la cantidad de energía que requieren estos métodos involucraría gastos que sobrepasarían las posibilidades económicas de cualquier sociedad. Si no se hallan procedimientos nuevos, totalmente distintos a los conocidos, es muy difícil que las fuentes de energía de que disponemos -combustibles fósiles como el carbón y el petróleo- sirvan para solucionar el problema de la obtención de substancias químicas.

En realidad, no falta energía per se para realizar los sueños tecnológicos más extravagantes del hombre; sucede simplemente que estamos dando los primeros pasos en el aprovechamiento de fuentes energéticas que se ofrecen generosa e ilimitadamente. La energía de la radiación solar que llega a la superficie terrestre se estima en aproximadamente 3.200 Q, es decir 3.000 veces más de lo que cOnsume la humanidad en un año (2). Una fracción se convierte en viento o es utilizada por la vegetación para la fotosíntesis; pero de ella resta una fabulosa cantidad que, teóricamente, podría emplearse para usos industriales y domésticos. La cuestión es encontrar la manera de aprovecharla, aunque sólo fuera para satisfacer parte de nuestras necesidades. Si pudiera tomarse la energía solar para calentar los edificios, por ejemplo, el veinte o treinta por ciento de los recursos destinados a tal propósito pasarían a cumplir otras funciones. Y si también halláramos el modo de cocer los alimentos, calentar agua, fundir metales y producir energía eléctrica, necesitaríamos relativamente poco de los combustibles fósiles. Lo terrible es que en los últimos años se han creado dispositivos que permiten usar la radiación solar para los fines mencionados. Tenemos ya la forma de calentar las casas, cocinar, hervir agua, derretir metales y producir electricidad mediante artefactos que emplean exclusivamente la energía del sol; pero, desgraciadamente, esto no puede hacerse con eficacia en todas las latitudes habitadas por el hombre, de suerte que aún quedan por resolver muchos problemas técnicos a los que sólo se hallará solución mediante intensas y profundas investigaciones.

Hay ya varios edificios dotados de calefacción solar. En los Estados Unidos, las más famosas son las construcciones experimentales del MIT de Massachusetts, la casa Lof de Denver, las casas Thomason de Washington, D. C., y la casa con calefacción solar construida por la Asociación de Energía Solar Aplicada cerca de Phoenix, Arizona, que mereció un premio. Thomason, en cuyos edificios los gastos de combustible apenas llegan a los cinco dólares anuales, parece haber creado uno de los sistemas más prácticos existentes en la actualidad. La energía térmica del sol es recogida por una porción del techo y luego transferida por agua circulante a un tanque que se encuentra en el sótano. (Cabe añadir que esta agua puede emplearse también para enfriar la casa y, en caso de urgencia, como agua potable y para apagar incendios.) Este sistema es muy ingenioso, simple y de costo relativamente bajo. Ubicada en Washington, cerca del paralelo 40, la casa se encuentra sobre el borde de la cintura solar, que es la faja geográfica comprendida entre los paralelos 40 de latitud norte y sur, y donde mejor pueden aprovecharse los rayos solares para los usos domésticos e industriales. El hecho de que el método de Thomason sólo requiere una ínfima cantidad de combustible común suplementario, hace pensar que la calefacción solar es la ideal para las regiones de clima similar o más cálido.

Esto no significa, desde luego, que la calefacción solar es inaplicable en latitudes septentrionales o ep zonas más frías. En estas áreas podría utilizarse la energía radiante del sol de dos maneras: con sistemas de calefacción más elaborados que redujeran el consumo de combustible corriente a niveles próximos a los logrados con el método de Thomason o bien con sistemas simples que llenen del 10 al 50 por ciento de sus necesidades con los combustibles tradicionales. Como bien señala Hans Thirring, con el pensamiento puesto en el costo y en el esfuerzo, cualquiera sea el caso:

La gran ventaja que presenta la calefacción solar reside en que no hay gastos de funcionamiento, salvo los de la electricidad consumida por los ventiladores, que es verdaderamente despreciable. Por tanto, el dinero invertido en la instalación es el único gasto que insume la calefacción de la casa durante toda su existencia. Además, el sistema funciona automáticamente, sin soltar humo, hollín o vapores, y exime de trabajo como cargar la caldera, vigilar el combustible, limpieza, reparaciones, etc., etc. Un país que añada la radiación solar a sus fuentes de energía aumentará sus riquezas; y si todas las casas situadas en regiones de condiciones favorables estuvieran equipadas con calefacción solar se ahorrarían millones por año en combustible. Telkes, Hottel, Lof, Bliss y otros hombres de ciencia que están abriendo caminos en materia de aprovechamiento de la energía térmica solar son verdaderos precursores en un campo aún inexplorado de cuyas posibilidades sólo el futuro dirá.

Resulta significativo que los conceptos de Thirring parezcan apelar a un mundo ahogado por consideraciones de lucro (particularmente las de las industrias enriquecidas por la explotación de los combustibles corrientes), que tenga que presentar tales argumentos como justificativo para incitar al estudio de una fuente de energía vergonzosamente descuidada.

Actualmente la energía solar se utiliza sobre todo para cocer alimentos y calentar agua. Hay miles de cocinas solares en diversos países en desarrollo, en el Japón y en las zonas cálidas de los Estados Unidos. Una cocina solar consiste simplemente en un reflector esférico que concentra el calor en una placa que asa carne o hierve un litro de agua en sólo quince minutos cuando hay sol resplandeciente. Portátil, segura y limpia, no requiere combustible ni fósforos, ni produce humo. El horno solar portátil alcanza temperaturas de hasta 4500 y es aún más pequeño y fácil de usar que una cocina solar. La energía radiante del sol se emplea también para calentar el agua de casas privadas, edificios de departamentos, lavanderías y piscinas de natación. En Florida existen ya 25.000 dispositivos de este tipo, cuyo uso se va extendiendo también a California.

Los avances técnicos más impresionantes logrados en el campo del aprovechamiento de la energía solar son los dispositivos aplicables a la industria, aunque en la mayoría de los casos se trata de procedimientos auxiliares, cuando no experimentales. El más sencillo es el horno solar. Consta de un solo espejo parabólico de grandes dimensiones o, más comúnmente, de una serie de espejos parabólicos montados en una voluminosa caja. El colector recibe los rayos solares a través de un helióstato, fotmado por varios espejos reflectores pequeños dispuestos horizontalmente en fila y que siguen el movimiento del sol. Ya hay varios cientos de estos hornos en uso. Uno de los más grandes, el de Mont Louis, del doctor Félix Trombe, produce 75 kilovátios de energía eléctrica; se lo utiliza principalmente para investigacIOnes sobre temperaturas elevadas y se presta magníficamente para la fundición industrial de metales. En efecto, dado que los rayos del sol no contienen impurezas, el horno puede fundir 50 kilos de metal sin que se produzca la contaminación propia de los métodos de fundición clásicos. Un horno solar construido en Nattick, Massachusetts, por la Intendencia del Ejército de los EE.UU. entrega temperaturas de hasta 5.000°C, suficientes para fundir vigas de acero en doble T; exteriormente, semeja una pequeña pantalla cinematográfica salpicada de espejos cóncavos.

Los hornos solares tienen muchas limitaciones, pero no hay por qué pensar que ellas sean insuperables. Por ejemplo, su eficacia se ve apreciablemente afectada por brumas, nieblas, nubes, polvo atmosférico y vientos fuertes que desvían el equipo e impiden la exacta concentración de los rayos solares en el foco. Entre otras soluciones, se ha probado poner los dispositivos bajo techo corredizo, cubrir los espejos y alojarlos con materiales apropiados en cajas especialmente fuertes y firmes. Por otro lado, los hornos solares son limpios, eficientes, cuando las condiciones son propicias, y producen metales de gran pureza, cosa que ninguno de los hornos corrientes podría igualar.

Igualmente promisorios son los resultados de los intentos de convertir la energía solar en electricidad. Teóricamente, la energía que recibe un metro cuadrado de superficie sobre la que los rayos solares caen en forma perpendicular es del orden dé un kilovatiq hora. Si pensamos que en las zonas áridas del mundo hay millones y millones de kilómetros cuadrados de tierras desérticas desaprovechadas, que podrían utilizarse para producir electricidad, observa Thirring, llegaremos a la comprobación de que, con sólo ocupar el uno por ciento de esos terrenos para establecer centrales eléctricas solares, podría obtenerse una cantidad de energía infinitamente superior a la que proveen todas las centrales comunes del mundo juntas, que asciende a unos 200 millones de kilovatios. En la práctica, la idea de Thirring no pudo llevarse a cabo debido a consideraciones de costo, factores de mercado (no hay actualmente gran demanda de electricidad en los países en desarrollo que poseen esas regiones cálidas especialmente aptas para esta forma de aprovechamiento de la energía solar) y sobre todo, debido al espíritu conservador de quienes tienen en sus manos todo lo referente a la producción de electricidad. En los últimos años, el mayor interés dentro de la conversión de energía solar en electricidad se ha centrado en la creación de baterías solares, debido sobre todo a la búsqueda de elementos útiles para los vuelos espaciales.

Las baterías solares -empleadas con muy buen éxito en los viajes espaciales- se basan en el efecto termoeléctrico. Cuando se soldan dos barras metálicas, de antimonio y bismuto, por ejemplo, de manera que formen un circuito cerrado, si se produce una diferencia de temperatura, digamos por mayor calentamiento de uno de los metales, pasa por el circuito una corriente eléctrica. Merced al perfeccionamiento de las baterías solares, en las últimas décadas se han logrado dispositivos que tienen una capacidad de conversión de un quince por ciento; seguramente, en un futuro no muy lejano, se llegará a una eficacia del veinte al veinticinco por ciento. Las baterías solares, agrupadas en grandes paneles, se han empleado ya para alimentar autos eléctricos, botes pequeños, instalaciones telefónicas y, de una o varias juntas, para radios, fonógrafos, relojes, máquinas de coser y otros aparatos. Se cree que algún día el costo de las baterías solares se reducirá al punto que será factible utilizarlas para proveer de corriente eléctrica a las casas e incluso a pequeños establecimientos industriales.

Por último, hay aún otro modo de usar la energía solar; por calentamiento de una masa de agua. Hace ya tiempo que los ingenieros estudian la manera de obtener corriente eléctrica de las diferencias de temperatura provocadas en el agua del mar por los rayos del sol. Si se construyen tanques de agua que cumplan ciertos requisitos que lo adecúen para la función deseada, puede obtenerse anualmente 30 millones de kilovatios hora por cada kilómetro cuadrado de superficie de agua, rendimiento equiparable al de cualquier central eléctrica de mediana potencia que trabaje más de doce horas diarias. La corriente eléctrica se reduciría así sin gastos de combustible, con sólo poner el agua al sol, como dice Henry Tabor. El calor acumulado en el fondo del estanque se extraería haciendo circular el agua caliente por una cámara de intercambio térmico, de donde el líquido sería devuelto al estanque. Si en las comarcas calurosas, que serían las más propicias para este procedimiento, se dedicaran 25.000 kilómetros cuadrados de superficie acuática a la producción de electricidad, podría abastecerse a 400 millones de personas.

Las mareas representan otro recurso aún inexplorado que daría electricidad a muchas zonas costeras. Bastaría encontrar la manera de aprisionar las aguas que suben con la marea alta en una dársena natural -una bahía o desembocadura de un río, por ejemplo- para luego soltarlas durante la baja, a fin de mover las turbinas con el torrente así creado. Existen muchos lugares que presentan condiciones muy adecuadas para generar electricidad con la fuerza de las mareas. En Francia ya se ha construido una inmensa central cerca de la boca del río Rance, en St. Malo, que se espera producirá 820 kilovatios hora por año. En ese mismo país, planean levantar otro dique en la bahía del Mont Saint-Michel. Por lo que a Inglaterra se refiere, la confluencia de los ríos Severn y Wye se presta magníficamente para una central de este tipo. Tal represa proveería una cantidad de electricidad equivalente a la que se obtiene con un millón de toneladas de carbón por año. Otro lugar soberbio es la bahía de Passaquoddy, ubicada en la frontera entre Maine y New Brunswick. Otros sitios ideales se encuentran en el Golfo de Mezen, sobre la costa rusa que se abre hacia el Océano Artico, la Península de Kola y el Mar de Okhotsk. La Argentina proyecta construir un embalse en el estuario del río Deseado, cerca de Puerto Deseado, sobre el Atlántico. Muchos son los parajes marítimos que se prestarían al aprovechamiento de la fuerza de la marea, pero excepción hecha de Francia, ningún país se ha puesto seriamente a explotar esta fuente de energía eléctrica.

Las diferencias de temperatura del agua del mar o de la tierra podrían utilizarse para generar electricidad en cantidades considerables o producir calor para usos domésticos. En las capas superficiales de las aguas tropicales es fácil hallar diferencias de temperatura de hasta 17 grados centígrados; en el litoral de Siberia, hay en invierno diferencia de 30 grados entre el aire y el agua que se encuentra por debajo de la capa de hielo. A medida que descendemos, el interior de la tierra va aumentando su temperatura, de modo que tenemos varios niveles de diferencia térmica con respecto a la superficie. Podrían emplearse bombas de calor para producir diferencias térmicas destinadas a impulsar turbinas de vapor para la industria o simplemente para la calefacción de las casas. La bomba térmica se basa en un principio similar al del refrigerador mecánico: un refrigerante que circula por una cañería toma el calor de determinado medio, lo disipa. y vuelve a repetir el ciclo. Durante los meses invernales, se utilizarían las bombas para hacer circular pOr una cavidad poco profunda una substancia refrigerante que absorbiera el calor de las capas de tierra cercanas a la superficie y transportara ese calor a un edificio. En el verano, se invertiría el proceso; se quitaría el calor de las casas para disiparlo en la tierra. En una sociedad centralizada, que se sirve enteramente de la energía obtenida mediante el carbón, el petróleo o las reacciones nucleares, la bomba térmica parece demasiado costosa; la electricidad consumida por este aparato lo hace prohibitivamente oneroso. En una sociedad humana, descentralizada, que dispone de la energía del sol y la del viento, y en la que el factor costo queda subordinado a las necesidades del hombre, esta bomba sería un medio ideal para calentar ambientes en las latitudes septentrionales de clima templado y subártico. No se requieren costosas chimeneas, no se contamina el aire y no hay que tomarse la molestia de alimentar hornos y sacar cenizas. Si obtuviéramos electricidad o calor directo de la energía solar, la del viento o las diferencias de temperatura, el sistema de calefacción de las casas y de las fabricas se sostendría por sí solo; se ahorrarían los valiosos hidrocarburos y no se dependería de un abastecimiento externo.

Mencioné el viento como posible fuente de energía. En realidad, los desplazamientos del aire podrían usarse en gran escala' para suministrar corriente eléctrica a muchas regiones del globo. Cerca de 90 Q de la energía solar que cae sobre la tierra se transforma en viento. Aunque gran parte se pierde en la circulación de las capas de aire que se encuentran de 9 a 12 mil metros sobre el nivel del mar, en los estratos cercanos a la superficie de la tierra el viento despliega buena cantidad de energía aprovechable. Un informe de las Naciones Unidas, en el que se dan cifras monetarias como medida de la conveniencia y posibilidad de establecer centrales eléctricas que utilicen energía eólica, muestra que en áreas adecuadas el costo general sería de 5 milésimos de dólar por kilovatio, es decir aproximadamente el mismo que el de la electricidad generada mediante los combustibles tradicionales. Ya se han construido varias centrales movidas por el viento y los resultados son óptimos. El famoso generador de 1.250 kilovatios de Grandpa's Knob, cerca de Rutland, Vermont, proveía de corriente alternada a la Central Vermont Public Service Co. hasta que la carencia de repuestos durante la segunda guerra mundial impidió mantener las instalaciones en buen estado. Posteriormente se crearon otros generadores de mayor potencia y eficacia que aquél. Por encargo de la Federal Power Commission, P. H. Thomas ideó un molino de viento capaz de entregar 7.500 kilovatios y que requería una inversión de 68 dólares por kilovatio. Eugene Ayers señala que si el proyecto de Thomas se llevara a la práctica e insumiera el doble del gasto calculado por su creador, las turbinas de viento resultarían igualmente ventajosas respecto a las centrales hidroeléctricas, que cuestan cerca de 300 dólares por kilovatio. Hay muchos puntos geográficos que reúnen magníficamente condiciones para el aprovechamiento de la fuerza eólica con posibilidades tal vez insospechadas. En Inglaterra, por ejemplo, donde se hizo un cuidadoso estudio durante tres años a fin de determinar cuáles serían los lugares aptos para establecer instalaciones movidas por el viento, se llegó a la conclusión de que los nuevos tipos de turbinas tenían capacidad para generar varios millones de kilovatios, lo cual significaría un ahorro anual de dos a cuatro millones de toneladas de carbón.

No nos engañemos en cuanto a las perspectivas de la extracción de los vestigios minerales de las rocas, la absorción de energía de las radiaciones solares y del viento y el uso de las bombas térmicas: salvo el movimiento de las mareas y las aguas oceánicas, no se trata de fuentes de recursos naturales que pueden proveer las enormes cantidades de materias primas y de energía que se requieren para mantener los poblados de gran densidad demográfica y las industrias muy centralizadas. Los dispositivos solares, las turbinas de viento y las bombas térmicas sólo tienen la posibilidad de producir cantidades relativamente pequeñas de energía. Si se les emplea localmente y de modo que se complementen entre sí, llenarían ampliamente las necesidades de una comunidad pequeña; por el momento, nada anuncia que llegará a adquirir capacidad como para generar corriente eléctrica suficiente para abastecer a ciudades como Nueva York, Londres, París u otras zonas megalopólicas.

El hecho de que estos medios sean de alcances limitados podría representar, empero, una gran ventaja desde el punto de vista ecológico. El sol, el viento y la tierra son realidades empíricas ante las cuales el hombre se ha mostrado sensible y reverente desde tiempos inmemoriales. Estos elementos prístinos crearon en el ser humano un sentido de dependencia y de respeto frente a su medio natural, sentimiento que contuvo sus actividades destructoras. La Revolución Industrial y el mundo urbanizado que la siguió hicieron olvidar el papel de la naturaleza en la experiencia humana; literalmente, el sol quedó oculto tras una mortaja de humo, los gigantescos edificios cerraron el paso a los vientos y la tierra se vio profanada por las ciudades en expansión. La dependencia del hombre respecto al mundo se tornó invisible, más exactamente, tomó carácter teórico e intelectual, pasó a ser tema de estudio de libros de texto, monografías, conferencias y laboratorios. Cierto es que esta dependencia teórica nos dio cierto conocimiento (parcial, en el mejor de los casos) del mundo natural; pero esta parcialidad nos privó de la dependencia sensorial, del contacto directo con la naturaleza y del sentimiento de comunión con ella. Con eso perdimos parte de nosotros mismos, dejamos de ser animales sensibles. Quedamos alienados de la naturaleza. En suma, nuestra tecnología y nuestro ambiente se hicieron totalmente inanimados, totalmente artificiales, porque son algo físico, puramente inorgánico, que fomenta la desanimización del hombre y de su pensamiento.

El reintegrar el sol, el viento, la tierra, en fin, el mundo de la vida, al reino de la técnica, a lós medios de supervivencia del hombre, representaría una renovación revolucionaria de los lazos entre éste y la naturaleza. Y devolverle esto al hombre de manera que se despierte, en él un sentimiento de unión con la comarca donde se asienta la comunidad, un sentimiento de dependencia respecto al todo pero también respecto a una región especifica, de caracteres propios y distintivos, daria un viso verdaderamente ecológico a la reinstauración del vínculo con la naturaleza. Vemos aquí otra de las ventajas de los alcances limitados a que nos referimos antes. En efecto, es difícil que la energía solar, o la fuerza del viento o el calor tomado de la tierra bastaran de por sí y aisladamente para llenar las necesidades energéticas de la comunidad libre; en la mayoría de los casos, ésta debería recurrir a varios de dichos medios, combinándolos en distintas proporciones, según la latitud, los vientos y las reservas geotérmicas. De tal suerte, la relación del hombre con el lugar en que le toca vivir se vería reforzada por la ecología del sistema energético de que dispusiera.

Creo que así se logrará un verdadero sistema ecológico, un fino e inteligente entrelazamiento de recursos regionales, realzado por el continuo estudio y la modificación ingeniosa. A medida que crezca el sentimiento regionalista en la comunidad, toda fuente de recursos propia de la zona encontrará su puesto en un equilibrio natural y estable, en una unidad de elementos sociales, tecnológicos y naturales verdaderamente orgánica. El arte asimilará a la técnica y adquirirá su sentido más profundo al convertirse en arte social, en el arte de la comunidad como proceso vivo. De dimensiones pequeñas o moderadas, la comunidad libre podrá cambiar el ritmo de vida, los moldes laborales del hombre, su arquitectura, sus sistemas de transporte y de comunicación, de modo que todo retome una dimensión total y realmente moderna. El vehículo eléctrico, silencioso, lento y limpio pasará a ser el transporte intraurbano y reemplazará por completo a nuestros ruidosos, sucios y veloces automóviles. Las comunidades se comunicarán entre sí mediante monorrieles, con lo que los ferrocarriles quedarán eliminados y se reducirá la cantidad de rutas que hienden los campos. La artesanía recuperará su honrosa posición como complemento de la fábrica; será una forma de actividad artística doméstica, de la vida cotidiana. Imagino, además, que los actuales criterios de producción basados estrictamente en factores cuantitativos desaparecerán a favor de una preocupación por lograr un alto nivel de excelencia; el respeto por la durabilidad de los productos y la conservación de las materias primas desplazará al espíritu vil y mezquino que crea productos destinados a caer pronto en desuso y conduce a una insensata sociedad de consumo. La comunidad se convertirá en un hermoso escenario donde la vida se desarrollará armoniosamente, será fuente de vida para la cultura y nutrirá una solidaridad humana nacida de lo más profundo del ser individual.


Notas

(1) Ver Lewis Herber, Ecology and Revolutionary Thought, Anarchy N° 69, noviembre de 1966.

(2) Q equivale a 2.93 X 1014 kilovatios-hora.
Indice de Teconología y anarquismo de Murray Bookchin La nueva tecnología y la escala humana. Cuarta parte de Hacia una tecnología liberadora La técnica al servicio de la vida. SExta parte de Hacia una tecnología liberadoraBiblioteca Virtual Antorcha