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Emiliano Zapata CARTAS
Al presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson Cuartel general en Yautepec, agosto 23 de 1914. Estimado señor de mi consideración: He visto en la prensa las declaraciones que usted ha hecho acerca de la revolución agraria que desde hace cuatro años se viene desarrollando en esta República, y con grata sorpresa me he enterado de que usted, no obstante la distancia, ha comprendido con exactitud las causas y fines de esa revolución, que ha tomado, sobre todo, incremento en la región sur de México, la que más ha tenido que sufrir los despojos y las extorsiones de los grandes terratenientes. Esa convicción de que usted simpatiza con el movimiento de emancipación agraria me induce a explicar a usted hechos y antecedentes que la prensa de la ciudad de México, consagrada a servir los intereses de los ricos y de los poderosos, se ha empeñado siempre en desfigurar con infames calumnias, para que el resto de la América y el mundo entero nunca pudiesen darse cuenta de la honda significación de ese gran movimiento proletario. Empezaré por señalar a usted las causas de la revolución que acaudillo. México se encuentra todavía en plena época feudal, o a lo menos así se encontraba al estallar la revolución de 1910. Unos cuantos centenares de grandes propietarios han monopolizado toda la tierra laborable de la República; de año en año han acrecentado sus dominios, para lo cual han tenido que despojar a los pueblos de sus ejidos o campos comunales, y a los pequeños propietarios de sus modestas heredades. Hay ciudades en el Estado de Morelos, como la de Cuautla, que carecen hasta del terreno necesario para tirar basuras, y con mucha razón, del terreno indispensable para el ensanche de la población. Y es que los hacendados, de despojo en despojo, hoy con un pretexto y mañana con otro, han ido absorbiendo todas las propiedades que legítimamente pertenecen y desde tiempo inmemorable han pertenecido a los pueblos indígenas, y de cuyo cultivo estos últimos sacaban el sustento para sí y para sus familias. Para extorsionar en esta forma, los hacendados se han valido de la legislación, que elaborada bajo su gestión, les ha permitido apoderarse de enormes extensiones de tierras con el pretexto de que son baldías; es decir: no amparadas por títulos legalmente correctos. De esta suerte, ayudados por la complicidad de los tribunales y apelando muchas veces a medios todavía peores, como el de reducir a prisión o consignar al ejército a los pequeños propietarios a quienes querían despojar, los hacendados se han hecho dueños únicos de toda la extensión del país, y no teniendo ya los indígenas tierras, se han visto obligados a trabajar en las haciendas por salarios ínfimos y teniendo que soportar el maltrato de los hacendados y de sus mayordomos y capataces, muchos de los cuales, por ser españoles o hijos de españoles, se consideran con derecho a conducirse como en la época de Hernán Cortés; es decir, como si ellos fueran todavía los conquistadores y los amos, y los peones, simples esclavos sujetos a la ley brutal de la conquista. La posición del hacendado respecto de los peones es enteramente igual a la que guardaban el señor feudal, el barón o el conde de la edad media respecto de sus siervos y vasallos. El hacendado, en México, dispone a su antojo de la persona de su peón; lo reduce a prisión, si gusta; le prohibe que salga de la hacienda, con pretexto de que allí tiene deudas que nunca podrá pagar, y por medio de los jueces, que el hacendado corrompe con su dinero, y de los prefectos o jefes políticos, que son siempre sus aliados, el gran terrateniente es, en realidad, sin ponderación, el señor de vidas y haciendas en sus vastos dominios. Esta situación insoportable originó la revolución de 1910, que tendía principal y directamente a destruir el monopolio de las tierras en manos de unos cuantos. Pero, por desgracia, Francisco I. Madero pertenecía a una familia rica y poderosa dueña de grandes extensiones de terrenos en el norte de la República, y como era natural, Madero no tardó en entenderse con los demás hacendados y en invocar la legislación (esa legislación hecha por los ricos y para favorecer a los ricos) como un pretexto para no cumplir las promesas que había hecho para destruir el aplastante monopolio ejercido por los hacendados, mediante la expropiación de sus fincas por causa de utilidad pública y con la correspondiente indemnización, si la posesión era legítima. Madero faltó a sus promesas y la revolución continuó, principalmente en las comarcas en que más se han acentuado los abusos y los despojos de los hacendados, es decir, en los Estados de Morelos, Guerrero, Michoacán, Puebla, Durango, Chihuahua, Zacatecas, etc. Vino después el cuartelazo de la Ciudadela, o sea, el esfuerzo hecho por los antiguos porfiristas y por los elementos conservadores de todos los matices para adueñarse nuevamente del poder, porque temían que Madero se viera obligado algún día a tener que cumplir sus promesas, y entonces la población campesina entró en justa alarma y la efervescencia revolucionaria cundió con más vigor que nunca, puesto que el cuartelazo, seguido del asesinato de Madero, era un reto, un verdadero desafío a la revolución de 1910. Entonces la revolución abarcó toda la extensión de la República, y aleccionada por la experiencia anterior, no esperó ya el triunfo para empezar el reparto de tierras y la expropiación de las grandes haciendas. Así ha sucedido en Morelos, en Guerrero, en Michoacán, en Puebla, en Tamaulipas, en Nuevo León, en Chihuahua, en Sonora, en Durango, en Zacatecas, en San Luis Potosí; de tal suerte, que puede decirse que el pueblo se ha hecho justicia a sí mismo, ya que la legislación no lo favorece y toda vez que la constitución vigente es más bien un estorbo que una defensa o una garantía para el pueblo trabajador y, sobre todo, para el pueblo campesino. Este último ha comprendido que hay que romper los viejos moldes de la legislación, y viendo en el Plan de Ayala la condensación de sus anhelos y la expresión de los principios que deben servir de base a la nueva legislación, ha empezado a poner en práctica dicho Plan como ley suprema y exigida por la justicia, y así es como los revolucionarios de toda la República han restituido sus tierras a los pueblos despojados, han repartido los monstruosos latifundios y han castigado con la confiscación de sus fincas a los señores feudales, a los caciques, a los cómplices de la dictadura porfiriana y a los autores y cómplices del cuartelazo de la Ciudadela. Se puede asegurar, por lo mismo, que no habrá paz en México mientras no se eleve el Plan de Ayala al rango de ley o precepto constitucional y sea cumplido en todas sus partes. Esto no sólo en cuanto a la cuestión social, o sea, a la necesidad del reparto agrario, sino también en lo referente a la cuestión política, o sea, a la manera de designar al presidente interino que ha de convocar a elecciones y ha de empezar a llevar a la práctica la reforma social. El país está cansado de imposiciones; no tolera ya que se le impongan amos o jefes; desea tomar parte en la designación de sus mandatarios, y puesto que se trata del gobierno interino que ha de emanar de la revolución y de dar garantías a ésta, es lógico y es justo que sean los genuinos representantes de la revolución, o sean los jefes del movimiento armado, quienes efectúen el nombramiento de presidente interino. Así lo dispone el artículo doce del Plan de Ayala, en contra de los deseos de don Venustiano Carranza y de su círculo de políticos ambiciosos, los cuales pretenden que Carranza escale la presidencia por sorpresa, o mejor dicho, por un golpe de audacia y de imposición. Esta convención de los jefes revolucionarios de todo el país es la única que puede elegir con acierto al presidente interino, pues ella cuidará de fijarse en un hombre que por sus antecedentes y sus ideas preste absolutas garantías, mientras que Carranza, por ser dueño o accionista de grandes propiedades en los Estados fronterizos, es una amenaza para el pueblo campesino, pues seguirá la misma política de Madero, con cuyas ideas está perfectamente identificado, con la diferencia única de que Madero era débil, en tanto que Carranza es hombre capaz de ejercer la más tremenda de las dictaduras, con lo que provocará una formidable revolución, más sangrienta, quizá, que las anteriores. Por lo anterior verá usted que siendo la revolución del sur una revolución de ideales y no de venganza ni de represalias, dicha revolución tiene contraido ante el país y ante el mundo civilizado el formal compromiso de dar plenas garantías antes y después del triunfo, a las vidas e intereses legítimos de nacionales y extranjeros, y así me complazco en hacerlo presente a usted. Esta larga exposición confirmará a usted en su ilustrada opinión respecto del movimiento suriano y convencerá a usted de que mi personalidad y la de los míos han sido villanamente calumniadas por la prensa venal y corrupta de la ciudad de México. Mejor que estos apuntes ilustrarán a usted las informaciones que se sirvan proporcionarle los señores doctor Charles Jenkinson y Thomas W. Reylly, amables visitantes de este Estado, a quienes hemos tenido la satisfacción de ofrecer nuestra modesta, pero cordial hospitalidad, y por cuyo bondadoso conducto envío a usted estas líneas. Por mi parte, sé decir a usted que comprendo y aprecio la noble y levantada política que, dentro de los límites del réspeto a la soberanía de cada entidad, ha tomado usted a su cargo en este hermoso y no siempre felíz continente americano. Puede usted creer que mientras esa política respete la autonomía del pueblo mexicano para realizar sus ideales tal como él los entiende y los siente, yo seré uno de sus muchos simpatizadores con que usted cuenta en esta República hermana, y no por cierto el menos adicto de sus servidores, que le reitera su particular aprecio. Emiliano Zapata
Sr. Woodrow Wilson
Presidente de los EE. UU. de América
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