Índice de En defensa de la revolución de Ricardo Flores MagónNota Editorial de Chantal López y Omar Cortés a la edición en papel de Ediciones AntorchaSegundo escritoBiblioteca Virtual Antorcha

I

Una mano amiga nos hizo entrega de un ejemplar del periódico El Porvenir del Obrero, de Mahón, España, correspondiente al 14 de octubre de este año.

En dicho ejemplar encontramos un artículo titulado: Documento importante. El documento es una carta fechada en Boston el 13 de julio del año actual, suscrita por el Grupo Fraternidad de dicha ciudad, del Estado de Massachusets, Estados Unidos de América, y dirigida al grupo Los de Siempre, de Valladolid, España.

La carta tiene por objeto restar fuerza al movimiento económico que en todo el mundo es conocido con el nombre de revolución mexicana de la misma manera que lo hacen todos los que tienen interés en que perdure el sistema capitalista y autoritario que combatimos los anarquistas.

Un tejido de embustes y de injurias, eso es lo que constituye la carta. Veámosla. Dice así:

¡Alerta, compañeros! que el timo de la revolución mexicana llega hasta ésa, según informaciones que tenemos de la aparición de un nuevo periódico defensor de la farsa política llamada por unos pocos vividores revolución social. En este grupo tenemos suficientes datos para probar lo contrario de lo dicho por los políticos fracasados que componen la Junta del Partido Liberal Mexicano, que allí es donde se fabrican todas las notas de la supuesta revolución.

Parece que no es bastante grande el número de estúpidos que hay en América, pues que los barcos de Europa descargan en las playas de Massachusets bárbaros y más bárbaros. Porque se necesita ser estúpido redomado para negar que la revolución mexicana es un movimiento de carácter económico y social. Si la insurrección del proletariado mexicano para hacer que la tierra sea del que la trabaja, no es una insurrección de carácter económico y social, entonces, ¿qué carácter tiene, señores burros de Massachusets?

No; no sois sinceros, señores asnos: comprendéis perfectamente que el movimiento mexicano es económico y social; pero no os resignáis a aceptar que los mexicanos, unos pobres indios analfabetos, hayan sabido poner la muestra a los europeos tan civilizados, tan educados y tan conscientes. Es que, aunque barnizados de obrerismo y de otros ismos, no dejáis de ser el gachupín de la conquista. Sois, por más que la dragonéis de anarquistas, los descendientes del encomendero que hiciera sudar sangre al indio; en vuestro pecho palpita el corazón del Oidor, y el espíritu del negrero que dormita en vuestro ser, se encabrita en presencia del indio rebelado.

No; no podéis admitir que la raza considerada inferior por vosotros, se transforme en maestra vuestra; y, tragadlo porque tenéis que tragarlo, en maestra de todo el mundo.

¡Qué diferencia entre los gachupines de Massachusets tan mezquinos, tan estrechos, tan pequeños, tan ruines, tan idiotas, y nuestros verdaderos compañeros españoles que con nosotros luchan, que sufren cuando ven el peligro de caer en las garras de los políticos el grandioso movimiento del proletariado mexicano y sus corazones se inundan de una satisfacción sana y robusta, cuando de aquel caos llega la evidencia, de que la revolución no solamente está en pie, sino que se orienta cada vez mejor y robustece su finalidad eminentemente social! Es que nuestros compañeros españoles son anarquistas, mientras que los gachupines de Massachusets son instrumentos, conscientes o inconscientes, del capital y la autoridad.

La revolución mexicana es una revolución social desde el momento que la caracteriza esta aspiración general, común a los combatientes de todas las facciones que están en armas: una repartición más justa de la riqueza social, para la elevación del nivel económico, político y social del proletariado, aspiración que encuentra esta solución, también común a los combatientes de todas las banderías que intervienen en la producción del grandioso fenómeno social: la expropiación de la tierra de las pocas manos que la acaparan, para que pase a poder del que quiera cultivarla.

Una revolución que contiene en su seno una aspiración semejante, y que encuentra una solución parecida, ¿qué es, si no una verdadera revolución social?

Esta afirmación nuestra de que el movimiento mexicano es una revolución social, tiene su confirmación tanto en el campo de los hechos como en el de las ideas, se comprueba por el acto revolucionario, tanto como por la palabra del tribuno y la frase del escritor. Las muchedumbres proletarias que asaltan las haciendas, toman posesión de ellas y se ponen a trabajarlas, sobre una base de igualdad, demuestran con ese simple hecho, que las anima el deseo de conquistar la libertad económica que presienten que es la base de todas las libertades.

Actos de expropiación llevados a cabo de la manera que acabamos de apuntar, no pueden ser considerados como el hecho aislado que no responde a la materialización de una idea generalmente aceptada o de un sentimiento común, porque no han ocurrido en un solo punto del vasto territorio mexicano, sino en muchos puntos, y, lo que es mejor, en regiones enteras, como puede comprobarlo materialmente el que se tome la molestia de hacer una visita a la región del Yaqui, en Sonora, a la de Cuencamé, en Durango, a la del Fuerte de Sinaloa, a la de Chapala, en Jalisco, a grandes porciones del Estado de Michoacán, a parte de les Estados de México, Guerrero, Oaxaca y Puebla y a todo el Estado de Morelos; pero si no se quiere tomarse la molestia de hacer un viaje de esa naturaleza, pídanse a la ciudad de México colecciones de El Imparcial, El País y otros muchos diarios burgueses, y se encontrará en ellos relatos interesantes de cómo los proletarios mexicanos toman las haciendas y trabajan las tierras con el fusil al hombro.

En presencia de estos hechos, no se puede negar que el movimiento mexicano es una verdadera revolución social. ¿Quién puede negar que es de carácter social un movimiento que ataca de tal manera la propiedad privada? ¿Por qué dar el nombre de farsa política a un movimiento que lleva en sí el germen de inmensas posibilidades para el progreso humano? ¿A un movimiento que por sí mismo, por su propia naturaleza, constituye ya un progreso, y que en vez de servir de objeto de burla y de escarnio, debería todo ser humano sentirse satisfecho de que la humanidad comience a dar los primeros pasos por el sendero de la verdadera libertad: la independencia económica, base de todas las prerrogativas del hombre?

Si el acto revolucionario, revolucionario en el sentido social de la palabra, nos demuestra que el movimiento mexicano es una revolución social, nos lo demuestra igualmente el conocimiento claro, preciso, que el proletariado mexicano tiene de los fines de esta lucha. Preguntad a cualquier trabajador mexicano por qué se lucha, y responderá sin vacilar: ¡por la tierra! No le preguntéis en qué libro aprendió que se debe luchar por la posesión de la tierra, porque tal vez no sepa leer; pero él siente la necesidad de salir de la miseria, de convertirse de siervo en hombre libre por la posesión de la tierra, de la cual obtendrá sin necesidad de depender del amo, lo que necesitan él y su familia, y lucha por conquistarla.

Y si buscamos en otras fuentes los datos que necesitamos para determinar con exactitud el carácter del movimiento mexicano, comprobaremos de ese otro modo que dicho movimiento es una revolución social.

El orador, el escritor y el político, ¿no nos dicen a cada instante que se liberte a la clase trabajadora de la miseria en que yace, mediante un reparto equitativo de la tierra que se encuentra acaparada en las manos de unos cuantos señores feudales? Ellos, los oradores, escritores y políticos burgueses nos hablan de repartos de tierra, porque, naturalmente no pueden abogar por la abolición del derecho de propiedad privada; pero el solo hecho de que nos hablen de repartos de tierras, significa que han pulsado bien la opinión y procuran seguir su corriente, como buenos políticos, para guardar el equilibrio y no correr el riesgo de caer aplastados por el desprecio popular, cosa que ocurriría si no halagasen con sus palabras y sus actos los sentimientos del pueblo, y como mientras más tiempo transcurre, las ideas de las masas se radicalizan más, ora por el ejemplo que ponen los desheredados que se entregan a actos de expropiación en grande escala y para el bien colectivo en las regiones y circunstancias propicias para ello, ora por las prédicas netamente anarquistas de los miembros del Partido Liberal Mexicano, que se les encuentra diseminados en México esparciendo la semilla ácrata en las filas de todas las banderías, cuando no en los poblados, en las ciudades y en los campos, ora por la propaganda semi-socialista, semi-anarquista o simplemente unionista de otros agitadores, los políticos más inteligentes han tenido, también, que radicalizar sus palabras, para que no choquen con el modo de pensar del proletariado mexicano en este momento de su evolución, y a eso se debe que los oradores y los escritores burgueses de mayor potencia cerebral, propagan ideas netamente anarquistas con el fin de granjearse las simpatías de las masas.

Pero si tantas pruebas, como las aducidas, no bastasen como para que cualquier cerebro, aún el más rudo, comprenda que es una revolución social la que se desarrolla en México, no hay más que echar una ojeada a la multitud de planes, manifiestos, proclamas, circulares, programas y otros documentos expedidos por las diversas facciones que desde 1910 hasta la fecha, han contribuido de alguna manera a la formación de ese caos magntfico que se llama revolución mexicana, para convencerse hasta la evidencia de su carácter económico y social.

En efecto, en esos documentos se ve que uno de los objetos de la actitud beligerante de la bandería a la cual pertenecen, es el mejoramiento económico y social de las masas desheredadas por medio de repartos de tierras y otras medidas adecuadas, y en la prensa de esas banderías, se habla de reivindicaciones sociales, y en algunos de esos periódicos se ataca al capital, al militarismo y al clero, como no lo hacen muchos órganos proletarios.

Y si todavía hubiera cabezas de piedra, incapaces de comprender el carácter económico y social del movimiento mexicano, es bueno que sepan esas cabezas duras, que Wilson, el Presidente de los Estados Unidos de América, al enviar el año pasado sus delegados a las conferencias del Niágara, les dió instrucciones de que no firmasen ningún arreglo en que no constase el compromiso formal del gobierno mexicano que quisiera ser reconocido por los Estados Unidos, de atender en primer lugar, a la solución del problema agrario, pues, dijo Wilson, que mientras el campesino no fuera dueño de la tierra, la revolución quedaría en pie.

Indudablemente que Wilson no obró de esa manera movido por un sentimiento de filantropía, sino por el deseo de que se hiciera la paz, para que los burgueses americanos pudieran hacer buenos negocios; pero la acción de Wilson comprueba que el movimiento mexicano es de carácter económico y social.

Atacar un movimiento revolucionario como el que sacude a México, es una villanía si el ataque proviene de un burgués; pero la acción no tiene nombre cuando el ataque es hecho por proletarios, y todavía es más dificil encontrar un calificativo para esa acción, cuando el ataque parte de un grupo de individuos que se titulan anarquistas. ¿Qué anarquistas son esos que ponen trabas a la emancipación de la clase trabajadora? Los trabajadores mexicanos están en lucha por conquistar su libertad económica, y, ¡oh sarcasmo! tenían que ser otros trabajadores los que habían de tenerles las manos para que el enemigo común les clavase el puñal, que no a otra cosa equivale el acto infame de escribir cartas incitando a que no se ayude a los que necesitan la asistencia de sus hermanos de clase. Traición, traición neta y descarada es la cometida por los gachupines de Massachusets.

No; esos del grupo Fraternidad no son anarquistas, no pueden ser anarquistas; son esbirros. Si se les levantase el ala izquierda del saco, no causaría extrañeza ver brillar en sus pechos la estrella del polizonte. Al menos, su actuación hace despertar las más robustas sospechas. Y si no son esbirros oficiales; si no portan estrella, merecen portarla por bajos y por canallas.

Esos gachupines de Massachusets, no son anarquistas, que entonces dejarían de ser gachupines. Son aventureros que tendieron el vuelo hacia América para hacer negocio. De esa manera están hechos el empeñero y el torero; el agiotista y el palo blanco. No son españoles; son gachupines a secas, hijos de madres asquerosas que no tuvieron el pudor de ahogarlos al nacer, siquiera para que más tarde no hicieran sospechar con sus acciones sus podredumbres ancestrales.

Timadores, vividores, políticos fracasados, ésas son las flores con que nos obsequian esos insignes gachupines, descendientes de Loyola y Torquemada, de Alvarado y de Cortés, de Pizarro y de Valdivia. Obsequio de marranos: el lodo que salpican sus pezuñas.

Timadores: los que todo lo hemos sacrificado en servicio del oprimido. Vividores: los que nos consumimos cita por cita por exceso de trabajo y falta de una buena alimentación. Poltticos fracasados: los que con abrir la boca tendríamos riquezas, distinciones, honores, en medio de una sociedad cuya muerte deseamos con todo nuestro corazón.

¡Qué infamia! ¡Qué infamia!


(De Regeneración, N° 212 del 13 de noviembre de 1915)

Ricardo Flores Magón

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