Índice de En defensa de la revolución de Ricardo Flores MagónTercer escritoQuinto escritoBiblioteca Virtual Antorcha

IV

Hay seres malvados que se complacen en calumniar. La calumnia debe ser para ellos una especie de golosina, algo que les proporciona placer, y como la calumnia es lo más inmundo, lo más sucio que pueda existir, esos seres depravados que gozan con la calumnia, son marranos, verdaderos marranos cuyo placer estriba en el acto de hundir la trompa en el lodo y con las pezuñas hendidas salpicar cieno a diestra y siniestra. Así, nuestros gachupines, se complacen en jugar con cieno. La carta famosa sigue de esta manera:

Aquí los que escribían Regeneración, pues nada menos que con su déficit, compraron una grande extensión de terreno en el que trabajan, no ellos, sino diez trabajadores, que son villanamente explotados, haciéndoles creer que los productos de la finca son para la revolución mexicana.

¿Donde está ubicada esa gran extensión de terreno que hemos comprado? ¿Quiénes son esos diez trabajadores a quienes explotamos villanamente haciéndoles trabajar esa gran extensión de terreno?

Ni la gran extensión de terreno existe, ni existen tampoco esos diez esclavos que, por no existir, entran en la categoría de fantasmas y pasan a aumentar el número de aquellos ciento cincuenta fantasmas de Boston que estaban dispuestos a empuñar el rifle.

No, no hay esa gran extensión de terreno ni existen esos diez esclavos; lo que hay es la mala fe de enemigos gratuitos, a quienes ningún mal hemos hecho, con muchos de los cuales ni siquiera hemos cruzado una palabra, y que nos odian con el odio más irracional que pueda existir. Nos odian porque no somos como ellos, porque somos honrados, no porque nosotros lo decimos, sino porque los hechos nuestros lo demuestran: las tentaciones no nos han hecho caer; las persecuciones no nos han doblegado. Hemos pasado por todas las pruebas en nuestra larga vida de rebeldes, sin que haya nadie que pueda decir: tal día se vendieron, tal otro se rindieron.

Esta conducta limpia, choca a todos los insignificantes, a los que por pequeños no pueden abrigar ni siquiera la esperanza de ser tentados, que bien lo apetecen.

Tan pequeños y tan enemigos, son nuestros enemigos, que el enemigo común los ve con desprecio; los hombres se ríen de ellos y pasan la vida sin dejar más rastro que el que van marcando sus desahogos corporales.

Seres tan mezquinos tienen que ver con odio a todo aquel que por sus hechos cuenta con la simpatía de los oprimidos. Ellos quisieran contar con esa simpatía, porque la convertirían en dinero, y no lográndolo por incapacidad e insuficiencia, los trastorna el despecho y se entregan a toda clase de infamias, hasta la de procurar por todos los medios posibles que el trabajador mundial, deje sin ayuda a los que se afanan por orientar el movimiento mexicano hacia el comunismo anarquista.

No hay tal extensión de terreno ni los diez esclavos bajo nuestro dominio. La imprenta y las oficinas de Regeneración, así como las pobres casas que habitamos los que formamos este grupo editor, se encuentran en un terreno de cinco acres de extensión, y tenemos que pagar mensualmente una renta de veinticinco dólares, como quedará convencido todo aquel que desee ver los recibos que tenemos en nuestro poder. Nada, pues, tenemos en propiedad, ni un centímetro cuadrado de terreno, y en cuanto a la historia de los diez esclavos, se refiere indudablemente a nosotros mismos, a los miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano y del grupo editor de Regeneración que, para ganar nuestra vida, labramos esos cinco acres de tierra, y no llegamos a diez individuos, pues los trabajadores permanentes de la Junta y del grupo editor somos cinco individuos: Librado Rivera, Enrique Flores Magón, Trinidad Villarreal, José Flores y Ricardo Flores Magón. Nosotros somos los esclavos que nos deslomamos trabajando, como a todos nuestros amigos de Los Angeles les consta, y no los diez fantasmas a que se refiere la carta de los gachupines de Massachusets. Los cinco compañeros arriba citados somos los que, con nuestra constancia, con nuestro desinterés, con nuestro arrojo para hacer siempre frente a la miseria y a la persecución, sostenemos con vida estos dos organismos importantes y de significación en el movimiento revolucionario: la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano y el grupo editor de Regeneración.

¿Dónde están, entonces, esos diez trabajadores a quienes explotamos villanamente? Y esa gran extensión de terreno que tenemos en propiedad. ¿Dónde está?

Todo lector serio e inteligente se habrá venido convenciendo de que no hay justicia para atacar a los individuos que formamos la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano y el grupo editor de Regeneración, y que, si se nos ataca, no se hace con el propósito de servir a la verdad, sino con el torcido empeño de dejar aislado al trabajador mexicano en la lucha que tiene emprendida contra sus verdugos, que son los verdugos de la humanidad.

Esos ataques provienen de individuos que se dicen anarquistas. ¿Podemos realmente considerar como anarquista a quien ejecuta actos contrarios al ideal anarquista? ¿Puede ser considerado anarquista quien con sus hechos pone obstáculos a la marcha del anarquismo? Indudablemente que no son anarquistas ni los mentecatos que componen el grupo Fraternidad, de Boston, Massachusets, ni los pobres diablos que les sirvieron de corresponsales y que residen en esta ciudad de Los Angeles, Moncaleano y pandilla, ni los pelagatos de la cloaca El Porvenir del Obrero, de La Justicia Social, de Acción Libertaria y otros papeluchos de la misma calaña.

Sigamos leyendo la carta de los gachupines de Massachusets:

Tendríamos mucho, muchísimo que escribir -siguen diciendo-, pero vosotros mismos podéis sacar la cuenta. Existen hoy en la República de México cinco presidentes, pues el que conquista un pueblo (siempre con la sangre de los trabajadores) se erige presidente.

Con eso de los cinco presidentes, quieren hacer entender los pobres asnos de que, lo que hay en México es un movimiento que nada tiene de anarquista, cuando lo que prueba el hecho de existir al mismo tiempo tal número de presidentes, es que el principio de autoridad se encuentra de tal manera relajado que no puede constituirse un gobierno fuerte, y eso, amigos asnos, debe congratularnos a todos los que nos sentimos verdaderamente anarquistas, a todos los que queremos que nuestros ideales ganen terreno, y ¿qué mejor oportunidad, tanto para la propaganda por medio de la palabra, como por la del acto, que cuando la autoridad debilitada, no puede entregarse a las represiones?

Si los pollinos de Massachusets fuesen realmente anarquistas, y si anarquistas fueran los marranos que estampan las pezuñas en El Porvenir del Obrero, mejor que criticar los actos de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano y del grupo editor de Regeneración, actos guiados por un sincero fervor revolucionario, y de hacer mofa de la actitud viril del trabajador mexicano, actitud no superada todavía por la de ningún otro trabajador en el mundo, pondrían todo su empeño en fomentar el movimiento mexicano, en procurar que no sea acaparado, absorbido por los partidarios del principio de autoridad. Pero en lugar de hacerlo así, se nos ataca a nosotros que, quiérase o no se quiera somos los orientadores de ese hermoso y trascendental movimiento emancipador, pues a los trabajos y a los sacrificios de los miembros del Partido Liberal Mexicano se debe el gran progreso revolucionario alcanzado en México, y se nos ataca porque nacimos en México, porque somos indios, y el indio, según el criterio gachupín, es un individuo de mentalidad inferior, bueno para trabajar bajo la mirada brutal del capataz, excelente para vivir encorvado en el surco bajo el látigo del negrero, negrero gachupín, naturalmente; pero incapaz de concebir en sus nebulosas cerebraciones un solo proyecto de emancipación, la idea más vaga de libertad.


(De Regeneración, N° 215, del 4 de diciembre de 1915)

Ricardo Flores Magón

Índice de En defensa de la revolución de Ricardo Flores MagónTercer escritoQuinto escritoBiblioteca Virtual Antorcha