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VIII
Voluntad, de Nueva York publica en su edición de 28 de diciembre último, un articulo, o cosa parecida, de un José Spagnoli, articulo escrito con el objeto aparente de hacer luz en el tan debatido asunto de la revolución mexicana; pero que, en realidad, llena su objeto real: el de embrollar más la cuestión, amontonando sombras sobre la verdad.
Antes de entrar en materia, bueno es decir algunas palabras sobre la personalidad de José Spagnoli. Este, Spagnoli, Vicente F. Aldana y León Cárdenas Martinez, inventaron un negocio, hace como año y medio, en cuyas redes cayeron algunos compañeros del Estado de Texas. Fue el negocio de las colonias comunistas en el norte de México.
Los tres individuos en cuestión lanzaron manifiestos, circulares, escribieron cartas a éste y al otro, excitando a los proletarios a que sus familias, marcharan con ellos a México a ocupar ciertas tierras, las que serían trabajadas en común por los colonos. No faltan personas de buena fe que creen lo que el primer aventurero les dice, y comenzó a correr el dinero de los bolsillos de las personas sencillas a los de los organizadores de la aventura colonial. Se organizaron veladas más o menos literarias, mítines y otra clase de actos, para reunir fondos para la marcha de los colonos. En fin, que la cosa iba bien y muy en orden para unos, no así para nosotros que olimos el timo y dimos a su tiempo la voz de alarma.
Basándonos en el conocimiento exacto que tenemos de la revolución mexicana, puesto que hemos gastado en precipitar la primero, y en orientarla después, cerca de un cuarto de siglo, advertimos a los trabajadores que se trataba de timarlos con el negocio de las colonias comunistas en el norte de México, porque tal organización, de la manera que estaba proyectada, era absolutamente imposible.
En efecto, se pretendía por los organizadores de la colonización, que las familias proletarias se internasen a México y tomaran lisa y llanamente como quien alarga la mano y toma una piedra del arroyo, la tierra que les acomodase. Advertimos que tal cosa era imposible de realizarse en el norte de México, donde operaban los ejércitos de Villa y de Carranza, fuerzas que se oponen a la expropiación para beneficio de todos, y que, si se quería llevar a cabo una empresa de esa naturaleza, deberían los colonos dejar a salvo sus familias, y arma al brazo ir a conquistar primero la tierra que quisieran colonizar.
Indicamos que una colonización de esa clase, sólo podía tener éxito en algunos de los Estados del sur de México, en los que operaban y operan fuerzas revolucionarias de carácter expropiador. No se nos hizo aprecio, y el timo siguió adelante. Algunas familias hicieron sacrificios mil para transportarse a la frontera, a donde llegaron ... para encontrarse con que los organizadores habían desaparecido con los dineros.
Poco después reaparecieron en Monterrey, capital del Estado de Nuevo León, Spagnoli, Aldana y Cárdenas Martínez. Este último, obtuvo, según se nos dice, un puesto de esbirro bajo el amparo del famoso pederasta Antonio I. Villarreal, mientras Spagnoli inició la publicación de un periodiquillo, Ideas, en el cual se atacaba jesuíticamente a la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano.
Spagnoli, Aldana y Cárdenas Martínez eran partidarios de Antonio I. ViIlarreal, de cuyo hecho se puede deducir qué clase de anarquistas son esos bichos. Un anarquista personalista es un contrasentido. Lo uno excluye a lo otro y viceversa.
Más tarde, formó parte Spagnoli del 5° regimiento rojo, y creíamos que tal vez se operaba en él una regeneración; pero el articulo que de él vemos en Voluntad, nos hace creer que hay individuos incapaces de reformarse.
Por cartas de compañeros que nos merecen entero crédito, Spagnoli es un hombre presuntuoso, amante de la notoriedad y que alimenta irracionales prejuicios contra la raza mexicana. El cree que nadie lucha en México por la anarquía, que los mexicanos son incapaces de comprender el ideal anarquista y que los anarquistas mexicanos son pobres individuos sin personalidad que, hasta para los asuntos más insignificantes, ocurren a Ricardo Flores Magón en demanda de consejo, y a quien da el inmerecido titulo de dictador.
Estos detalles merecen ser conocidos, para que se dé a las opiniones de Spagnoli sobre asuntos mexicanos, el valor que merecen. Spagnoli es enemigo solapado del Partido Liberal Mexicano y de la raza mexicana. Se cree una lumbrera, y como los compañeros mexicanos con quienes ha estado en contacto no le han rendido homenaje, de ahí su despecho. Puede Voluntad pedir la opinión que de Spagnoli tienen formada los compañeros mexicanos que lo conocen personalmente, si quiere desengañarse, y eso servirá para que, en lo futuro, se cuide de dar a la estampa artículos nocivos al movimiento mexicano como es el que publica en su edición de 28 de diciembre último, bajo el titulo: Sobre la revolución mexicana.
Ahora, veamos lo que dice el artículo de Spagnoli.
Asegura Spagnoli en una jerga que es un tanto difícil de entenderse, que tanto exageramos los que atribuimos al movimiento mexicano un carácter económico y social, como los que niegan ese carácter a dicho movimiento, y se engolfa en una disertación, después de la cual el lector se queda con la impresión de que en México no hay movimiento económico y social, porque el escritor -de algún modo hemos de llamarle- ha tenido buen cuidado de no hablar de los hechos que prueban que el movimiento es económico, y por lo tanto social, asentando aquellos hechos que tienden a sembrar la duda y la desconfianza.
Dice Spagnoli que cuando se vea en la prensa burguesa alguna frase como ésta: los rebeldes atacaron la población X, defendida por carrancistas, no se debe entender que se trata de anarquistas. Pero oigamos sus propias palabras.
Helas aquí:
Eso de rebeldes no quiere decir anarquistas ni hombres que piensen lejanamente como nosotros pensamos, sino, en la mayoría de los casos, quiere decir, como justamente escribe A. Dolero, indios felices de entregarse a los instintos atávicos de su raza, a la vida nómada y a la rapiña, y gente que pelea con la esperanza de una recompensa si triunfa la revolución.
A nadie se le ha ocurrido decir que todos los rebeldes mexicanos son anarquistas, y ni necesitaba Spagnoli decir que no lo son, que si lo fueran, hace años que estaría imperando en México el comunismo anarquista. Lo que sí se ha dicho es que hay anarquistas en las filas de las facciones que luchan en México, compañeros generosos que en vez de criticar el esfuerzo que hace un pueblo por obtener su libertad, ingresan como soldados en las filas del villismo y del carrancismo para hacer conscientes a sus hermanos de cadenas, cuando no luchan en bandas independientes.
Se ve que la mala fe de Spagnoli es manifiesta. Pretende desconocer las causas que impulsaron al pueblo mexicano a rebelarse contra sus opresores. No menciona esas causas porque ellas quitarían a su artículo el efecto que quiere que produzca: el de sembrar la duda y la desconfianza entre los trabajadores conscientes sobre el movimiento mexicano, haciéndolo aparecer como una revuelta de bandidos.
No dice Spagnoli que la revolución mexicana es el resultado de la miseria y de la opresión que el proletariado mexicano sufría bajo la garra del burgués y del gobernante; no dice que al verse el campesino reducido a la condición de peón por haber sido acaparadas por unos cuantos bribones todas las tierras laborables de México, se levantó en armas para recobrar esas tierras, y que ese movimiento agrario ha sido la espina dorsal de la gran revolución mexicana, y no lo dice porque ello es precisamente lo que da a esa revolución el carácter de económico y social que sólo la estupidez o la mala fe pueden negarle.
Lejos de todo esto, Spagnoli se esfuerza por hacer aparecer el movimiento mexicano como el caos producido por ambiciones bastardas, por apetitos bajos, y hasta copia con gusto lo que escribe un tal A. Dolero, de quien no se sabe qué principios sustente, cuáles sean sus principios políticos ni qué interés lo haya guiado para decir que los revolucionarios mexicanos son indios felices de entregarse a los instintos atávicos de su raza, a la vida nómada y a la rapiña, y gente que pelea con la esperanza de una recompensa si triunfa la revolución.
A. Dolero ignora la historia de México, tanto como la ignora José Spagnoli, pues atribuyen al indio mexicano instintos atávicos de rapiña y de vida nómada. Si A. Dolero fuese un escritor que se tuviera respeto a sí mismo, y si Spagnoli fuera sincero, habrían abierto cualquier tratado de historia de México, antes de atreverse a insultar al indio mexicano, y habrían visto en él, que, cuando los españoles entraron a México en son de conquista, encontraron a la inmensa población indígena viviendo en pueblos y ciudades, haciendo vida sedentaria, cultivando los campos y dedicándose a la industria.
Y esas costumbres sedentarias que los españoles encontraron en México, databan de siglos atrás, como lo demuestra la historia precortesiana, costumbres que podemos reconstruir con sólo leer esos magníficos documentos de piedra de Uxmal, de Palenque, de Mitla, de Cuernavaca, de Teotihuacán y de tantos otros lugares, sin hacer mención de la soberbia Tenochtitlán que la barbarie europea destruyó, como destruyó tantos otros monumentos, obra de un pueblo laborioso que está muy por encima de sus pequeños detractores.
Así, pues, cuando el indio mexicano se levanta en armas, no lo hace empujado por instintos atávicos de rapiña y de amor a la vida nómada, pues la historia nos dice que no posee esos instintos, sino que se levanta impulsado por el más noble y más grande de los motivos que puede tener el hombre para rebelarse: el de conquistar el derecho de vivir, el de conseguir la independencia económica, que para el indio, aunque no sea tan sabio como Spagnoli ni haya oído mentar a Kropotkin ni a Grave, deben fundarse ese derecho de vivir y esa independencia económica, en este hecho puro y simple: el libre acceso a la tierra para todo aquel que quiera cultivarla o arrancarle sus riquezas.
Que hay gente que pelea con la esperanza de una recompensa si triunfa la revolución, nadie puede negarlo. En todo movimiento armado hay gente de esa clase. En el movimiento más puro, en el movimiento anarquista, ¿no hay hombres que solamente están metidos en él por conveniencia personal? ¿Y por esa desgraciada circunstancia vamos a sacar la consecuencia de que el movimiento anarquista no tiene una finalidad noble?
Spagnoli dice que los saqueos de las poblaciones resultan en la mayoría de los casos en beneficio solamente de los jefes o de los soldados; pero no en el del pueblo. ¿y cómo demuestra que dice la verdad? Pues, dando su palabra de honor porque para creerle debería demostrar que ha recorrido todo México, que ha estado presente en todas las acciones de armas habidas desde el comienzo del conflicto armado, o al menos presentar documentos, aducir testimonios fidedignos que comprueben su afirmación. Nada de eso hace, reduciéndose a decir que la prensa burguesa es mentirosa y que habla de saqueos cuando a veces ni los ha habido.
Se ve forzado, no obstante, a hablar de las expropiaciones en la región del sur; pero lo hace como quien pasa sobre ascuas, como que le interesa no llamar la atención sobre el espléndido movimiento expropiador que ha dado justa fama a Zapata, a Salgado y a los bravos hijos del sur. En dos líneas y una fracción de línea, ni más ni menos, se refiere al movimiento reivindicador conocido con el nombre de zapatismo, y eso, con la advertencia de que sólo lo conoce por referencia, porque se lo han dicho, de oídas, no porque a él le conste personalmente, como si lo que dice del resto del país sí le constara personalmente.
Se pregunta Spagnoli: ¿Qué no existen los terratenientes?, y muy orondo se responde: Los científicos, no; pero los carrancistas sí.
Al leer la pregunta y la respuesta que a sí mismo se hace Spagnoli, cualquiera pensará que toda la propiedad territorial está en manos carrancistas, cuando es ya público y notorio que grandes extensiones territoriales se encuentran en poder de masas proletarias. ¿No es manifiesta la mala fe de Spagnoli? ¿Por qué habla solamente de la propiedad territorial que se ha quedado en las uñas de los carrancistas, y deja de hablar de las grandes porciones territoriales que se encuentran en las manos de los proletarios? Porque si hablara con honradez, no produciría su artículo el efecto por él deseado: el de embrollar el asunto, el de obscurecer la materia con el fin de sembrar la desconfianza y la duda.
Para lograr su intento, esto es, para sembrar la desconfianza y la duda y restar de esa manera simpatía y apoyo al movimiento mexicano, Spagnoli saca conclusiones generales de un hecho aislado. Así, por ejemplo, para demostrar que la condición del campesino no se ha beneficiado con la revolución, dice que a tres leguas de Monterrey, vio trabajar a los peones de sol a sol en una hacienda de los Madero, por un peso mexicano, cuando el peso no valía en los Estados Unidos diecisiete centavos oro.
Lo que se deduce de eso es que, en la hacienda de los Madero no había mejorado la condición de los peones; pero de la manera que escribe Spagnoli se deja entender que en todo México ocurre lo mismo, cuando a todos les consta que, donde la tierra no ha quedado todavía en poder del proletariado, se ha conseguido, al menos, por el temor que tienen los hacendados a la sublevación de los campesinos, que se mejore la situación de éstos, suprimiéndose las tiendas de raya, declarándose nulas las deudas que pasaban de padres a hijos y que tenían sujeto al peón como verdadero esclavo de la hacienda, así como que se conceda a éste un trato más humano.
Spagnoli asienta otra falsedad: que los peones no aman la revolución. Si no la aman, entonces, ¿quiénes son los soldados que militan en las diferentes facciones que combaten en México? ¿Son los burgueses?
Si hacemos un recuento del número de hombres que han estado sobre las armas en estos últimos meses, descubriremos que el ejército carrancista se ha compuesto de unos ciento veinticinco mil hombres; el ejército villista, de unos ochenta mil; el ejército zapatista, combinado con el de Salgado, de unos cuarenta mil; todo esto sin contar con las innumerables bandas independientes que operan en todo el país, y que se componen de grupos de veinticinco hasta cuatrocientos y quinientos hombres. Todo eso hace un total de unos doscientos cuarenta y cinco mil combatientes, o sea, casi un cuarto de millón de proletarios empeñados en una lucha en la que las bajas por todas partes son constantes y que se reponen sin cesar, y no pecaríamos de exagerados si diéramos a las bandas de revolucionarios independientes el número de unos cincuenta mil hombres, pues hay que agregar a esas bandas independientes las grandes masas revolucionarias de las regiones del Yaqui y del Mayo, que juntas deben numerar no menos de doce mil hombres.
Tenemos, pues, que el número total aproximado de hombres empeñados en la lucha es de unos trescientos mil.
Ahora, ¿cuál habrá sido el número de muertos desde que comenzó la revolución, hace más de cinco años? ¿Y el número de los que han quedado imposibilitados para seguir empuñando el rifle?
Hasta principios de 1913, los cálculos más conservadores estimaban en unos cien mil el número de muertos en la revolución. De entonces a esta parte han transcurrido unos tres años, en los cuales se han librado las batallas más sangrientas, en muchas de las cuales han muerto miles de hombres, pudiéndose calcular que en estos tres últimos años han muerto unos doscientos mil hombres, que agregados a los cien mil que tentamos hasta 1913, arrojan un total aproximado de trescientos mil muertos.
Y entre heridos que han quedado imposibilitados para empuñar el rifle y combatientes que por motivos de familia, de salud o de cualquiera otra clase, se han separado temporalmente de la lucha, pero que están en la mejor disposición de volver a entrar en ella tan pronto como deje de existir la causa que de ella los separó, bien podemos calcular unos cuatrocientos mil hombres, que agregados a los trescientos mil combatientes y a los trescientos mil muertos en acción de guerra, arrojan la suma de un millón de hombres interesados en la lucha en estos cinco años de revolución.
No es de creerse que ese millón de hombres sean los únicos que hayan amado la revolución. Donde ha habido tan grande cantidad de hombres empeñados en una revolución, es de suponerse que hay una cantidad mayor todavía de simpatizadores y amigos de ella. Podemos decir que hay millones de hombres que simpatizan con el movimiento revolucionario, sin contar las mujeres que en muchos casos no desdeñan empuñar un rifle y lanzarse a la lucha, habiendo muerto muchas de ellas en acción.
La población de México es de unos quince millones de habitantes. Si de esa suma restamos siete millones y medio de mujeres y de la población varonil restante quitamos tres millones y medio de ancianos, niños, de enfermos y de impedidos de toda clase, nos queda una población varonil de cuatro millones, apta para el servicio de campaña. De esos cuatro millones, uno ha estado comprometido en la revolución, y el resto está compuesto de simpatizadores y de indiferentes. ¿Podrá usted volver a asegurar, señor Spagnoli, que los peones no aman la revolución? De cuatro millones de hombres aptos para el servicio de campaña, un millón se ha comprometido.
Ya ve Spagnoli que se trata de un grandioso movimiento, y Voluntad verá también que no es cuerdo aceptar colaboraciones que tiendan a sembrar la duda y la desconfianza, cuando el deber de todo anarquista es ayudar al que lucha por su libertad.
(De Regeneración, N° 221, del 15 de enero de 1916)
Ricardo Flores Magón
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