Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo decimoquintoDiálogo decimoséptimoBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO SEGUNDO

DIÁLOGO DECIMOSEXTO


Montesquieu

Uno de los puntos descollantes de vuestra política, es el aniquilamiento de los partidos y la destrucción de las fuerzas colectivas. En ningún momento habéis flaqueado en este programa; no obstante, veo aún a vuestro alrededor cosas que al parecer no habéis tocado. No habéis puesto aún la mano, por ejemplo, ni sobre el clero, ni sobre la universidad, el foro, las milicias nacionales, las corporaciones comerciales; sin embargo, me parece que hay en ellos más de un elemento peligroso.

Maquiavelo

No puedo decíroslo todo al mismo tiempo. Pasemos ahora mismo a las milicias nacionales, aunque ya no tendría porqué ocuparme de ellas; su disolución ha constituido necesariamente uno de los primeros actos de mi poder. La organización de una guardia ciudadana no podrá conciliarse con la existencia de un ejército regular, pues en armas podrían, en un momento dado, transformarse en facciosos. Este punto, empero, no deja de crear ciertas dificultades. La guardia nacional es una institución, es una institución inútil, pero tiene un nombre popular. En los Estados militares, origina los instintos pueriles de ciertas clases burguesas, a quienes una fantasía bastante ridícula lleva a conciliar sus hábitos comerciales con el gusto por las demostraciones guerreras. Es un prejuicio inofensivo y sería una falta de tacto el contrariarlo, tanto más por cuanto el príncipe no debe en ningún momento dar la impresión de separar sus intereses de los de la urbe que cree ver una garantía en el armamento de sus habitantes.

Montesquieu

Pero ... si disolvéis esa milicia.

Maquiavelo

La disuelvo, sí, para reorganizarla sobre otras bases. Lo esencial es ponerla bajo las órdenes inmediatas de los agentes de la autoridad civil y quitarle la prerrogativa de reclutar a sus jefes por la vía electoral; es lo que hago. Por lo demás, no la organizaré sino en los lugares donde convenga hacerlo, y me reservo el derecho de disolverla nuevamente y de volver a crearla, siempre sobre las mismas bases, si las circunstancias lo exigen. Nada más tengo que decir al respecto. En lo que atañe a la universidad, el actual orden de cosas me resulta casi satisfactorio. No ignoráis, en efecto, que esos altos cuerpos de enseñanza no están más, en nuestros días, organizados como antaño. Me han asegurado que en casi todas partes han perdido su autonomía, que no son más que servicios públicos a cargo del Estado. Ahora bien, os he dicho más de una vez que allí donde se encuentra el Estado, allí está el príncipe; la dirección moral de los establecimientos públicos está en sus manos; son sus agentes los que iluminan el espíritu de la juventud. Al igual que los jefes, los miembros de los cuerpos docentes de las diversas categorías son nombrados por el gobierno, de él dependen y a él están sometidos; con esto basta; si subsisten aquí y allá algunos rastros de organización independiente en alguna escuela pública o academia, cualquiera que sea, es fácil guiarla al centro común de unidad y orientación. Bastará con un reglamento, o hasta con una simple resolución ministerial. Paso a vuelo de pájaro sobre detalles que no merecen tener por más tiempo mi atención. No debo, sin embargo, abandonar este tema sin deciros que considero en extremo importante el proscribir, en la enseñanza del derecho, los estudios de política constitucional.

Montesquieu

Tenéis por cierto buenas razones para ello.

Maquiavelo

Mis razones son arto simples: no quiero que, al salir de las escuelas, los jóvenes se ocupen de política a tontas y a locas; que a los dieciocho años les dé por inventar constituciones como se inventan tragedias. Una enseñanza de esta naturaleza sólo puede falsear las ideas de la juventud e iniciarla prematuramente en materias que exceden la medida de su entendimiento. Son estas nociones mal digeridas, mal comprendidas, las que preparan falsos estadistas, utopistas cuyas temeridades de su espíritu se traducen más tarde en acciones imprudentes.

Es imprescindible que las generaciones que nazcan bajo mi reinado sean educadas en el respeto de las instituciones establecidas, en el amor hacia el príncipe; es por esto que utilizaré con bastante ingenio el poder de dirección que poseo en materia de enseñanza; creo que en general se comete en las escuelas el profundo error de descuidar la historia contemporánea. Es por lo menos tan necesario conocer la época en que uno vive como el siglo de Pericles; quisiera que la historia de mi reinado se enseñase en las escuelas en vida mía. Es así como un príncipe nuevo se adentra en el corazón de una generación.

Montesquieu

Sería, por supuesto, una perpetua apología de todos vuestros actos.

Maquiavelo

Es evidente que no me haría denigrar. El otro medio que emplearía estaría designado a combatir la enseñanza libre, ya que es imposible proscribirla abiertamente. Existen en las universidades legiones de profesores cuyos ratos de ocio, fuera de las clases, pueden ser utilizados para la propagación de las buenas doctrinas. Les haré dictar cursos libres en todas las ciudades importantes, movilizando de este modo la instrucción y la influencia del gobierno.

Montesquieu

En otros términos, absorbéis, confiscáis en vuestro provecho hasta los últimos chispazos de un pensamiento independiente.

Maquiavelo

No confisco absolutamente nada.

Montesquieu

¿Permitís acaso que otros profesores que no sean los que os son adictos divulguen la ciencia por los mismos medios, sin un permiso previo, sin autorización?

Maquiavelo

¡Qué pretendéis! ¿qué autorice los cenáculos?

Montesquieu

No; pasad a otro tema, entonces.

Maquiavelo

Entre la multitud de medidas reglamentarias indispensables para el bienestar de mi gobierno, me habéis llamado la atención sobre los problemas del foro; ello equivale a extender la acción de mi mano más allá de lo que por el momento considero necesario; aquí entran en juego intereses civiles, y bien sabéis que en esta materia mi norma de conducta es, en la medida de lo posible, abstenerme. En los Estados en que el foro está constituido en corporación, los acusados consideran la independencia de esta institución como una garantía indispensable del derecho de defensa ante los tribunales, ya sea que se trate de cuestiones de honor, de intereses o de la vida misma. Intervenir en este terreno resultaría sumamente grave, pues un grito que sin duda no dejaría de lanzar la corporación en pleno, podría alarmar a la opinión. No ignoro, sin embargo, que este orden constituirá una hoguera de influencias constantemente hostiles a mi poder. Esta profesión, vos lo sabéis mejor que yo, Montesquieu, favorece el desarrollo de caracteres fríos, obstinados en sus principios, de espíritus propensos a perseguir en los actos del poder el elemento de la legalidad absoluta. El jurisconsulto no posee en la misma medida que el magistrado el elevado sentido de las necesidades sociales; ve la ley demasiado de cerca y en sus facetas más mezquinas para tener de ella un sentimiento preciso, en tanto que el magistrado ...

Montesquieu

Ahorraos la apología.

Maquiavelo

Sí, pues no olvido que me hallo en presencia de un descendiente de aquellos insignes magistrados que con tanto brillo sostuvieron, en Francia, el trono de la monarquía.

Montesquieu

Y que raras veces se mostraron propensos a registrar edictos, cuando estos violaban la ley del Estado.

Maquiavelo

Así fue como terminaron por derrocar al Estado mismo. No quiero que mis cortes de justicia sean parlamentos y que los abogados, al amparo de la inmunidad de la toga, hagan política en ellas. El hombre más ilustre del siglo, a quien vuestra patria tuvo el honor de dar a luz, decía: Quiero que se pueda cortarle la lengua a un abogado que hable del gobierno. Las costumbres modernas son más moderadas, yo jamás llegaría a ese extremo. El primer día, y en circunstancias convenientes, me limitaré a tomar una medida muy simple: dictaré un decreto que, aunque respetuoso de la independencia de la corporación, obligará no obstante a los abogados a recibir del soberano la investidura de su profesión. En la exposición de los motivos de mi decreto, no será, confío, demasiado difícil demostrar a los acusados que en esta forma de nombramiento encontrarán una garantía más seria que cuando la corporación se recluta por sí misma, es decir, con elementos necesariamente un tanto confusos.

Montesquieu

¡Es muy cierto que el lenguaje de la razón puede prestarse para las medidas más abominables! Pero veamos qué pensáis hacer ahora con respecto al clero: una institución que sólo en un aspecto depende del Estado y que compete a un poder espiritual cuyo sitial está más allá de vuestro alcance. No conozco, os lo confieso, nada más peligroso para vuestro poder que esa potencia que habla en nombre del cielo y cuyas raíces se hallan dispersas por toda la faz de la tierra: no olvidéis que la prédica cristiana es una prédica de libertad. Las leyes estatales han establecido, no lo dudo, una profunda demarcación entre la autoridad religiosa y la autoridad política; la prédica de los ministros del culto sólo se harán oír, no lo dudo, en nombre del Evangelio; sin embargo, el divino espiritualismo que de ella emana constituye, para el materialismo político, el verdadero escollo. Es ese libro tan humilde, tan dulce, el que, por sí solo, ha destruido el Imperio Romano, junto con él el cesarismo y su poderío. Las naciones sinceramente cristianas siempre se salvarán del despotismo, porque la fe de Cristo eleva la dignidad del hombre a alturas inalcanzables para el despotismo, porque desarrolla fuerzas morales sobre las que el poder humano no tiene dominio alguno (El espíritu de las leyes, capítulo I y sig.). Cuidaos del sacerdote, que no depende sino de Dios y cuya influencia se hace sentir por doquier, en el santuario, en la familia, en la escuela. Sobre él, no tenéis ningún poder: su jerarquía no es la vuestra, obedece a una constitución que no se zanja ni por la ley, ni por la espada. Si reináis en una nación católica y tenéis al clero por enemigo, tarde o temprano pereceréis, aun cuando tuvierais de vuestra parte al pueblo entero.

Maquiavelo

No sé por qué os complacéis en convertir al sacerdote en apóstol de la libertad. Jamás he visto tal cosa, ni en los tiempos antiguos, ni en los modernos; siempre hallé en el sacerdocio un apoyo natural del poder absoluto.

Tened bien presente lo que voy a deciros: si en el interés de mi gobierno he debido hacer concesiones al espíritu democrático de mi época, si he tomado por base de mi poder el sufragio universal, y ello tan solo en virtud de un artificio dictado por los tiempos, ¿no puedo acaso reclamar el beneficio del derecho divino? ¿Acaso no soy rey por gracia de Dios? En este carácter, el clero debe, pues, sostenerme, pues mis principios de autoridad son también los suyos. Si a pesar de todo, se mostrase rebelde, si se aprovechase de su influencia para llevar una guerra sorda contra mi gobierno ...

Montesquieu

¿Y bien?

Maquiavelo

Vos que habláis de la influencia del clero, ¿ignoráis por ventura hasta qué punto ha sabido hacerse impopular en algunos Estados católicos? En Francia, por ejemplo, el periodismo y la prensa lo han desprestigiado tanto en el espíritu de las masas, han denigrado tanto su misión, que si yo reinase en ese reino ¿sabéis lo que podría hacer?

Montesquieu

¿Qué?

Maquiavelo

Podría provocar en el seno de la Iglesia un cisma que rompiera todos los vínculos que mantienen al clero unido a la corte de Roma, porque allí está el nudo gordiano. Haría hablar a mi prensa, a mis publicistas, a mis políticos en el siguiente lenguaje: El cristianismo es independiente del catolicismo; lo que el catolicismo prohíbe, el cristianismo lo permite; la independencia del clero, su sumisión a la corte de Roma, son dogmas puramente católicos; semejante orden de cosas constituye una perpetua amenaza contra la seguridad del Estado. Los fieles del reino no deben tener por jefe espiritual a un príncipe extranjero; esto equivaldría a abandonar el orden interno al albedrío de una potencia que en cualquier momento puede ser hostil; esta jerarquía medieval, esta tutela de los pueblos niños no puede ya conciliarse con el genio viril de la civilización moderna, con sus luces y su independencia. ¿Por qué ir a Roma en busca de un director espiritual? ¿Por qué el jefe de la autoridad política no puede ser al mismo tiempo el jefe de la autoridad religiosa? ¿Por qué el soberano no puede ser pontífice? Tal es el lenguaje que se podría hacer hablar a la prensa, sobre todo a la prensa liberal, y es muy probable que la masa del pueblo la escuchase con júbilo.

Montesquieu

Si vos mismo pudierais creerlo y si osarais tentar semejante empresa, muy pronto aprenderíais, y de una manera sin duda terrible, hasta dónde llega el poderío del catolicismo, aun en aquellas naciones donde parece estar debilitado. (El espíritu de las leyes, capítulo XII).

Maquiavelo

¡Tentarla, Dios misericordioso! Si sólo pido perdón, de rodillas, a nuestro divino Maestro, por haber siquiera expuesto esta doctrina sacrílega, inspirada por el odio al catolicismo; sin embargo Dios, que ha instituido el poder humano, no le prohibe defenderse de las maniobras del clero, que por demás infringe los preceptos del Evangelio cuando peca de insubordinación hacia el príncipe. Bien sé que sólo conspirará por medio de una influencia inasible, pero sabré encontrar el medio de detener, aun en el seno de la corte de Roma, la intención que dirige la influencia.

Montesquieu

¿De qué manera?

Maquiavelo

Me bastará señalar con el dedo a la Santa Sede el estado moral de mi pueblo, tembloroso bajo el yugo de la Iglesia, anhelando romperlo, capaz de desmembrarse a su vez del seno de la unidad católica, de lanzarse al cisma de la Iglesia griega o protestante.

Montesquieu

¡En lugar de la acción, la amenaza!

Maquiavelo

¡Cuán equivocado estáis, Montesquieu, y hasta qué punto desconocéis mi respeto por el trono pontificio! El único papel que aspiro a desempeñar, la única misión que me corresponde a mí, soberano católico, sería precisamente la de ser el defensor de la Iglesia. En los tiempos que corren, bien lo sabéis, el poder temporal se halla gravemente amenazado por el odio irreligioso y por la ambición de los países del norte de Italia. Diría, pues, al Santo Padre: Os sostendré contra todos ellos, os salvaré, es mi deber, es mi misión, pero al menos no me ataquéis, sostenedme vos a mí con vuestra influencia moral. ¿Sería acaso demasiado pedir cuando yo mismo arriesgaría mi popularidad al erigirme en defensor del poder temporal, ay, tan desprestigiado hoy en día a los ojos de la llamada democracia europea? Mas este peligro no me arrendrará; no solo pondré en jaque cualquier maquinación, de parte de los Estados vecinos, contra la soberanía de la Santa Sede, sino que si, por desgracia, fuese atacada, si el Papa llegase a ser expulsado de los Estados pontificios, como ha acontecido ya, mis solas bayonetas volverán a conducirlo a su sitial y en él lo mantendrán por siempre, mientras yo viva.

Montesquieu

Sería, en verdad, un golpe magistral, pues si tuvieseis en Roma una guardia permanente, dispondríais casi de la Santa Sede como si estuviera en una provincia de vuestro reino.

Maquiavelo

¿Creéis que después de haberle prestado tamaño servicio, el papado se rehusaría a apoyar mi poder, que, llegado el caso, el Papa en persona se negaría a venir a consagrarme en mi catedral? ¿Acaso no se han visto en la historia ejemplos semejantes?

Montesquieu

Sí, de todo se ve en la historia. Empero, ¿qué haríais si, en lugar de encontrar en el púlpito de San Pedro un Borgia o un Dubois, como al parecer esperáis, tuvieseis que enfrentar un Papa que resistiera a vuestras intrigas y desafiara vuestra cólera?

Maquiavelo

Habría, entonces, que tomar una determinación: so pretexto de defender al poder temporal, decidiría su caída.

Montesquieu

¡Tenéis lo que se dice genio!
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