Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo quintoDiálogo séptimo.Biblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO PRIMERO

DIÁLOGO SEXTO


Maquiavelo

Me gustaría llegar a consecuencias concretas. ¿Hasta dónde la mano de Dios se extiende sobre la humanidad? ¿Quién hace a los soberanos?

Montesquieu

Los pueblos.

Maquiavelo

Está escrito: Per me reges regnant. Lo cual significa al pie de la letra: Dios hace a los reyes.

Montesquieu

Es una traducción para uso del Príncipe, ¡oh Maquiavelo!, y de vos la ha tomado en este siglo uno de vuestros más ilustres partidarios (Montesquieu alude aquí sin duda a Joseph de Maistre, cuyo nombre vuelve a aparecer más adelante), mas no es la de las Santas Escrituras. Dios ha instituido la soberanía, no instituye los soberanos. Allí se detiene su mano omnipotente, porque allí comienza el libre albedrío humano. Los reyes reinan de acuerdo con mis mandamientos, deben reinar según mi ley, tal es el sentido del libro divino. Si fuese de otra manera, habría que admitir que tanto los príncipes buenos como los malos son elegidos por la Providencia; habría que inclinarse ante Nerón como ante Tito, ante Calígula como ante Vespasiano. No, Dios no ha querido que las más sacrílegas denominaciones puedan invocar su protección, que las más infames de las tiranías reclamen para sí su investidura. A los pueblos como a los reyes, Dios les ha impuesto la responsabilidad de sus actos.

Maquiavelo

Abrigo serias dudas en cuanto a la ortodoxia de lo que afirmáis. De todos modos, según vos, ¿son los pueblos los que disponen de la autoridad suprema?

Montesquieu

Tened cuidado, pues al impugnarlo corréis el riesgo de alzaros en contra de una verdad del más puro sentido común. No es ningún hecho nuevo en la historia. En los tiempos antiguos, en el Medioevo, en todos aquellos lugares donde la dominación se estableció por otras vías que las de la invasión o la conquista, el poder soberano nació por obra de la libre voluntad de los pueblos, bajo la forma original de la elección. Para citar tan solo un ejemplo, así fue como en Francia el jefe de la dinastía carlovingia sucedió a los descendientes de Clodoveo, y la de los Hugo Capeto a la de Carlomagno (El espíritu de las leyes, libro XXXI, capítulo IV). No cabe duda de que el carácter electivo de los monarcas ha sido sustituido por el carácter hereditario. La excelencia de los servicios prestados, el reconocimiento público, las tradiciones terminaron por asentar la soberanía en las principales familias de Europa, y nada podía ser más legítimo. Pero el principio de la omnipotencia nacional está siempre en el fondo de las revoluciones, siempre ha estado llamado a consagrar poderes nuevos. Es un principio anterior y preexistente, que las diversas constituciones de los Estados modernos no pueden menos que confirmar de manera más cabal.

Maquiavelo

Pero entonces, si son los pueblos quienes eligen a sus amos, también pueden derrocarlos. Si tienen el derecho de establecer la forma de gobierno que les conviene, ¿quién podrá impedir que la cambien al capricho de su voluntad? El fruto de vuestras doctrinas no será un régimen de orden y libertad, será una interminable era de revoluciones.

Montesquieu

Confundís el derecho con el abuso a que puede conducir su ejercicio, los principios con su aplicación; hay en ello diferencias fundamentales, sin las cuales resulta imposible entenderse.

Maquiavelo

Os he pedido consecuencias lógicas; no os hagáis la ilusión de aludirlas; negádmelas, si lo queréis. Deseo saber si, de acuerdo con vuestros principios, los pueblos tienen el derecho de derrocar a sus soberanos.

Montesquieu

Sí, en situaciones extremas y por causas justas.

Maquiavelo

¿Quién será el juez de esos casos extremos y de la justicia de esas causas?

Montesquieu

¿Y quién pretendéis que lo sea, sino los pueblos mismos? ¿Acaso las cosas han acontecido de otro modo desde que el mundo es mundo? Una sanción temible, sin duda, pero saludable y a la vez inevitable. ¿Cómo es posible que no os percatéis de que la doctrina contraria, la que ordenase a los hombres el respeto de los gobiernos más aborrecibles, los sometería una vez más al yugo del fatalismo monárquico?

Maquiavelo

Vuestro sistema tiene un único inconveniente, el de suponer en los pueblos la infalibilidad de la razón. ¿No tienen ellos, por ventura, al igual que los hombres, sus pasiones, sus errores, sus injusticias?

Montesquieu

Cuando los pueblos cometan faltas, serán castigados como hombres que pecaran contra la ley moral.

Maquiavelo

¿De que manera?

Montesquieu

Sus castigos serán las plagas de la discordia, la anarquía y aun el despotismo. Hasta el día de la justicia divina, no existe en esta tierra ninguna otra justicia.

Maquiavelo

Acabáis de pronunciar la palabra despotismo, ya veis que volvemos a lo mismo.

Montesquieu

Esta objeción, Maquiavelo, no es digna de vuestro excelso espíritu; he consentido en llegar hasta las más extremas consecuencias de los principios que vos combatís, falseando así la noción de lo verdadero. Dios no ha concedido a los pueblos ni el poder, ni la voluntad de cambiar de este modo las formas de gobierno sobre las que descansa la existencia misma. En las sociedades políticas, como en los seres organizados, la naturaleza misma de las cosas limita la expansión de las fuerzas libres. Es preciso que el alcance de vuestro argumento se ciña a lo que es aceptable para la razón.

Suponéis que, al influjo de las ideas modernas, las revoluciones serán más frecuentes; no serán más frecuentes, quizá lo sean menos. Las naciones, como bien decíais hace un momento, viven en la actualidad de la industria, y lo que a vos os parecía una causa se servidumbre es a un mismo tiempo el principio del orden de la libertad. No desconozco las plagas que aquejan a las civilizaciones industriales, más no debemos negarles sus méritos, ni desnaturalizar sus tendencias. Esas sociedades que viven del trabajo, del crédito, del intercambio son, por más que se diga, sociedades esencialmente cristianas, pues todas esas formas tan pujantes y variadas de la industria no son en el fondo más que la aplicación de ciertas elevadas ideas morales tomadas del cristianismo, fuente de toda fuerza, de toda verdad.

Tan importante papel desempeña la industria en el movimiento de las sociedades modernas que, desde el punto de vista en que os colocáis, no es posible hacer ningún cálculo exacto sin considerar su influencia; influencia que no es en modo alguno la que vos creéis poder asignarle. Nada puede ser más contrario al principio de la concentración de poderes que la ciencia, que procura hallar las relaciones de la vida industrial, y las máximas que de ella se desprenden. La economía política tiende a no ver en el organismo más que un mecanismo necesario, si bien en extremo costoso, cuyos resortes es preciso simplificar, y reduce el cometido del gobierno a funciones tan elementales que su mayor inconveniente es quizás el de destruir su prestigio. La industria es la enemiga nata de las revoluciones, porque sin un orden social perece, y sin ella el movimiento vital de los pueblos modernos se detiene. No puede prescindir de la libertad, dado que sólo vive de las manifestaciones de la libertad y, tenedlo bien presente, las libertades en materia de industria engendran necesariamente las libertades políticas; por ello se ha dicho que los pueblos más avanzados en materia de industria son también los más avanzados en materia de libertad. Olvidaos de la India y de la China, que viven bajo el destino ciego de la monarquía absoluta; volved la mirada a Europa, y veréis.

Acabáis de pronunciar una vez más la palabra despotismo; pues bien, Maquiavelo, vos, cuyo genio sombrío tan profundamente conoce todas las vías subterráneas, todas las combinaciones ocultas, todos los artificios legales y gubernamentales con cuya ayuda es posible encadenar en los pueblos el movimiento de los brazos y de las ideas; vos, que despreciáis a los hombres, que soñáis para ellos con las terribles dominaciones del Oriente; vos, cuyas doctrinas políticas responden a las pavorosas teorías de la mitología india, queréis decirme, os conjuro a ello, cómo os ingeniaríais para organizar el despotismo en aquellos pueblos en los que el derecho público reposa esencialmente sobre la libertad, donde la moral y la religión despliegan todos los movimientos en el mismo sentido; en naciones cristianas que viven del comercio y de la industria; en Estados cuyos cuerpos políticos están expuestos a la publicidad de la prensa que arrojan torrentes de luz en los más oscuros rincones del poder; apelad a todos los recursos de vuestra inagotable imaginación, buscad, inventad, y si resolvéis este problema, declararé con vos que el espíritu moderno está vencido.

Maquiavelo

Me dais carta blanca; tened cuidado, pues podría tomaros la palabra.

Montesquieu

Hacedlo, os lo suplico.

Maquiavelo

No os defraudaré.

Montesquieu

Quizá dentro de pocas horas debamos separarnos. Estos parajes os son desconocidos; seguidme, pues, en los rodeos que haré junto a vos a lo largo de este sendero tenebroso; tal vez podamos evitar aún durante algunas horas el reflujo de las sombras que avanzan desde aquellas lejanías.
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