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El miedo de la burguesía es la causa de la intervención.
Discurso del 4 de julio de 1914
Camaradas:
Hipocresía, ambición irrefrenable, miedo: estos son los ingredientes malditos que entran en la composición de ese acto de piratas que se conoce con el nombre de intervención norteamericana.
El atentado de Veracruz no es el acto gallardo del hombre que se interpone entre el verdugo y la víctima, sino el asalto brutal del bandido, llevado a cabo por sorpresa y por la espalda.
La invasión de Veracruz por las fuerzas del capitalismo yanqui, no es el asalto audaz a la trinchera, en pleno día y a sangre y fuego, sino el golpe asestado en las tinieblas por un brazo invisible.
La mano que clavó en las alturas de la ciudad sorprendida la bandera de las barras y las estrellas no fue la robusta mano del héroe, inspirado en altos ideales, sino la mano temblorosa del negociante, que lo mismo sabe vaciar de un zarpazo los bolsillos del pueblo, como azuzar sus perros contra el mismo pueblo cuando éste muestra poca disposición para ser desvalijado.
El miedo a la bandera roja.
La burguesía de los Estados Unidos - y la de todo el mundo - ve con espanto que el trabajador mexicano ha tomado por su cuenta la obra de su emancipación.
La burguesía de todos los países no se siente tranquila ante el hermoso ejemplo que el proletariado mexicano está dando desde hace cuatro años, y teme que el ejemplo cunda a todos los países de la Tierra; teme que de un momento a otro, aquí mismo, en los Estados Unidos, así como en Europa y por todas partes, el desheredado enarbole la bandera de la rebelión, y, a ejemplo de su hermano el desheredado mexicano, prenda fuego a los palacios de sus señores, tome posesión de la riqueza y arranque la existencia de autoridades y ricos.
El insulto a la bandera.
La burguesía de todos los países tiene interés, además, en que México esté poblado por esclavos para que no disminuyan los negocios. Quiere ver al mexicano eternamente encorvado, dejando en el trabajo su sangre, su salud y su porvenir en provecho de sus amos.
Estos son los motivos de la invasión norteamericana. ¡Mentira que el insulto a la bandera de los Estados Unidos haya precipitado la guerra con México! Si los ricos y los gobiernos no tuvieran interés en que los explotados de todo el mundo no sigan el ejemplo de los desheredados de México; si el derecho de propiedad privada y el principio de autoridad no bamboleasen en México al empuje de los dignos proletarios rebeldes, no declararían la guerra, así pudiera permanecer eternamente en la bandera estrellada la saliva de Huerta.
Es, pues, el miedo de los grandes de la Tierra la causa de la guerra con México: el miedo a que se extienda por todo el mundo el movimiento mexicano, y el miedo a perder, para sus negocios, ese rico filón de oro que se llama México.
La libertad económica.
Los hechos desarrollados en México desde hace cuatro años muestran que el desheredado mexicano está levantado en armas con el fin de conquistar de una vez para siempre, su libertad económica; esto es, la posibilidad de satisfacer todas sus necesidades tanto materiales como intelectuales, tanto las del cuerpo como las del pensamiento, sin necesidad de depender de un amo.
La toma de posesión de la tierra y de los instrumentos de labranza, llevada a cabo en distintas regiones del país por las poblaciones sublevadas, indica que el proletariado mexicano ha empuñado el fusil, no para darse el extraño gusto de echarse encima de los hombros un nuevo gobernante, sino para conquistar la posibilidad de vivir sin depender de nadie, que es lo que debe entenderse por libertad económica.
Acción directa.
El capitalismo ríe cuando el trabajador emplea la boleta electoral para conquistar su libertad económica; pero tiembla cuando el trabajador hace pedazos, indignado, las boletas que sólo sirven para nombrar parásitos, y empuña el rifle para arrancar resueltamente de las manos del rico el bienestar y la libertad.
Ríe el capitalismo ante las masas obreras que votan, porque sabe bien que el gobierno es el instrumento de los que poseen bienes materiales y el natural enemigo de los desheredados, por socialista que sea; pero su risa se torna en convulsión de terror cuando, perdida la confianza y la fe en el paternalismo de los gobiernos, el trabajador endereza el cuerpo, pisotea la ley, tiene confianza en sus puños, rompe sus cadenas y abre, con éstas, el cráneo de las autoridades y los ricos.
Quieren esclavos.
Veis, pues, que el capitalismo de todos los países tiene interés en que los trabajadores de otras partes del mundo no tomen ejemplo de los trabajadores mexicanos, y ese es el motivo que los ha empujado a obligar al gobierno de los Estados Unidos a intervenir en México.
Poco importa a los capitalistas el insulto a la bandera de las barras y las estrellas; ellos mismos se ríen de ese trapo; ellos mismos hacen escarnio de ese hilacho, adornando con él las colas de los caballos y de los perros.
Lo que a los capitalistas les interesa es que el trabajador mexicano siga trabajando de sol a sol, por un salario de hambre; lo que a los capitalistas les interesa, es que el trabajador mexicano siga encorvado sobre el surco, fecundando con su sudor una tierra que no es suya; lo que a los capitalistas interesa es que haya un gobierno estable en México que responda, a balazos, las demandas de los trabajadores.
El gobierno, protector de los ricos.
¡Un gobierno! Eso es todo lo que piden los capitalistas, tanto mexicanos como de todo el mundo, porque ellos saben bien que gobierno es tiranía; porque ellos - los capitalistas - son los verdaderos gobernantes; pues los gobernantes, lo mismo sean presidentes como sean reyes, no son otra cosa que los perros guardianes del Capital.
¿Qué beneficio le viene al pobre con tener un gobierno? ¿Tiene, siquiera, pan, albergue, vestido y educación para sus hijos? ¿Es respetado el pobre por los representantes de la autoridad?
Para el pobre, el gobierno es un verdugo. El pobre tiene que trabajar para pagar contribuciones al gobierno, y el gobierno tiene por misión defender los intereses de los ricos. ¿No es esto un contrasentido? El gobierno tiene gendarmes destinados a velar por los intereses de los ciudadanos; pero ¿qué intereses materiales tiene que perder el pobre?
Desengañémonos, trabajadores: los pobres tenemos que pagar para que los bienes de los ricos sean protegidos; somos las víctimas las que tenemos que mantener, con nuestro sudor y nuestros sufrimientos, a los encargados de velar por la seguridad de los bienes de nuestros verdugos, los bienes que en manos de los ricos son el origen de nuestra esclavitud, son la fuente de nuestro infortunio.
Por eso los liberales gritamos: ¡muera todo gobierno! Y nuestros hermanos, los miembros del Partido Liberal Mexicano, luchan y mueren en los campos de la acción con el propósito de liberar la pueblo mexicano de ese monstruo de tres cabezas: gobierno, Capital, clero.
Y en su acción redentora el esclavo de ayer se enfrenta a sus señores, ya no como el siervo de antes, sino como hombre, con la bomba de dinamita en una mano y tremolando con la otra la bandera roja de Tierra y Libertad.
La expropiación.
Es que ha llegado el momento de tomar. Pasó, tal vez para no volver jamás, la época de la súplica y del ruego. Ya no piden pan más que los cobardes; los valientes toman. A los que se rompen la cabeza para obtener de sus amos la jornada de ocho horas, se les ve con lástima; los buenos no solamente rechazan la gracia de las ocho horas, sino que rechazan el sistema de salarios, y consecuentes con sus doctrinas, con la misma mano con que se apoderan de la riqueza que indebidamente retiene el rico, parten el corazón de éste en dos, porque saben que si el burgués sobrevive a su derrota, la derrota se transforma en reacción y la reacción en la amenaza de la revolución.
Por todo esto la revolución mexicana es el espectáculo más grandioso que han contemplado las edades. El proletariado rebelde hace pedazos la ley, quema los archivos judiciales y de la propiedad, incendia las guaridas de la burguesía y de la autoridad, y con la mano con que antes hacía el signo de la cruz, con la mano que antes se extendía suplicante ante sus señores, con la mano creadora que sólo había servido para amasar la fortuna de sus amos, toma posesión de la tierra y de los instrumentos de trabajo, declarándolo todo, propiedad de todos.
La ruina de la burguesía.
Ya comprenderéis, hermanos desheredados, la impresión que este generoso movimiento habrá producido en el ánimo de los burgueses de todo el mundo. Ellos, que nos quisieran ver agonizantes a las plantas del hacendado y del cacique; ellos, que sueñan con que el país vuelva a estar en las mismas condiciones en que se encontraba bajo el despotismo de Porfirio Díaz.
Pero esos tiempos se fueron para no volver jamás. Hoy para cada burgués tenemos un puñal; para cada gobernante tenemos una bomba. Pasaron aquellos tiempos en que el burgués hacía tranquilamente la digestión mientras sus esclavos se arrastraban sobre el surco o se consumían de anemia y de fatiga, en el fondo de la mina y de la fábrica. Ahora el burgués tiene que franquear las fronteras del país, si no quiere balancear de un poste de telégrafo.
No quieren la guillotina.
Por humanidad, dicen los burgueses, es necesario que los Estados Unidos intervengan en México.
¡Por humanidad! ¿Quiénes nos hablan de humanidad? Nos hablan de humanidad los chacales carniceros que han bebido la sangre de los pobres. Nos hablan de humanidad los vampiros que no han tenido una mirada de compasión para los pobres.
Ellos saben bien que en nuestros hogares no hay lumbre; ellos saben bien que nuestros pequeñuelos tienen hambre; ellos han visto nuestras covachas; ellos se han reído de nuestros andrajos; ellos nos han apartado con el bastón en el paseo para que no les ensuciemos sus vestidos; ellos nos han visto reventar de hambre a la vuelta de una esquina; ellos nos explotan mientras nuestros brazos son fuertes, y nos arrojan a la calle cuando somos viejos; ellos explotan los bracitos de nuestros hijos, imposibilitándolos para ganarse el pan más tarde; ellos conocen todos nuestros sufrimientos, sufrimientos causados por ellos, sufrimientos de los cuales ellos sacan su poder y su riqueza.
¿Cuándo han tenido para los pobres una mirada de lástima siquiera? No, hermanos de infortunio, no es por humanidad por lo que los burgueses están urgiendo la intervención; lo que ellos quieren es que se salve el sistema capitalista amenazado hoy de muerte por la acción del proletariado en armas; lo que ellos quieren es salvar sus riquezas y ahorrar a la guillotina el trabajo de cortarles el pescuezo.
Tierra y Libertad o muerte.
Pero todos los esfuerzos de la arrogante burguesía resultarán inútiles. El trabajador ha levantado la cabeza; el trabajador sabe que entre las dos clases - la de los hambrientos y la de los hartos, la de los pobres y la de los ricos - no puede haber paz, no debe haber paz, sino guerra sin tregua, sin cuartel, hasta que la clase trabajadora triunfante haya echado la última paletada de tierra sobre el sepulcro del último burgués y del último representante de la autoridad, y los hombres redimidos puedan, al fin, darse un abrazo de hermanos y de iguales.
Nuestros mártires.
A luchar por ese principio, un grupo de trabajadores se dirigía a México en septiembre del año pasado. Sabéis bien quiénes eran: Rangel, Alzalde, Lomas, Rincón, Cisneros y otros más. No eran carrancistas, ni villistas, ni huertistas, eran soldados de la revolución social. No iban a México para encumbrar a nadie en la presidencia de la República, sino a arrancar de las manos de los ricos la tierra, la maquinaria, las casas, los medios de transportación y a poner toda esa riqueza en las manos de los pobres. Son pues, nuestros hermanos de clase, son pobres como nosotros y por los pobres iban a arriesgar contentos su vida; por los trabajadores iban a ofrecer su sangre y su inteligencia.
En su marcha para México fueron atacados cobardemente por fuerzas del Estado de Texas, muriendo el compañero Silvestre Lomas. Nuestros hermanos hicieron prisioneros a sus asaltantes y continuaron su marcha hacia el sur. Por la noche, uno de los prisioneros, Candelario Ortíz, que era empleado de policía de Texas, al pretender desarmar al compañero José Guerra fue muerto por éste. Poco después una numerosa fuerza de esbirros norteamericanos arrestaba a los dignos trabajadores, y al hacer el arresto, otro de los nuestros, Juan Rincón, fue muerto alevosamente por los asaltantes.
De entonces acá, los catorce trabajadores arrestados están sufriendo en los calabozos de Texas. Multitudes de norteamericanos salvajes han pretendido lincharlos; en los calabozos se les maltrata, se les ultraja porque son mexicanos; se les mata de hambre; no se les permite escribir ni a sus familias; no pueden recibir periódicos ni visitas de sus amigos y parientes.
Para los ensoberbecidos burgueses norteamericanos, los catorce hombres presos no son catorce héroes de la causa del trabajo, sino catorce mexicanos despreciables. Todo el odio que el norteamericano patriota siente por nuestra raza lo ha reconcentrado en esos catorce trabajadores, uno de los cuales ha sido sentenciado a pasar el resto de su vida en una penitenciaría de Texas; otros, a pasar largos años de encierro en las Bastillas texanas, mientras que sobre Rangel, Alzalde, Cisneros y otros pesa la amenaza de la pena de muerte.
¿Cuál es su crímen?
El crimen cometido por estos hombres no es la muerte de un esbirro, pues no fueron los presos quienes lo mataron, sino José Guerra, como lo saben muy bien los perseguidores; el crimen cometido por éstos hombres es el de dirigirse a México. Ese es el verdadero crimen; el hecho de pretender poner su brazo y su cerebro al servicio de la causa de los desheredados. Ese es el crimen que la burguesía no perdona. Estos hombres se habían hecho el propósito de unir su fuerza a la de sus hermanos que se encuentran luchando contra el Capital y la autoridad; ellos iban serenos y altivos a destruir todos los privilegios, todos los despotismos, todas las explotaciones; ellos iban a decirles a sus hermanos de miseria: ¡Levantad vuestras frentes, pues si alguien tiene derecho a gozar de la vida, sois vosotros, trabajadores, que todo lo producís con vuestras manos creadoras; y si alguien debe estar en la miseria, es el insolente patrón que os chupa vuestra sangre, es el burgués que nada produce y os roba vuestro trabajo!
Comprendéis, trabajadores, que, para el burgués holgazán, estos hombres son unos bandidos; pero para nosotros, para los que sufrimos miserias y desprecios, ellos son nuestros héroes y nuestros mártires. Para nosotros, los que vivimos en el último peldaño de la escala social, el rico y el gobernante son los bandidos.
La raza proscrita.
El deber de todos los trabajadores es salir a la defensa de nuestros presos; y para los que somos de raza mexicana, el deber es doblemente imperioso. Bien sabéis, mexicanos que en este país nada valemos. La sangre de Antonio Rodríguez todavía no se orea en Rock Springs; está caliente aún el cuerpo de Juan Rincón; está fresca la sepultura de Silvestre Lomas; en las encrucijadas de Texas blanquean las osamentas de los mexicanos; en los bosques de Louisiana, los musgos adornan los esqueletos de los mexicanos.
¿No sabéis cuántas veces ha recibido el trabajador mexicano un balazo en mitad del pecho al ir a cobrar su salario a un patrón norteamericano? ¿No habéis oído que en Texas - y en otros Estados de este país - esta prohibido que el mexicano viaje en los carros de los hombres de piel blanca? En las fondas, en los hoteles, en las barberías, en las playas de moda, no se admite a los mexicanos. En Texas se excluye de las escuelas a los niños mexicanos. En determinados salones de espectáculos hay lugares destinados para los mexicanos.
Justicia o rebelión.
¿No constituye todo esto un ultraje? ¿Y cómo detener tanto ultraje si permanecemos con los brazos cruzados?
Si tenemos vergüenza, ahora es cuando debemos ponernos en pie. Unámonos como un solo hombre para demandar la libertad absoluta de nuestros hermanos presos en Texas; agitemos la opinión; demostremos que sabemos unirnos enfrente de la injusticia y de la tiranía, y si a pesar de nuestros esfuerzos y de demostrar su inocencia, no se pone en libertad a nuestros hermanos, levantémonos en armas, que es preferible morir a arrastrar una vida de humillaciones y de vergüenza.
Si no se hace justicia a los nuestros, enarbolemos la bandera roja aquí mismo y hagámonos justicia con nuestras propias manos.
Acción reclaman los tiempos que corremos; pero no la acción de poner en tierra las rodillas y elevar los ojos al cielo, sino la acción viril que tiene como compañeras la dinamita y la metralla.
Hay que hacer entender a los perseguidores que si el verdugo pone la cuerda de la horca en el cuello de Rangel y compañeros, nosotros, los trabajadores, pondremos nuestras manos en el cuello de los burgueses.
¡Ahora o nunca! Esta es la oportunidad que se nos presenta para detener esa serie de infamias que se cometen en este país en las personas de nuestra raza por el único delito de ser mexicanos y pobres, pues hasta hoy no se ha visto que un burgués mexicano, haya sido atropellado.
Es contra nosotros los pobres, contra los trabajadores contra quienes se comete toda clase de atentados. Unámonos todos los desheredados resueltos a ser respetados o a morir, y gritemos a la burguesía ensoberbecida: ¡Justicia o rebelión! ¡Viva Tierra y Libertad!
Ricardo Flores Magón
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