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El manifiesto del 23 de septiembre de 1911.
Discurso pronunciado el 23 de septiembre de 1917.
Nos hemos reunido para celebrar el sexto aniversario de la promulgación del Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, expedido por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano.
Esta fecha es de gran importancia en la historia revolucionaria del pueblo mexicano, porque ella marca el surgimiento claro, preciso y bien definido de una tendencia revolucionaria que, desde hacía años, venía acentuándose y tomando cuerpo, delineándose en la confusa masa de aspiraciones, de deseos, de propósitos de un pueblo ansioso de libertad y de justicia; pero que hasta entonces tomaron forma concreta, se precisaron y se definieron.
Los sólidos principios antiautoritarios, anticapitalistas y antirreligiosos que forman la espina dorsal de esta tendencia revolucionaria quedaron claramente expuestos en el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911, disipándose así las dudas, evitándose de esta suerte las confusiones.
Desde ese momento no pudieron existir por más tiempo las equivocaciones. Ningún aspirante a ocupar puestos públicos, ningún capitalista ni ningún clérigo, podían tener cabida en nuestras filas, las que quedaron plenamente abiertas para recibir en su seno a todos los oprimidos, a todos los explotados, a todos los que sufren.
De entonces acá, todos aquellos que comprenden que gobierno y autoridad son sinónimos de opresión; todos aquellos que por experiencia propia o ajena saben que lo que se llama gobierno no da de comer al hambriento, ni en nada beneficia o protege al pobre; todos aquellos que han llegado a descubrir que el gobierno no garantiza ni el pan ni el bienestar; todos esos emancipados de los errores que rodearon nuestra cuna, y que hábilmente nos fueron fomentados cuando ya crecidos para que fuésemos durante toda la vida los más celosos defensores de las instituciones que nos hacen desgraciados: todos esos que despertaron y se dieron cuenta del engaño en que se les tenía sumergidos, están en nuestras filas, forman parte de esta agrupación proletaria que se llama Partido Liberal Mexicano.
Cada día aumenta el número de los convencidos de la inutilidad de la institución que se llama gobierno. De todos aquellos que antes de 1910 creían que el gobierno era malo porque se encontraban al frente de él Porfirio Díaz y los científicos, después de siete años de cambios de presidentes y de camarillas son muchos los que ahora se dan cuenta de que el gobierno es malo, ya se encuentre Pedro o Juan en el poder, y este convencimiento, adquirido en la dura escuela de la experiencia, aporta a nuestras ideas nuevos y decididos partidarios del ideal anarquista, con lo que se acerca el día de la verdadera libertad, la que se basa en la independencia económica del individuo, esto es, en la facultad de procurarse cada quien el sustento por medio de su trabajo, sin necesidad de depender de un amo.
Todos los que sufren, todos los que no tienen un terrón dónde reclinar la cabeza; el que tiene que ganarse el duro mendrugo atormentado por la fatiga, bajo la mirada del capataz, mirada de acero que lastima la dignidad como la espuela desgarra los ijares de la bestia; el que vive al día y por la noche se pregunta, angustiado, si encontrará al día siguiente el pedazo de pan que ha de sustentar a los seres queridos que de él dependen; el que ve con horror acercarse el vencimiento del alquiler de la pocilga; el paria, el ilota, el esclavo asalariado, para quienes el sol no brilla cariñoso, a quienes la luna rehusa sus besos de plata; los desheredados, los trabajadores, los proletarios, los desposeídos de todo, de pan y de ciencia, de abrigo y de arte; los indigentes del mundo, sin tierra, sin libertad, sin justicia, sin amor, esos están con nosotros, esos forman nuestra legión, la fuerza que promueve el progreso, la fuerza que crea la riqueza sin participar de ella; pero que ahora, desengañada y desencantada, comienza a volver la espalda a los redentores de toda laya, ve con desconfianza a los jefes y a los mesias, porque ve en todos ellos a embaucadores y futuros tiranos, y dirige sus pasos de gigante hacia donde brilla el magnifico sol de la anarquía al grito prestigioso de Tierra y Libertad.
Es que nuestro ideal de justicia responde a una necesidad fuertemente sentida. El ser humano se siente acometido por todos lados por mil males que lo esclavizan y lo hacen desgraciado, que impiden su desenvolvimiento natural y libre; hojea la historia, y se convence que ningún gobierno ha hecho la felicidad del pueblo.
Reyes, emperadores, presidentes, todos han sido malos, todos han pesado sobre los hombros de los pueblos como una losa sepulcral; ningún gobernante ha sido el amparo del débil y el azote del fuerte; todos los gobiernos han sido madre tierna y amantísima del poderoso, y madrastra cruel y huraña del humilde.
En su desamparo, el ser humano vuelve los ojos al cielo con la esperanza de hallar el consuelo que necesita y que se le niega en la Tierra; pero pasa la vista por las crónicas religiosas y encuentra crueldad, odio, impostura y tiranía en los representantes de los dogmas religiosos, ve soberbios a los que aconsejan la humildad, contempla hartos a los que predican contra la gula; lascivos y bestiales a los que hacen alarde de castidad; victoriosos a los que aconsejan la continencia, y sólo, débil, desarmado, queda a merced del capitalista, del vampiro que le chupa la sangre y la vida; del ogro que no se apiada de las lágrimas, que no oye los quejidos del hambre y cuyo monstruoso corazón sólo late por el lucro, por la acumulación de fabulosos tesoros, que son la sangre y el sacrificio de los humildes, el dolor de las mujeres y el llanto de los niños.
¿Puede causar admiración que la autoridad pierda su prestigio, que los templos vayan quedando vacíos y que las manos busquen ansiosas el rifle o el puñal?
El Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 es una luz que brilla en el caos que se llama revolución mexicana. Cuando esa luz sea advertida por un suficiente número de espíritus altivos y abnegados, ya no habrá brazos que empuñen el fusil para elevar un hombre al poder, sino para derribar a todos los que se encuentren arriba y establecer la igualdad.
¡Viva el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911! ¡Viva Tierra y Libertad!
Ricardo Flores Magón
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