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A manera de prólogo.
Discurso pronunciado por el C. Diputado federal Antonio Díaz Soto y Gama
a raiz de la muerte de Ricardo Flores Magón
Compañeros:
Tengo el honor, como uno de los últimos, de los más indignos compañeros que fui de Ricardo Flores Magón, tengo el honor de dar a esta Cámara la noticia de su muerte, ocurrida ayer en Los Ángeles, Cal. (1)
Yo no diré que quisiera ser orador para hablar de Ricardo Flores Magón.
Los hombres grandes, dice Martí, no necesitan, para ser elogiados, de grandes palabras. Para hablar de los hombres grandes se debe hablar, urge hablar con frase clara y sencilla, como clara y sencilla fue la vida de esos hombres.
Nadie quizá más grande entre los revolucionarios mexicanos, que Ricardo Flores Magón. Ricardo Flores Magón, modesto; Ricardo Flores Magón, que tuvo la fortuna, la dicha inmensa de jamás ser vencedor; Ricardo Flores Magón, que sólo conoció las espinas y los dolores de la revolución, es un hombre delante del cual debemos inclinarnos todos los revolucionarios que hemos tenido, quizá, la desgracia de saborear algo de los manjares servidos en el banquete de la revolución.
Para Ricardo Flores Magón no debe haber frases de dolor ni tribunas enlutadas: sería demasiado burgués, demasiado indigno de ese hombre grande, de ese rebelde excelso, venir aquí y pedir cosas burguesas; yo quiero en este momento tener algo de la rebeldía de aquel numen de la rebeldía, de aquel hombre inquieto, para decir: No necesitamos luto, ni llevamos luto en el alma los compañeros, los camaradas de Ricardo Flores Magón; llevamos respeto, mucho respeto íntimo, respeto y admiración profunda por el gran luchador, por el inmenso hombre de carácter que se llamó Ricardo Flores Magón.
Ricardo Flores Magón que no fue vencedor y por eso no se le honró; Ricardo Flores Magón que no llegó a la presidencia como Madero, ni a la Primera Jefatura como Carranza, ni a los honores como hoy llegan los jefes militares de la revolución; Ricardo Flores Magón, sin embargo, es el precursor de la revolución, el verdadero autor de ella, el autor intelectual de la revolución mexicana.
Y por eso, porque no fue vencedor, no se le honra; no necesita honores: necesita simplemente la admiración de todos los revolucionarios, y esa admiración la tenemos los que no nos inclinamos ni ante el éxito, ni ante los honores, ni ante los grandes.
Para Ricardo Flores Magón sólo debe de haber frases de admiración y de justicia; Ricardo Flores Magón nunca pidió que se enlutara esta tribuna, no lo pediría; Ricardo Flores Magón tuvo el gesto de grandeza de rechazar la pensión que esta Cámara decretó en su honor, y no seria yo quien manchara su nombre pidiendo que así como se enluta la tribuna por un magistrado caduco, representativo de las ideas viejas, fuera a enlutarse esta tribuna que no es digna de la figura de Flores Magón, porque él fue más que la Cámara, fue más que la Representación Nacional, porque fue la inspiración, la videncia que llevó al pueblo a la revolución.
De manera que para él no pido más que respeto profundo; que lo respeten los que quieran respetarlo, que se inclinen ante él los que tengan para él admiración; poco nos importa que la prensa no lo honre y que los reaccionarios lo desprecien; poco nos importa que la plutocracia norteamericana lo haya marcado con el hierro candente de su maldad y de su ferocidad, y que a esa plutocracia se deba la muerte de Flores Magón.
Es mejor que esa plutocracia no haya concedido la libertad del gran rebelde; es infinitamente mejor que Ricardo Flores Magón haya cerrado su vida como la abrió: siempre rebelde, siempre sin prosternarse.
¡Mejor así! Ricardo Flores Magón, he dicho, fue el precursor de la revolución y el autor intelectual de ella; Ricardo Flores Magón preparó el terreno a Madero, y Madero y el maderismo vinieron a encontrarse el terreno preparado, la mesa puesta, por lo menos en el terreno ideológico de la preparación de las masas; pero como Madero triunfó, es el ídolo; como Ricardo Flores Magón murió en una cárcel, Flores Magón pasará quizá desapercibido para los ojos ingratos.
Flores Magón vio la revolución totalmente, íntegramente en una visión plena de vidente, no de visionario.
Ricardo Flores Magón abarcó todo el problema de la revolución, como no lo abarcó Madero ni tampoco Carranza; basta comparar sus palabras luminosas, sus frases candentes, sus frases de visión y rebeldía, sus presentimientos, anteriores al movimiento de 1910; basta leer cualquiera de sus artículos al acaso y compararlos con el mezquino, con el anodino Plan de San Luis o con el ridículo Plan de Guadalupe.
Para justificar mis palabras, quiero leer un trozo de artículo que al acaso, como si adivinara lo que iba a suceder, leí hace unos pocos días en un viaje a Morelos.
Decía Ricardo Flores Magón la víspera misma del rompimiento de las hostilidades contra Porfirio Díaz; decía en Regeneración, con fecha 19 de noviembre de 1910, abarcando todo el problema, toda la videncia de la revolución:
No es posible predecir, repito, hasta dónde llegarán las reivindicaciones populares en la revolución que se avecina...
Aquí está todo el programa de la revolución hecho con una videncia que ya quisieran para sí los científicos. Esta todo, está el problema de la tierra; está la posibilidad científica, la posibilidad humana; está la expresión que apenas puede uno creer que exista en los labios de un hombre tan radical y tan vehemente como Flores Magón; casi la videncia del político, del estadista: ... pero hay que procurar lo más que se pueda.
Todo lo previó este hombre: previó que la conquista de la tierra era la base de todas las demás libertades, y que, conquistada la libertad económica del campesino, sobre esa libertad se edificaría todo el edificio revolucionario.
Y lo dice con esa claridad, con esa llaneza de los apóstoles, sin galas retóricas, sin tonalidades líricas, con una sencillez enorme. Y si nada más eso se obtuviera:
Ya sería un gran paso hacer que la tierra fuera de la propiedad de todos, y si no hubiera fuerza suficiente o suficiente conciencia entre los revolucionarios para obtener más ventaja que esa, ella sería la base de reivindicaciones próximas, que por la sola fuerza de las circunstancias, conquistaría el proletariado.
¡Qué diferencia entre esto y los alardes de radicalismo excesivo, peligroso y utópico! ¡Qué grandeza en la expresión! Por la sola fuerza de las circunstancias. Una vez realizada la emancipación del campesino, una vez hecha la justicia en el reparto de la tierra, todo lo demás vendrá por añadidura.
Y cuando un hombre como éste desaparece, y desaparece grande, justo es recordar su memoria, de paso, en tropel, en montón, en desorden como en desorden escribió sus artículos, como en desorden fue su vida.
Yo no quiero absolutamente hacer aquí alarde de frases oratorias que ni están en mi carácter ni podría tenerlas, ni debo tenerlas en este momento; pero si quiero acordarme en globo, en tropel, quizá desordenadamente, de algo de esa personalidad; quisiera acordarme, en medio del tropel de recuerdos, de algo que ponga de manifiesto, si posible es, la personalidad de aquel luchador.
Me acuerdo, de pasada, como en una pincelada, de aquella su peregrinación por esta ciudad de México, entonces más mercachifle todavía que ahora, entonces más terrible todavía, para los revolucionarios, porque hoy se posterna ante ellos, aunque sea hipócritamente, a reserva de herirlos por la espalda cuando pueda, porque los ve fuertes. Y entonces no; entonces ser oposicionista era ser visto con desprecio y marcado con el estigma de toda la sociedad metropolitana; y en aquellos momentos, allá por el año de mil novecientos dos, cuando floreció el imperio de las bayonetas en las manos de Bernardo Reyes, atravesaba Ricardo Flores Magón, enhiesto, altivo, entre dos filas de soldados en unión de dos personas ilustres, Juan Sarabia y Librado Rivera, atravesaba las calles de la Metrópoli, repito, entre dos filas de soldados para ser llevado a la prisión de Santiago Tlatelolco; y Ricardo Flores Magón, en medio de la admiración y de la estupefacción de los transeúntes, lanzó vivas a la revolución, vivas al porvenir y mueras a Porfirio Díaz, sabiendo muy bien que aquellos mueras le podrían causar la muerte.
Entonces éramos jóvenes, teníamos el pecho anhelante y el alma pujante, y, sin embargo, nos sobrecogíamos de admiración ante aquella rebeldía; aquél gesto, aquellos gritos fueron los precursores de la revolución.
¡Cuántos de los jóvenes y hombres presentes aprendieron a ser revolucionarios y bebieron la linfa revolucionaria de la pluma de los Flores Magón! ¡Cuántos deben haber abierto su cerebro y su alma al nuevo aliento, a la nueva vida, por Ricardo Flores Magón!
Por eso tratándose de este hombre no caben frases, sino sentimientos; me parece verlo en la cárcel de Belén, escribiendo, garrapateando cuartillas con su letra menuda, chiquita, apretada, con su miopía que debería convertirse en ceguera en las prisiones norteamericanas; me parece verlo siempre con fe, siempre con ánimo, jamás desfalleciente, siempre con una serenidad espartana, siempre dándonos lecciones y clases de civismo, de honradez, de energía; me parece verlo en aquellos días de nuestra juventud cuando muchos jóvenes, que hoy somos ya hombres, sentíamos el aleteo impuro y malsano de esta ciudad cortesana, de esta ciudad de placeres, verlo solo, consagrado a su idea, a esa obsesión gloriosa, a esa sublime obsesión que le duró veinte años.
¿Qué clase de hombre era este, qué clase de carácter era este? Era el carácter del indio de Oaxaca, del indio mixteco o zapoteco, y por eso nosotros los revolucionarios nos enorgullecemos grandemente; ya que los reaccionarios, los hombres enamorados de un pasado que no volverá, se enorgullecen con tener un Porfirio Díaz, nosotros los revolucionarios, los agraristas, nos enorgullecemos con que Ricardo Flores Magón sea también hijo de Oaxaca.
¡Antítesis curiosa del destino! Frente al tirano más grande y abominable, el más grande de los agitadores libertarios.
Si Oaxaca se deshonró por haber nacido allí un Porfirio Díaz, Oaxaca se enalteció y lavó su mancha con haber engendrado a Ricardo Flores Magón.
Para nosotros, los revolucionarios, es un culto el que tenemos para esos hombres que, como Flores Magón, dió su vida por su ideal lentamente, gota a gota, en la prisión obscura; que no tiene grandezas militares, ni aplausos de las multitudes, ni sonrisas de las hermosas; pero esa gloria, que no es la aureola militar, es más respetable para nosotros que la gloria del que vence en los campos de batalla.
Y por esto nosotros, los rebeldes, los que no somos militaristas, nos inclinamos y nos inclinaremos siempre más ante un Flores Magón y un Zapata que ante un Madero o ante un Carranza, o ante cualquiera de los vencedores presentes o futuros.
Y por esto, señores, yo, al bajarme de esta tribuna, no quiero más que esto: un grito ahogado en el alma, pero que quiera decir respeto y admiración para este hombre, y en lugar de pedir a ustedes algo de luto, algo de tristeza, algo de crespones negros, yo pido un aplauso estruendoso, que los revolucionarios mexicanos, los hermanos de Flores Magón dediquen al hermano muerto, al gran rebelde, al inmenso inquieto, al enorme hombre de carácter jamás manchado, sin una mancha, sin una vacilación, que se llamó Ricardo Flores Magón.
Notas
(1) Ricardo Flores Magón no murió en Los Ángeles, Cal., sino en la prisión federal de Leavenworth, Kansas. Nota de los editores.Índice de Discursos de Ricardo Flores Magón Anterior Siguiente Biblioteca Virtual Antorcha