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Francisco Ferrer.
Discurso pronunciado el 13 de octubre DE 1911
Compañeras y compañeros:
Capital, Autoridad, Clero: he ahí la hidra que guarda las puertas de este presidio que se llama Tierra.
El ser humano, tan orgulloso, tan jactancioso, tan pagado de sus llamados derechos, de sus pretendidas libertades, ¿qué otra cosa es sino un galeote, un presidiario rotulado y numerado desde que viene al mundo, sujeto a un reglamento vergonzoso que se llama ley, castigado o premiado según su habilidad para violar la ley, en su provecho y en perjuicio de los demás?
Estar vivo es estar preso, me decía con frecuencia aquel mártir del proletariado cuya vida ejemplar de abnegación y de sacrificio ha prendido en tantos nobles pechos proletarios el ansia de imitarlo. Me refiero al joven mártir de Janos, a Práxedis G. Guerrero, al primer libertario mexicano que tuvo la audacia de lanzar por primera vez en México, el grito sublime de ¡Tierra y Libertad!
La Tierra es un presidio más amplio que los presidios que conocemos; pero presidio al fin. Los guardianes de la prisión son los gendarmes y los soldados; los carceleros son los presidentes, reyes, emperadores, etc., los comités de vigilancia de cárceles son las asambleas legislativas, y por ese tenor pueden parangonarse perfectamente los ejercicios de los funcionarios de un presidio con los ejercicios o actos de los funcionarios del Estado.
La gleba, la plebe, la masa desheredada, son los presidiarios, obligados a trabajar para sostener al ejército de funcionarios de diferentes categorías y a la burguesía holgazana y ladrona.
Librar a la humanidad de todo lo que contribuye a hacer de esta bella Tierra un valle de lágrimas, es tarea de héroes, y esa fue la que se impuso Francisco Ferrer Guardia.
Como medio escogió la educación de la infancia, y fundó la Escuela Moderna, de la que deberían salir seres emancipados de toda clase de prejuicios, hombres y mujeres aptos para razonar y darse cuenta de la naturaleza, de la vida, de las relaciones sociales.
En la Escuela Moderna se estimulaban en el niño hábitos de investigación y de raciocinio, para que no aceptase, a ojos cerrados, los dogmas religiosos, políticos, sociales y morales con que se atiborran las tiernas inteligencias de los niños, en las escuelas oficiales.
Se procuraba que el niño llegase a comprender por sí mismo la historia natural de la creación de la Tierra y del universo, el surgir de la vida, la evolución de ésta, y de la naturaleza entera, la formación de las sociedades humanas y su lento desarrollo a través de los tiempos, hasta nuestros días.
El clero español veía con disgusto esta educación que contrarrestaba sus esfuerzos por perpetuar las preocupaciones, las tradiciones, los atavismos; el clero español de hoy es el mismo clero de Loyola y de la Inquisición.
Para este clero, fomentador de fanatismos que hagan posible la resignación enfrente de la tiranía y la explotación capitalista, la obra de Ferrer era una obra reprobable, y, haciendo la señal de la cruz, decretó en la sombra, como los cobardes, la muerte de la obra de su autor.
La oportunidad no tardó en presentarse.
Un bello día una vistosa comitiva recorría las calles de Madrid en celebración del matrimonio de Alfonso XIII, con Enna de Batenberg.
Todo era seda, perfumes, colores, figuraciones de oro, lujo, derroche de riquezas en aquella brillante comitiva.
La aristocracia del dinero y de los pergaminos hacía aquel día ostentación de su fuerza, de su influencia, de su insultante lujo, del altanero desprecio con que los de arriba ven a los de abajo, mientras en los barrios, miles y miles de seres humanos se ahogaban en el infierno de sus cuchitriles por el único delito de trabajar y sudar para que aquella canalla hiciera derroche de oro y de sedas.
Las bandas militares llenaban el espacio de armonías heroicas; las burguesas, dichosas, reían; los soldados hacían retroceder a culatazos a las muchedumbres espectadoras; las calles lucían adornos patrióticos.
El Rey y la Reina formaban parte de aquel desfile de las más grandes sanguijuelas de España.
De los balcones y de las azoteas de las casas llovían flores.
De las manos de un hombre, desde una azotea, se desprendió un hermoso ramo, cuyas flores sonreían al sol: ese ramo hizo explosión.
¡Era una bomba adornada con flores! El que la había arrojado era un amigo de Ferrer.
El monstruo del clericalismo tuvo un estremecimiento de satisfacción. Mateo Morral, amigo de Ferrer. ¡Ya lo tenemos!, gritó el clero Y mientras Mateo regaba con su sangre de libertario la tierra que soñó ver poblada por una humanidad libre, las manos de los polizontes prendían, en Barcelona, al noble fundador de la Escuela Moderna.
El proceso fue largo. Se pretendía a todo trance encontrar culpable a aquel inocente, hasta que, después de año y medio de prisión, el gobierno se vio obligado a ponerlo en libertad.
La bestia clerical volvió a acechar, a espiar los movimientos de aquel hombre extraordinario. Hasta que se presentó una nueva oportunidad.
España estaba en guerra con los moros a mediados de 1909. Los trabajadores conscientes estaban opuestos, naturalmente, a ese torpe derramamiento de sangre proletaria para defender los intereses de unos cuantos dueños de minas en el norte de África.
El gobierno, defensor del Capital, enviaba soldados y más soldados al campo de la guerra. Las manifestaciones de descontento contra esa guerra criminal se multiplicaban por toda España.
En Barcelona se declaró la huelga general contra el envío de más soldados a pelear por los intereses de sus opresores. Los choques entre la policía y los huelguistas comenzaron, y la insurrección se hizo general en toda la ciudad.
Grupos de revolucionarios prendieron fuego a las iglesias y a los conventos, y se batían como leones en las calles de la gran ciudad hasta que, reconcentradas tropas en gran número, los revolucionarios tuvieron que guardar sus armas en espera de mejor oportunidad.
Entonces comenzaron las persecuciones, siendo Ferrer el blanco de ellas, aunque Ferrer, como ha quedado bien demostrado, no tomó participación alguna en la insurrección.
Arrestado, fue juzgado por jueces que llevaban la consigna de sentenciarlo a muerte, y, a pesar de haberse visto bien claro su inocencia, fue fusilado el 13 de octubre de 1909 en el fuerte de Montjuich.
He aquí demostrado, compañeros, la imposibilidad de resolver el problema social por medios pacíficos. El Capital, la Autoridad y el Clero, con toda la influencia que tienen, con todas las fuerzas de que disponen, están dispuestos a defender sus intereses y a ahogar en sangre aún las manifestaciones más pacíficas de la actividad de los que queremos y nos esforzamos por el advenimiento de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad.
La obra de Ferrer estaba siendo conducida de una manera perfectamente legal; no se salía una línea de las garantías que otorgan las constituciones políticas que tanta sangre han costado a los pueblos; no aconsejaba la violencia para alcanzar el querido sistema comunista, y sin embargo, el ensangrentado cadáver del maestro proclama a todo el mundo que la libertad política es una mentira vil; que por la vía pacífica se llega seguramente al martirio, pero no a la victoria, que es lo que los desheredados necesitamos.
Los mexicanos no negamos las excelencias de una educación racionalista; pero hemos comprendido, por las lecciones de la historia, que luchar contra la fuerza sin otra arma que la razón, es retardar el advenimiento de la sociedad libre, por miles y miles de años, durante los cuales la explotación y la tiranía habrán acabado por convertir al proletariado en una especie distinta, incapaz por atavismo de rebelarse y de aplastar con sus puños a burgueses, a tiranos y a frailes.
Las clases privilegiadas no permitirán jamás que el proletariado abra los ojos, porque eso significaría el derrumbamiento estruendoso de su imperio, que sostiene tanto por la fuerza de las armas como por la ignorancia de los desheredados.
Compañeros: que la muerte del maestro sirva para convencer a los pacifistas de que para acabar con la desigualdad social, para dar muerte al privilegio, para hacer de cada ser humano una personalidad libre, es necesario el uso de la fuerza y arrancar, por medio de ella, la riqueza a los burgueses que se interpongan entre el hombre y la libertad.
La revolución que fomenta el Partido Liberal Mexicano está basada en la experiencia de que la razón, sin la fuerza, es una débil paja a merced de las represiones de la reacción enfurecida, y por eso los libertarios mexicanos no se rinden; por eso luchan sin tregua; por eso, audaces y gallardos, se mantienen en pie y enarbolando la bandera roja de las reivindicaciones proletarias, cuando los idólatras esperan que los déspotas les arrojen un mendrugo, sin pensar ¡insensatos! que tienen el derecho de tomarlo todo.
Ricardo Flores Magón
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