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Todavía el parlamentarismo
Saverio Merlino ha replicado en Avanti! al artículo que publicó L'Agitazione número 35 en respuesta a la defensa que él hizo del parlamentarismo en L´ltalia del Popolo. El artículo de L'Agitazione no estaba firmado, pero Merlino, adivinando bien, me lo atribuyó, y esto me induce a responderle en mi nombre, aunque sobre esta cuestión estamos todos de acuerdo, no sólo nosotros los de la redacción, sino todos aquellos anarquistas que se van constituyendo en partido organizado y esperan poder mostrar con los hechos cómo se puede sustituir una fecunda y educadora acción popular a la acción parlamentaria que, según nuestro parecer, habitúa al pueblo a esperar de lo alto la propia emancipación y lo prepara así para la esclavitud.
Merlino, recordando que admito la existencia del peligro clerical y reaccionario, dice que yo respondo que puede darse que la gente se vuelva anarquista. En absoluto: yo digo que el remedio contra el peligro está en suscitar en el pueblo el sentimiento de la rebelión y de la resistencia, en inspirarle la conciencia de sus derechos y de su fuerza, en habituarlo a hacer por sí mismo, a pretender, a conquistar con su fuerza cuanta más libertad, cuanto más bienestar sea posible, y no ya en rehacer una virginidad al sistema parlamentario, que luego recorrería la misma parábola de decadencia que ya ha recorrido una vez.
Y por ello es necesario trabajar para que la gente se vuelva anarquista o al menos que el número y la potencia de acción de los anarquistas aumenten y los sentimientos y las ideas de la población se acerquen lo más posible a los sentimientos y a las ideas de los anarquistas.
Y todavía: Merlino dice que el pueblo no está convencido de que es necesario abolir el gobierno ¿quién pretende lo contrario? Si el pueblo estuviese convencido, la anarquía sería un hecho. Pero nosotros que estamos convencidos, tenemos el interés y el deber de convencer también a los demás.
El pueblo no está convencido, por ejemplo, de que el catolicismo es un amasijo de supersticiones, que los curas y los burgueses lo sostienen porque es un óptimo instrumento de dominación; y el pueblo no está convencido de que se puede prescindir de los patronos; pero no por esto Merlino nos aconsejaría ponernos a predicar, más bien que la destrucción, la reforma del catolicismo y del capitalismo.
Aparte de este error de interpretación, con el cual se me hace dar como un hecho lo que digo que se debe hacer, Merlino no responde a los argumentos de mi artículo y yo no puedo sino remitir a los lectores a ese artículo.
Y en cambio él insiste sobre la necesidad de una forma de gobierno y de parlamento, para que la sociedad pueda vivir y funcionar. Abolido el municipio, que es un pequeño gobierno, dice él, ¿quién pensará en las calles, en la iluminación, en el cuidado de los ríos y en tantas otras obras de interés común? ¿Pensarán todos? ¿Cada uno a su modo? ¿O no pensará ninguno? ¿O se encargarán algunos de ocuparse de estos servicios públicos por el bien de todos? ¿Serán estos encargados árbitros de obrar a su modo o estarán sometidos a la voluntad de la población? ¿La población tendrá una voluntad única o pueden surgir entre ésta pareceres distintos? ¿En este caso se deberá elegir entre uno u otro? ¿Cómo? ¿Se reunirá el pueblo en masa para deliberar sobre cada cuestión que se presente? ¿O bien se reunirán solamente los representantes o delegados de varios grupos?
Justamente: yo creo que los encargados de los servicios públicos serán las asociaciones de aquellos que trabajan en cada servicio; que estas asociaciones deberán cuidar al mismo tiempo del bienestar de sus miembros y de la comodidad de la población, y que estarán imposibilitadas de prevaricar por el control de la opinión pública, por los lazos de dependencia recíproca con las demás asociaciones y por el derecho de todos a entrar en las asociaciones y usar de los medios de producción que éstas operan. Creo que no habrá división fija entre quien dirige y quien ejecuta, y que la dirección del trabajo dependerá de derecho y de hecho de los trabajadores, los cuales para cada trabajo se organizarán y se dividirán las funciones del modo que estimen mejor. Creo que donde es necesario delegar individuos para una función dada, se les dará un mandato determinado, limitado, sujeto siempre al control y a la aprobación de la población, y sobre todo que no se empleará nunca la fuerza para obligar a la gente y para cumplir su mandato contra la voluntad de una fracción cualquiera de la población: el derecho de emplear la violencia, cuando se presentase la dura necesidad, deberá quedar siempre íntegro para todo el pueblo y no ser nunca delegado. Creo que cuando sobre una cosa a realizar se tienen opiniones diferentes y si no es posible o no es conveniente, se hará como quiere la mayoría, salvo todas las garantías posibles a favor de la minoría, garantías que se darían en serio, porque, no teniendo la mayoría ni el derecho ni la fuerza de constreñir a la minoría a la obediencia, tendrá que ganarse su aquiescencia por medio de condescendencias y pruebas de buena voluntad ...
Y luego creo, más bien estoy seguro, que yo no tengo ni la capacidad ni la misión de hacer de profeta. Yo quiero combatir para que el pueblo se ponga en condiciones de hacer lo que quiere; y tengo confianza en que éste, incluso haciendo mil despropósitos y debiendo a menudo volver sobre sus pasos y experimentando contemporánea y sucesivamente mil formas distintas, preferirá siempre aquellas soluciones que la experiencia le muestre más fáciles y más ventajosas.
Merlino duda de que en el fondo se trate de una cuestión de palabras. Él se habria acercado más a la verdad (quizá se lo he advertido otras veces) si hubiera dicho que es una cuestión de método.
Cuáles serán las formas sociales del porvenir nadie puede precisarlo, y fácilmente nos pondremos de acuerdo sobre los conceptos generales que deberán guiar a una sociedad de seres libres e iguales ... después que ésta sea constituida. La cuestión es el modo como se puede llegar a constituirla. Los autoritarios quieren imponer desde lo alto, por medio de leyes, lo que ellos consideren bueno. Los anarquistas, en cambio, quieren con la propaganda destruir el principio de autoridad en las conciencias y con la revolución destruir toda fuerza organizada que pueda constreñir a los hombres a actuar contrariamente a su voluntad.
A propósito, ¿querrá Merlino responder a una pregunta a la que ningún socialista democrático ha querido darme una respuesta explícita? Yo querria saber si, en su opinión, el gobierno o parlamento que él cree necesario para la vida social deberá tener a su disposición una fuerza armada.
En caso negativo, entonces realmente la diferencia entre nosotros seria poca, ya que yo soportaría de buen grado un gobiemo ... que no pudiera obligarme a nada.
Merlino no sabe comprender por qué L´Agitazione, que llama al pueblo a servirse de los derechos que tiene, hace una excepción con el derecho electoral. Nosotros le hemos explicado las razones varias veces.
El derecho electoral es el derecho de renuncia a los propios derechos y por tanto es contrario a nuestra finalidad; queremos que el pueblo se habitúe a combatir y a vencer directamente, con las propias fuerzas.
Se ha dicho que el derecho electoral es el derecho a elegir el propio patrón. En realidad no es ni siquiera esto: es el derecho de competir por una parte minima en la lista de una partecita del propio patrón y luego creerse soberano.
Nosotros que queremos que el pueblo sea soberano de verdad, tenemos el máximo interés en impedir que éste tome en serio una soberanía de mentirijillas y se conforme.
Malatesta
De, L´Agitazione, del 2 de diciembre de 1897.
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