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Anarquistas y socialistas en las elecciones políticas
El amigo Malatesta, en nombre -parece- de todos o casi todos los anarquistas, ha creído poder reafirmar, en respuesta a mi carta del 9 de enero -y parece que se prepara a reafirmarlo también con otro escrito y con un acto colectivo del partido- los principios antiparlamentarios y la táctica abstencionista de los socialistas anárquicos.
Envidio a estos anárquicos. Yo también querría poder nutrir la antigua fe acostumbrada a los triunfos (verdaderamente, no se si a los triunfos, pero ciertamente a las batallas). Yo también querría haber conservado las ideas simples e íntegras de hace diez años. Entonces, también yo me ilusionaría y llamaría al estado de desintegración del partido anárquico un estado de reorganización incipiente. También yo podría decir que sé con seguridad de qué manera -y no de otra- actuará el socialismo. También yo repetiría que el gobierno, todo gobierno, no es sino la organización de la clase privilegiada que oprime al pueblo con las fuerzas del pueblo mismo y que éste, nombrando diputados, delega en ellos la conquista y la defensa de sus derechos. Y cuando hubiera dicho esto, me sentiría satisfecho y esperaría el día de la gran revolución, que debe cambiar la faz de la tierra (pero que tiene el inconveniente, según pienso yo gravísimo, de hacerse esperar demasiado).
Desgraciadamente, lo confieso, me he hecho más maduro, a pesar de que me resultaría cómodo, no quiero dejar de lado la experiencia de diez o quince años. Estoy convencido de que el partido anárquico ha equivocado el camino; estoy convencido de que los anarquistas, todos o casi todos, tienen mi misma convicción; sólo que no osan confesarlo y no tienen la fuerza de ánimo necesaria para separarse de su pasado.
La táctica abstencionista ha traído dos resultados: 1) nos ha separado de la parte activa y militante del pueblo; 2) nos ha debilitado frente al gobierno.
Es muy lindo decir que abstención no quiere decir inacción, sino participación en la agitación electoral con propaganda antiparlamentaria. Con esta lógica, que mi amigo invoca, los anarquistas abstencionistas debian terminar y han terminado por quedarse en casa; cuando no han votado por algún candidato de su corazón (como individuos se entiende, no como partido), sin hablar de aquellos que además han pasado el Rubicón y han ido a alinearse -por el mero deseo de hacer algo- con los socialistas legalistas.
El gobierno, luego, ha aprovechado nuestro aislamiento para sacudirnos por todos lados, legal o ilegalmente (el gobierno, como se ve, no tiene nuestros mismos escrúpulos).
Estamos maniatados hasta el punto de no poder hacer la menor propaganda. La policía puede, a su albedrío, encarcelarnos, hacernos condenar, confinarnos. ¿Qué resistencia oponemos nosotros? Ninguna.
Nuestra guerra ha sido de brazos cruzados. Si por lo menos fuéramos partidarios de la no resistencia al mal, tendríamos con qué consolarnos. Pero no, nosotros esperamos que madure la revolución. Entre tanto, hemos visto en estos días que quien ha podido llevar una palabra de apoyo a los huelguistas de Civitavecchia ha sido un diputado socialista. ¡Y continuamos diciendo que no sirve para nada la lucha parlamentaria!
Malatesta dice:
Si debemos votar por los socialistas o por los republicanos, tanto más valdría ir nosotros mismos al parlamento.
Para nosotros no se trata -como para los socialistas- de triunfar e ir a defender nuestro programa en pleno parlamento, en presencia de elementos cultos y célebres sino que se trata de conseguir cuantos más opositores sinceros y enérgicos al gobierno sea posible -trescientos Imbriani, por así decir- pero Imbriani que no se contenten con bombardear con interpelaciones a los ministros del parlamento, sino que lleven adelante una guerra seria y continua al gobierno del país, aprovechándose inclusive, hasta que les priven de ellas, de las prerrogativas parlamentarias.
Malatesta afirma que la lucha extraparlamentaria por la libertad no se puede librar cuando se adopta la lucha electoral. Yo pienso justamente lo contrario.
Lo que no puedo admitir de ninguna manera es que la táctica parlamentaría, lejos de favorecer el desarrollo de la conciencia popular, tienda a deshabituar al pueblo del cuidado directo de sus propios intereses.
Esto es doctrinarismo puro. La agitación electoral socialista arranca a las multitudes de su indiferencia hereditaria en los asuntos públicos: en Italia ha conquistado para nuestra causa regiones que ya se habían demostrado y son todavía refractarias a la propaganda anarquista.
El parlamentarismo tiene sus inconvenientes: ¿Pero qué cosa no los tiene?
¿Qué táctica, o agitación, o acción, podría aconsejar Malatesta que no presente inconvenientes iguales, si no mayores? Algunos de nuestros amigos se han puesto a organizar cooperativas: trabajo éste utilísimo también, pero no es nuestro trabajo.
Ni los socios de las cooperativas pueden ser todos socialistas y anarquistas, ni el gobierno toleraría cooperativas asi formadas. Sin contar que no pocas cooperativas se convierten en empresas capitalistas y que algunas, incluso, nacen como tales.
¿Qué hacer entonces? ¿Organizar sociedades obreras de resistencia? Pero apenas éstas empiezan a ser numerosas y potentes (como las Uniones inglesas) surge un estado mayor de presidentes, vicepresidentes, secretaríos y cajeros; en suma, un parlamentarismo peor que el otro.
El parlamentarismo no es un principio, es un medio: se equivocan los que hacen de él una panacea, pero se equivocan también los que lo miran con santo horror como si fuera la peste bubónica.
Y, por otra parte, no es verdad que el parlamentarismo esté destinado a desaparecer enteramente. Algo quedará de él incluso en la sociedad que anhelamos. Yo recuerdo un escrito que Malatesta envió a la conferencia de Chicago de 1893 donde sostenia que para algunas cosas el parecer de la mayoría deberá necesaríamente prevalecer sobre el de la minoría.
Pero aparte de esto, incluso en caso de unanimidad, no todos aquellos que han deliberado se pondrán a ejecutar en masa el resultado de sus deliberaciones. A menos de no admitir este aforismo -que tengo razones para creer que Malatesta repudia tanto como yo- será necesario distribuir los encargos confiándolos a los más capaces.
Y he aqui que estos encargados formarán un gobierno o una administración ... por favor, no hagamos sutilezas con las palabras. Un minimo de gobierno o de administración lo habrá incluso en la sociedad menos organizada; sólo debemos estudiar las maneras de hacerlo inocuo. de impedir que una minoría se apropie del poder en contra de la mayoría, obtener que el pueblo ejercite una censura continua y efectiva sobre sus administradores o delegados.
Yo reconozco los inconvenientes del sistema parlamentario y deseo eliminarlos, pero no deseo volver al despotismo.
Reconozco pésimo el ordenamiento actual de la justicia, pero no veria con gusto el retorno a la ley de Lynch, ni al sistema de la venganza privada; como reconozco los errores del poder judicial, no querría poner mi libertad en manos del juez togado.
Reconozco la injusticia de las leyes, pero no querría volver al tiempo en que la voluntad del principe era ley.
Quiero, en suma, progresar como un buen positivista, que cree que la sociedad se perfecciona, no se refunde y remodela, ni se hace con una receta de principios abstractos. Estoy convencido de que los socialistas, todos -anarquistas, marxistas y republicanos- tienen poco más o menos las mismas aspiraciones, y querría verlos luchar juntos; y, francamente, querría ver algún resultado. Me resultaría lamentable morir con la expectativa en que vivo desde hace varios años.
Merlino
Del Messaggero, del 10 de febrero de 1897.
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