Indice de En pos de la libertad de Enrique Flores Magón Julia MonrealJ. A. Hernández y compañerosBiblioteca Virtual Antorcha

EN POS DE LA LIBERTAD

Enrique Flores Magón

JULIA MONREAL



Vestida de rojo y rodeada de flores, puras e inocentes como ella, con los labios sonrientes y la faz apacible, veo aún en mi memoria a Julia, tendida en su ataúd.

Julia, nuestra hermanita querida, la niña gladiadora de alma gigante y combatiente, ha muerto, hermanos, y el corazón de los que la conocimos, de los que junto con ella soñamos el hermoso mañana en el que todos seamos libres y felices e iguales, se inunda de tristeza y de dolor por su muerte, y de rabia contra este maldecido sistema burgués que al arrojarnos a la miseria, impidió que nuestra Julia se salvara y viviese aún y aún prestara su valiosa ayuda al bello movimiento por Tierra y Libertad.

Murió el 18 de marzo anterior; y el 20 del mismo fue acompañado su cuerpo al cementerio por numerosos compañeros de ambos sexos, mexicanos, españoles y americanos. En su casa, en el trayecto al cementerio y sobre su tumba fueron cantadas varias canciones revolucionarias como despedida digna a la pujante luchadora ida, a la mujercita de cuerpo de niña y de cerebro robusto y mejor organizado que el de la mayoría de la gente madura.

Frente a su fosa también se habló. Hicieron uso de la palabra los camaradas Pedro G. Paulet, Librado Rivera y otros, en español y, el que esto escribe, en español y en ingles, detallando al público cuál fue la vida de Julia, cuáles sus ideales; y expresando sus sentimientos y sus esperanzas de que el ejemplo de abnegación, lealtad, firmeza y desinterés en la lucha, sea seguido por hombres y mujeres para bien de la causa humana.

Como un detalle de la firmeza del carácter de esta niña de quince años, citaré el caso siguiente: el día anterior a su muerte, Julia, lánguida y extenuada, yacía sobre su catrecito, esperando la muerte de un momento a otro. Por la tarde llegó a visitarla el mismo cuervo religioso que con anterioridad había ido a ofrecerle su vano apoyo monetario en nombre de la religión; esta vez lo acompañaba una cucaracha de sacristía. Julia, hallando fuerzas en su indignación, se medio irguió en su catrecito, y con la voz apagada del agonizante increpó a los embaucadores de esta manera:

¡Márchense de aquí! ¡Para nada os quiero ni necesito nada de vosotros! ¡Fuera, antes de que, aunque sea arrastrándome, os arroje a puntapiés!

Tu ya estáis condenada y te irás al infierno, -gruñó la vieja cucaracha despechada y corrida.

Si hubiera infierno -contestó Julia-, vosotros soís quienes estaríais ya ahí por bribones y embaucadores.

Y esa misma noche, la niña de cuerpo endeble que hasta la orilla del sepulcro conservó entereza y energía, llamó a sus padres, Santana y Justa Monreal, y murmuró en medio de la agonía, su último deseo:

Papi, mami, no dejéis morir Regeneración; ¡adelante con la causa! ¡Enviad siempre a los compañeros de la Junta los centavitos que podáis y que sea parte a mi nombre! Quiero que siquiera mi nombre, no desapareciendo de las columnas de nuestro periódico, viva entre mis hermanos de clase.

Pocos momentos después, nuestra querida hermanita entregaba a la madre naturaleza la materia que le había prestado para formar su cuerpo y moldear el cerebro poderoso de Julia Monreal, la niña precoz que en Florence, California, propagó infatigablemente nuestros ideales desde que contaba apenas once años, entre americanos y mexicanos, en español y en inglés.

Después, la familia de Julia ha quedado cargada de deudas con los gastos de doctores, medicinas y entierro. Al terrible dolor de haber perdido a la hija adorada, se ha añadido la pena de verse cubiertos de deudas y compromisos. Si alguno de vosotros, compañeros, podéis y queréis ayudarlos, hacedlo a la siguiente dirección: Santana Monreal, Box 37, Florence, California.

Por ser pequeño el espacio de que dispongo esta vez, la semana entrante daré la lista de los que ayudaron a Julia en marzo pasado.

Para terminar, os diré, compañeros, no olvidemos el ejemplo dado por Julia Monreal, seamos dignos compañeros de ella.

(De Regeneración, del 2 de octubre de 1915. N° 206).
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