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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Enero 26 de 1922.
Señorita Alicia Stone Blackwell.
Boston, Mass.
Mi querida camarada:
El interés que has tomado por mi causa, que también es la de Rivera, lleva unida mi gratitud; mientras que la posibilidad de buenos resultados, llenan mi corazón con frescas esperanzas de ser libertado a tiempo para que mis cansados ojos festejen por última vez la grandeza de mis montañas nativas.
Tu ayuda y la del señor Roewer han venido casi inesperadamente. Mi nombre es tan obscuro, que nunca soñé en tener amigos tan valiosos. En verdad, estaba casi resignado a mi destino; tenía muy poca esperanza de libertad y descanso ... Ahora mi esperanza comienza otra vez a florecer, y las palabras tal vez suenan de nuevo en mis labios, que ayer solamente estaban dispuestos a un gesto de amarga resignación.
¡Tal vez! ¡Qué gran valor tienen estas seis letras! ¡Tal vez! Las palabras mágicas ¿no sugieren consuelo al triste, libertad al cautivo, salud al enfermo? Has tenido el mérito de despertar en mí, de su letargo, esa dulce emoción que pone en los labios temblorosos de uno las palabras vigorizadoras tal vez.
¡Qué hice para merecer esta agonía lenta, bajo ojos indiferentes, dentro de estas paredes formidables, frías y desafectas? Nada absolutamente, mi querida amiga; nada absolutamente; a lo menos, nada de lo que mi conciencia pudiera avergonzarse. Mi único crimen es ser un soñador. He soñado para la humanidad un nuevo modo de ser en su comunicación social, libre de injusticia, crimen y prostitución. Mi sociedad ideal es un conglomerado de hermanos y hermanas que cooperen libremente en su sostenimiento y adelanto; y acostumbraba dar expresión a estas aspiraciones de mi alma en mi periódico Regeneración, que se publicaba en español en Los Ángeles, California. Naturalmente mis sueños de paz y fraternidad universal eran una barrera a los sentimientos de odio que personas interesadas pudieron despertar con astucia entre las masas del mundo; y caí víctima del cargo infame de la Ley de Espionaje, y fuí enviado a morir dentro de los muros de la prisión, porque ya estoy viejo, mi salud está quebrantada y no es probable que pueda sobrevivir a la sentencia de veintiún años que me impusieron en el verano de 1918.
Ese fue mi crimen. Durante mi encarcelamiento, que ha durado ya cuatro años desde que comenzó mi proceso, he visto salir libres muchos hombres convictos de crímenes antisociales por la clemencia del Ejecutivo. Han sido objeto de clemencia, traficantes en mujeres, ladrones, falsificadores, traficantes en drogas, degenerados sexuales, estafadores, asesinos, espías ...; pero no lo he sido yo ni Rivera. Rivera fue sentenciado a quince años de prisión. ¿Es que mi crimen es peor que el tipo común del crimen? Desearía saber la opinión de la intelectualidad de América y del mundo sobre este asunto, pero no tengo medios de presentar el asunto ante ellos, lo cual siento, pues ellos son los únicos que con aptitud pueden juzgarlo, porque en el campo de la ciencia, el arte y la literatura, ellos se esfuerzan por hacer la vida dulce, libre y justa; en una palabra: hermosa. Ellos son los altos sacerdotes de la belleza, en la cual soy un creyente humilde y desconocido, y solamente ellos pueden decir si mis sueños son hermosos o no; si mi concepción de una humanidad sin fronteras, sin banderas y sin guerras contrasta con las emociones más finas y nobles de la humanidad; si mis ideales de fraternidad y amor universal no están en harmonía con la belleza que ellos en sus alturas y yo en las bajas llanuras, servimos y adoramos conjuntamente; si mis aspiraciones no guardan relación con la ley de la belleza, evidente en dondequiera, en la delicadeza de la flor, en el murmullo de las olas, en el fulgor de la estrella, en la hermosura de la curva femenina. Todo contribuye a la glorificación de la eterna belleza, y yo quiero que la humanidad también contribuya. Quiero librar a nuestra Tierra de la humillación de llevar nuestras miserias, nuestras rivalidades y nuestros crímenes bajo la mirada despectiva de las estrellas, que se mofan de su carga mercenaria. Quiero que tenga orgullo de nosotros; quiero que la humanidad esté en harmonía con la grandeza y poesía de la creación. Y este es mi crimen, estar provisto con nervios capaces de resentir la transgresión más pequeña contra la belleza. Y por este crimen, estas paredes deben separarme desdeñosamente de los míos y de la vida hasta que llegue la muerte. ¡Si tan sólo llegara pronto para ahorrarme esta agonía de cada minuto! ¡Si tan sólo llegara pronto antes que mis ojos enfermos me suman en la lúgubre noche que no tiene estrellas ni luna, la noche de la ceguera! Pero ahora, a la vista de tus cartas, se alzan a mis labios con un suspiro de consuelo las dulces palabras tal vez
Gracias, gracias, gracias.
Ricardo Flores Magón
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