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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Octubre 18 de 1921.
Señorita Elena White.
Nueva York, N. Y.
Mi querida camarada:
No, no estamos de todo en desacuerdo; no, de ningún modo; pero estoy seguro que el desacuerdo, si se ve en sus menores detalles, es más ae que real. Esto es consolador, y tu hermosa carta del 8 de este mes añade más consuelo aún.
Veo que has leído algunas de las cartas que he escrito a la camarada Irene Benton y que han sido de tu agrado ... ¡Cuánto me satisface eso! Ni siquiera sospechaba que llegaría a tí alguna vez esos pequeños fragmentos de mi alma.
¿Te acuerdas, Elena? Hace un año, en este mes, que comenzamos a escribirnos. ¡Un año! Una simple gota en el océano del tiempo; pero al triste lo aniega ... Soy, sin embargo, muy afortunado; hay pocos corazones que me aman y, durante estos últimos doce meses, he recibido periódicamente una palabra amistosa de una, una dulce sonrisa del otro, la simpática palpitación del que comprende mi apuro, y así por el estilo, y de todos ellos he recogido fuerza, y de todos ellos he recogido cariño que necesito para endulzar mi amarga existencia. Tú has sido una de las más asiduas corresponsales. De hecho no faltaría a la verdad si dijese que tu, mi buena Elena, has sido quien me ha escrito con más constancia, y aprecio esto ... ¡tus cartas abren tan espléndido paréntesis en mi vida gris y monótona! Sólo dos veces en el furtivo y lento paso de los últimos trescientos sesenta y cinco días dejaron tus queridas misivas de llegar hasta mi, en los periodos acostumbrados. Por todo esto, ¿no es la ocasión digna de ser ccelebrada? Lo es, ¡seguramente que lo es! y como tengo guardada una bodega repleta de cierto añejo vino que hace correr frenéticamente la sangre perezosa a través de las avenidas vitales de la carne, permíteme verter un poco en tu copa ... Ahora, bebe de él ... ¿Te gusta? Es un vino que en mi inocente infancia prometí a los dioses; pero no habiéndome encontrado en el cielo ni en la tierra, ahora se lo ofrezco a la humanidad. ¿Es demasiado fuerte? Bébelo, sin embargo, mi querida Elena, y así en una embriaguez divina cantemos, cantemos a la vida, tu, como la concibes bajo tus acariciados y más dignos cielos; yo, como la contemplo con mi visión interna, moviéndose lentamente bajo la extensión azul ... ¿Otro trago? Con mucho gusto, mi buena amiga, y continuemos nuestro canto, ¡nuestro canto a la vida inmortal! ¡Mira, allí está la vida! Los vapores de este vino la han conjurado. No, no te arrodilles: veámosla de frente y disfrutémosla, porque ella es nuestra. ¡Qué hermosa es ahora, como no lo era hace un momento, antes que bebiésemos del vino que yo había almacenado para los dioses!, ¡qué fea era cuando la contemplábamos maniatada entre los artículos de la ley; enmudecida con la mordaza del convencionalismo y de la intolerancia; lastimosamente doblegada bajo la carga pesada de las supersticiones, de las costumbres, de las tradiciones ...!
La vida que este vino pone delante de nosotros es libre; es dueña de su cuerpo y de su alma; conoce también las cadenas, pero ellas son los dulces lazos de brazos amorosos que oprimen cuellos felices; conoce igualmente las mordazas, pero son las mordazas de labios temblorosos puestos ansiosamente en contacto en un glorioso esfuerzo para beberse mutuamente sus almas. La vida en cautiverio no es vida; es esclavitud, servidumbre, obligación servil; pero no es vida. La vida es libre, es la libertad por autonomasia. ¡Oh, bebamos una vez más! No, no temas: el vino durará. ¿No he dicho que tengo almacenado un gran acopio de él? Durará para embriagarnos, y para embriagar a otros además de nosotros. ¡Mira, estamos rodeados de estrellas! Son las de nuestros hermanos que se embriagaron y de esta manera se han convertido en estrellas. Ya no veo al ladrón, al vagabundo, a la prostituta, al esclavo; solamente veo estrellas, estrellas, estrellas. ¿Dónde está el que hace sólo unos cuantos minutos tendía su mano trémula al transeúnte, poniendo por el suelo todo el orgullo humano? ¡Y la hermosa joven que hace poco depositaba en sus ojos encantadores toda clase de promesas mercenarias, dónde está? No puedo descubrir entre esta magnífica formación de soles aquella mano negra que nerviosamente intentó ocultarse de la vista antes que pudiese ser advertida la sangre en ella ... Y el hombre - buey, ¿dónde está y qué ha sucedido con su yugo? No veo más que estrellas, estrellas, estrellas, entregándose a una francachela que estremece al infinito, y, en vez de gobernantes, reina la vida. la vida ha sido conquistada merced a este vino; bebamos más todavía y dejemos a los demás, mi querida Elena, que participen también de él, ya sean cientos o miles, ya sean miles o millones, derrochemos toda la bodega; porque ten presente, la conservo para la humanidad, para que su alma, entonada con el vino, sea capaz de vibrar cuando mi alma lo haga y responda a los estremecimientos de la tuya en una especie de eólica simpatía ... Pero he aquí, no puedo ir más allá en mi loca estampida a través de las regiones de mi fantasía. No tengo espacio para moverme. He llegado ya a una barrera que no puedo traspasar, y estoy obligado a dejarte por un momento. ¡Adios, pues, mi querida amiga!
Con cariño para Erma y el resto de los buenos camaradas, cierro esta con mi cariño para ti.
Ricardo Flores Magón
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