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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Febrero 28 de 1922.
Señorita Elena White.
Nueva York, N. Y.
Mi querida camarada:
Sirve la presente para contestar tu querida carta fecha 22 del presente mes.
Comprendo tus sentimientos a la vista de los esquiroles. ESTAS REPUGNANTES CRIATURAS NO SON SERES HUMANOS. ¿Lo son? Pueden tener exteriormente apariencias humanas; pero no tienen los sentimientos humanitarios que llamamos solidaridad, y los han perdido cuando más los necesitaban, cuando las bestias que deben combatirse y conquistarse no viven ya en la selva, acechando detrás de los árboles, o tendiendo emboscadas en la maleza, u ocultándose en los rincones más obscuros de las cavernas; las bestias se pueden encontrar ahora en suntuosas oficinas, en el corazón de las ciudades populosas, vestidas como hombres, sonriendo como hombres, conduciéndose exteriormente como hombres. No tienen garras; no se lanzan sobre su presa; no embrollan la vida humana al contraer sus formidables anillos; las bestias han modernizado astutamente sus métodos. La bestia es profesor, y enseña a sus discípulos que la cooperación es una tontera, y que la competencia es la única fuerza progresiva; la bestia es legisladora, y hace leyes destinadas a proteger sus propios intereses bestiales, aunque se hacen aemente para la protección del débil; la bestia es el gobernante que hace cumplir las leyes; la bestia es el ministro de un Dios o de cualquiera otra cosa, y aconseja obediencia, y paciencia y resignación ... El resultado es el esquirol, un ser humano que, a través de millares de años del gobierno de la bestia, ha perdido ese instinto que en la aurora de las especies lo apresuró a estar con los de su especie para sacudir el yugo de la tiranía de la selva. Ya no son humanos sus instintos, sino bestiales. No siente amor por sus semejantes, sino odio, porque en cada uno ve un competidor, un rival, un terrible enemigo que se interpone entre él y su pan; la civilización ha atrofiado los instintos de solidaridad que hacen de él un hombre ... El esquirol no es un hombre, o a lo sumo es un hombre degenerado. No contribuye al desarrollo de las especies; él obstruye, pues en el camino del progreso humano es la piedra con la cual se tropieza, siendo de hecho el sostenedor más firme y tenaz del gobierno de las bestias. Sin el esquirol, caerían las bestias, pues es rompehuelgas, es soldado, es policía, es carcelero, es verdugo, las garras, los cuernos, los colmillos, los dobleces, las sortijas de las bestias modernizadas ... Nuestra tarea es humanizar al esquirol y ¡qué tarea es ésta! Pero tenemos que hacerla, tenemos que desempeñarla, pues del éxito de nuestros esfuerzos depende la caída del régimen de las bestias. Es inútil hacer planes para un futuro de libertad y de justicia si el esquirol sigue como esquirol.
Con frecuencia sufro el mismo desengaño abrumador que tu experimentas cuando no llega uno a expresar lo que piensa o siente, y creo que les pasará lo mismo a todos aquellos que tratan tenazmente de dominar el arte de traducir en palabras las emociones y los pensamientos humanos. Sin embargo no te acobardes, mi querida Elena, pues no es culpa tuya ni mía; el lenguaje humano es en extremo pobre. No tenemos suficientes palabras para expesar cada sombra o color del sentimiento y del pensamiento. Tenemos palabras para el rojo, el azul y el amarillo, y otras pocas palabras más para unas cuantas sombras de estos colores, como tenemos para el dolor y la alegría, y unos cuantos tintes de estas emociones, y esto, cuando sus tintes son infinitos. Tal vez en el futuro, cuando haya desaparecido el esquirol de la faz de la Tierra, una humanidad que disfrute de la comodidad indispensable para aprisionar en la red de una palabra las emociones más fugaces y el más tenue brillo del pensamiento, podría obtener lo que es ahora imposible para nosotros. Contentémonos con las palabras a nuestra disposición, y tratemos sinceramente de hacer el mejor uso de ellas en nuestros ofrecimientos a la diosa: la belleza.
Con mi cariño a Erma y los demás buenos camaradas, y especialmente a tí, mi bondadosa y querida camarada, me despido. Tuyo fraternalmente.
Ricardo Flores Magón
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