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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Abril 25 de 1922.
Señorita Erma Barsky.
Nueva York, N. Y.
Mi querida camarada:
Con tu querida carta del 14 de este mes recibí $5.00. Los dulces no llegaron; pero, ¡tu carta es tan dulce! Te agradezco mucho tu atención, mi querida amiga.
Veo que estás leyendo una descripción de la vida de la prisión, escrita por una mano maestra, y que su triste pintura hace mal a tu noble corazón. Sí, la vida de la prisión está muy lejor de ser deseable; más aún, es insoportable. He leído muchas descripciones de la vida de la prisión, algunas de las cuales se aproximan a la verdad; pero no he leído la que tu refieres. Sin embargo, la simple lectura de lo que es la vida de la prisión no trasmite al cerebro su verdadero horror. La experiencia personal es necesaria para apreciar en toda su plenitud, la miseria de esta clase de existencia, que con repugnancia llamo vida, porque, de hecho, no es vida ni es muerte.
Te ruego no te sientas tan aprensiva al grado de dejar de escribirme lo que tienes en la mente cuando me escribas. No te alarmes; mi corazón puede contener todas las amarguras del mundo. Escribe según tu manera de sentir, y eso te proporcionará alivio, porque si ocultas tus penas y solamente por no darme más amarguras reprimes tus emociones, tarde o temprano se te desarrollará una enfermedad nerviosa. Comprendo, naturalmente, cuál es la causa de tus tristezas; no encuentras las relaciones sociales entre los humanos tal y como debieran ser ... lo comprendo; las mismas cadenas que arrastro me dicen que tienes razón. Pero no permitamos que nos agobie el dolor; debemos pensar. Con todas nuestras penas, con todos nuestros tormentos, nosotros, los humanos de la época actual, estamos más cerca de la vida de lo que nuestros infortunados antepasados lo estaban; con todo, llenos de fe en el futuro de la humanidad, llevaron la cicuta a sus labios, y ardiendo con un amor puro hacia ella, se echaron la cruz a la espalda, y creyendo que la verdad es el único camino de la redención, desafiaron la rueda del tormento y el fuego y a los verdugos ... ¡Si solamente hubiesen estado tan cerca de la vida como lo estamos nosotros, ahora que todo pronostica la aproximación de la Nueva Era! Ella está a punto de llamar a nuestras puertas, porque la presente está muerta. ¿No percibes el hedor de su cadáver? ¿No observas cuán diligentemente hombre y mujeres inteligentes están cavando una tumba para sus restos descompuestos? Oigo la respiración agitada de los cavadores que apresuran su tarea de purificación, y oigo, también, los pasos de la Nueva Era, que se aproxima con la dulce ansiedad, con la cual el amante escucha en la obscuridad los pasos de la amada que acude a la primera cita ... ¿Que el oído me engaña? Tal vez; pero ¿entonces estas cadenas mías no tienen ninguna significación? Si se pueden aprovechar las enseñanzas de los fenómenos históricos, estamos obligados a admitir que las cadenas, grillos y calabozos, cuando se aplican en grande escala para ahogar el pensamiento, han sido y son los anunciadores de que una nueva vía se presenta a la vista de la humanidad para continuar su penoso viaje hacia la vida. Los interesados en detenerse, como para prolongar las ventajas que obtienen de mantener a la humanidad en la antigua senda, se apresuran a forjar cadenas para atar, con ellas, las alas de los que quieren volar, aunque sin resultado; los fenómenos sociales, como los naturales, se verifican sin tomar en cuenta los caprichos individuales ... ¿Que mis conclusiones son algo arbitrarias? Puede ser así. Pero ¿cómo puede uno explicar esa inquietud abajo y ese temor arriba de las capas sociales? Ten ánimo, mi querida camarada. ¿Tal vez la primavera traiga a tu corazón su rejuvenecedora influencia!
¡Qué hermoso debe estar el campo ahora! Esta es la estación que más amo, quizá porque ella significa juventud, y aunque viejo, mi corazón es joven todavía. El hecho es que la mayor parte de la gente ama la primavera; hasta nuestros hermanos los animales la aman.
¡Oh, mi orgullo de ser un animal humano me ha hecho escribir la última frase, cuando, para ser justo, mejor debiera de haber dicho: Los animales aman la primavera y aun la mayor parte de sus hermanos los humanos también.
Los animales aprecian la naturaleza mejor que nosotros, porque ellos viven de acuerdo con ella, mientras que nosotros tratamos de hacer todo lo posible por violarla y profanarla. ¿No hemos llegado al extremo de llenar voluminosos libros con reglas que intentan regir la vida? Este pecado nuestro, sin duda alguna, explica por qué somos tan desgraciados. Conseguimos encarcelar la vida con las páginas horribles de nuestros códigos; pero ¡cuán caro pagamos semejante error!, y lo peor es que, cuando nos sentimos cansados de tanto sufrimiento, lo mejor que nuestras pobres inteligencias pueden encontrar, para aliviar nuestros males o suprimirlos, es suplantar las antiguas reglas con otras nuevas; pero reglas, siempre reglas, y la vida permanece encadenada, y nuestros sufrimientos no tienen fin. Esta manía de las reglas (pido perdón por el barbarismo) es positivamente una enfermedad perniciosa que afecta hasta a los mismos revolucionarios. ¿No son demasiado conspicuas para pasar inadvertidas a ciertos soñadores de un futuro, en el cual la vida sería una cautiva como lo es ahora? Ellos no pueden concebir la vida sin reglas; y si tienen éxito, harían nuestras vidas tan miserables como ahora. La vida debe ser libre.
Tengo que cerrar mi carta. Sírvete decir al señor Weinberger que recibí una copia de la última carta que el Superintendente de las Prisiones le envió, relativa a mis condiciones físicas. Afirmo, sin embargo, lo que he dicho en cartas anteriores. Si tienes oportunidad de ver a nuestra Elena, sírvete darle mi cariño y lo mismo al resto de mis buenos camaradas, y tú acéptalo igualmente de tu antiguo y viejo camarada.
Ricardo Flores Magón
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