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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Diciembre 15 de 1920
Gus Teltsch.
Lake Bay, Wash.
Mi querido camarada:
Recibí tu amable carta del 17 de noviembre último, así como tres dólares, tres onzas de plata, y pensé: esta es la sangre de Gus; pues este dinero, ganado tan penosamente, es tu sangre, querido hermano; la sangre que te extraen los amos de nuestra libertad y de nuestras vidas. No te asombres de que estas tres piezas de metal blanco sean preciosas para mí, porque representan tu sacrificio. ¡Si estas onzas de plata pudieran decir cómo llegaron a tus manos! Fue un verano, cuando la naturaleza ofrece sus rebosantes pechos a sus hijos, y cuando todos los seres vivientes, plantas y árboles, bestias y pájaros, gozan de su generosidad y un himno de gozo a la vida se levanta de toda la creación hacia lo azul, excepto de los labios del hombre ... El hombre es la única nota discordante en este festín de los hijos de la naturaleza, porque el hombre es el único esclavo que respira sobre la Tierra, y por tanto, mientras todas las criaturas nutren su vida libremente del hermoso y robusto pecho de nuestra madre común, el hombre tiene la repugnante tarea de ordeñar de las tetas de la naturaleza para labios que no son suyos. Fue en verano, en medio de la fiesta universal en la cual toman parte todas las criaturas de la naturaleza, que tú, mi querido amigo, sudabas y te afanabas por obtener para tu amo el fluido vital de la naturaleza. A tu alrededor continuaba la orgía de los vivos bajo los besos del padre sol, y el arrullo sensual del mar, cuyo poderoso seno se hinchaba como si fuera impulsado por los latidos de su amoroso corazón. A tu alrededor, las criaturas estaban ebrias de amor, y belleza y libertad. Billones de galanteos y billones de matrimonios tenían lugar, ya en las ramas de los árboles, ya en los arbustos floridos o en algún discreto rincón. En algún lugar de la Tierra, los pájaros cantan o se arrullan, los insectos se cazan unos a otros a través del aire límpido en sus esfuerzos eróticos, resplandeciendo al sol como joyas voladoras escapadas de no sé qué misterioso tesoro ... Y tú, mi buen amigo, trabajando, trabajando, trabajando por una rebanada de pan, y de este pan consagrado por tu angustia y tus sufrimientos, tu generoso corazón toma una parte para participármela ... ¡Esto hace valioso el obsequio! Por eso aprecio tu regalo con todo mi corazón. Gracias, mil veces gracias.
Algunas organizaciones y otras personas amigas en diversas partes del país han hecho trabajos para obtener mi libertad a causa de mi inminente ceguera, y solicitaron de las autoridades se me pusiera libre. Hace dos semanas un amigo mío me informó con profundo disgusto, después de un viaje que hizo a Washington para saber del resultado, que los hombres en el poder manifestaron que nada se podía hacer en mi favor, salvo que yo personalmente pidiera perdón. Por lo tanto, los argumentos humanitarios no tienen valor alguno para que se me ponga libre; lo que se necesita es mi degradación moral, pues es inmoral para la víctima el apelar a la merced de quien lo tiene injustamente en cautiverio. El pedir perdón significa arrepentimiento, y yo no estoy arrepentido de lo que he hecho. ¿Qué fue lo que hice? Cuando todo el mundo fijó la vista, horrorizado, en la carnicería europea, y el dolor se intensificaba en las cabañas de los humildes, y el duelo por la ausencia o la muerte de un hijo, o un padre, o un esposo, o un hermano, y escaseaba o faltaba el pan, y vacío el lugar favorito que acostumbraba ocupar en la choza el ausente, únicamente acentuaba esa soledad que se siente en un hogar del que ha desaparecido para siempre un ser amado; cuando todo era tristeza y la vida parecía imposible para los caídos, para quienes el cielo no tenía estrellas, porque no podía verlas a través de la niebla de sus lágrimas, y el arroyuelo no tenía música, porque el rugido de sus tormentos le impedía oirla; muriéndome de hambre como estaba, no podía darles pan, pero les doné amorosamente mi entusiasmo, y mis esperanzas, y mis sueños, y percibieron una sonrisa en cada estrella, y encanto en cada flor, y melodías dulces en cada fuente, y prestaron oído atento al voluptuoso susurro de la brisa. Comprendieron que la vida es hermosa, y cuando antes ellos querían morir para poner fin a sus sufrimientos, ahora deseaban vivir para conquistar la vida para sí y ansiosamente esperaban que sonara la hora de la libertad. Esto fue interpretado como contrario a la ley a al orden, y fuí enviado para pudrirme y morir en una prisión, pues una sentencia de 21 años es una sentencia por vida para un hombre, viejo y aniquilado como yo. Tal fue mi crimen y no estoy arrepentido de ello.
Con cariño para ti y todos los camaradas.
Ricardo Flores Magón
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