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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Febrero 24 de 1921.

Gus Teltsch.

Lake Bay, Wash.

Mi querido camarada:

Recibí oportunamente tu querida carta del 31 de enero último. Las noticias de Austria son sencillamente desconsoladoras. Realmente es asombroso que el hombre pueda soportar sufrimientos extremos sin ser arrojado a la protesta y a la revuelta. El milagro debe honrar a la obediencia, vicio practicado continuamente y predicado persistentemente durante miles de años. Obediencia, esta es nuestra maldición. Presumo que la población austriaca no tiene ya fe en el sistema capitalista; sin embargo, todavía se cuelga a él ... por causa de la obediencia. Este sistema los condujo al matadero, los sangró, los hizo morir de hambre; lleno sus hogares de luto, y sus gargantas de sollozos y sus ojos de lágrimas ... y sin embargo no desobedecen: la tradición los ata a sus amos más efectivamente que las presentes cadenas.

Simpatizo enteramente contigo, mi querido Gus: están sufriendo tus seres queridos, y eres impotente para prestarles la ayuda requerida. Comprendo tu dolor. Entre tu y los que amas se encuentra algo más inaccesible que el océano y el espacio: la pobreza ... Tu querida madre ha perdido ya su poder de razonar ... ¡No hay que asombrarse! ¿No ha vivido ella durante los últimos siete años en un remolino de locos acontecimientos? Ella vió una zarpa horrible, negra y cruel, levantarse desde las regiones oficiales en busca de carne, de carne saludable, de carne humana joven; acabándose de declarar la guerra, el Estado, el moderno Moloch, estaba necesitado de carne tierna para su sostenimiento, prestigiuo y grandeza ... y ella vió esa zarpa arrancar de sus brazos, una tras otra, aquella partículas amadas de su corazón; ella sufrió cien agonías para que nacieran los seres cuyas cunas ella meció al compás de arrullos en los cuales fundió toda su ternura maternal, mientras en su cerebro aleteaban débilmente las alas rosadas de sus sueños ... ¿No es esto bastante para volver loca a una persona? ¿Fue para eso, para una posible destrucción de la carne de su carne y la sangre de su sangre que ella tocó las puertas de la muerte para darles nacimiento? Y después de meses, tal vez de años de expectación ansiosa, de ese diario escudriñamiento en las páginas de los periódicos en busca de la lista de los accidentes de la guerra, destrozado el corazón con los presentimientos y un nudo en la garganta, el hallazgo de los nombres queridos en la lista fatal ... uno, muerto ... otro, herido ... otro ... pero ¿quién puede comprender las agonías de un corazón maternal? ¿El Estado? ¡El Estado no tiene corazón! ¿Tal vez los bandidos que hicieron posible la carnicería? Pero entonces, para estos distiguidos bribones cada gota de sangre humana, de sangre joven, roja y saludable, derramada en los campos de batalla, es tanto más cuanto dinero acuñado o billetes de banco para repletar hasta reventar sus ya congestionados cofres ... ¿El pueblo? El pobre rebaño está intoxicado con la bandera ... ¡No! No hay uno que pueda comprender el dolor maternal en la embriaguez general de una orgía patriótica ... ¿No es esto suficiente para trastornar la razón de uno, este carnaval absurdo, esta ostentación de júbilo, de rostros triunfantes que parecen recrearse en los dolores de uno? Y actualmente sucede así con las masas intoxicadas por las grandes utilidades que sacan los pillos de sombrero de seda. Y como si estas pruebas - ¿qué digo? - estas monstruosidades no fueran suficientes pára poner a prueba el más robusto de los cerebros, ahí viene el epílogo de la infame carnicería: ¡la miseria! Tu amada madre tiene que atestiguarlo y sufrirlo ella misma aunque es la acreedora a todas las riquezas del mundo, que no son suficientes para cubrirle su inmensa pérdida ... Ella sufre con el hambre, y todos los que la rodean; los que dependen del amado muerto sufren también hambre. Y la horrible pesadilla no tiene la duración efímera del verdadero dañoso sueño; dura semanas enteras, y meses y años, se prolonga por siglos ... Y el pobre cerebro ambulante sucumbe ... Comprendo tu dolor, mi querido y noble Gus. Comprendo la tragedia de tu corazón. Y a pesar de todo, eres tan abnegado que me has enviado dinero. Te ruego no me mandes ya más, remítelo a Austria a tus amados. Yo, cuando menos, tengo asegurado mi pan. Las cosas que puedo obtener con dinero son meros lujos - fruta, tabaco, dulces, periódico, magazines, etc. - Se puede vivir sin ellos, pero no sin pan, vestidos y casa.

Ahora debo terminar, pues ya sabes que sólo se me permite escribir dos páginas. Envío mi cariño a Kate, todos los buenos camaradas y a tí, mi querido hermano.

Ricardo Flores Magón

P. D. Con respecto a mis ojos, siguen más débiles. Para leer y escribir tengo que hacer uso de una lente de mucho aumento


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