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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Septiembre 27 de 1921.
Gus Teltsch.
Lake Bay, Wash.
Mi querido Gus:
Recibí tu amable carta del 28 de agosto último. Como siempre, encuentro en la querida misiva ese espíritu de confraternidad, de lo cual, como de costumbre, están animadas tus gratas. Con la carta recibí dos dólares, que aprecio debidamente, pues comprendo que esta suma significa sacrificio, aunque sacrificio alegremente hecho, como siempre es el caso, con la generosa disposición de tu parte.
Cuando leí tu querida carta, me disgusté conmigo mismo, pues ví lo apenado que estuviste por la exposición que hice de mi condición física y sentí vergüenza. No tengo razón de apenar así a mis amigos. Es un abuso mío el hacerles saber lo único que estos muros horribles me dejan ver: la podredumbre gradual y decayente de la carne, y oir el llanto de las almas torturadas. Tal vez en el momento de escribirte mi carta última había una recrudescencia de mis enfermedades que ocasionaron que abandonara su control, y así fue como me dominaron por algún tiempo, y las tristes noticias te fueron enviadas una por una. Por lo tanto, te suplico no te fijes en las indiscreciones. Tu consejo valioso para evitar el catarro y obtener alivio de los males del corazón y el pulmón es tan bien aceptado como el otro para el tratamiento de los ojos; pero mi querido Gus, bajo las circunstancias, es imposible seguir lo más importante de las instrucciones.
No hay otra cosa que hacer sino dejar al destino que haga lo que guste, y si al fin de todo, mientras esté en la prisión, tengo que dejar a la naturaleza lo que a ella se le debe, yo sólo deseo que eso sea pronto, lo más pronto mejor.
Sin embargo, no te imaginas, mi querido Gus, que haya perdido mi fe en el futuro de la humanidad. He leído cartas que camaradas de afuera han escrito a varios camaradas presos. Son cartas desconsoladoras. Dicen que los hambrientos todavía no están satisfechos, y como siempre, sueñan ellos mismos que algún día han de llegar a ser Rockefellers y Morgans. No dudo de esto; en verdad lo creo.
La historia muestra cómo los reyes fueron aclamados por el populacho en las meras vísperas de su caída. Lo sé por experiencia personal, pues una vez asistí al destronamiento de uno de ellos, tan poderoso, que la mera idea de verle alguna vez revolcándose en el polvo, era vista con desdén ... Sin embargo, se le vió al fin revolcarse en el fango, y los que menos creían en su humillación final, y los que la noche anterior todavía regaban de flores la senda del tirano, fueron de los primeros que arrojaron su saliva al ídolo caído. Así obran las masas. Son pacientes; pero para ellas no hay periodo de transición entre su paciencia externa y su desaparición; llegan de un salto a los extremos. ¡La emoción! Esta es su fuerza motríz. El déspota no lo sabe. Ebrio de poder, siempre incurre en el error de que el pueblo lo ama, y cuando una voz sincera y valiente se levanta para decir la verdad, así como para evitar una catástrofe social, contesta con el calabozo y la horca. No escucha la voz que le aconseja moderación; conserva en muy alto su propia estimación, y comunmente nunca sede, cuando le sería fácil calmar el peligro para evitar sufrimientos innecesarios, prestando oido a la voz de la verdad.
Siempre tengo confianza en el futuro. La humanidad no puede retroceder; el progreso es una de las leyes de la vida. Por supuesto, el progreso marcha lentamente, pero su marcha, ha pesar de su lentitud, llena de gusto mi corazón porque constituye una garantía de que al fin se llegará al punto en que impere la justicia. Esto es lo que me conserva en buen ánimo, y cuando miro estas barras y estos muros me alegro de que existan, porque son reliquias del barbarismo que tarde que temprano tendrán que motivar una reacción saludable en todos los amantes de la libertad. El hecho de que me pudra a su sombra no disminuye mi alegría. El cerebro humano progresa y cualquier bello día encontrará que es una vergüenza conservar estos horrible monumentos de un pasado negro y cruel.
Ahora debo concluir. Celebro que te hayas encontrado con buenas camaradas en ese lugar. Dales mis recuerdos. Ten buen ánimo, querido Gus. Se llega al progreso con sufrimientos, o mejor dicho, el sufrimiento es la torva madre del progreso.
Recibe un apretado abrazo de tu hermano,
Ricardo Flores Magón
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