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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth. Kansas.

Marzo 24 de 1921.

Mrs. Winnie E. Branstetter.

Chicago, Illinois.

Mi querida camarada:

Aunque tarde, esta es para corresponder tus saludos querida camarada. ¿Cuánto tiempo hace que te ví la última vez? Fue el último diciembre; sin embargo, parece que hace mucho tiempo que tu delicada y encantadora personalidad pasó ante mí como un rayo de luz. Has estado enferma ... ¡Qué malo es esto! Malo para tí y tus seres queridos, y malo para mí y los oprimidos en general.¿Te sientes mejor ahora, querida camarada? Espero que así sea; deseo que así sea.

Enferma como has estado, no nos has olvidado, diligente camarada. Tuve oportunidad de ver un artículo escrito por ti y publicado en el Labor Advocate. Estoy muy agradecido de ti, querida camarada, por tu generosidad. La luz que vertiste sobre mi caso, ayuda a uno. Muy pocas personas saben que yo existo, y todavía menos están informadas que me encuentro aquí, y por qué.

Tal vez estás en comunicación con el Sr. Harry Weinberger. Si es así, a esta fecha deberás estar enterada que el nuevo Procurador General decidió contra mi caso hace como dos semanas, basándose en que el juez y el fiscal de mi juicio se oponen a mi libertad. El Sr. Weinberger replicó llamando la atención del Procurador General sobre mi condición física, a lo que el último contestó en muchas palabras que en substancia es ésto: que no estoy todavía ciego, ni en una condición agonizante. ¿Qué te parece esto, mi querida amiga?

Así es que mi suerte ha sido confirmada. Tengo que morir dentro de las paredes de la prisión, pues no tengo cuarenta y dos años de edad, sino cuarenta y siete, mi buena camarada, y una sentencia de veintiún años de prisión es una sentencia de vida para mí. A pesar de todo, no me quejo de mi suerte; estoy recibiendo lo que siempre he obtenido en mis treinta años de lucha por la justicia: persecución. Sabía desde un principio que mis apelaciones a la confraternidad, al amor y a la paz serían contestadas con golpes por los interesados en la preservación de las condiciones favorables a la esclavitud del hombre por el hombre. Nunca espere salir bien en mi intento; pero sentí ser de mi deber persistir, consciente de que tarde o temprano la humanidad adoptará un camino de comunicación social con amor, como fundamento. Ahora tengo que morir prisionero, y bajo el bamboleo de mi enfermedad creciente. Antes de morir, la obscuridad me habrá envuelto en una noche sin lunas ni estrellas; pero no lo lamento; es mi contribución a la gran empresa de precipitar el advenimiento de la justicia, mi ofrenda a la diosa desconocida. Mi presente y mi futuro son obscuros; pero estoy seguro del brillante porvenir que se abre a la raza humana, y esto me consuela, esta seguridad me conforta. Entonces no habrá niños que lloren por leche, no habrá ahí mujeres que vendan sus encantos por un mendrugo de pan; la oposición y la enemistad cederán el camino a la cooperación y al amor entre los seres humanos. ¿No será esto sublime? Como un amante de lo bello, me regocijo ante esta expectativa. Hasta ahora el hombre ha ofendido la belleza. Siendo el animal más inteligente, el más favorecido por la naturaleza, el hombre ha vivido en la inmundicia moral y material. El engaño y la perfidia han sido la llave del éxito, y la perfidia y el engaño se practican por los que están en la cima del edificio social, ¡ay! y también por los que están abajo, haciendo así de la vida social un infierno en que la astucia y el artificio triunfan sobre la honradez y la decencia. ¿Quién es aquel que sintiéndose un ser humano no siente su dignidad ultrajada a la vista de una regresión semejante a la ferocidad y astucia animal? ¿No son sus hermanos los que se revuelcan en el pantano? ¿No es la degradación de ellos también su propia degradación? Entre los esplendores de la naturaleza, el hombre se destaca como una figura afligida. El hombre es una deshonra de su hermosura. Cuando todas las cosas y los seres sobre la Tierra honran al sol desplegando su hermosura enfrente de su luz, el hombre nada tiene que exhibir sino sus andrajos y su roña. Y me siento avergonzado de esto. Como amante de lo bello, me ofende esta disensión del hombre en la armonía de la creación.

Esta carta es ya demasiado larga, y siento quitarte tu valioso tiempo, mi querida camarada; pero tengo algo más que decir. Por una carta que un compañero escribió a Rivera, estoy informado que sabes de una pensión que la Cámara de Diputados de la ciudad de México votó en mi favor. Es verdad, mi querida camarada; pero no acepto la pensión. ¡Oh, por supuesto que acepto los motivos generosos que impulsaron a los diputados a decretarla! Estoy muy agradecido; pero no puedo aceptar un dinero que no ha sido dado voluntariamente por el pueblo. Este dinero fue arrebatado de las masas por medio de las contribuciones. Si el pueblo lo hubiera enviado directamente, con orgullo lo recibiría.

Ahora, debo terminar. Dispensa lo largo de esta carta. La próxima vez te escribiré menos. Da mis saludos fraternales a los buenos camaradas, y tú acepta mi cariño de camarada.

Ricardo Flores Magón


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