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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.
Leavenworth, Kansas.
Abril 6 de 1921.
Nicolás T. Bernal.
Oakland, Calif.
Mi querido Nicolás:
Es con un sentimiento de alivio que contesto tu querida carta del 26 de marzo último, en la que me informo que la crisis de tu enfermedad ha pasado ya, no obstante haberte dejado fatigado y consumido. Me alegro mucho que lo más duro de tus sentimientos físicos se te haya pasado, y confío que tu juventud ayudara al rápido mejoramiento de tu salud. Ahora paso a otro asunto. Creo que no estás enterado de que mis amigos de New York pidieron otra vez mi libertad a los funcionarios del gobierno, basándose en que mi enfermedad está aumentando. El nuevo Procurador General, el 15 de marzo último, en substancia contestó lo siguiente: que aunque es verdad que estoy quedando ciego no estoy ciego todavía; que aunque mi salud en general no está buena, no estoy todavía en una condición agonizante, y que como el juez y el fiscal de mi jurado se oponen a que se me ponga en libertad, tengo que permanecer tras las rejas de la prisión. Así es que no hay para mi esperanza de salir, a menos que pida perdón, que es lo que ellos pretenden; y esto nunca lo haré. Tu sabes por qué. No es porque sea valiente, no lo soy. Me horroriza la vida en la prisión, me siento miserable. Amante de lo bello, estoy enfrentado a la fealdad. Dentro de las paredes de la prisión me siento envilecido y humillado; pero toda la humillación que sufro no es comparable a la que sentiría si estas puertas me fuesen abiertas al precio de mi honor de luchador. El terror de este sufrimiento es lo que me da la apariencia de un luchador audaz.
¡Alegrémonos! El tiempo pasa; y no pasa en vano. Hay algo que se agita en el corazón de las masas. ¿Qué es? ¿Es una ansia fecunda por la libertad? No: ellas nunca han sabido lo que es libertad, lo que es sentir sed por ella. Es un sentimiento de inquietud lo que se ha apoderado de ellas. Ellas no saben lo que es, aunque presumen que algo marcha mal. Eso es ya alentador, que al final se sentirán descontentas, porque nada hay tan desanimador como la vista de un esclavo satisfecho. El descontento es fructífero, y veo con júbilo esta fecunda dolencia que infecta hasta la más pacientes y resignadas razas del mundo. ¡Hay esperanza! ¡Alegrémonos!
Me despido con saludos para nuestras buenas compañeras y con un fuerte abrazo de tu hermano.
Ricardo Flores Magón
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