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La sociedad futura
Jean Grave
La dictadura de clase
Tan es un gobierno, con todos sus poderes y atributos, lo que los socialistas autoritarios quieren establecer, que, para justificarlo de antemano, proclaman muy alto que será preciso estatuir la dictadura de clase.
¿Qué se entiende por dictadura de clase? Eso es lo que olvidan explicar. ¿No será también una de esas palabras retumbantes, sonoras, enteramente vacías de sentido, que no significan en absoluto nada; palabras huecas que de vez en cuando se sirven a las muchedumbres para evitar darles explicaciones que costaría muchísimo trabajo suministrar; palabras que parecen contener todo un mundo de promesas, frases de que se apoderan los simples para convertirlas en bandera sUya, y con auxilio de las cuales se les burla y escarnece? ¡Dictadura de clase! Veamos qué quiere decir eso.
Sería el arma de los trabajadores contra los burgueses, nos responden. ¡Muy bien! Pero ¿cómo Se ejercerá esa dictadura dc clase al síguiente día de una revolución, que para triunfar habrá debido precisamente hacer que desaparezcan todas las desigualdades sociales? ...
Por más que ahondamos este problema, no podemos sacar de él sino una consecuencia. Agitando el espectro de la burguesía ante la imaginación de los trabajadores, se les quiere acostumbrar a no ser más que una masa ciega e inconsciente, que obedezca las órdenes de ciertos jefes de columna; se quisiera habituarlos a no obrar sino en virtud de un impulso dado por un centro directivo, sin permitir la menor iniciativa personal; preparariase así el advenimiento de todo un sistema dictatorial que nadie tendría que discutir, y que se impondría a todos al triunfar la revolución.
Está bien calculado; con ese sistema, en rigor, el gobierno oficial podría echárselas de humilde y sumiso, aparentar moverse nada más que por los deseos del pueblo. En la apariencia, no harían falta policía y ejército oficiales: estos medios coercitivos se los daría espontáneamente ese buen pueblo, siempre generoso. ¿No se tendrían en la mano todas las fuerzas vivas de la revolución, habituadas a ejecutar sin discutir las órdenes sugeridas por los directorios anónimos? Aunque la dictadura de los municipios pudiera hacerse paternal, no por eso dejaríamos de tener una dictadura impalpable y siempre renaciente en nuestras filas.
Debemos combatir con todas nuestras fuerzas contra la idea de semejante dictadura, cien veces más terrible en sus efectos que todas cuantas han podido existir hasta hoy. El pueblo no haría sino imponer lo que le dictasen sus amos, cuando creería imponer su propia voluntad. No habría ni una medida cuya aplicación exigiera, que no le fuese sugerida por quienes tuviesen necesidad de ella para darle un chasco.
Además, los individuos arrancados del taller, obligados a dedicar todo su tiempo al ejercicio de esa dictadura, no podrán ya producir. Por este hecho, se convertirán en burgueses. En sentir nuestro, para inaugurar sus funciones, lo primero que tendrían que hacer sería suprimirse a sí mismos. A esto nos replicarán que, ejerciendo esa dictadura por voluntad de sus compañeros y en beneficio del bienestar general, no por dejar de ser material su producción sería menos efectiva, puesto que contribuirian a la buena marcha del orden social; que, además, las facultades productoras no se limitan a elaborar objetos, y el sabio que resuelve un problema de álgebra, de fisica o de psicología, es productor con tan justo titulo como quien cultiva un campo, tornea una pieza mecánica o fabrica un par de botas; y que tiene derecho a una retribución, cualquiera que sea la forma de su actividad.
Ciertamente: sabemos que el trabajo cerebral puede ser tan productor como el trabajo manual; pero, no queremos exaltar ninguno de ellos y humillar al otro. Cada manifestación de la individualidad humana es útil para la buena marcha de la humanidad; todas ellas deben tener su puesto en la sociedad que apetecemos. Pero desconfiemos de las argucias de los partidarios del distingo.
¿De qué nos serviria concluir con una aristocracia, si nos apresurásemos a poner otra en su lugar? ¿Habriamos adelantado algo?
Seríamos conducidos por nuestros iguales, nos dicen. Ya no lo serian, desde el momento en que les diésemos derecho a mandarnos. ¿Qué importa quién dicta la orden, cuando el que la recibe no tiene otro recurso sino el de obedecerla?
¡Ah! lo que con tanta pesadumbre descansa en nuestros hombros hoy, no es el pequeño número de patronos y propietarios que viven a costa de nuestro trabajo. Si la miseria ahoga en la actualidad a tantos trabajadores, no sólo consiste en que la propiedad está en manos de muy pocos individuos, sino sobre todo en que esos individuos necesitan de un sistema completo de organización jerárquica que trae consigo la creación de una multitud de empleos inútiles, todos los cuales pesan sobre el productor que se ve obligado a trabajar para ellos. ¿Qué importa un cambio de nombres, qué importa la manera de reclutar el personal, si continúa encima de nuestros hombros la abrumadora carga?
Si el pueblo consigue hacer la revolución, apoderándose de la propiedad, ya hemos dicho que las clases deberán quedar abolidas por ese mismo hecho. Y entonces, no vemos la necesidad de ejercitar contra ninguna de ellas una dictadura, sea la que fuere. Dicese que quedarán burgueses que pudieran ser un peligro para el nuevo estado de cosas, y su existencia es lo que hará necesario el establecimiento de esa dictadura.
Muy bien; se establecerá un poder para reducir a la impotencia a quienes pretendan hacer que la sociedad vuelva atrás. Pero una vez establecido ese poder, ¿quién le impedirá hacer la guerra a quienes quieran ir adelante? Llevados al poder para combatir a los individuos descontentos de la situación creada por vosotros, ¿quién sabrá diferenciar entre esos descontentos los que quieran algo peor de los que ansíen algo mejor?
Esa dictadura es sobrado elástica, no la queremos. Partidarios de la verdadera libertad, consideramos que la mala voluntad de algunos individuos aislados en la sociedad no justifica la reglamentación de todos. Privados los burgueses de cuanto constituye hoy su fuerza (capital, autoridad), su mala voluntad no puede ser peligrosa para nadie; mientras que un poder a la cabeza de la sociedad, sería un peligro para todos.
Y además, ¿se cree en serio que una transformación social que arranque la propiedad común de las manos de una minoría, puede establecerse sin tener que pasar por los tanteos que se prevén para la sociedad anarquista? Seguramente que no. Después (en ventaja de esta última), mientras que iría tanteando, es cierto, pero libremente a lo menos, dejando a cada carácter y a cada temperamento la facultad de evolucionar según sus ideas al desarrollar su iniciativa, en cambio, la organización centralizada, con sus pretensiones de establecer un sistema único para todos los individuos, iría chocando contra la susceptibilidad de unos y las esperanzas de otros, creando descontentos pero también satisfechos e intereses nuevos en torno de ella, los cuales, al adherirse a esa nueVa autoridad, se valdrían de la misma para reducir a los descontentos, no dejándoles más puerta de salida que una nueva revolución.
Por el contrario, si se deja a los grupos libres para organizarse, el que no estuviere ya en relación con el desarrollo de la sociedad podria reorganizarse sobre nuevas bases; los individuos que formaron parte de ese grupo, si no respondía ya a sus aspiraciones, podrían abandonarlo para ingresar en otro que correspondiese mejor a sus nuevas ideas, o formar otro nuevo, según su modo de ver.
Esto no produciría trastornos en la sociedad, pues tales mudanzas se efectuarían parcial y gradualmente; mientras que la centralización impuesta exige siempre una revolución para cambiar la más ínfima de sus ruedas.
La marcha de la humanidad seria así una evolución continua, que nos conducíría sin saltos atrás ni adelante al fin que todos apetecemos: la felicídad de cada uno ... -pero dentro de la felicídad común- añadiremos nosotros.
Por lo precedente se ve que, lejos de querer nosotros hacer saltar en todos los momentos y fuera de razón a quienes no sean de nuestro parecer, por el contrario, sólo pedimos el derecho de ejercitar ese derecho natural inherente a nuestra existencia. Déjesenos libres para organizarnos como nos parezca; déjese en libertad a quienes no piensen como nosotros para que se organicen según sus propias ideas.
¿Es culpa nuestra si quienes nos oprimen no nos dejan más salida para hacer presentes nuestras reclamaciones sino la violencia, la cual no se recatan ellos de emplearla contra nosotros?
Queremos volver a ocupar nuestro puesto a la luz del sol. Si la burguesía nos impide tomarlo pacificamente, ¿espera en serio que vayamos a echarnos a sus pies, aguardando pacientemente a que nos arroje un hueso?
Se vale del poder del cual se ha apoderado y de la situación económica en que nos tiene para esclavizarnos y explotarnos, no dejándonos otra alternativa sino sufrir cobardemente nuestra explotación o pasar por encima de sus cadáveres; culpe sólo a su rapacidad si la revolución es uno de los medios que se nos ocurren para emanciparnos. La violencia atrae a la violencia; y nosotros no hemos creado esta situación de fuerza. Su primer causante es la soberbia burguesa.
Pero si queremos desposeer a la burguesía de esa propiedad común, si queremos desalojarla de ese poder donde se ha refugiado cual en una ciudadela, no es para ejercer nosotros la autoridad, no es para permitir a otra clase y a otros individuos sustituirla en la explotación de la actividad humana.
La burguesia, al apoderarse en 1789 de los bienes de la nobleza y del clero, hízolo en beneficio propio y con perjuicio de los que tenían más derecho que ella, puesto que venían cultivándolos ellos mismos. Hizo así una revolución de clase. Nosotros queremos la emancipación de todos los individuos sin distinción de clases; por eso queremos arrancar la propiedad a la clase que la usurpa y ponerla a disposición de todos sin exceptuar a nadie para que cada uno pueda encontrar asi en ella la facilidad de desenvolver sus propias facultades.
Y si para llevar a efecto esa transformación recurrimos a la fuerza, lejos de cometer un acto de autoridad (como neciamente se ha dicho), por el contrario, realizamos un acto de libertad, rompiendo las cadenas que nos sujetan.
Otro argumento a favor de la autonomía de los grupos y de los indíviduos, en una sociedad verdaderamente basada en la solidaridad de esfuerzos e intereses de todos, consiste en que la idea humana progresa sin cesar, mientras que, por el contrario, llegado el individuo al periodo en que termina el desarrollo de su cerebro, se anquilosa intelectualmente y considera como locuras las ideas nuevas profesadas por otros más jóvenes que él.
Por ejemplo: las ideas de 1848 ¿no nos parecen hoy de las más anodinas, por no decir de las más retrógradas? ¿Y en qué campo se encuentran en la actualidad los pocos supervivientes de aquella época, que a la sazón pasaban por exaltados?
Sin remontarnos tan atrás, ¿se batiría nadie hoy sólo por las ideas corrientes en 1871: independencia municipal, socialismo indefinido? ¿Que hemos visto al regresar los amnistiados, que por el hecho de la deportación quedaron fuera y lejos de la corriente intelectual? La mayoria ha vuelto apenas a la altura de los radicales, a quienes, antes de los acontecimientos, dejaban muy rezagados. No queremos investigar dónde están hoy. No: mientras se quiera estatuir un modo único y exclusivo de organizarse, se levantará una muralla contra lo porvenir; obstáculo que sólo podrá desaparecer por obra de una revolución de la generación siguiente.
Quienes se crean superiores a la totalidad de la masa general, proclámense así propios directores de ella y pidan instituciones para poder ejercer su protectorado: están dentro de su papel. En cuanto a nosotros, que pretendemos la igualdad y la libertad verdaderas y sin restricciones, que pensamos que un hombre vale tanto como otro, sean cuales fueren sus diferencias de aptitudes (hasta convencidos de que esas mismas diferencias son una prenda más del buen funcionamiento de una sociedad armónica), no queremos una dictadura de clase, sino la completa y absoluta desaparición de todos los privilegios y desigualdades que la constituyen.
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