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La sociedad futura
Jean Grave
La libre elección de los trabajos
Sin embargo, -nos dicen- será preciso que las agrupaciones que se formen tengan, cuando no jefes, al menos individuos especialmente encargados de distribuir el trabajo en los grupos productores, indicar a cada uno su tarea, a fin de que no disputen todos por querer hacer una misma cosa y para que las labores se efectúen con método y de una manera uniforme. Así como también en los grupos consumidores será preciso alguien para repartir los productos que disputarían entre sí los indivíduos si no hubiese una inspección, un poder moderador encargado de velar porque no se lesionen los intereses de ninguno.
Al indicar de pasada este asunto en los capítulos anteriores, hemos demostrado que la necesidad sería el primer motor de las agrupaciones, que los individuos sólo tendrán que contar consigo mismos para proporclonarse lo que les fuere necesario. Si sienten la necesidad de un objeto cualquiera, de un determinado producto, tendrán que desarrollar sus facultades para adquirir el objeto de sus deseos, tendrán que ver qué clase de asociación podrá ayudarles con más eficacia a adquirir lo que constituya el objetivo de sus afanes.
¿Obrarán los individuos por vía de cambio mutuo? ¿Tendrán que tomar en almacenes especiales lo que necesiten? ¿O deberán colaborar directamente en la producción de los objetos que les hagan falta? Creemos que eso dependerá de las circunstancias, y los diversos medios podrán emplearse según convenga.
Eso dependerá de la abundancia o escasez del objeto buscado, del carácter y de las aficiones del individuo. Habrá quien sienta repugnancia por tal o cual trabajo, y por consiguiente, tendrá que ingeniárselas para hacerse útil de otra manera, con el fin de obtener en el medio, del cual forma parte, las cosas que le repugne fabricar. Otro se dedicará a producir diferentes objetos, sin sentir necesidad de usar de ellos en persona, nada más que el gusto de hacerlos, de pulirlos, de conseguir efectos artísticos según su estética; será un motivo suficiente para poner en juego su actividad. Su dicha consistirá entonces en ver apreciados sus trabajos y que sus amigos se disputen los productos de su labor.
Por el contrario, si a un individuo le repugnase sostener relaciones con otro, se echaría a sí propio en cara como un crimen hasta el regalarle lo más insignificante, aunque no tnviese ningún cargo que formular contra la persona objeto de su antipatía y sin que ningún fundamento legitimase esa aversión. Así también puede sentirse atraído por otra persona, y todas las atenciones le parecerían pocas, con tal de serle grato y sin estar más justificada tampoco esa preferencia.
Todas estas consideraciones modificarán el modo de conducirse los individuos, influyendo en la elección de sus relaciones y determinando ciertas maneras de obrar dentro de sus grupos respectivos. Múltiples serán las formas que de ahí se deduzcan.
Pues bien; ¿qué necesidad hay de jefes en grupos así formados? Antes de constituirse en grupo los individuos se habrán consultado previamente unos a otros acerca de sus deseos y de sus aptitudes, sabrán de antemano a qué partes del trabajo les llevan sus preferencias; en semejantes condiciones, la distribución del trabajo se hará por sí sóla, por libre elección de los individuos. Y con tanta mayor facilidad, cuanto que el individuo que en el reparto de las tareas no hallase la interior satisfacción que en él buscaba, no necesitaría conformarse por fuerza, y bastaríale irse a buscarla en otra parte, si se le negaban esas pequeñas concesiones que siempre se hacen cuando se procede amigablemente.
La causa de que hoy (y lo mismo acontecería en toda sociedad mantenedora del asalariamiento) un obrero prefiera tal trabajo a cual otro, consiste en que ese trabajo produce más ganancia o da mayor consideración. Pero abolido el salario y suprimidas también todas las funciones inútiles, las necesidades o las aptitudes serán el único impulsor de los individuos: entre personas que se agrupan para una obra común, es facilísimo entenderse no mediando ya entre ellas el interés individual.
Otra de las causas que contribuyen a encerrar a los obreros dentro de una especialidad de trabajo (causa embrutecedora y que empequece las facultades individuales, exagerando una de ellas hasta la hipertrofia) es que cuanto más se dedica el individuo a cierto género de trabajo, cuanto más repite los mismos movimientos, tanto más hábil se hace en esa especialidad, tanto más precisos y rápidos son esos movimientos repetidos. Esta especialización del obrero es útil al capitalista, quien sólo busca una cosa: sacar el mayor beneficio posible en el menor tiempo de su maquinaria de hierro o de carne. Una vez lanzado el obréro en esta dirección, tiene que seguirla por necesidad, pues carece de medios para empezar a aprender otro nuevo trabajo, y los industriales sólo emplean a quienes por tener hecho el aprendizaje les aseguran un rendimiento productivo inmediato.
Es contrario a la naturaleza que el individuo atrofie sus diversas facultades para hipertrofiar una sola. Por tanto, una sociedad normalmente constituida debe permitir le conservar su independencia de los medios y de las circunstancias, así como desarrollar todas sus facultades. Si esta variedad de trabajos le lleva a producir un poco menos deprisa en cada una de las esferas de sus facultades, la diversidad de ocupaciones compensará con amplitud esta leve pérdida, sin contar con lo que facilite. sus labores el desarrollo de las herramientas mecánicas.
Hase hablado de los trabajos duros y asquerosos, afirmando que si los individuos no están interesados en elegirlos, por medio de una ventaja cualquiera, no se encontrará nadie para efectuarlos.
Los individuos que hoy se ven condenados por las circunstancias a realizar los trabajos repugnantes o malsanos de la sociedad, es muy probable que, hecha la revolución, quieran beneficiarse de ella, y en eso tendrán razón que les sobre. Pero ¿quiere esto decir que se negarán a practicar más su oficio, si fuere de absoluta necesidad y sólo ellos fuesen capaces de desempeñarlo bien?
También ellos querrán dejar de fatigarse catorce horas diarias en el mismo trabajo, condiciones sanas y agradables para realizar sus tareas, variar de quehaceres, y todos esos deseos tendrán que cumplirse.
Pero hechos todos esos progresos, ¿por qué habian de negarse a ayudar a quienes necesitasen de sus aptitudes y conocimientos en su antiguo oficio?
Y, en efecto, ¿por qué habia de sacrificarse cierta clase de individuos, ella sola, dedicándose a las tareas repugnantes e insalubres? Si esa labor es de interés general, ¿por qué no han de tomar parte en ella todos y cada uno? Si sólo trae cuenta a cierta categoría de personas, ¿con qué derecho quieren obligar a otras a producirles lo que aquéllas necesitan?
Si esos oficios son de necesidad social, sus tareas deben repartirse entre todos los miembros de la asociación; los antiguos obreros de ese oficio aportarán sus conocimientos y servirán de profesores a los otros. Si esos productos los reclama una sola categoría de personas, estos individuos tendrán que organizarse ellos mismos para producir lo que necesitan, entendiéndose con quienes puedan darles el auxilio de sus consejos y experiencia. En apoyo de nuestra argumentación, pondremos un ejemplo relativo a cada uno de los órdenes de hechos que acabamos de citar. En el primero (oficios sucios), cítase la corporación de los poceros como una de aquellas donde es de lo más repugnante el trabajo y nadie querría proseguirlo después de la revolución.
Quizá no sea este ejemplo de los mejor escogidos, pues en la sociedad actual se efectúa ya mecánicamente el trabajo y se comienza a construir edificios con letrinas continuamente lavadas por medio de un sistema de irrigación que las limpia por completo, desalojando su contenido en seguida que se deposita en ellas y suprimiendo así la intervención del pocero. Transformándose poco a poco el arte de urbanizar, llegaremos a ver extinguirse dicho gremio.
Pero como ese ejemplo se nos pone más bien para indicar en general una ocupación sucia o repugnante, que para designar un oficio con preferencia a otro, y como además sucedería lo mismo tratándose de cada empleo, valga el ejemplo por lo que en sí es, y veamos qué acontecería en una sociedad que no hubiera encontrado el medio de pasarse sin el servicio de los poceros y se viese amenazada de no hallar entre sus miembros a nadie para desempeñar ese empleo.
¡Tremenda desventura! ¡Ved la sociedad entera enciscada por no tener al frente de ella una autoridad que decrete su desenciscamiento! ¿Y aún hay quien se atreva a poner en duda la utilidad del gobierno? En ese caso, ¡ved ahí una ocupación a propósito para nuestros politicastros, cesantes después de la revolución, cuyo cretinismo pudiera hacerles ineptos para adaptarse a otra clase de tareas.
Sin, embargó, razonemos.
En una casa donde hubiera que hacer ese trabajillo, es de suponer que todos sus moradores habrian puesto algo de su parte para llenar el pozo negro. En esto no capen dudas. Pues bien; el día en que se oliese por las cercanías la necesidad de evacuar ese pozo, los vecinos de la casa serían los primeros en percibir esa necesidad.
Hubiendo un interés inmediato en librarse de esta abundancia de ... bienes (en primer término el de no intoxicarse), no tendrían que hacer sino una cosa, entenderse entre sí para hacer la faena; y con los chirimbolos que hoy existen ya para eso, sin perjuicio de probables mejoras, poniendo cada uno de los moradores las manos en la masá, un poco de buena voluntad, escasos esfuerzos y algún trabajillo, se encontrarían libres de ... lo que les molestaba.
Pero los progresos que hemos hecho constar en la construcción de las letrinas repercuten en todos los ramos de la actividad humana. Hoy llegamos a pasarnos sin el oficio de los poceros, mañana se extinguirá el de los alcantarilleros, y de progreso en progreso cada día se simplificará más cada una de las esferas de la actividad humana.
En cuanto al segundo caso (oficios malsanos), no nos faltan ejemplos; pero como no conocemos bastante sus detalles para hablar de ellos, nos limitaremos a la fabricación del albayalde (blanco de cerusa), que se cíta siempre como una de las más mortíferas.
En ella es también lo más probable que se hayan hecho mejoras para dismínuir sus efectos dañinos; pero como las ignoramos, tomaremos el oficio tal como se nos presenta, por ser indiferente eso para nuestra argumentación.
Los que necesitan del albayalde son los que lo usan y no quienes lo fabrican. Esta es una verdad de Pero Grullo. Pues entonces, ¿por qué ha de haber individuos que sacrifiquen su vida y su salud en fabricar un producto que maldita la falta que les hace?
Lo más nocivo de las diversas profesiones peligrosas para el obrero depende de la rapacidad de los explotadores, y luego de la duración del trabajo. Si en vez de pasarse diez o doce horas diarias entre vapores o polvos mefíticos, durante meses y años, continuamente, suponéis que los individuos trabajan una o dos horas y con intermitencias, y que en lugar de verse encerrados en locales de mala ventilación se hallan los talleres al aire libre, bajo abrigos, con todas las condiciones higiénicas conocidas, esa ocupación puede seguir siendo más o menos desagradable, pero deja de ser mortífera.
Una vez despejado este punto, falta saber quién fabricará esos productos. Ya lo hemos dicho: quienes los necesiten. La diversidad de ocupaciones es necesaria al hombre y la variedad en los trabajos le facilitará el servicio. ¿Por qué el pintor, a la vez que se asocia con los pintores, no ha de formar parte de un grupo para producir los colores que le hacen falta? Y el astrónomo, a la vez que se asocia con otros individuos para observar lo que pasa en las profundidades del espacio, ¿por qué no podría asociarse con un grupo de ópticos para construir sus objetivos? Sabiendo manejar el objeto, tendrían más competencia para emplearlo en las mejores condiciones requeridas.
Pero, sobre todo, lo que no debemos olvidar es que la maquínaria está indicada para reemplazar al hombre en la mayoría de sus trabajos, principalmente en los repugnantes y fatigosos. En la actualidad, cuestiones de economía hacen retroceder al explotador ante la compra de herramientas mecánicas o la renovación de las que ya posea. Puede desgastar a un obrero en veinte, diez, cinco años, en menos tiempo todavía; nadié le pide cuentas por ello. En la sociedad futura, como quiera que los individuos tendrán el mayor interés en velar por la higiene de los talleres, puesto que ellos serán los obreros, las cuestiones de economía no se tendrán presentes de ninguna manera. El genio del hombre podrá seguir libre impulso hacia el desarrollo y el perfeccionamiento de la maquinaria.
Por lo que llevamos dicho hasta ahora se ve que en lugar de ser (como en la sociedad actual) una esclavitud y un tormento, el trabajo será atractivo; por el hecho de que las aficiones personales sean quienes guíen a los individuos al elegir ocupación, se convertirá en pasatiempo, un ejercicio de gimnasia. Sólo nos queda por estudiar más de cerca cómo podrían evolucionar y combinarse los conflictos entre ideas diferentes que puedan producirse en la sociedad futura.
Siendo el ejemplo la ilustración de la idea y poniendo siempre mejor de manifiesto el pensamiento, a condición dé no traerlo por los cabellos, vamos a proceder por medio de un ejemplo (el caso de tener que construir un edificio), entre otros, y a examinar los diferentes casos que pudieran presentarse.
Aun cuando se ha acusado a los anarquistas de no saber lo que quieren, suponemos que cuando se trate de edificar (como en cualquiera otro trabajo), los miembros de la sociedad futura, presa de un vértigo de construcción, no irán a entretenerse en amontonar piedra sobre piedra y ladrillo sobre ladrillo nada más que por gusto de amasar mortero.
Lo más probable es que los grandes cuarteles de hoy estén llamados a desaparecer en la sociedad futura. De seguro que los individuos no querrán ya verse como sardinas en barril en las insalubres casas de hoy, donde, por motivos de economia (los terrenos cuestan muy caros), se trata de ganar en altura lo que se pierde en superficie. Como actualmente se practica en Londres, los individuos querrán tener su casa separada: una casita para alojar a la familia, con un jardincito en derredor para recreo de sus moradores.
La construcción de semejantes casas exigirá el concurso de muy pocas personas. Habrá poquísimas complicaciones arquitectónicas y será fácil a los individuos constituir los grupos necesarios para levantar esos pequeños edificios. Pero pudiera acontecer que se siguiesen construyendo esos enormes caserones de hoy; no podemos prejuzgar la evolución futura. Los individuos que tuvieran miras particulares acerca de tales edificios para habitar entenderianse entre sí respecto a sus planes personales; aquellos cuyas diferentes concepciones pudieran amalgamarse y adaptarse dentro del mismo edificio, se agruparían para construir el modelo convenido entre ellos, distribuyendo los aposentos que cada uno eligiese de antemano, según las particulares adaptaciones de cada cual. Esto complicaría quizá un poco la cosa, pero creemos que sin hacerla imposible.
En la sociedad futura, lo mismo que en la actual, nadie tendrá empeño en malgastar sus fuerzas sin ton ni son. El acuerdo entre los individuos será de seguro el regulador de su conducta. El individuo que quisiese aislarse, vivir de sus propias y únicas fuerzas, no haciendo uso sino de los productos que él fabricase, llevaría una vida imposible, obligado a trabajar de continuo y sin descanso para no conseguir tener sino un mediano pasar.
Por tanto, los individuos tendrán cíertamente que producir grandes cantidades de los objetos que necesiten, pero esa producción tendrá qne hacerse en común para aprovecharse de los progresos mecánicos; además, la federación de los grupos entre si permitirá a los individuos poder adquirir muchos productos sin tener que elaborarlos ellos mismos; y los cambios entre grupos serán un poderoso medio de circulación de los productos acumulados, pues es de plena evidencia que, una vez puesta en marcha una maquinaria, si puede producir en una hora o dos de trabajo el décuplo de lo que un individuo necesita, no irá éste a detenerla so pretexto de que él tiene ya lo que le hace falta. Así perdería todo el tiempo en echarla a andar y en dar pasos, antes de lograr producir la mitad de las diferentes clases de objetos que necesitase. Habrá un promedio de ocupaciones que cada individuo pueda abarcar y los límites de las cuales es imposible predecir. Las necesidades y las circunstancias guiarán a los individuos mejor que todas las comisiones de estadística.
Quienes, no satisfechos de los locales ya existentes, quieran hacerse uno de su conveniencia, se entenderán primero entre sí, después con otros grupos que puedan suminisfrarles los materiales que necesiten, y formarán así dos, tres federaciones, hasta un número indefinido de ellas.
Pero se nos dirá que no sólo ha de haber casas habituales, sino también edificios públicos, talleres, almacenes, salas para espectáculos, reuniones, etc. Si nadie está especialmente encargado de construirlos ¿quién los hará?
Hasta ahora hemos discurrido como si los individuos se negasen por unanimidad a seguir sus trabajos habituales al otro día de la revolución; el caso puede presentarse, no vemos inconveniente en admitirlo así, y continuaremos considerándolo de esa manera, que es el caso más dificultoso.
Los individuos necesitados de dicho edificio tendrán que ingeniárselas para hacer de albañiles y llamar a los ingenieros o arquitectos para trazar los planos del edificio proyectado. Los dibujos se expondrían a la crítica de todos. Luego de discutir los detalles y el conjunto, determinaríase el proyecto definitivo. Muy estrafalario había de ser para que entre todos los albañiles, cerrajeros y carpinteros existentes no lograse decidir a algunos a que consintiesen en ponerles al tanto de sus procedimientos; a menos de ser absolutamente descabellado un proyecto, sea cual fuere, siempre encuentra partidarios. Ya no se haría un llamamiento al dinero de los individuos, sino que se les pediría su parte de trabajo y de esfuerzos. Hoy basta tener dinero para poner en movimiento las fuerzas sociales con objeto de realizar el proyecto más absurdo. En la sociedad del mañana sólo se emplearán en una tarea quienes la hayan adoptado en proyecto.
Según hemos visto al hablar de carreteras, ferrocarriles, etc., no interviniendo ya para nada el interés individual, y apartadas todas las consideraciones accesorias, seria muy fácil ponerse de acuerdo. Pero, en este caso también, admitamos que los hombres fuesen bastante necios para no entenderse unos con otros: entonces nos encontraríamos frente a las mismas dificultades, las cuales habrían de resolverse de idéntica manera.
La lógica nos dice que, habiendo desaparecido de las relaciones sociales el interés personal (ese motor de todas las divisiones y rencillas, por su antagonismo con los otros intereses personales), las diferencias sólo podrán ser efecto del modo de concebir y considerar las cosas: las pequeñas diferencias de apreciación podrán atenuarse y desaparecer en las discusiones que puedan promoverse acerca del asunto; por tanto, sólo quedarian las divergencias harto acentuadas para fundirse en ún acuerdo mutuo. Entonces, la necesidad, ese motor universal, más fuerte que todas las pequeñas cuestiones de amor propio y de vanidad, no tardaría en conducir a los individuos a disposiciones de ánimo más razonables. De lo contrario, ya lo hemos dicho, los individuos habrían retrocedido en el camino del progreso; y el hombre sensato, en vez de tratar de definirse un ideal de emancipación y de felicidad para la especie humana, no tendría otro remedio sino buscar en la nada el únIco lenitivo del pesar hondísimo que sentiría viendo a los demás hombres retroceder.
Si del desacuerdo resultase la construcción de dos edificios en vez de uno, nadie pensaría en dolerse de ello. Y con esta ventaja, teniendo empeño cada uno de los grupos en probar la superioridad del plan que se hubiese propuesto, rivalizarían ambos en celo para su ejecución. El amor propio incitaría a los individuos a desplegar todas sus habilidades y todo su buen deseo para conducir a buen fin la obra a que se hubiesen adherido. Por consiguiente, aquí encontramos un estímulo para la buena voluntad de los individuos, el cual afirman los defensores de la autoridad que sólo debe consistir en el temor al castigo o en el aliciente de la ganancia.
Respecto a la división del trabajo en los grupos, hemos visto que cada uno de los individuos buscará aquellos donde pueda dar libre vuelo a sus facultades; y asociándose se instruirían mutuamente en la parte de tareas a la cual quieran dedicarse con más especialidad; por lo que cada individuo buscará a los aficionados a esa misma labor, quienes se la facilitarán y no se la disputarán. Por ejemplo, si se trata de construir una máquina, quien tenga especial gusto por el ajuste, como pueda él hacerlo por completo, sólo deseará asociarse con forjadores, fundidores, etc.; si la importancia de la obra requiere el trabajo de varios ajustadores, forjadores, fundidores y otras personas de diversos oficios, se formará siempre la agrupación en las mismas condiciones.
Constituidos así los grupos, queda realizada por sí misma la división del trabajo, puesto que ella ha servido de base a la asociación. Una vez formado el grupo, sólo le queda poner manos a la obra. Si en el curso del trabajo quisiese un individuo cambiar el género de ocupación primitivamente elegida por él mismo, en la sociedad actual se saben hacer ya sobradas concesiones para que en la sociedad futura pudiera hacerse esto sin trabas y hasta para que los consocios empleasen todos sus esfuerzos para ayudar a su colega en su nuevo trabajo, si no estuviese muy al corriente.
Si, por un motivo o por otro fuera imposible hacer esa mudanza, el individuo buscaría ingreso en otro grupo, mientras que el grupo abandonado por él pondría quien le reemplazase. El individuo que tuviese reputación de trabajar bien en su oficio, sería buscado por los demás grupos; quien estuviese en concepto de ser de mal asiento y de no estar nunca satisfecho, sería evitado en el trato por los demás, o le sería mucho más difícil asociarse, como no compensase sus defectos con otras cualidades.
Se ha objetado que ciertos individuos pudieran querer dedicarse a labores de que no fuesen capaces.
Pero los grupos no se formarán a ciegas; estando muy desarrolladas la solidaridad y la vida social, en la sociedad futura será muy grande el trato de los individuos y sus asociaciones se formarán principalmente entre quienes se conozcan. Todo individuo que ingrese en un grupo será conocido de antemano por algunos, a lo menos.
Así, estarán de hecho muy disminuídas las causas de error; además, todo el mundo sabe que sólo se hace bien lo que se ejecuta voluntariamente. El hecho de que una persona busque tal o cual trabajo, es ya indicio de que siente aptitud para practicarlo, y en el caso de que se equivocase acerca de su buena disposición, no le faltaría el consejo de sus consocios; si su inhabilidad fuese harto manifiesta, lo mezquino de los resultados de sus esfuerzos induciríale más que nada a no proseguirlos.
Según vemos, el trabajo puede ejecutarse sin discusiones, sin tirantez, sin acritud, a satisfacción de todos. Basta poner a los individuos en condiciones perfectas de libertad y de igualdad, para conseguir la armonía, ese ideal de la humanidad.
Cuando por cualquiera causa uno o varios individuos no pueden seguir de acuerdo con el grupo escogido por ellos, ya hemos visto que nada les ata á él; son libres de abandonarlo e ir al grupo que responda mejor a su nuevo modo de concebir las cosas. Por falta de un fraile no acaba el convento, dice el refrán; y es cierto, cualquiera que sea la agrupación.
Si por acaso no existiese grupo ninguno que responda a las aspiraciones de un individuo, ya buscaría éste a otros capaces de comprenderle, de sentir iguales aspiraciones y de ayudarle en la realización de su ideal.
Todas las maneras de pensar, todos los caracteres, a menos de ser intratables, hallan siempre con quién simpatizar. Los caracteres ariscos son excepciones; y la sociedad sólo existe, o a lo menos sólo debe existir, con la mira puesta en los caracteres sociables. Síguese de ahí que no han de hacerse leyes de excepción para anomalías que se nos quisieran presentar como un obstáculo contra la organización futura.
Además, la necesidad apremia a quien quiere vivir. No hay amo que le mande, pero su existencia no es posible sino por medio de la asociación. Si quiere perecer, es muy dueño de hacerlo; pero si desea vivir, sólo ha de conseguirlo encontrando compañeros. La solidaridad es una de las condiciones naturales de la existencia, y nosotros nos atenemos a las indicaciones de la naturaleza.
Pues bien; lo que acabamos de decir acerca de la construcción de un edificio puede aplicarse a todas las ramas de la actividad humana, desde el trabajo más colosal, hasta la más ínfima de las producciones. La libertad más completa es el único motor de la actividad humana; por supuesto, con sus dos corolarios, la igualdad y la solidaridad.
Para que fuera posible semejante organización se necesitaría que fuésemos unos ángeles. El hombre es demasiado perverso y es preciso guiarle a palos -se nos suele decir.
El hombre no es un ángel; su pasado lo prueba. Y, ciertamente, no se transformará de la noche a la mañana; el cambio de instituciones, si era brusco, no tendria el poder de convertir de un modo instantáneo a cada individuo en un pensador que no cometiese ninguna falta, ni error ninguno. La ciencia ha destruído la fe en los talismanes.
Pero en los primeros capítulos de esta obra hemos manifestado lo que entendíamos por evolución y revolución, y creemos haber hecho comprender que ésta no era posíble sin aquella. y si el hombre evoluciona lo suficiente para hacer cambiar el medio, ¿por qué no ha de seguir progresando en un medio favorable a este desarrollo?
En vez de la sociedad de hoy ferozmente egoísta, donde todos los días se presenta ante el extenuado trabajador este problema terrible e insoluble para él -¿Comeré manana?-; en vez de esta sociedad en que la lucha por la existencia perdura sin tregua ni descanso en su más odioso significado entre los individuos, el hombre se verá en una sociedad amplia, sin opresión ninguna, fundada en la solidaridad de los intereses; una sociedad, en fin, donde tendrá la satisfacción segura de todas sus necesidades, sin tener que aportar en cambio nada más que su parté de actividad.
¿Por qué no han de entenderse los hombres? Si, el hombre es egoista, es ambicioso; pero enseñadle que ese egoísmo tiene interés en solidarizarse con los demás egoismos.y fundirse con ellos en vez de tenerlos por adversarios, y así entronizaréis la solidaridad entre los individuos. Romped cuanto pudiera lisonjear sus ambiciones, satisfacer y sostener sus gustos dominadores; haced que nadie pueda elevarse por encima de la muchedumbre para imponer a ésta su voluntad. y en esa masa de seres que vistos uno a uno, tienen todos ellos los defectos de una mala educación, herencia de una sociedad podrida hasta el tuétano de los huesos, nacerán ideas amplias y generosas, una abnegación y un entusiasmo como los que hícieron ver en las pasadas revoluciones a hombres andrajosos dar guardia arma al brazo a los millones que los impuestos les habían sustraído y conservárselos religiosamente a quienes iban a servirse de ellos para aherrojarlos en la esclavitud. Hubieran podido hacer otra cosa mejor; pero es un ejemplo de que en los períodos de lucha puede confiarse de seguro en las ideas generosas de las masas populares.
¡Siempre hablándonos de evolución! Estamos hartos de saber que es preciso efectuar la evolución en las inteligencias antes de pasar a los hechos. Y como sabemos que una idea, cualquiera que fuere su exactitud, no se impone si las masas no están preparadas para recibirla, por eso decimos que cada individuo debe intentar hacer esa evolución, propagando sus ideas tal como las concibe, antes de que nos sorprenda la revolución que se prepara.
Respecto al día de la revolución, cuando venga, entoncos pondremos en práctica nuestras ideas e invitaremos con nuestro ejemplo a los compañeros de miseria a imitarnos. Si nos siguen en nuestra actitud, sera que la evolución estaba consumada, y si en vez de imitarnos obedecen a quienes les engañan para explotarles, y nos ametrallan, será que la evolución no estaba realizada y de seguro sucumbiremos a las acometidas de la autoridad que brote de aquella revolución. Pero en lo poco que nos haya sido posible, habremos arrojado nuestras ideas al surco de los hechos.
Cuando los trabajadores, aherrojados otra vez bajo el yugo de nuevos amos que seguirán explotándoles a más y mejor, se percaten de que una vez más no han hecho sino sacar las castañas del fuego para que se las coman unos cuantos intrigantes, entonces meditarán y dirán que estábamoS llenos de razón al enseñarles que es preciso no consentir más señores. Si los hechos realizados por los anarquístás durante la lucha llevan en sí mismos su enseñanza, pueden arrastrar en su favor la muchedumbre. Pero si resultasen vencidos, sobre sus datos proseguiría la evolución y para realizarlos se prepararia la nueva revolución.
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