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La sociedad futura

Jean Grave

Comunismo y anarquía


Una objeción que no debemos pasar en silencio, antes de proseguir, es la que pretende que: Comunismo y anarquía rabian de verse juntos, pues lo uno es la negación de lo otro. Dícesenos que el comunismo entraña la obligación de doblegarse todos bajo una misma regla, al paso que la anarquía significa el individualismo más desenfrenado.

Eso es un error de apreciación. La palabra anarquía no es más que una negación politica, de ninguna manera indica nuestras tendencias económicas; y como la libertad que reclaman los anarquistas sólo puede resultar de la situación económica que los individuos hayan sabido crearse, por eso creemos necesario siempre indicar claramente el fin a que se tiende.

En la actualidad no cabe confusión de ninguna especie respecto al epíteto de anarquista. Si se le despoja de todas las imbecilidades con que el miedo y la cobardía de los amenazados expoliadores lo engalanan, se verá que significa, además de odio a la autoridad, destrucción del capital explotador.

Pero nuestro fin, nuestras ideas, nuestras tendencias, nuestra organización física, nuestras nocesidades nos ímpulsan a asociarnos con nuestros semejantes, asociación donde todos los hombres unidos entre sí puedan desenvolverse con libertad, según sus diferentes maneras de ver o de sentir. ¿Por qué hemos de tener miedo a una palabra, si esa palabra puede caracterizar de un modo preciso nuestras ideas? Otros la han hecho servir de rótulo a sistemas que rechazamos ¿qué nos importa? No temamos a las palabras; desconfiemos más bien, de lo que pudiera intentarse esconder en ellas.

Nosotros tomamos los vocablos por lo que valen, sin pararnos en el sentido que otros les quieran dar. Con el convencimiento de que los hombres no pueden ser felices sino viviendo fraternalmente juntos, la palabra comunismo se adapta a la cosa y nos servimos de ella. Adversarios de la autoridad, convencidos de que el hombre debe y puede vivir sin señores, de que la anarquía tiene esa significación y ha de conducir a la humanidad a un estado armónico en que los individuos vivirán sin discusiones ni luchas, en la más perfecta inteligencia, inscribimos esta palabra junto a la otra para caracterizar bien los conceptos económico y político de nuestro ideal social, y no podríamos encontrar otras mejores.

En los sistemas sociales inventados por los fabricantes de sociedades hechas, la palabra comunismo servía para designar un estado social en que todo el mundo debía doblegarse a una regla común, donde la igualdad sólo se comprendía por la compresión de los individuos bajo un mísmo nivel. Esto no prueba sino una cosa: que se había apartado esa palabra de su significación original.

En nuestro concepto del orden social, muy lejos de rabiar la palabra anarquía de verse junta con la palabra comunismo, viene a corregir el sentido autoritario que púdiera intentarse atribuir a ésta, según los ulteriores usos que de ella se han hecho.

Si el comunismo demuestra que los individuos deben vivir en sociedad en la igualdad más perfecta, la palabra anarquía añade que esa igualdad se completa por la libertad más absoluta del individuo, y no es una vana palabra, puesto que no reconoce ninguna autoridad: ni la del sable, ni la del derecho divino, ni la del número, ni la de la inteligencia. Ni Dios ni amo: cada uno sólo obedezca a su propia voluntad.

Por otra parte, ciertos anarquistas, temiendo ver descarriarse la idea de la anarquía por el extraviado camino de la caridad cristiana, de la abnegación y otros zarandajas que han contribuido a doblegar a los individuos bajo el yugo ajeno, predícándoles la resignación y el desprendimiento de sí mismos, nos dicen que es preciso rechazar el comunismo so pena de volver a incurrir en el sentimentalismo vago y mal definido de las antiguas escuelas socialistas.

Nadie más enemigo que nosotros de los absurdos que con pretexto de sentimiento enseñan a los individuos a respetar las preocupaciones que les ponen trabas en su marcha, que los doblegan a la autoridad y a la explotación. Nadie más adversario que nosotros de ese idiota sentimentalismo con el cual han rellenado sus lucubraciones los poetas y los historiadores burgueses para falsear el juicio del trabajador, excitando en él una generosidad necia, que le hacía ser víctima de los intrigantes que saben hacer vibrar en los otros los sentimientos de abnegación para luego explotarlos. Hora es ya, en efecto, de que los trabajadores salgan de esa caballería sentimental que les ha hecho representar siempre el papel del bobo del sainete.

Pero, con excusa de no incurrir en el sentimentalismo, no vayamos a caer en el exceso contrario, como ha acontecido en la literatura, donde Con pretexto de reaccionar contra los maniquíes de la escuela espiritualista, sólo ha querido verse en el hombre un bruto inconsciente y perverso.

Fuera de este sentimentalismo de los cerebros desequilibrados, hay en el hombre una necesidad de ideal, un sentimiento de afecto por aquellos a qUienes estima, un apetito de progreso, una sed de lo óptimo, que se dejan sentir hasta en el hombre más atrasado, y los cuales deben tenerse en cuenta.

La envidia impulsa a las clases inferiores a odiar a los ricos, dicen los economistas, que se encuentran siempre en primera fila cuando se trata de calumniar a quienes no tengan cien mil pesetas de renta.

No, señores; no son el odio ni la envidia nuestros motores, sino sencillamente el sentimiento de la justicia. Y lo son todas esas aspiraciones que, asociadas a todas las facultades del hombre, hacen lucir en él al ser inteligente; y que, convertidas en móviles de sus actos, le distinguen del bruto, el cual acepta pasivamente su destino sin tratar de resistirse contra él.

Tomando al hombre según es, teniendo en cuenta todos los móviles que le impelen y las condiciones de existencia que le crea la naturaleza a que él sabe adaptarse, es comó llegaremos a formarnos idea de lo que es capaz para lo futuro.

No despreciemos, pues, la poesia y el sentimiento: ellas nos dan fuerzas para luchar contra los obstáculos y embellecen las pocas horas dulces que podemos hallar en la existencia. Lo bello, lo verdadero, el amor y la amistad son sentimientos sin los cuales no seriamos más que unas bestias feroces. Forman parte integrante de nuestro ser, y sin ellos, no comprenderiamos la vida. Hagamos que esos sentimientos sean siempre gobernados por la razón, no los dejemos contrahacer por el sentimentalismo llorón y empalagoso, de quienes quieren forzarlos a justificar los horrores actuales; antes por el contrario, valgámonos de ellos con resolución, pues deben ser los reguladores de nuestro ideal.

Antes hemos visto que plantear el problema de si el hombre puede vivir solo era resolverlo; por tanto, no debemos detenernos en ello mucho tiempo. Pero, aparte de las condiciones económicas que obligan al hombre a vivir en sociedad, hay también consideraciones de un orden puramente cerebral. Con independencia de la atracción de los sexos, cada uno se siente atraído por tal o cual carácter, advierte la necesidad de comunicar sus ideas, necesita la estimación y el elogio de los demás. El aislamiento en prisiones celulares es el tormento mayor con que los criminalistas modernos han dotado a la humanidad. La sociabilidad es el verdadero carácter del hombre; los misántropos y los solitarios no son más que unos enfermos o unos alucinados. Y lo que prueba muy bien este carácter es que el sentimiento de sociabilidad ha podido sobrevivir y resistir a todas las injusticias, a todas las atrocidades que en nombre de la sociedad, se cometen a diario. Se obliga al individuo a aceptar como una necesidad del estado social lo que sólo es resultado del sojuzgamiento de una clase por la arbitrariedad de otra casta.

Pero si el hombre no puede vivir aislado, si no puede eximirse de los obstáculos que le ponen las precarias condiciones de existencia dentro de las cuales se mueve, como no sea asociándose con sus semejantes para unir sus fuerzas; si sus temperamentos, sus gustos, su interés, su desarrollo intelectual le empujan a la asociación, ésta debe realizarse en condiciones de perfecta igualdad entre todos los contratantes. No debiera dejar subsistir en su seno ningún privilegio. Si quiere conservar y hacer fácil el buen acuerdo entre sus miembros, no debe conceder a unos pocos ciertas prerrogativas que les coloquen artificialmente por encima de los demás. Los hombres deberán entenderse para armonizar sus esfuerzos, deberán obrar en común.

Por tanto, la palabra comunismo no está fuera de lugar para dar a entender el orden social que pretendemos, así como la de anarquía designa la suma completa de libertad que reclamamos; y ambas palabras juntas indican, que apelamos a la razón de los individuos para juzgar por sí mismos dentro de qué límites deben moverse su libertad y su solidaridad.

Con todo lo dicho hasta ahora, creemos haber respondido de antemano a la objeción de quienes parecen temer que si en la sociedad futura no hay autoridad, las personas no estarán seguras nunca de poder disfrutar de su trabajo y a cada instante correrán el riesgo de verse arrebatar por los mas fuertes a los más listos los productos de su actividad.

Hemos visto que al hombre le era imposible vivir aislado. Sin embargo, nadie impediría vivir solos a los ignorantes egoístas que así lo prefiriesen; serían dueños de acumular, no teniendo mas impedimento sino el de la imposibilidad práctica de hacerlo de una manera desmedida. Pero al rehusar su ayuda a otros, privaríanse ellos mismos del auxilio ajeno; ¿no serían los primeros castigados por ello, perdiendo más de lo que economizasen?

¿Qué podrían inventar o crear que no lo fuese con más ventajas por medio de la asociación de que se hubieran apartado? Un individuo, sea cual fuere su inteligencia, nunca saca armada de punta en blanco una idea de su propia cosecha. La adquiere primero en sus estudios, en sus lecturas, en las discusiones con quienes le rodean, sin contar con que una idea cualquiera sólo es la transformación de una idea anterior. Por tanto, el hombre no encuentra ventaja ninguna en aislarse de los demás.

En la explicación que acabamos de dar acerca del mecanismo de las agrupaciones, el lector habrá podido comprender todos los beneficios que al individuo reportaría el formar parte de ellas. Además de la ventaja inmediata de hallar una cooperación de fuerzas para los trabajos que no pudiera realizar él solo, tendría en sus consocios unos amigos que en caso necesario le defenderían si se quisiese molestarle.

No estando agrupados ya los hombres por el azar de las circunstancias, sino en virtud de sus propias afinidades, crearíanse vínculos de estrecha solidaridad entre los miembros de un mismo grupo; tocar a uno sería tener todo el grupo contra sí. Pues bien; un individuo necesariamente formaría parte de una infinidad de grupos. Cuantas más pruebas diese de sociabilidad con sus consocios y más desarrollase la solidaridad, tanto más se le estimaría y mayor suma de solidaridad podría prometerse. Lejos de estar débil y desarmado ante la opresión, como se quiere creer, dispondria de grandísimos medios de defensa, que sólo podría eminorar si, por el contrario, pretendiera mostrarse agresivo.

No debemos olvidar que nuestra esclavitud política proviene de nuestra servidumbre económica, y no tiene más razón de ser sino la defensa de los privilegios de lo poseedores; quienes no tienen nada suyo que defender vense obligados con violencia a suministrar la fuerza que proteja a los expoliadores contra las reclamaciones de los expoliados.

Cuando los hombres hayan adquirido la libertad económica, cuando ya no tengan entre ellos dispensadores de los productos naturales e industriales, cuando esos productos estén a la libre disposición de quienes puedan utilizarlos, entonces y sólo entonces serán libres e iguales. Pudiendo satisfacer todas sus necesidades, ya no tendrán que sufrir la autoridad de nadie y no la aguantarán, sintiéndose con armas iguales contra quien quiera dominarles.

Pero, instruidos por las lecciones del pasado, sabrán que la injusticia llama a la injusticia y la violencia provoca la violencia. No queriendo soportar ningún yugo, comprenderán que tampoco deben tratar de oprimir a nadie, so pena de represalias. Queriendo permanecer libres, respetarán la libertad ajena.

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