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La sociedad futura

Jean Grave

La autonomía según la ciencia


Llegamos por fin al término de nuestro estudio. Hemos pasado revista a todas las objeciones que nos ha sido posible prever viendo que cuanto del hombre conocíamos, lejos de destruir nuestro ideal, corroboraba más bien nuestras hipótesis de armonía y de solidaridad. La ciencia, dígase lo que se quiera, viene en apoyo de las teorías anarquistas, demostrándonos que en la naturaleza todo se mueve en virtud de la ley de las afinidades, y por consiguiente, es autónomo. La naturaleza es un vasto crisol, donde los diferentes cuerpos se transforman, adquiriendo propiedades nuevas, obrando sus transformaciones sin voluntad preconcebida, sólo por la fuerza de sus propiedades.

Es cierto que en la naturaleza, en los reinos animal, vegetal y mineral, todo se eslabona; es verdad que los movimientos y el desarrollo de unos se regulan por los movimientos y el desarrollo de otros, que, por tanto; el individuo depende dentro de ciertos límites de la sociedad, en el seno de la cual se mueve y se desenvuelve; mas para los burgueses y autoritarios de todas clases, esta sociedad se resume en cierta organización que la representa bajo la forma de poder constituido, y, según la teoría autoritaria, los individuos deben subordinar su actividad a ese poder. Esta es la teoría que rechazamos nosotros, y la falsedad de la cual creemos haber demostrado.

Ya hemos visto que no es el individuo quien debe amoldarse a las conveniencias arbitrarias de una sociedad mal organizada, sino ésta quien debe modelarse de manera que el individuo encuentre en ella una ampliacíón de su persona y no un achicamiento de su actividad. Debe constituir su Drganización según las relaciones que entre sí tienen los individuos. Lejos de permanecer inmutable, debe seguir las fluctuaciones de la evolucion humana para permanecer siempre en armonía con las mudanzas que traen consigo los tiempos y las circunstancias.

También es cierto que la ciencia nos demuestra que en la naturaleza todo se rige por leyes inmutables llamadas leyes naturales; con arreglo a ellas, todas las moléculas que tienen las mismas afinidades se buscan y se unen pará formar un mineral, para constituir un organismo vegetal o animal, según la manera como se yuxtapongan, según el estado del medio en el cual se efectúe su combinación, según el número y energía de las moléculas de cada clase que tomen parte en dicha combinación.

¿Quién ha hecho estas leyes? Para el sacerdote, un ser sobrenatural a quien da el nombre de Dios. Para el sabio (si ha conseguido despojarse de todas las supersticiones que le han imbuído en su infancia), esas leyes son la resultante de las propiedades que poseen los diferentes materiales de que se compone el universo, y residen en esas mismas propiedades.

La ley no aparece aquí ya para regir las diversas partes de un todo, sino para explicar que si los fenómenos se han efectuado en tal o cual sentido, de esta o de la otra manera, consiste en que por la fuerza misma de las cualidades de los cuerpos no podía suceder otra cosa.

Las leyes sociales no pueden tener más autoridad que las leyes naturales; sólo pueden explicar las relaciones entre los individuos, y no regirlas. Comprendidas así, no necesitan de un poder opresor para asegurar su cumplimiento. No siendo más que la comprobación de un hecho consumado, no pueden tener otra sanción sino el castigo resultante de la desobediencia a una ley natural. Su conocimiento exacto debe hacernos presumir el resultado cierto que tendrá una acción cualquiera para nuestros semejantes, enseñarnos si en ella encontraremos provecho y deleite o pesares y disgustos, y decirnos si el goce que obtengamos de tal acto no irá seguido de un disgusto más grande.

Por tanto, los esfuerzos del sociólogo no deben dirigirse á estatuir leyes indistintamente aplicables a todos por fuerza, sino a estudiar los efectos de nuestros actos y sus relaciones con las leyes naturales; sus conclusiones adoctrinarán al individuo, enseñándole lo que es provechoso para él ,y para la especie.

Las leyes sociológicas no deben ser una regla impuesta, sino limitarse con su enseñanza y no por la coerción a indicarnos el medio más favorable en que pueda evolucionar el individuo en la plenitud de su ser.

Por ejemplo: en quimica, cuando se quiere asociar dos cuerpos, ¿es la voluntad del operador quien obra y hace que se combinen los diferentes cuerpos puestos unos en presencia de otros? ¡No! Antes ha sido preciso estudiar las diferentes propiedades de esos cuerpos, para saber que obrando con tales cantidades y en tales condiciones obtendríase tal resultado, inevitable cada vez que se opere en condiciones absolutamente análogas.

Por el contrario, si el operador quisiese asociar cuerpos dotados de propiedades diferentes y fuera de las condiciones necesarias para obtener el resultado apetecido, esos cuerpos se aniquilarían o se destruirían; en todo caso, el resultado diferirá muchísimo del que el operador esperaba. Asi, pues, la voluntad de este último no interviene en la obtención del resultado, sino por medio del conocimiento de las materias que emplea; su poder está limitado por las propiedades de los cuerpos, y todo él se limita a preparar las condiciones requeridas para la operación, y nada más. Siempre acontecerá lo mismo en las sociedades humanas: mientras se las quiera organizar arbitrariamente, sin tener en cuenta los temperamentos, las ideas o las aficiones de los individuos nunca se obtendrá sino una sociedad defectuosa, que al cabo de poquísimo tiempo habrá de producir el caos, el desorden y el levantamiento.

El papel de los anarquistas en sociología no puede tener otro alcance que el del químico: su labor consiste en preparar el medio donde los individuos puedan desenvolverse libremente; agrandar los entendimientos, de modo que puedan llegar a concebir la posibilidad de tal independencia y grabar en ellos la voluntad de conquistarla.

Cuando las moléculas y las células que componen el universo pudieran asociarse libremente, cuando nada puso obstáculos a su evolución, combináronse y resultó de ahí un ser completo y perfectamente constituído y virtualmente viable en el medio donde nació. Pero cuando esa asociación no ha podido efectuarse con libertad, cuando se ha puesto trabas a la evolución en su curso, cuando se ha violado la autonomía de las diferentes moléculas, resulta de ahi un ser llamado monstruo; es decir, un ser que no estando conformado para el medio donde debe desenvolverse, no es viable, o cuando puede prolongar su existencia, a pesar de su monstruosidad, arrastra una vida lánguida y miserable, siempre doliente y deforme. Tales son nuestras sociedades, donde los elementos morbosos que las impregnan ocasionan laS crisis que de continuo las transtornan.

Y como los anarquistas desean una sociedad sana y perfectamente constituida, por eso quieren que se respete la autonomía de los individuos, esas moléculas de la sociedad. Como pretendemos que todos los que tengan las mismas aficiones puedan asociarse libremente según las tendencias de cada uno, por eso rechazamos todo poder que redujese a todos los individuos a llevar puesta la misma estampilla, aunque ese poder sea científico.

Para ejercer la autoridad haría falta lo que no existe: ángeles. No hay cerebro bastante amplio para abarcar todos los conocimientos humanos.

Sea cual fuere la estimación que profesemos a los sabios, nos vemos obligados a reconocer que a la mayoría de ellos les dejan índiferentes las más grandes iniquidades sociales, cuando para merecer los favores de los amos no se valen de sus conocimientos con el propósito de justificar las torpezas de ellos.

Basta igualmente seguir con atención el curso de sus díscusiones para comprender que muchos, dedicados a tal o cual estudio, a ésta o aquella rama del saber humano, no tardan en convertir su especialidad en un caballito donde montan a tiempo y a destiempo, haciéndole ser el motor de todas las cosas, sin ver en todas las demás ciencias más que accesorios de su estudio especial, cuando no inútiles, por lo menos de poquísima importancia.

La ciencia es buena, pero a condición de que se limite a investigar los fenómenos que se realizan, estudiar sus efectos, inquirir sus causas, formular sus datos, pero quede libre cada cual de asimilarse sus descubrimientos, según sus aptitudes y su grado de desarrollo.

Además, ¿no sería presuntuoso querer gobernarlo todo científicamente cuando tantos signos interrogativos se yerguen ante el sabio, ávido de conocer? Y, precisamente, por haberse querido siempre reglamentar esta asociación de los intereses que hacen a los hombres obrar, ¿no es como se ha llegado a producir ese monstruo informe que se llama la sociedad actual?

Ya hemos visto cómo algunos han querido pretender que cuanto más se desarrollaba la humanidad, y crecia la ciencia, tanto más perdía el individuo su autonomía. Inclinándole a la asociación, el empleo de las máquinas y fuerzas motrices puestas a disposición del hombre por la ciencia le quita así gradualmente su autonomía, según esos sabios, subordinando su acción personal a la de la maquinaria y a la de sus consocios. Hase afirmado que para tropezar con una sociedad donde reine la autonomía es preciso subir a los orígenes de la humanidad, o ir en busca de las razas actuales más inferiores. De suerte que tenemos derecho a inducir que el ideal de esos hidrópicos de autoritarismo sería una sociedad donde el individuo no tuviese libertad ni para mear sin pedir permiso.

Cuanto más se desarrolla la ciencia, más amplifica la autonomía del individuo. En efecto: si en la sociedad actual cada descubrimiento científico pone a los trabajadores bajo la dependencia de los capitalistas, consiste en que las instituciones actuales hacen que los esfuerzos de todos sirvan sólo para el provecho de algunos. Pero en una sociedad fundada en la justicia y en la igualdad, los descubrimientos nuevos no podrán menos de aumentar la autonomía del individuo.

Se necesita verdaderamente estar cegado por la monomanía de la autoridad para atreverse a pretender que debamos remontarnos a los orígenes de las sociedades o fijarnos en las razas inferiores (Inferior en grado de desarrollo, pero no en potencia virtual) para encontrar allí la autonomía. ¿Acaso era autónomo el hombre, cuando, desnudo a indefenso, siendo aun rudimentaria su inteligencia, veíase entregado a todos los azares de la vida; y, obligado a luchar contra la naturaleza, que no había aprendido aún a conocer, se inclinaba a deificarla en sus fenómenos por no comprender las causas de éstos? ¿Era entonces libre el hombre, cuando se veía obligado a ir en busca del alimento y disputárselo a los grandes carniceros que le sobrepujaban en fuerza? ¿Qué suma de autonomía podía desplegar, obligado como estaba a sostener en todos los momentos el áspero combate por la existencia? Y el espectáculo de las llamadas razas inferiores de nuestros dias nos manifiesta muy a las claras que, en efecto, no puede haber autonomía cuando el hombre ha de estar siempre alerta con las pocas facultades que posee, a fin de poder satisfacer sus necesidades materiales.

Reconocemos ciertamente que los grandes descubrimientos, como el vapor y la electricidad, han unido las nacíones, para dar impulso a la solidaridad universal; pero del hecho de verse los trabajadores en la precisión de aunar sus esfuerzos para vencer los obstáculos que les opone la naturaleza, no se induce que su autonomía se aminore en el sentido de una subordinación cualquiera. Estando para lo sucesivo en continuas relaciones los municipios y las nacionalidades, será cada vez más nociva toda autoridad que sirva para estatuir esas relaciones e imponer su voluntad con el fin de socializar los esfuerzos de los individuos y de los grupos.

Si en los primeros tiempos de la humanidad se hizo la federación de los grupos aislados y la socialización de los esfuerzos individuales por medio de una autoridad exterior, esta solidarización se efectúa hoy espontáneamente sin menoscabo de la autonomia de los grupos; y precisamente, gracias al vapor y a los progresos de la mecánica, los cuales han establecido relaciones frecuentes entre quienes sólo aprendieron a conocerse al caer bajo la férula del mismo amo. ¿Menguará por eso la independencia de los individuos y de los grupos? Tampoco lo creemos, puesto que el vapor, la electricidad y la mecánica, poniendo al servicio del hombre grandísimas fuerzas que permiten domeñar la distancia y el tiempo, han venido a aumentar su independencia reduciendo el periodo necesario para la lucha por la vida (nos referimos a la lucha contra la naturaleza) y a permitir así a los individuos que empleen la mayor parte del tiempo en un trabajo recreativo en el seno de una sociedad fundada en la solidaridad y en la autonomía.

Sí, lo reconocemos y lo proclamamos; los descubrimientos científicos del hombre le conducen cada vez más a la asociación de los esfuerzos y a la solidaridad de los intereses. Por eso queremos destruir la sociedad actual, basada en su antagonismo. Pero de esto a reconocer la necesidad de un poder público hay una gran distancia. ¿De dónde han sacado, pues, los autoritarios que pueda existir solidaridad de intereses entre quien manda y quien obedece?

Los progresos lentamente realizados por la humanidad, ¿no se deben precisamente a ese espíritu de insubordinación y de indisciplina, que ha impelido al hombre a emanciparse de los obstáculos que dificultaban su desarrollo, a ese espíritu sublime de rebelión que le arrastraba a combatir contra las tradiciones y el quietismo, a registrar los ámbitos más obscuros de la ciencia para arrancar sus secretos a la naturaleza y aprender a triunfar de ella?

En efecto, ¿quién puede prever el grado de desarrollo a que hubiéramos llegado si la humanidad hubiese podido desenvolverse con libertad? ¿Quién ignora hoy que muchos descubrimientos de los cuales se enorgullece el siglo XIX habían sido hechos o presentidos en otras épocas, pero los sabios tuvieron que tenerlos secretos o abandonar su estudio para no ser quemados como hechiceros?

Sí el cerebro humano no ha quedado deshecho dentro de la doble prensa de tornillo de las autoridades temporal y espiritual, si el progreso ha podido realizarse a pesar de esa compresión bajo la cual gime la humanidad desde que el hombre es un ser pensador, consiste en que el espíritu de insubordinación era más fuerte que la compresión.

Los autoritarios dicen que sólo quieren un poder para guiar esta evolución de las ideas y de los hombres. Pero no ven que querer obligar a todos los hombres a soportar el mismo modo de evolución (lo cual acontecería sin remedio si una autoridad cualquiera se encargase de guiarla), sería cristalizar la civilización en el estado en que hoy se encuentra. ¿Dónde estaríamos en la actualidad, si entre los seres inconscientes de las primeras edades de la vida hubiesen existido espíritus cientificos bastante poderosos para dirigir la evolución de los seres en el sentido de los conocimientos que en aquella época poseían?

Hemos visto que es preciso no deducir que nuestro ideal sea lo que los partidarios de Darwin en sociología llaman la lucha por la existencia. La destrucción de las especies más débiles por las especies más fuertes pudo ser una de las formas de la evolución en tiempos remotos; pero hoy que el hompre es un ser consciente, hoy que comenzamos a vislumbrar y a comprender las leyes que rigen a la Humanidad, la evoiución debe revestir una forma diferente.

Ya hemos dicho que esta forma es la solidaridad de los intereses y esfuerzos individuales para lograr mejor porvenir. Pero también estamos convencidos de que esta solidaridad de fin y de medios sólo puede nacer de la libre autonomia de los individuos; quienes, libres para buscarse entre si y para aunar sus esfuerzos en el sentido que responda mejor a sus aptitudes y aspiraciones, ya no necesitarán pesar sobre nadie, puesto que nadie pesará sobre ellos. El hombre está hoy lo suficiente adelantado para reconocer por experiencia el lado bueno o malo de una acción; resulta de ahi que en una sociedad sin poder público los grupos que se dirigiesen por mal camino, al ver junto a ellos otros grupos mejor organizados sabrán abandonar la mala senda para adherirse al modo de conducta que les pareciere el mejor.

Quedando el desarrollo progresivo de la Humanidad libre de los obstáculos que hasta hoy le han puesto trabas, la evolución de las ideas y de los individuos ya no nos presentaría sino una lucha pacifica en que cada uno rivalizaria en celo para producir mejor que los otros, y nos conduciria de ese modo al fin último: la felicidad del individuo en medio del bienestar general.

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