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El primero de mayo en Petrogrado
En 1890 se celebró en América por primera vez el primero de Mayo como el día de fiesta del Trabajo internacional. El Día de Mayo llegó a ser para mí un acontecimiento extraordinario, inspirador como pocos. Ser testigo de la celebración del Primero de Mayo en un país libre era algo con que se podía soñar o desear con vehemencia, pero que quizás nunca se realizaría. Y ahora, en 1920 el sueño de muchos años iba a convertirse en realidad en la Rusia revolucionaria. La impaciencia me devoraba por presenciar pronto el Primero de Mayo. Fue un día glorioso; al calor del sol primaveral se iban derritiendo los últimos hielos del invierno inclemente. Desde muy temprano sonidos musicales me saludaron, grupos de trabajadores y soldados marchaban por las calles entonando cantos revolucionarios. La ciudad estaba alegremente adornada: la plaza Uritski, frente al Palacio de Invierno, era una masa roja y las calles cercanas un verdadero tumulto de colores. Multitudes compactas se dirigían hacia el Campo de Marte donde yacían los héroes de la Revolución.
Aunque tenía una tarjeta-invitación para la tribuna oficial preferí permanecer entre el pueblo para sentirme una parte de la gran hueste que había llevado a cabo el acontecimiento mundial. Este era su día, el día de su realización. No obstante ... parecían peculiarmente tranquilos, abrumadamente silenciosos. No había alegría en su cantar, ni regocijo en su risa. Marchaban mecánicamente, automáticamente respondían a los claqueurs de la tribuna oficial que gritaban Hurrah a medida que las columnas pasaban.
Por la noche se iba a verificar un acto público. Mucho antes de la hora anunciada la plaza Uritski, frente al Palacio, y las orillas del Neva hervian de gente, reunida para presenciar el acto al aire libre que simbolizaría el triunfo del pueblo. La pieza constaba de tres partes: la primera describia las condiciones que condujeron a la guerra y el rol de los socialistas alemanes en ella; la segunda reproducía la Revolución de Febrero, con Kerenski en el poder; la última, la Revolución de Octubre.
Fue una pieza vivida, real, fascinadora. Se representó en los peldaños del que fue Stock Exchange, frente a la plaza. En el escaño más alto se sentaban reyes y reinas con sus cortesanos, a quienes rendían pleitesia militares endosados en vistosos uniformes. La escena representa una recepción de gala: se anuncia que se va a construir un monumento en homenaje al capitalismo mundial.
Hay mucho regocijo y sigue una salvaje orgía de música y danza. Entonces de las profundidades emergen las masas esclavizadas y trabajadoras, sonando sus cadenas tristemente en contraste con la música de arriba. Están respondiendo a la orden de construir el monumento para sus amos: se ven algunos que llevan martillos y yunques; otros tambalean bajo el peso de enormes bloques de piedra o van cargados de ladrillos. Los obreros trabajan penosamente en su mundo de miseria y obscuridad, azotados, para que realicen esfuerzos mayores, por el látigo del capataz de esclavos, mientras arriba hay luz y alegría y los amos están de fiesta. La realización del monumento se señala por amplios díscos amaríllos levantados en alto en medio del regocijo del mundo que se mueve en la cumbre.
En este momento se vé una banderita flameando abajo, y una pequeña figura que arenga al pueblo. Puños amenazantes se alzan y la bandera y la figura desaparecen para reaparecer en diferentes partes del bajo mundo. Otra vez flamea la bandera roja, ora aquí, ora allá. Poco a poco el pueblo cobra confianza y se vuelve amenazador. La indignación y la angustia crecen, los reyes y las reinas empiezan a alarmarse. Para mayor seguridad se encierran en las ciudades, y el ejército se prepara para defender la fortaleza del capitalismo.
Estamos en agosto de 1914. Los gobernantes están otra vez de fiesta y los trabajadores siguen esclavizados.
Los miembros de la Segunda Internacional están confabulados con el poder. Permanecen sordos al alegato de los trabajadores que piden los salven de los horrores de la guerra. Entonces los acordes del God save the king anuncian la llegada del ejército inglés. Es seguido por soldados rusos con fusiles y artilleria y una procesión de enfermeras y tullidos, el tributo para el Moloch de la guerra.
El siguiente acto describe la Revolución de febrero. Banderas rojas aparecen por todas partes, automóviles blindados se atacan entre sí. El pueblo asalta el Palacio de Invierno y arría el emblema de la mansión del Zar. El gobierno de Kerenski asume el poder y el pueblo es arrastrado otra vez a la guerra. Entonces viene la maravillosa escena de la Revolución de Octubre, con soldados y marineros que marchan a lo largo del amplio espacio que se extiende ante la construcción de mármol blanco. Saltan a los peldaños del palacio, hay una breve lucha y las masas lanzan vítores de triunfo. La Internacional flota en el aire; sube más alto y más alto en exultantes estruendos de alegría. Rusia es libre; los trabajadores, soldados y marineros anuncian la nueva era, el comienzo de la comuna mundial.
Enormemente conmovedor fue este acto. Pero la inmensa masa premaneció silenciosa. Sólo un débil aplauso se oyó de la gran muchedumbre. Yo estaba confundida. ¿Cómo explicar esta sorprendente falta de respuesta? Cuando le hablé a Lisa Zorin acerca de ello dijo que el pueblo había vivido la Revolución de Octubre y que la representación teatral era un pálido reflejo de la realidad de 1917. Pero mi pequeña vecina comunista me dio una versión diferente: El pueblo ha sufrido tantas desgracias desde octubre de 1917, dijo, que la revolución ha perdido todo significado para él, La pieza tuvo la virtud de hacer su dolor más acerbo.
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