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Recuerdos de Kronstadt (1)
Traducción del francés por Chantal López y la colaboración de Omar Cortés en la redacción del texto en español.
(...) En Rusia el asunto de las huelgas me había intrigado a menudo. La gente contaba que la menor tentativa de ese tipo era aplastada y sus participantes encarcelados. No lo creía, y como siempre, en estos casos, me dirigí a Zorin (2) para obtener más información. Exclamó: ¡Huelgas bajo la dictadura del proletariado! ¡Tales cosas no existen! Me reprochó dar crédito a esas historias tan insensatas e imposibles. ¿Por cierto, contra quiénes, los obreros en la Rusia soviética, debían ponerse en huelga? ¿Contra ellos mismos? Eran los dueños del país, tanto política como industrialmente. De seguro, entre los obreros se encontraban algunos que no tenían plena conciencia de clase y que no conocían sus verdaderos intereses. Estos vociferaban de vez en cuando, pero eran elementQs incitados (...) por egoistas y enemigos de la Revolución. Parásitos que, a propósIto, inducían al error a la gente Ignorante. (...) Evidentemente, las autoridades soviéticas debian proteger al país de estos saboteadores que, en su gran mayoría, estaban ya en la cárcel.
Desde entonces me enteré, por observaciones personales y por experiencia, que los verdaderos saboteadores contrarrevolucionarios y bandidos que estaban en las cárceles de la Rusia soviética no eran más que una minoría insignificante. La gran masa de la población penitenciaria se componía de heréticos sociales que eran culpables de pecado fundamental contra la iglesia comunista, pues ninguna ofensa era considerada con tanto odio como la de tener opiniones políticas diferentes a las del partido, y de protestar contra las maldades y crímenes del bolchevismo. Me dí cuenta que la mayoría estaba compuesta por prisioneros políticos -tanto campesinos como obreros-, culpables de haber pedido un buen trato y mejores condiciones de vida. Estos hechos, rigurosamente ocultados al público, eran sin embargo conocidos por todo el mundo, como también casi todas las cosas que ocurrian en secreto bajo la superficie soviética. Estas informaciones prohibidas, ¿cómo lograban emerger? Era un misterio para mi, pero de hecho emergian y se esparcían con la misma rapidez e intensidad de un incendio en un bosque.
Menos de veinticuatro horas después de nuestro regreso a Petrogrado, supimos que en la ciudad había un profundo descontento y que corrían rumores de huelga, cuya causa eran los sufrimíentos acrecentados, debidos a un invierno extraordinariamente riguroso, así como a la habitual miopía de los Soviets. Terribles tempestades de nieve habían retrasado el envío de magros abastecimientos de víveres y de combustibles para la ciudad. Además, el Petro-Soviet cometió el estúpido error de cerrar varias fábricas y de reducir, a la mitad, la ración de sus empleados. Al mismo tiempo, se supo que en los almacenes se distribuyó a los miembros del partido un nuevo abastecimiento de zapatos y de ropas, mientras que los demás obreros estaban miserablemente vestidos y calzados. Y, para colmo de errores, las autoridades habían prohibido el mitin convocado por los obreros para discutir la manera de mejorar esta situación.
Entre los elementos no comunistas de Petrogrado era común la opinión de la gravedad de la situación. La atmósfera era tan tensa como para explotar de un momento a otro. Naturalmente decidimos quedarnos en la ciudad, no con la esperanza de poder evitar los disturbios amenazadores sino para estar presentes y poder ser útiles a la gente.
La tempestad se desató más pronto de lo que esperábamos. Comenzó con la huelga de los obreros de los molinos de Trubetskoy. Sus reivindicaciones eran muy modestas: un aumento de las raciones alimenticias, tal como se los habían prometido desde hacía mucho tiempo, y la distribución de los zapatos disponibles. El Petro-Soviet rehusó discutir con los huelguistas, hasta que no hubieran regresado a su trabajo.
Compañías de kursanty (3) armados, compuestas por jóvenes comunistas cumpliendo su servicio militar, eran enviadas para dispersar a los obreros reunidos alrededor de los molinos. Los cadetes intentaban provocar a la masa disparando al aire, pero afortunadamente los obreros habían acudido desarmados y no hubo sangre derramada. Los huelguistas recurrieron a una arma mucho más potente: la solidaridad de sus camaradas obreros. El resultado fue que los obreros de cínco fábricas pararon el trabajo y se juntaron al movimiento huelguístico. Llegaban, como un solo hombre, de los muelles de Galernaya, de los almacenes de la marina, de los molinos de Patronny, de las fábricas de Baltysky y de Laferm. Su manifestación fue en seguida dispersada por los soldados. De todas las informaciones recibidas, concluí que el trato reservado a los huelguistas no era de ninguna manera fraternal.
(...) La petición de los obreros para obtener más pan y combustibles se transformó en solicitud de reivindicaciones políticas precisas, debido a la actitud arbitraria e intransigente de las autoridades. Un manifiesto pegado a las paredes, no se supo nunca por quien, llamaba a un cambio total de la política del gobierno. Decía: ¡Los obreros y los campesinos necesitan primero, libertad! No quieren vivir bajo los decretos de los bolcheviques, quieren controlar su propio destino. Cada día la situación se volvía más tensa, nuevas reivindicaciones circulaban y eran pegadas en los muros y en las paredes de los edificios. Al fin apareció un llamamiento a favor de la asamblea constituyente, tan detestada y denunciada por el partido en el poder.
La ley marcial fue declarada y se dio la orden a los obreros de reingresar a sus fábricas, con la amenaza que de no hacerlo serían privados de sus raciones. Esto, sin embargo, no dio resultado: pero, a raíz de este hecho un cierto número de sindicatos fueron liquidados, sus dirigentes y los más recalcitrantes huelguistas, encarcelados.
Impotentes, mirábamos grupos de hombres rodeados de soldados y de tchekistas armados pasar bajo nuestras ventanas. Con la esperanza de convencer a los dirigentes soviéticos de la locura y del peligro de su táctica, Sacha (4) intentó encontrarse con Zinoviev, mientras yo buscaba a los señores Ravich, Zorin y Zipperovitch, jefes del soviet de los sindicatos de Petrogrado. Pero todos rehusaron recibirnos bajo el pretexto de que estaban demasiado ocupados en defender la ciudad contra los complots contrarrevolucionarios tramados por mencheviques y socialistas-revolucionarios. Este estribillo estaba muy gastado por haber sido utilizado durante tres años, pero siempre muy bueno para impresionar a los militantes comunistas.
La huelga se extendía a pesar de las extremas medidas que se tomaron. Continuaban los arrestos, pero la estupidez, con la cual las autoridades reaccionaban, alentó a elementos ignorantes. Comenzaron a aparecer proclamas contrarrevolucionarias y antisemitas, rumores de represión militar y de brutalidades de la Tcheka contra los huelguistas, corrían por la ciudad.
Los obreros estaban decididos, pero pronto fue claro que los derrotarían por el hambre; no había manera de ayudar a los huelguistas, aun teniendo algo que darles. Todas las avenidas por las cuales se podía llegar a los barrios industriales estaban bloqueadas por las tropas. Además, la misma población estaba en una situación espantosa. Los pocos víveres y ropas que podíamos reunir eran una gota de agua en el océano. Todos nos dábamos cuenta de la desigualdad del régimen alimenticio entre los secuaces de la dictadura y los trabajadores. Tan grande era esa desigualdad que imposíbilitaba a los huelguistas sostener la situación durante mucho tiempo.
En esta tensa y desesperada situación, de repente apareció un nuevo factor que daba alguna esperanza para un posible arreglo. Eran los marineros de Kronstadt. Fieles a sus tradiciones revolucionarias y a la solidaridad de los trabajadores, demostradas tan lealmente durante la revolución de 1905 y, más tarde. en los levantamientos de marzo y octubre de 1917, de nuevo apoyaban a los proletarios arrazados de Petrogrado. No ciegamente; tranquilamente y sin que nadie se enterara, habían enviado una comisión para informarse de las reivindicaciones de los huelguistas. El informe de esta comisión llevó a los marineros de los barcos de guerra Petropavlovsk y Sebastopol a adoptar una resolución en favor de sus hermanos obreros en huelga (5). Se declaraban entregados a la revolución y a los soviets así como leales para con el partido comunista. Sin embargo protestaban contra la actitud arbitraria de ciertos comisarios e insistían firmemente sobre la necesidad de una más grande autodeterminación para los grupos organizados de los obreros. Además reclamaban libertad de reunión para los sindicatos y las organizaciones de campesinos, así como la libertad para todos los detenidos políticos y sindicales de las prisiones soviéticas y de los campos de concentración.
(...) Durante un mitin celebrado el lo. de marzo, al que asistían 16,000 marineros, soldados del Ejército rojo y obreros de Kronstadt, resoluciones similares fueron adoptadas en forma unánime a excepción de tres votos. Los tres opositores eran: Vassiliev, presidente del soviet de Kronstadt, que presidía el mitin; Kuzmin, comisario de la flota báltica y, Kalinin, presidente de la República socialista soviética federada.
Dos anarquistas habían asistido al mitin y a su regreso, nos contaron que allí había reinado orden, entusiasmo y buen espíritu. Desde los primeros días de octubre no habían visto demostración tan espontánea de solidaridad y de compañerismo ferviente. Sólo deploraban que no hubiéramos asistido a esta demostración. Decían que la presencia de Sacha -a quien los marineros de Kronstadt habían defendido tan valientemente cuando pesaba sobre nuestras cabezas la extradición de California en 1917- habría influido mucho sobre la resolución. Estábamos de acuerdo con ellos, ya que hubiese sido una experiencia maravillosa participar, en territorio soviético, en el primer gran mitin masivo que no estaba organizado por consigna. Hacía ya tiempo, Gorki me aseguró que los hombres de la flota báltica, habían nacido anarquistas y que mi lugar estaba entre ellos. A menudo yo deseaba ir a Kronstadt para encontrar y hablar a las tripulaciones, pero tenía la convicción que en mi estado mental confuso y quebrantado de aquel entonces nada podría ofrecerles de constructivo. Ahora tomaría mi lugar entre ellos, sabiendo que los bolcheviques correrían el rumor de que yo incitaba a los marineros en contra del régimen. Sacha decía que poco le importaba lo que dirían los comunistas. Se uniría a los marineros en su protesta a favor de los obreros huelguistas de Petrogrado.
Nuestros camaradas insistieron sobre el hecho de que las expresiones de simpatía por parte de Kronstadt para con los huelguistas no podrían, de ninguna manera, ser consideradas como una acción antisoviética. De hecho, el espíritu de los marineros y las resoluciones adoptadas en su mitin masivo eran netamente pro-soviéticas. Protestaban enérgicamente contra la actitud autocrática para con los huelguistas hambrientos, pero el mitin, en ningún momento, había dejado entrever la menor oposición a los comunistas. En realidad, ese gran mitin había tenido lugar bajo los auspicios del soviet de Kronstadt. Para demostrar su lealtad, los marineros habían acogido con cantos y música a Kalinin cuando llegó a la ciudad; y su discurso fue atentamente escuchado con el más profundo respeto. Aún más, a pesar de que él y sus camaradas habían vituperado a los marineros y condenado su moción, estos escoltaron muy amigablemente a Kalinin hasta la estación, tal como nuestros informantes lo pudieron constatar.
Oímos rumores según los cuales Kuzmin y Vassiliev habían sido arrestados por los marineros, durante un mitin de trescientos delegados de la flota, de la guarnición y del soviet de los sindicatos. Preguntamos a nuestros dos camaradas lo que sabían al respecto. Confirmaron que, en efecto, estos dos hombres habían sido arrestados. La razón era que Kuzmin denunció, durante el mitin, a los marineros y huelguistas de Petrogrado como traidores, (...) declarando que, desde ese momento, el partido comunista iba a combatirlos como contrarrevolucionarios hasta el final. Los delegados tuvieron conocimiento de que Kuzmin había dado la orden de evacuar todo el abastecimiento y las municiones de Kronstadt dejando así a la ciudad en la inanición. Por esta razón los marineros y la guarnición de Kronstadt decidieron arrestar a los dos hombres y tomar precauciones para que las provisiones no se retirasen de la ciudad. Pero esto de ninguna manera era una señal de intento de rebelión ni de que los hombres de Kronstadt dejasen de creer en la integridad revolucionaria de los comunistas. Por el contrario, se permitió a los delegados comunistas hablar tanto como los otros. Otra prueba de confianza en el régimen se dio con el envío de un comité de treinta hombres para conferenciar con el Petro-Soviet en vista de un arreglo amigable de la huelga.
Nos sentíamos orgullosos de esta magnífica solidaridad de los marineros y soldados de Kronstadt para con sus hermanos en huelga de Petrogrado y esperábamos que, gracias a la mediación de los marineros, el fin de los disturbios se lograrían rápidamente.
Desgraciadamente nuestras esperanzas fueron truncadas una hora después de que recibimos noticias de los acontecimientos de Kronstadt. Una orden firmada por Lenin y Trotsky estremeció a todo Petrogrado. La orden decía que Kronstadt se había amotinado contra el gobierno soviético y denunciaba a los marineros como Ios instrumentos de antiguos generales zaristas quienes, de acuerdo con Ios traidores socialistas-revolucionarios, habían tramado una conspiración contrarrevolucionaria en contra de la República proletaria.
¡Absurdo! ¡Pero es pura locura! exclamó Sacha después de leer una copia de esta orden. Lenin y Trotsky deben estar mal informados. ¡No es posible que puedan creer que los marineros sean culpables de una contrarrevolución! ¡Cómo sería posible que las tripulaciones del Petropavlovsk y del Sebastopol, que constituían el apoyo más sólido de los bolcheviques desde octubre, se hayan convertido en contrarrevolucionarios! ¿No los había saludado el mismo Trotsky, como el orgullo y la flor de la revolución?.
En seguida debemos ir a Moscú, dijo Sacha. Era absolutamente necesario ver a Lenin y a Trotsky para explicarles que todo esto era un terrible malentendido, un error que podría ser fatal a Ia misma Revolución. Era muy duro para Sacha renunciar a su fe en la integridad revolucionaria de hombres considerados, por millones de gentes en el mundo, como apóstoles del proletariado. Yo estaba de acuerdo con él; pensaba que Lenin y Trotsky habían sido tal vez inducidos en el error por Zinoviev, quien telefoneaba todas las noches dando detallados informes sobre Kronstadt. Zinoviev, hasta entre sus camaradas, nunca tuvo la reputación de tener valor personal. Tuvo pánico desde los primeros síntomas de descontento expresados por los obreros de Petrogrado. Cuando supo que la guarnición local había expresado su simpatía con loS huelguistas, perdió completamente la cabeza y ordenó que le instalaran una ametralladora, en el hotel Astoria, para su protección personal. El asunto de Kronstadt lo había llenado de terror, cosa que le indujo a pregonar historias sin sentido en Moscú. Sacha y yo sabíamos todo esto, pero yo no podía creer que Lenin y Trotsky realmente pensaran que los hombres de Kronstadt fueran culpables de una contrarrevolución o capaces de cooperar con generales blancos, tal como se les acusaba en la orden de Lenin.
Una ley marcial extraordinaria fue decretada en toda la provincia de Petrogrado, y nadie más que los oficiales provistoS de autorizaciones especiales, podían dejar la ciudad. La prensa bolchevique lanzaba una campaña de calumnias y vituperaciones contra Kronstadt, proclamando que los marineros y soldados habían hecho causa común con el general zarista Kozlovsky por lo que declaraban a la gente de Kronstadt fuera de la ley. Sacha comenzaba a darse cuenta que la situación tenía un origen mucho más profundo y muy diferente a una simple mala información de Lenin y Trotsky. Este último debía asistir a la sesión especial del Petro-Soviet en donde se decidiría el destino de Kronstadt. Decidimos asistir.
Era la primera vez que oiría a Trotsky en Rusia. Pensaba que podría recordarle sus palabras de despedida en Nueva York: la esperanza expresada por él, de vernos pronto en Rusia para ayudar a las grandes tareas hechas posibles por el derrocamiento del zarismo. Ibamos a pedirle dejarnos ayudar a resolver los problemas de Kronstadt en un espíritu fraternal; disponer de nuestro tiempo y nuestra energía, y hasta de nuestras vidas, en esta suprema prueba que la revolución planteaba al partido comunista.
Desgraciadamente, el tren en el que viajaba Trotsky llegó tarde, por lo que no pudo asistir a la sesión. Los hombres que hablaron en esta asamblea eran inaccesibles. Un loco fanatismo animaba sus palabras y un miedo ciego los invadía.
El estrado estaba severamente guardado por unos kursanty; soldados de la Tcheka, bayoneta calada, se encontraban entre el estrado y el auditorio. Zinoviev, que presidía, parecía estar en el límite de una crisis nerviosa. Se levantó varias veces para hablar volviéndose a sentar en seguida. Cuando finalmente comenzó a hablar, giró la cabeza de derecha a izquierda como si temiera un ataque repentino. Su voz, siempre tan infantilmente débil, subía en un tono agudo, extremadamente desagradable y de ninguna manera convincente.
Denunciaba al general Kozlovsky como el mal genio de los hombres de Kronstadt, a pesar de que la mayoría de los asistentes supiesen que este oficial había sido colocado en Kronstadt por el mismo Trotsky como especialista en artillería. Kozlovsky era viejo y decrépito, y no tenía ninguna influencia sobre los marineros ni sobre la guarnición. Esto no impidió a Zinoviev, presidente del comité de defensa creado especialmente para esta ocasión, proclamar que Kronstadt se había levantado contra la revolución e intentaba realizar los planes de Kozlovsky y de sus ayudantes zaristas.
Kalinin se expresó con su habitual actitud paternal y atacó a los marineros en términos violentos, olvidándose de los homenajes recibidos en Kronstadt hacía sólo algunos días. Ninguna medida es demasiado severa para los contrarrevolucionarios que se atreven a levantar la mano contra nuestra gloriosa Revolución, declaró. Los oradores de segundo orden proseguian en el mismo tono, despertando su fanatismo comunista, ignorando los hechos reales y llamando a una venganza en contra de los hombres que en la víspera habían aclamado como héroes y hermanos.
Por encima del estruendo de la gente vociferante, una sola voz intentaba hacerse oir: la voz tensa y grave de un hombre que estaba en las primeras filas. Era el delegado de los empleados huelguistas del Arsenal. Se veía obligado a protestar, decía él, contra las falsas acusaciones lanzadas desde el estrado en contra de los hombres de Kronstadt, tan valientes y leales. Mirando a Zinoviev y señalándole con el dedo, el hombre dijo: Es vuestra cruel indiferencia y la de vuestro partido que nos ha conducido a la huelga y ha despertado la simpatía de nuestros hermanos marineros que lucharon junto a nosotros en la revolución. ¡No son culpables de ningún otro crímen y vosotros lo sabéis! Los calumniais voluntariamente y llamáis a su exterminio. Gritos como: ¡Contrarrevolucionario, traidor! ¡Menchevique! ¡Bandido! convirtieron la reunión en un verdadero manicomio.
El viejo obrero se quedó de pie, y elevando su voz por encima del tumulto, gritó: Hace apenas tres años que Lenin, Trotsky, Zinoviev y todos vosotros fuistéis denunciados como traidores y espias alemanes. Nosotros, los trabajadores y los marineros os hemos ayudado y salvado del gobierno Kerensky. ¡Somos nosotros quienes os llevamos al poder! ¡Lo habéis olvidado! Ahora sois vosotros quienes nos amenazáis. ¡Recordad que estáis jugando con el fuego! ¡Estáis repitiendo los errores y los crimenes del gobierno de Kerensky! ¡Cuidaos de que un mismo destino no os sea reservado!.
Zinoviev, al oir este desafío, se estremeció. En el estrado, los demás, muy embarazados, se agitaban en sus asientos. La asistencia comunista parecía aterrorizada por este siniestro reto.
En ese momento, otra voz se elevó. Un hombre corpulento, uniformado de marinero, se irguió en el fondo de la sala. Declaró que nada había cambiado el espíritu revolucionario de sus hermanos del mar. Estaban listos, hasta el último hombre, para defender la revolución con cada gota de su sangre. Y se puso a leer la resolución de Kronstadt adoptada en el mitin del 1o. de marzo. El tumulto que se elevó a raíz de esa audacia impidió oírlo, salvo para las personas que estaban muy cerca de él. Sin embargo no se dió por vencido y prosiguió su lectura hasta el final.
La única respuesta que recibieron estos dos valientes hijos de la revolución, fue la resolución de Zinoviev que exigió la total e inmediata rendición de Kronstadt, so pena de ser exterminados. La resolución fue votada apresuradamente en un pandemonium de confusión, siendo ahogadas las voces de la oposición.
Pero el silencio frente a la masacre amenazadora era intolerable. Debía hacerme oír, no ante estos obsesionados que ahogarían mi voz como lo hicieron con los demás. Daría a conocer mi posición esa misma noche mediante un informe dirigido al poder supremo do la defensa soviética.
Cuando estabamos solos, yo hablaba con Sacha de esto, y estaba contenta de saber que mi viejo amigo tenía la misma idea. Sugería que nuestra carta deberia constituir una protesta común y referirse únicamente a la resolución de exterminio adoptada por el Petro-soviet. Dos camaradas, que se encontraban en esta reunión, compartían nuestro punto de vista y ofrecían firmar con nosotros el llamado a las autoridades. No tenía ninguna esperanza de que nuestro mensaje ejerciese una influencia moderadora o algún freno sobre las medidas decretadas contra los marineros. Pero estaba decidida a hacer constar mi actitud con el fin de tener un testimonio para los años venideros, comprobando así que no me había quedado muda ante la más negra traición de la revolución, hecha por el partido comunista.
A las dos de la madrugada, Sacha habló por teléfono con Zinoviev para decirle que quería comunicarle algo importante acerca de Kronstadt. Tal vez Zinoviev creyó que ese comunicado podría ayudar a la conspiración contra Kronstadt, ya que de otra manera no se hubiese molestado enviándonos a la señora Ravich a tan avanzada hora de la noche, o sea, diez minutos después de que Sacha había telefoneado. La señora portaba una nota de Zinoviev, en donde éste nos pedía que le entregáramos el mensaje. Le dimos el siguiente comunicado:
Al soviet de los sindicatos y de la defensa de Petrogrado.
Presidente Zinoviev.
Ya es imposible guardar silencio: ¡hasta sería criminal! Los recientes acontecimientos nos motivan, a nosotros los anarquistas, a hablar y definir nuestra posición frente a la situación actual.
El espíritu de descontento que se manifiesta entre los trabajadores y los marineros es el resultado de causas que exigen nuestra seria atención. El frío y el hambre han producido descontento y la ausencia de posibilidades para discutir y criticar, obligan a los marineros y a los obreros a exponer públicamente sus quejas.
Bandas de guardias blancas desean, y pueden intentarlo, explotar ese descontento en beneficio de su propia causa. Ocultos tras los trabajadores y marineros, lanzan slogans reclamando la asamblea constituyente, el comercio libre y plantean reivindicaciones similares.
Nosotros los anarquistas hemos denunciado, desde hace mucho tiempo, el error de esos slogans y declaramos al mundo entero que vamos a combatir, armas en la mano, cualquier tentativa contrarrevolucionaria en cooperación con todos los amigos de la revolución socialista y mano a mano con los bolcheviques.
En lo que se refiere al conflicto entre el gobierno soviético y los trabajadores y marineros, pensamos que debe ser resuelto, no por la fuerza de las armas, sino por la camaraderia, por un acuerdo revolucionario y fraternal.
La decisión tomada por el gobierno soviético de derramar sangre, no apaciguará a los trabajadores en la situación actual. Por el contrario, servirá únicamente para empeorar las cosas y reforzará el juego de la contrarrevolución en el interior.
Todavía más grave, el uso de la fuerza por el gobierno de los trabajadores y campesinos contra los obreros y marineros tendrá un efecto reaccionario sobre el movimiento revolucionario internacional y perjudicará a la revolución socialista.
¡Camaradas bolcheviques, reflexionen antes de que sea demasiado tarde! ¡No jueguen con fuego: Están dando un paso decisivo muy grave!
Les proponemos lo siguiente: permitan la elección de una comisión compuesta por cinco personas, incluyendo a dos anarquistas. Esta comisión se desplazará a Kronstadt para resolver el conflicto por medios pacíficos. En la presente situación es el método más radical. Será de una importancia revolucionaria internacional.
Petrogrado, 5 de marzo de 1921.
Alexander Berkman, Emma Goldann (y dos firmas más).
La prueba de que nuestro llamado no encontraria más que oídos sordos, nos fue confirmada el mismo día cuando Trotsky dio un ultimátum a Kronstadt. Por orden del gobierno de los obreros y campesinos, declaró a los marineros y a los soldados de Kronstadt, que iba a disparar como si fueran conejos, a todos los que se atrevieron a levantar la mano en contra de la patria socialista. Se ordenaba a los navíos y a las tripulaciones en rebelión, rendirse inmediatamente al gobierno soviético, de lo contrario, serían sometidos por las armas. Sólo los que se rindieran sin condiciones podrían contar con la misericordia de la República soviética.
Esta última llamada de atención era firmada por Trotsky, como presidente del soviet militar revolucionario y por Kamenev, comandante en jefe del Ejército rojo. Atreverse a dudar del divino derecho de los gobernantes era de nuevo castigado con la muerte.
Trotsky cumplía su palabra. Habiendo tomado el poder gracias a los hombres de Kronstdat, ahora estaba en una posición que le permitía pagar totalmente su deuda al orgullo y a la gloria de la revolución rusa. Los mejores expertos militares y estrategas del régimen zarista estaban en esos momentos a su servicio; entre ellos el famoso Tukhatshevsky (6) que Trotsky nombró comandante general para el ataque contra Kronstadt. Además había hordas de tchekistas entrenados desde hacía tres años en el arte de matar, kursanty y comunistas elegidos especialmente por su obediencia ciega a las órdenes dadas, así como las más seguras tropas de los diferentes frentes. Con esta fuerza concentrada frente a la ciudad condenada, se esperaba controlar fácilmente el motín. Sobre todo, desde que los marineros y soldados de la guarnición de Petrogrado habían sido desarmados, y evacuados de la zona peligrosa todos los que expresaron su solidaridad con sus camaradas sitiados. Desde mi ventana del hotel Internacional veía como los llevaban, en pequeños grupos, rodeados de potentes destacamentos de tropas tchekistas. Su paso había perdido toda gallardía, sus brazos colgaban a lo largo del cuerpo y sus cabezas estaban inclinadas tristemente.
Las autoridades ya no temían a los huelguistas de Petrogrado porque estaban debilitados por el hambre, sin energía, desmoralizados por las mentiras que se propagaron sobre ellos y sus hermanos de Kronstadt; su espíritu roto por la duda que se infiltraba gracias a la propaganda bolchevique. Ya no tenían espíritu de lucha, al igual que ninguna esperanza de poder ayudar a sus camaradas de Kronstadt que habían, sin pensar en ellos mismos, abrazado su causa y que ahora iban a pagarlo con su vida.
Kronstadt estaba abandonada por Petrogrado y aislada del resto de Rusia. Estaba sola y casi sin poder ofrecer resistencia. Se derrumbará con el primer dísparo, proclamaba la prensa soviética.
Se equivocaba. Kronstadt de ninguna manera pensaba en un motín, ni en resistir al gobierno soviético. Hasta el último momento, tenía decidido no derramar sangre. Todo el tiempo llamaba a un arreglo comprensivo y amigable. Pero, obligada a defenderse contra la provocación militar, se batió como un león. Durante diez días y diez noches agotadoras, los marineros y los soldados de la ciudad sitiada se mantuvieron firmes contra un continuo fuego de artilleria proviniente de tres frentes y contra las bombas lanzadas por la aviación. Repelieron heróicamente las repetidas tentativas de los bolcheviques para, con las tropas especializadas venidas desde Moscú, tomar por asalto las fortalezas. Trotsky y Tukhatshevsky tenían todas las ventajas sobre los hombres de Kronstadt. La totalidad de la maquinaria del estado comunista los apoyaba, y la prensa centralizada continuaba esparciendo veneno en contra de los pretendidos amotinados y contrarrevolucionarios. Sus refuerzos eran ilimitados. Los hombres se envolvlan en sabanas blancas para confundirse con la nieve del helado golfo de Finlandia, lo que les permitía camuflarse durante los ataques nocturnos contra los sorprendidos defensores de Kronstadt. Estos últimos tenían nada más su coraje indomable y su fe inquebrantable en la justicia de su causa y en los soviets libres que pregonaban como los únicos capaces para salvar a Rusia de la dictadura. Hasta les faltaba un rompe-hielo para detener el asalto del enemigo comunista. Estaban extenuados por el hambre, el frío, las noches de guardia; sin embargo se mantenían firmes luchando desesperadamente en una muy dispar relación de fuerzas.
Ni una voz amigable se oyó en el transcurso de ese espantoso drama. Durante los días y las noches invadidos por el trueno de la artillería pesada, del rugido de los cañones, no había nadie para protestar o para detener ese terrible baño de sangre. Gorki ... Máximo Gorki ... ¿dónde estaba? su voz sería escuchada. ¡Vamos a verlo!
Me dirigí a varios miembros de la inteligentsia. Gorki, me decían, nunca había protestado ni siquiera en casos graves, individuales, ni en los concernientes a los miembros de su propia profesión, ni siquiera cuando conocía la inocencia de los hombres condenados; y ahora tampoco protestaría. No había la menor esperanza.
La inteligentsia, los hombres y las mujeres que alguna vez fueron los voceros revolucionarios, los maestros del pensamiento, escritores y poetas, eran tan impotentes como nosotros y estaban paralizados por la futileza de cada esfuerzo individual. La mayoría de sus camaradas y amigos se encontraban en la cárcel o en el exilio, algunos habían sido ejecutados. Se sentían agobiados por el aniquilamiento de todos los valores humanos.
Me dirigí a los comunistas que conocíamos, suplicándoles que hicieran algo. Algunos se daban cuenta del monstruoso crimen que su partido estaba cometiendo contra Kronstadt. Admitían que la acusación de contrarrevolucionario al movimiento de Kronstadt, era ficticia. El pretendido dirigente Kozlovsky era una nulidad, demasiado preocupado por él mismo para inmiscuirse en la protesta de los marineros. Estos últimos eran de alta calidad humana siendo su única preocupación el bienestar de Rusia. Lejos de hacer causa común con los generales zaristas, habían hasta rechazado la ayuda que les brindaba Tchernov, el dirigente de los socialistas revolucionarios. No querían ayuda exterior. Pedían el derecho para ellos de escoger sus propios diputados en las próximas elecciones para el soviet de Kronstadt, así como justicia para los huelguistas de Petrogrado.
Los amigos comunistas pasaban noches enteras con nosotros ... hablando ... hablando ... pero ninguno de ellos se atrevía a elevar su voz para protestar abiertamente: Nosotros no nos dabamos cuenta de las consecuencias que esto tendría para ellos, decían. Serían excluidos del partido, se les privaría a ellos y a sus familias de trabajo y de raciones, y estarían literalmente condenados a morir de hambre, o desaparecerían pura y sencillamente sin que nadie supiese jamás lo que les habría pasado. Y sin embargo, nos aseguraban que no era el miedo lo que paralizaba su voluntad, sino la total inutilidad de una protesta o de un llamado. Nada, absolutamente nada, podía detener los engranajes del Estado comunista. Habían sido aplastados por ellos y ya ni siquiera tenían la fuerza para protestar.
Yo estaba obsesionada por la terrible aprensión de que nosotros, Sacha y yo, pudiésemos encontrarnos en idéntica situación, perdiendo todo aliento y resignados como ellos. Cualquier cosa era preferible a esto: la cárcel, el exilio, hasta la muerte; o la huida, huir de esta horrible impostura, de esta falsa apariencia de revolución.
La idea de querer dejar Rusia nunca me había pasado por la cabeza. Yo estaba trastornada y asombrada por este sólo pensamiento. ¡Abandonar a Rusia en su calvario! Pero yo sentía que daría ese paso antes que participar en el engranaje de esta maquinaria, antes que llegar a ser una cosa inanimada manejada como un títere.
El cañoneo sobre Kronstadt prosiguió sin parar durante diez días y diez noches y se detuvo de repente en la mañana del 17 de marzo. El silencio que cubría a Petrogrado era más temible que los disparos incesantes de la noche anterior. La agonía de la espera nos invadió a todos. Era imposible saber lo que pasaba y por qué el bombardeo cesó bruscamente. Avanzada la tarde, la tensión fue reemplazada por un mudo horror. Kronstadt había sido subyugada. Decenas de millares de hombres asesinados, la ciudad ahogada en sangre. El río Neva, del que la artillería pesada había roto el hielo, fue la tumba de una multitud de hombres: kursanty y jóvenes comunistas. Los heróicos marineros y soldados habían defendido sus posiciones hasta el último aliento. Los que no tuvieron la suerte de morir combatiendo, caían en las manos del enemigo para ser ejecutados o enviados a la lenta tortura de las heladas regiones del norte de Rusia.
Estábamos fulminados. Sacha, habiendo perdido el último residuo de su fe en los bolcheviques, erraba desesperado por las calles. Yo tenía los miembros pesados, una inmensa fatiga en cada nervio. Sentada, inerte, miraba !a noche. (...)
Al día siguiente, el 18 de marzo, aún medio dormida, después del insomnio de diecisiete días de angustia, fui despertada por el ruido de numerosos pasos. Los comunistas pasaban marchando, se oían marchas militares y se cantaba La Internacional. Estas estrofas, antaño tan jubilosas a mi oído, sonaron ahora como un canto fúnebre para la ssperanza ardiente de la humanidad.
18 de marzo: aniversario de la comuna de París de 1871 aplastada dos meses más tarde por Thiers y Gallifet, ¡los carniceros de 30,000 comuneros! Imitados en Kronstadt el 18 de marzo de 1921.
El verdadero sentido de esta liquidación de Kronstadt fue revelado por el mismo Lenin tres días después de los terribles hechos. En el décimo congreso del Partido Comunista que se celebraba en Moscú, durante el sitio de Kronstadt, Lenin cambió inesperadamente su cántico comunista por un salmo sobre la Nueva Política Económica. Comercio libre, concesiones a los capitalistas, contratación libre para el trabajo en el campo y en las fábricas, en fin todas las cosas condenadas durante más de tres años como significativas de la contrarrevolución, y castigadas con la cárcel o hasta con la muerte, eran ahora inscritas por Lenin en la gloriosa bandera de la dictadura.
Desvergonzadamente, como siempre, admitió lo que gentes sinceras y sensatas, pertenecientes al partido o no, supieron, durante diecisiete días, o sea, que los hombres de Kronstadt no querían colaboración de los contrarrevolucionarios, nl tampoco la de los bolcheviques. Los ingenuos marineros habían tomado en serio la divisa de la revolución: Todo el poder a los soviets, a la que Lenin y su partido prometieron solemnemente fidelidad. ¡Ese había sido el error imperdonable de los hombres de Kronstadt! Por eso tenían que morir. Debían convertirse en mártires que fecundarían la tierra para la nueva cosecha de slogans que Lenin utilizaría para anular completamente los antiguos. La obra de arte era la Nueva Política Económica: la N.E.P. (7)
La confesión pública de Lenin acerca de Kronstadt no detuvo la cacería de los marineros, soldados y obreros de la ciudad vencida. Fueron detenidos por centenares y la Tcheka se encargaba del disparo al pichón.
Era curioso constatar que los anarquistas no fueron mencionados en el motín de Kronstadt. Pero en el décimo congreso, Lenin declaró que una guerra sin tregua debía ser emprendida contra la pequeña burguesía y también contra los elementos anarquistas. La tendencia anarco-sindicalista de la oposición obrera (8) demostraba que se había desarrollado en el seno mismo del partido comunista, precisó Lenin. El llamamiento a las armas contra los anarquistas, lanzado por él, encontró eco inmediato. Los grupos de Petrogrado fueron perseguidos y un gran número de sus miembros arrestados. Además, la tcheka cerró la imprenta y las oficinas en donde se publicaba el Golos Truda (9) que pertenecían a la rama anarco-sindicalista.
Habíamos comprado nuestros boletos para trasladarnos a Moscú antes de que la represión contra el anarquismo se intensificase. Cuando supimos de los arrestos masivos, decidimos quedarnos más tiempo por si éramos buscados. Sin embargo no nos molestaron, tal vez porque era necesario tener algunas celebridades anarquistas en libertad para demostrar al mundo que sólo los bandidos se encontraban en las prisiones soviéticas.
En Moscú encontramos a todos los anarquistas, salvo a una media docena que había sido arrestada. Sin embargo ninguna acusación fue formulada contra nuestros camaradas; no se les oyó ni se les juzgó. A pesar de esto, algunos de ellos habían sido enviados ya a la penitenciaría de Samara. Los que se encontraban todavía en las cárceles de Butirky o Taganka eran sometidos a la violencia. Así, uno de nuestros muchachos, el joven Kashirin, fue golpeado por un tchekista en presencia de los guardias de la cárcel. Maximoff (10) y otros anarquistas que combatieron en los frentes revolucionarios, conocidos y estimados por numerosos comunistas, habían sido obligados a emprender una huelga de hambre para protestar contra las horribles condiciones de prisión.
La primera cosa que se nos pidió hacer, durante nuestra estancia en Moscú, fue firmar un manifiesto dirigido a las autoridades soviéticas denunciando las tácticas realizadas para exterminar a nuestros camaradas.
Obviamente lo hicimos. Sacha ahora estaba tan convencido como yo, que protestas por parte de una minoría de políticos todavía gozando de libertad en Rusia, eran totalmente vanas e inútiles. Por otra parte, ninguna acción eficaz podía esperarse de las masas rusas aun si nos hubiese sido posible entrar en contacto con ellas. Años de guerra, de luchas civiles, de sufrimientos, socavaron su vitalidad y el terror las había vuelto mudas y sumisas.
Nuestra esperanza eran Europa y Estados Unidos, decía Sacha. Había llegado el tiempo de dar a conocer a los trabajadores, en el extranjero, la vergonzosa traición de octubre. La conciencia despierta del proletariado y de los demás elementos liberales y radicales de cada país, debía formar una potente protesta contra esta implacable persecución. Sólo esto, y nada más que esto, podría detener la mano de la dictadura.
Los hechos de Kronstadt tuvieron este efecto sobre mi amigo: destruyó los últimos vestigios del mito bolchevique. No sólo Sacha, sino también los demás camaradas que anteriormente habían defendido los métodos comunistas como inevitables en un periodo revolucionario, fueron forzados a percatarse del abismo entre octubre y la dictadura.
Notas
(1) Extracto de Living m y Life publicado en Ni Dieu ni maitre, Daniel Guérin.
(2) Secretario del Comité de Petrogrado del Partido Bolchevique; acabó su vida en los hornos crematorios de la tcheka.
(3) Alumnos oficiales seleccionados que, con los mongoles, fueron utilizados para reprimir la insurrección de Kronstadt.
(4) Ver la nota referente a Sacha en el escrito Recuerdos de Pedro Kropotkin.
(5) Resolución de la reunión general de la la. y la 2a. escuadras de la flota del Báltico realizada el lo. de marzo de 1921.
Después de escuchados los informes de los representantes enviados a Petrogrado para tener al corriente de la situación a la reunión general de las tripulaciones, la asamblea decide que es necesario:
Dado que los actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y los campesinos,
1o. Proceder inmediatamente a la reelección de los Soviets mediante el voto secreto. La campaña electoral entre los obreros y campesinos deberá desenvolverse en plena libertad de palabra y de acción;
2o. Establecer la libertad de propaganda y de prensa para todos los obreros y campesinos, para los anarquistas y los partidos socialistas de izquierda (Es necesario haber conocido Kronstadt para comprender el verdadero sentido de esta cláusula. Ella tiene la apariewncia de limitar la libertad de palabra y de prensa toda vez que no la exige sino para las corrientes de extrema izquierda. Sin embaro, la resolución lo ha señalado así únicamente para prevenir toda posibilidad de error entre el verdadero carácter del movimiento. Desde el principio de la Revolución, tras losdías iniciales en que se ajustició a la oficialidad que se había destacado en las represiones, Krostadt practicó las más amplias libertades. Los ciudadanos no eran en nada molestados, cualesquiera fueran sus convicciones. Sólo permanecieron en prisión algunos zaristas inveterados. Pero apenas pasado el espontáneo acceso de cólera, la razón empezó a predominar sobre el instinto de conservación y se planteó en las reuniones la liberación de todos los presos; a tal punto el pueblo de Kronstadt odiaba las prisiones. Y se encargó el dar libertad a todos los presos, pero sólo en el ámbito de la ciudad, donde las intrigas reaccionarias no eran de temer, no así en cuanto a otras localidades, a las que los hombres de Kronstadt querían evitarles la posibilidad del arribo de elementos contrarrevolucionarios. La actuación de Kerensky provocó una nueva oleada de cólera y el proyecto fue abandonado. Mas este sobresalto de mal humor fue el último. Desde entonces Kronstadt no conoció ni un solo caso de persecución por ideas. Todas las tesis podían difundirse en ella libremente. La tribuna de la Plaza del Ancla estaba abierta a todo el mundo.);
3o. Acordar libertad de reunión a los sindicatos y las organizaciones campesinas;
4o. Convocar, al margen de los partidos políticos, una Conferencia de obreros, soldados rojos y marinos de Petrogrado y su provincia, y de Kronstadt, para el 10 de marzo de 1921 a más tardar;
5o. Libertar a todos los presos políticos socialistas e igualmente a todos los obreros, campesinos, soldados rojos y marinos apresados a raíz de los movimientos obreros y campesinos;
6o. Elegir una Comisión para examinar los casos de quienes se encuentren en las prisiones y los campos de concentración;
7o. Abolir las oficinas pollticas, pues ningún partido político debe tener privilegios para la propaganda de sus ideas ni recibir del Estado medios pecuniarios para tal objeto. Crear en su lugar comisiones de educación y de cultura, elegidas en cada localidad y financiadas por el gobierno;
8o. Abolir inmediatamente todas las barreras (Se trata de los destacamentos armados en torno a las ciudades cuya finalidad oficial era la de suprimir el comercio ilícito y requisar los víveres y demás productos a él afectados. La arbitrariedad de tales barreras se había hecho proverbial en el pais. Hecho llamativo: el gobierno suprimió esas barreras la víspera de su ataque contra Krostadt, procurando, con ello, engañar y adormecer al proletariado de Petrogrado. );
9o. Uniformar las raciones para todos los trabajadores, con excepción de los que ejercen profesiones peligrosas para la salud;
10o. Abolir los destacamentos comunistas de choque en todas las unidades del ejército, e igualmente la guardia comunista en fábricas y usinas. En caso de necesidad, esos cuerpos podrán ser designados en el ejército por las compañlas y en usinas y fábricas por los obreros mismos;
11o. Dar a los campesinos plena libertad de acción en lo concerniente a sus tierras y el derecho de poseer ganado, a condición de trabajar ellos mismos, sin recurrir al trabajo asalariado;
12o. Designar una comisión ambulante de control;
13o. Autorizar el libre ejercicio del artesanado, sin empleo de trabajo asalariado;
14o. Pedimos a todas las unidades del ejército y también a los camaradas Kursanty militares adherir a nuestra resolución.
15o. Exigimos que todas nuestras resoluciones sean ampliamente publicadas por la prensa.
Adoptada por unanimidad en la reunión de las tripulaciones de la escuadra. Sólo dos personas se han abstenido.
Firmado: Petritchenko, presidente de la asamblea: Perepelkin, secretario.
En, Volin, La Revolución desconocida, Argentina, Ed. Fora, pág. 283 y 284.
(6) Mikhail Tukhatchevsky (1893-1937). Antiguo oficial zarista, futuro mariscal soviético, finalmente ejecutado por orden de Stalin.
(7) N. E. P. Nueva Política Económica decidida por Lenin tras el fracaso del comunismo de guerra y que tendía a restablecer, en cierta medida, la iniciativa privada.
La alternativa (y esta es la última política posible y la única razonable} es no tratar de prohibir o de obstaculizar completamente el desarrollo del capitalismo, sino intentar orientarlo por el canal del capitalismo de Estado. Esto es económicamente posible, pues el capitalismo de Estado existe -en una u otra forma, en uno u otro grado- dondequiera que haya elementos de comercio libre y capitalismo en general. Obras escogidas, Lenin, Tomo VI.
(8) Tendencia del Partido Bolchevique, dirigida por Chliapnikoff y Alexandra Kollontai, condenada en el Xo. Congreso del Partido.
(9) La participación de los anarquistas en la revolución no se limita a una actividad de combatientes. También se esfuerzan en propagar sus ideas sobre la construcción inmediata y progresiva de una sociedad no-autoritaria. Para ello, crean organizaciones libertarias, exponen en detalles sus principios, los ponen en práctica en lo posible, publican y difunden sus periódicos y su literatura.
Citemos las más activas organizaciones anarquistas de entonces:
1o. La Unión de propaganda anarcosindicalista Goloss Truda, cuyo objetivo era la difusión de las ideas anarcosindicalistas entre los trabajadores. Desplegó su actividad primero en Petrogrado (verano de 1917 - primavera de 1918) y luego, por cierto tiempo, en Moscú. Su órgano, Goloss Truda (La voz del Trabajo) se inició como semanario para transformarse pronto en cotidiano. Fundó también una editorial de obras de su ideología.
Apenas llegados al poder, los bolcheviques se dedicaron a trabar por todos los medios su actitud general y la aparición del diario en particular, hasta liquidar definitivamente la organización y, más tarde, también la editorial. Todos los adherentes fueron apresados o exiliados.
2o. La Federación de Grupos Anarquistas de Moscú fue, relativamente, una gran organización, que sostuvo, en 1917-18, intensa propaganda en Moscú y en provincias. Publicó La Anarquía, cotidiano, de tendencia anarcocomunista (a este respecto es de utilidad aportar algunas notas sobre las distintas tendencias anarquistas. Los anarcosindicalistas ponían su esperanza sobre todo en el movimiento obrero sindicalista libre; dicho de otro modo, en los métodos de acción y de organización propios de este movimiento. Los anarcocomunistas no contaban con los sindicatos obreros, sino con las comunas libres y sus federaciones, como base de acción, transformación y construcción. Profesaban, pues, cierta desconfianzahacia el sindicalismo. Los anarcoindividualistas, escépticos frente al sindicalismo y al comunismo aun libertario, confiaban en el individuo libre sobre todo, no admitiendo sino asociaciones libres de individuos como base de la sociedad nueva. En el curso de la Revolución rusa, cobró impulso un movimiento tendiente a conciliar estas tres tendencias en una suerte de síntesis anarquista y un movimiento libretario unificado, tentativa de que fue iniciadora la Confederación Nabat. Paraobtener más detalles sobre esto, consúltese la literatura anarquista, particularmente la periódica, sde 1900 a 1930), y fundó también una editorial. En abril de 1918 fue saqueada por el gobierno soviético. Algunos restos de esta organización aún subsitieron hasta 1921, fecha en que fueron liquidados y sus últimos militantes suprimidos.
3o. La Confederación de Organizaciones Anarquistas de Ucrania Nabate, importante organización creada a fines de 1918, época en que los bolcheviques no habían aún logrado imponer su dictadura en esa región. Se distinguió sobre todo por una actividad positiva, concreta, proclamando la necesidad de una lucha inmediata y directa por las formas no-autoritarias de edificación social, cuyos elementos prácticos se esforzó en elaborar. Desempeño importante papel por su agitación y su propaganda extremadamente enérgicas y contribuyó en mucho a la difusión de las ideas libertarias en Ucrania. Publicó periódicos y folletos en varias ciudades. Su órgano principal fue Nabate (La Campana). Intentó crear un movimiento anarquista unificado (basado teóricamente en una especie de síntesis anarquista, para agrupar todas las fuerzas activas del anarquismo en Rusia, sin diferencia de tendencias, en una organización general. Unificó a casi todos los grupos anarquistos de Ucracia y hasta algunos grupos de la Gran Rusia. Y procuró formar una Confederación Anarquista Panrusa.
Desarrollada su actividad en el agitado Sur, la Confederación hubo de entrar en estrechas relaciones con el movimiento de los guerrilleros revolucionarios, campesinos y obreros, y con su núcleo, la Makhnovtchina y así tomó parte activísima en las luchas contra todas las formas de la reacción; contra el hetman (En pasados siglos, hetman era el título del jefe electo de la Ucrania independiente, instalado en el poder por los alemanes. Skorapadsky se lo apropió.) Skoropadsky, contra Plejuras, Denikins, Grigorieffs, Wrangel y otros, en las que perdió casi todos sus mejores militantes. Por último, atrajo, naturalmente, la fulminación del poder central, cuyos repetidos ataques pudo resistir algún tiempo, a causa de las condiciones reinantes en Ucrania. Su definitiva liquidación por los bolcheviques ocurrió a fines de 1920, época en que muchos de sus militantes fueron fusilados sin apariencia siquiera de procedimiento judicial alguno.
Aparte de estas tres organizaciones de gran envergadura y de acción más o menos vasta, había otras de menor importancia. Un poco por todas partes, en 1917 y 1918, surgieron grupos, corrientes y movimientos anarquistas, generalmente poco importantes y efímeros, pero bastante activos, unos autónomos, otros vinculados a alguna de las organizaciones citadas.
A pesar de algunas diferencias de principio o de táctica, todos estos m8vimientos estaban de acuerdo en lo fundamental, y cada uno cumplía, en la medida de sus fuerzas y sus posibilidades, su deber con la Revolución y el anarquismo, sembrando en las masas laboriosas los gérmenes de una organización social verdaderamente nueva: antiautoritaria y federalista. Todos sufrieron finalmente la misma suerte: la supresión brutal por la autoridad.
Volin, op. cit, pág. 154-155.
(10) Gregori Petrovich Maximoff (1893-1950). Iniciado en el anarquismo por la influencia de los escritos de Kropotkin; colaboró en el periódico Golos Truda; vocero de la tendencia anarco-sindicalista durante la Revolución rusa; debió dejar su país natal en 1922 dirigiéndose a Berlín, donde milito en la Asociación Internacional de los Trabajadores marchando luego a París. Posteriormente emigró a los Estados Unidos en 1952 donde editó periódicos anarquistas en ruso y publicó en inglés una obra sobre la revolución rusa intitulada Twenty years of terror in Rusia, 1940.
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