Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo décimoCapítulo duodécimoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO UNDÉCIMO

Estado de las minas de Nueva España.- Su producto en oro y plata.- Riqueza media de los minerales.- Consumo anual de mercurio en la amalgamación.- Cantidad de metales preciosos que han pasado de un continente a otro desde la conquista de México.


Después de haber examinado la agricultura mexicana como la primera fuente de la riqueza nacional y de la prosperidad de sus habitantes, nos falta delinear el cuadro de las producciones minerales que de dos siglos y medio a esta parte se benefician en las minas de México.

Este cuadro, en extremo brillante a los ojos de los que no calculan sino por el valor nominal de las cosas, no lo es tanto si se considera el valor intrínseco de los metales beneficiados, su utilidad relativa y la influencia que tienen en la industria manufacturera.

Las montañas del Nuevo Continente, como las del antiguo, contienen hierro, cobre, plomo y otras muchas substancias mineras indispensables para las necesidades de la agricultura y de las artes. Si en América ha dirigido el hombre su trabajo casi exclusivamente hacia la extracción del oro y de la plata, ha sido porque los miembros de una sociedad obran por consideraciones distintas de las que deben dirigir a la sociedad entera.

En el lomo de las cordilleras se ven abandonadas las minas de hierro o de plomo, por ricas que sean, porque la atención de los colonos se dirige toda entera a las vetas de oro y plata. El pueblo mexicano puede sin duda proporcionarse, por medio del comercio exterior, todas las cosas que no le da el territorio que habita; pero en medio de su gran riqueza de oro y plata, sufre necesidades siempre que hay alguna interrupción en su intercambio con la metrópoli o con otras partes de Europa. Hay veces que se encuentran acumulados en México veinticinco o treinta millones de pesos, al mismo tiempo que las fábricas y la explotación de las minas experimentan trastornos por la falta de acero, de hierro y de mercurio. En los casos de estancamiento del comercio exterior, se despierta por un momento la industria mexicana, y entonces se empieza a fabricar acero y a hacer uso de los minerales de hierro y de mercurio que encierran las montañas de América; y entonces es cuando la nación, ilustrada acerca de sus propios intereses, conoce que la verdadera riqueza consiste en la abundancia de los objetos de consumo, esto es, en la de las cosas, y no en la acumulación del signo que las representa.

Durante la penúltima guerra entre España e Inglaterra se ensayó el laborío de las minas de hierro de Tecalitan, cerca de Colima, y de las de mercurio de San Juan de la Chica; pero la paz de Amiens puso fin a tales empresas: apenas se restablecieron las comunicaciones marítimas, se volvió a preferir el comprar en los mercados de Europa el hierro, el acero y el mercurio.

En el estado actual de México, los metales preciosos forman casi exclusivamente la industria de los colonos, y cuando en este capítulo usemos las palabras mina, real, real de minas, debe entenderse, mientras no se diga expresamente lo contrario, que se trata de una mina de oro o de plata.

Habiendo sido mi ocupación desde la juventud el estudio del arte de beneficiar las minas, y habiendo dirigido por espacio de muchos años, yo mismo, las obras subterráneas en una parte de Alemania que contiene una gran variedad de minerales, he debido examinar con gran cuidado el estado de las minas y los métodos de beneficiarIas en Nueva España. Visité las minas de Tasco, de Pachuca y de Guanajuato, y en este último sitio he residido más de un mes: sus vetas exceden en riqueza a cuanto se ha descubierto en las demás partes del mundo, y he podido comparar las diversas especies de labores de México con las que ya el año anterior había observado en las minas del Perú. Pero no siendo posible en esta obra emplear con utilidad el gran número de materiales que sobre esta materia he recogido, me limitaré a examinar lo que puede conducir a resultados generales.

Mucho tiempo antes de la llegada de los españoles, conocían los indígenas de México, así como los del Perú, el uso de varios metales; y no se contentaban con los que en su estado natural se encuentran en la superficie de la tierra, en los lechos de los ríos y en las barrancas formadas por los torrentes, sino que emprendían obras subterráneas para beneficiar las vetas. Estos pueblos pagaban sus tributos de dos maneras: ya reuniendo, en sacos de cuero o en canastillas de junco, las pepitas de oro nativo, ya fundiendo el metal en barras. En todas las grandes ciudades de Anáhuac se fabricaban vasos de oro y de plata, aunque este último metal fuese mucho menos estimado por los americanos que por los pueblos del antiguo continente. Antes de la conquista, los pueblos aztecas extraían el plomo y el estaño de las vetas de Tasco, al N. de Chilpancingo, y de Ixmiquilpan; y el cinabrio, que servía de colorante a los pintores, de las minas de Chilapan. El cobre era el metal más comúnmente usado en las artes mecánicas y reemplazaba hasta cierto punto al hierro y al acero: las armas, las hachas, los cuchillos y todos los utensilios se hacían con el cobre de las montañas de Zacatollan y de Cohuixco. Pero, ¿cómo es que esos mismos pueblos americanos, que trataban por medio del fuego una gran variedad de minerales, no llegaron a descubrir el hierro por medio de la mezcla de substancias combustibles con los ocres rojos y amarillos tan comunes en muchas partes de México? Y si, por el contrario, este metal les era conocido, como me inclino a creer, ¿cómo es que no llegaron a apreciarlo en su justo valor?

Estas consideraciones parecen indicar que no databa de muy lejos la civilización de los pueblos aztecas. Algupos sabios han pretendido que los mexicanos sabían dar temple al cobre para endurecerlo. No hay duda que las hachas y otros utensilios mexicanos eran casi tan cortantes como los de acero; pero su dureza se debía a la liga con el estaño, y no a su temple. No sabemos si los mexicanos beneficiaban algunas vetas en las que se hallasen reunidos el cobre y el estaño oxidado, o si se ligó este último metal al cobre puro en una proporción constante. Sus instrumentos cortantes eran unos de cobre y otros de obsidiana (iztli).

Además de los sacos de cacao, cada uno de los cuales contenía tres xiquipilli o 24,000 granos; además de los patolquachtli o farditos de tela de algodón, los mexicanos empleaban también algunos metales como moneda. En el gran mercado de Tenochtitlán se compraban géneros de toda especie cambiándolos por oro en polvo contenido en cañones de plumas de aves. En muchas provincias se servían como moneda corriente de piezas de cobre a que daban la forma de una T.

En el reino de la Nueva España hay actualmente cerca de quinientos reales, grandes y pequeños, célebres por las explotaciones de minas que hay en sus alrededores. Es probable que estos quinientos reales comprendan cerca de 3,000 minas, las cuales se dividen en treinta y siete distritos a cuyo frente están otras tantas diputaciones de minería. En el estado actual del país, las vetas son las que principalmente se benefician; porque los minerales dispuestos en mamos o en cúmulos son bastante escasos.

El estaño, que después del titanio, del schelin y del molibdeno, es el metal más antiguo del mundo, no se ha encontrado todavía, que yo sepa, en los granitos de México. Los pórfidos de este país pueden ser considerados, en gran parte, como rocas eminentemente ricas en minas de oro y plata; pero las cordilleras mexicanas presentan vetas en muchas y variadas rocas, y las que actualmente producen casi toda la plata que se exporta anualmente por Veracruz son la pizarra primitiva, la traumata y la piedra caliza alpina, surcadas por las principales vetas de Guanajuato, Zacatecas y Catorce. Ya hemos dicho cuán útil es para el laborío de las minas de México el que los criaderos más opulentos se encuentren en una región media, cuyo clima no sea opuesto al desarrollo de la vegetación.

He aquí el orden que siguen los distritos de las mejores minas, dispuesto según la cuantía de plata que se saca de ellos actualmente:

Guanajuato,
Catorce,
Zacatecas,
Real del Monte,
Bolaños,
Guarisamey,
Sombrerete,
Tasco,
Batopilas,
Zimapán,
Fresnillo,
Ramos y
Parral.

Faltan materiales exactos para la historia de la explotación de las minas de Nueva España. Parece cierto que las primeras vetas beneficiadas por los españoles fueron las de Tasco, Sultepec, Tlalpujahua y Pachuca. El laborío de las minas de Zacatecas siguió inmediatamente al de los criaderos de Tasco y de Pachuca. La veta de San Bernabé fue atacada desde el año 1548. Se dice que unos arrieros que viajaban de México a Zacatecas descubrieron los minerales de plata del distrito de Guanajuato, en el cual está la mina de San Bernabé. Le veta madre de Guanajuato se descubrió más tarde, al abrir los tiros de Mellado y de Rayas en 1558. Las minas de Comanjas son indudablemente más antiguas que las de Guanajuato.

Pueden considerarse las minas mexicanas como formando ocho grupos.

El primero y más importante comprende los distritos de Guanajuato, San Luis Potosí, Charcas, Catorce, Zacatecas, Asientos de Ibarra, Fresnillo y Sombrerete.

Al segundo pertenecen las minas situadas al O. de la ciudad de Durango y las de la provincia de Sinaloa; porque los laboríos de Guarisamey, Copala, Cosalá y del Rosario están bastante inmediatos unos a otros para deberlos reunir en una misma división geológica.

El tercer grupo es el del Parral, que comprende las minas de Chihuahua y de Cosiguiriachic.

El cuarto grupo abarca las de Real del Monte y Pachuca.

El quinto, las de Zimapán y el Doctor.

Los puntos centrales del sexto, séptimo y octavo grupos son Bolaños, Tasco y Oaxaca respectivamente.

Los dos millones y medio de marcos de plata exportados anualmente por Veracruz equivalen a los dos tercios de la plata que se extrae anualmente en el globo entero.

Los ocho grupos mencionados ocupan 12,000 leguas cuadradas de superficie, o sea la décima parte de toda la extensión de la Nueva España.

Si la cantidad de plata que se extrae anualmente de las minas de México es diez veces mayor que la de todas las minas de Europa, por el contrario, el oro no es con mucho tan abundante allí como en Hungría y Transilvania. La mayor parte del oro mexicano proviene de terrenos de aluvión, de los cuales se saca por medio de lavaduras. Son frecuentes estos terrenos en la provincia de Sonora. Se ha recogido mucho oro diseminado en las arenas que llenan el fondo del valle del río Yaqui. Más al N., en la Pimería Alta, se han encontrado pepitas de oro nativo de cinco a seis libras de peso. Otra porción del oro mexicano se saca de las vetas que atraviesan las montañas de rocas primitivas.

En la provincia de Oaxaca es en donde son más frecuentes las vetas de oro nativo, ya en los gneiss, ya en la mica pizarra.

Esta última roca es muy rica en oro en las célebres minas del Río San Antonio. El oro se presenta ya puro, ya mezclado con los minerales de plata, en la mayor parte de las vetas que se benefician en México, y apenas hay mina de plata que no sea también aurífera.

El oro del Mezquital se tiene por el más puro, es decir, por el que tiene menos liga de plata, hierro o cobre.

Es falso lo que se ha dicho de que existía platino en las arenas auríferas del Sonora: no se ha descubierto todavía este metal al N. del istmo de Panamá, aunque la existencia de radio, reconocida por el señor don Andrés Manuel del Río en algunas barras de oro mexicano, hace probable la vecindad del platino y del paladio.

La plata que producen las vetas de México se obtiene de una gran variedad de minerales, cuya colección completa no posee aún la Escuela de Minas. Como todos los laboríos están en manos de los particulares, y el Gobierno mexicano no tiene sino un débil influjo en la administración de las minas, no ha quedado al arbitrio de los profesores el reunir cuanto se relaciona con la estructura de las vetas, de los mantos y de los cúmulos de minerales.

En México, como en Madrid, se ven en las colecciones públicas los minerales más raros de Siberia y de Escocia, al mismo tiempo que se busca en vano lo que podría ilustrar la geografía mineralógica del país.

La plata sulfúrea y la plata negra prismática son muy comunes en las vetas de Guanajuato y de Zacatecas, y en la veta Vizcaína de Real del Monte. La plata de Zacatecas presenta la singularidad notable de no contener oro. La plata roja o rosicler forma parte de las riquezas de Sombrerete, de Cosalá y de Zolaga, cerca de Villalta, en la provincia de Oaxaca. La verdadera mina de plata blanca es muy rara en México. No obstante, su variedad blanca pardusca, que es muy abundante en plomo, se encuentra en la intendencia de Sonora, en las vetas de Cosalá, donde está acompañada de galena argentífera, de plata roja, de blenda parda, de cuarzo y de sulfato de barita o espato pesado.

En algunas partes de la Nueva España dirigen los mineros sus labores sobre una composición de óxido de hierro pardo y de plata nativa diseminada en moléculas imperceptibles a la simple vista. Esta composición de color ocre es objeto de un laborío importante en las minas de Angangueo, en la intendencia de Valladolid, como también en Ixtepeji, en la provincia de Oaxaca.

Los minerales de Angangueo, conocidos con el nombre de colorados, tienen apariencia terrosa. Cerca de la superficie, el hierro oxidado pardo está mezclado con plata nativa, plata sulfúrea y plata negra prismática, las tres en cierto estado de descomposición.

La plata nativa, mucho menos abundante en América de lo que se cree comúnmente, se ha encontrado en masas considerables, a veces de más de 200 kilogramos de peso, en las vetas de Batopilas. La plata sulfúrea acompaña constantemente a la nativa tanto en México como en Europa. La mayor parte de las vetas mexicanas presentan también un poco de galena aurífera; pero sólo hay un corto número de minas en que los minerales de plomo sean objeto especial de explotación. No pueden contarse entre estas últimas sino las de los distritos de Zimapán, el Parral y San Nicolás de Croix. Una cantidad muy considerable de plata proviene de la fundición de las piritas marciales, de las cuales hay en la Nueva España algunas variedades a veces más ricas que la misma plata sulfúrea. Hállanse las tales en la veta de la Vizcaína, en Real del Monte.

Es preocupación muy general en Europa la de que en México y el Perú son sumamente comunes las grandes masas de plata nativa y que los metales de plata mineralizada que se destinan para la amalgama o la fundición, contienen allí más onzas o más marcos de plata por quintal que los minerales secos de Sajonia y de Hungría.

Imbuído yo de esta misma preocupación, cuando llegué a las cordilleras me encontré muy sorprendido al ver que el número de minas pobres excede en mucho al de las que en Europa llamamos ricas. De las investigaciones hechas por el director general de minas de México, don Fausto Elhuyar, y por varios miembros del Tribunal General de Minas, resulta que, reuniendo todos los minerales de plata que se extraen anualmente se encontraría en la totalidad de su mezcla que su riqueza media es de 0.0018 a 0.0025 de plata; es decir, que un quintal de mineral (100 libras o 1,600 onzas) contiene tres o cuatro onzas de plata.

Don José Garcés y Eguía, perito facultativo de minas, dice que la mayor parte de los minerales mexicanos es tan pobre, que los 3.000,000 de marcos de plata que produce el reino en años buenos se extrae de 10.000,000 de quintales de mineral, parte por medio de la fundición, parte por el de la amalgama. Así, pues, no es por la riqueza intrínseca de los minerales, como se ha creído mucho tiempo, sino más bien por la gran abundancia de éstos en el seno de la tierra, y por la facilidad de su laborío, por lo que se distinguen las minas de América de las europeas.

Damos a continuación algunas explicaciones acerca de las minas más importantes, limitándonos a tres de los ocho grupos que más arriba hemos mencionado: el central y los de Tasco y la Vizcaína.

El grupo central es la porción más abundante de plata que se conoce en el globo. Abarca los distritos mineros de Guanajuato, Catorce y Zacatecas. El distrito de Guanajuato es no menos notable por su riqueza natural que por las obras gigantescas que han hecho los hombres en el seno de las montañas.

En el centro de la intendencia de Guanajuato se levanta un grupo de picos de pórfido conocidos con el nombre de Sierra de Santa Rosa. La famosa veta de Guanajuato, que por sí sola ha producido desde fines del siglo XVI una masa de plata equivalente a 1,400.000,000 de francos o 280.000,000 de pesos, atraviesa la falda meridional de la Sierra de Santa Rosa. El producto de esta veta es casi el doble del que da el cerro de Potosí, en Bolivia. En la actualidad se sacan de ella, un año con otro, de 5,000 a 6,000 marcos de plata y de 1,500 a 1,600 marcos de oro. Las substancias minerales que constituyen la masa de la veta son de cuarzo común, amatista, carbonato de cal, espato perlado, diabasa escamosa, plata sulfúrica, plata nativa ramosa, plata negra prismática, rosicler subido, oro nativo, galena argentí. fera, bien da parda, hierro espático y piritas de cobre y de hierro. Se observan además, aunque raramente, feldespato cristalizado, calcedonia, pequeñas masas de espato fluor, cuarzo fibroso, cobre gris y plomo blanco en barras.

La mina de la Valenciana ofrece el ejemplo casi único de una mina que desde cuarenta años a esta parte ha producido a sus dueños de cuatrocientos a seiscientos mil pesos, por lo menos, de utilidad anual.

Al parecer, la parte de la veta de Guanajuato que desde Tepeyac se extiende al N. O. había sido beneficiada con flojedad a fines del siglo XVI. Desde entonces, toda esta comarca había quedado desierta, hasta que en 1760 un español que se trasladó a América muy joven empezó a trabajar la veta en uno de los puntos que hasta allí se había considerado como desprovisto de metales. Obregón, que así se llamaba el joven español, carecía de medios, pero gozaba de buena reputación, y encontró amigos que le adelantaran cortas cantidades para continuar las obras. En 1767 se asoció con un comerciante de Rayas, llamado Otero. La producción aumentó rápidamente.

Desde 1771 hasta 1804, en que yo salí de Nueva España, no ha dejado la Valenciana de dar al año un producto de plata de más de 2.800,000 pesos. Ha habido años en que la utilidad neta de los dos dueños de la mina ha ascendido a 1.200,000 pesos. El señor Obregón, más conocido por el nombre de Conde de la Valenciana, conservó, en medio de su inmensa riqueza, la sencillez de costumbres y franqueza de carácter que le distinguían en tiempos menos felices. A la muerte del viejo conde y de su amigo don Pedro Luciano Otero, la propiedad de la mina se dividió entre varias familias.

En 1803 se contaban en todo el distrito minero de Guanajuato 5,000 personas entre mineros y operarios destinados al apartado, la fundición y la amalgamación; 1,896 arrastres o máquinas para triturar los minerales, y 14,618 mulas destinadas a mover los malacates y a triturar en los sitios de amalgamación la harina de los minerales mezclada con mercurio.

Las minas de Zacatecas son más antiguas que las de Guanajuato; su explotación comenzó en 1548, inmediatamente después de las vetas de Tasco, Sultepec, Tlalpujahua y Pachuca, tres años después del descubrimiento de las riquezas de Potosí. De las observaciones de los mineralogistas Federico Sonneschmidt, alemán, y Vicente Valencia, mexicano, resulta que el distrito minero de Zacatecas se asemeja mucho, en cuanto a su constitución geológica, al de Guanajuato. Las rocas más antiguas que se dejan ver en la superficie son de sienita; sobre ellas posa una pizarra que por los mantos de piedra de toque, de traumata y de roca verde que encierra, se aproxima a la arcilla apizarrada de transición; y en esta pizarra se hallan la mayor parte de las vetas de Zacatecas, que producen un año con otro de 335,000 a 402,000 marcos de plata.

La intendencia de Zacatecas comprende las mismas de Fresnillo y de Sombrerete. Las primeras se benefician débilmente. Las de Sombrerete, descubiertas en 1555, se han hecho célebres por la inmensa riqueza de la veta del Pabellón y de la Veta Negra, la cual, en el lapso de algunos meses, dejó al marqués del Apartado una utilidad neta de más de 5.000,000 de pesos.

El criadero de Catorce ocupa hoy el segundo o tercer lugar entre las minas de Nueva España. No se descubrió hasta 1778. Dos particulares muy pobres, Sebastián Coronado y Antonio Llanas, descubrieron en 1773 algunas vetas en un sitio llamado hoy Cerro de Catorce Viejo.

En 1778, un minero de Ojo de Agua de Matehuala, don Bernabé Antonio de Zepeda, descubrió la veta grande y perforó el tiro de Guadalupe. El producto anual de este grupo de minas es de cerca de 400,000 marcos de plata.

Las minas de Pachuca, Real del Monte y Morán son muy famosas por su antigüedad, su riqueza y su proximidad a la capital. Desde principios del siglo XVIII sólo se ha beneficiado con actividad la veta de la Vizcaína o Real del Monte; el laborío de las minas de Morán sólo se ha vuelto a emprender pocos años ha; y el yacimiento mineral de Pachuca, uno de los más ricos de toda América, está abandonado enteramente desde el horrible incendio que ocurrió en la mina del Encino, que producía por sí sola más de 30,000 marcos de plata por año. El fuego consumió toda la cimbra que sostenía la bóveda de los cañones, y numerosos mineros perecieron asfixiados antes de poder llegar a los tiros.

La veta de la Vizcaína, menos potente pero quizá más rica que la de Guanajuato, hubo de ser abandonada a causa de la mucha agua que se filtraba por las abras de la roca porfídica. Un particular muy emprendedor, don José Alejandro Bustamante, comenzó una galería de desagüe cerca de Morán, pero murió antes de acabar esta obra considerable, que fue terminada en 1762 por su compañero don Pedro Romero de Terreros.

Este último, conocido con el título de Conde de Regla como uno de los hombres más ricos de su siglo, había ya obtenido en 1774 un producto neto de más de 5.000,000 de pesos de la mina la Vizcaína. El conde de Regla construyó la gran hacienda de beneficio de Regla, que le costó más de 500,000 pesos, compró inmensas extensiones de tierras y dejó a sus hijos un patrimonio que no ha sido igualado en México sino por el del conde de la Valenciana.

Las minas de Morán fueron abandonadas hace cuarenta años a causa de la abundancia de aguas, qUe no podían agotarse. En este distrito se colocó en 1801 una máquina con columna de agua, cuyo cilindro medía 2.60 metros de altura y 1.60 de diámetro. Esta máquina, que es la primera de este género que se haya construído en América, es muy superior a las que existen en las minas de Hungría; fue construí da según cálculos y planos del señor don Andrés Manuel del Río, profesor de mineralogía en México, que ha visitado las más célebres minas de Europa y que reúne los conocimientos más sólidos y variados.

Las minas del distrito de Tasco han perdido su antiguo esplendor desde fines del siglo XVIII; porque en su estado actual, las vetas de Tehuilotepec, Sochipala, el cerro de Limón, San Esteban y Huautla no producen entre todas, anualmente, sino unos 60,000 marcos de plata.

En 1752 y los diez años siguientes ha sido cuando las minas de Tasco se han beneficiado con mayor actividad y buen éxito; debióse esto al genio emprendedor de un francés, Josef de Laborde (Ya hemos apuntado el error de Humboldt de considerar a don José de la Borda como francés cuando, en realidad, era español) que vino muy pobre a México y que en 1745 ganó inmensas riquezas en la mina de la Cañada del Real de Tlalpujahua. Laborde se arruinó en Tasco, pero se trasladó a Zacatecas, donde rehizo su fortuna. Obligó a su hija a hacerse monja, para que todos sus bienes pasasen a su único hijo varón; pero éste abrazó voluntariamente la carrera eclesiástica.

En México y en todas las demás colonias españolas, raras veces siguen los hijos el estado de sus padres; no se encuentran allí, como en Suecia, en Inglaterra y en Escocia, familias en que se haya hecho hereditario el oficio de minero.

Pasando la vista por el laborío de las minas de Nueva España, en general, y comparándolo con el de las minas de Freiberg, del Harz y de Schemitz, se extraña encontrar aún en su infancia un arte que se viene practicando desde hace tres siglos en América, y del cual se cree que depende la prosperidad de aquellos países ultramarinos.

Las causas de este fenómeno no pueden ocultárseles a quienes, después de haber visitado España, Francia y la parte occidental de Alemania, han visto que en el centro de la culta Europa todavía hay montañas en donde las obras de minería se resienten de toda la barbarie de la Edad Media. Desde la época de Carlos V, la América española ha estado separada de Europa en lo que se refiere a la comunicación de descubrimientos útiles a la sociedad. Los pocos conocimientos que se tenían en el siglo XVI en el arte del laborío y de la fundición en Alemania, Vizcaya y Bélgica pasaron rápidamente a México y al Perú; pero desde entonces hasta el reinado de Carlos III, los mineros americanos casi nada han aprendido de los europeos, a excepción de la extracción con pólvora en las rocas que resisten al pico. Este rey y su sucesor manifestaron el más loable deseo de que participasen las colonias de todos los beneficios que obtiene Europa de la perfección de las máquinas, de los progresos de las ciencias físicoquímicas y de su aplicación a la metalurgia. La corte ha enviado a México, al Perú y a Nueva Granada mineros alemanes; pero sus conocimientos no han podido ser útiles, porque las minas de México son propiedad de particulares, lós cuales dirigen los trabajos y no permiten que el Gobierno ejerza en ellos el menor influjo.

En la mayor parte de las minas mexicanas se hace muy bien la obra a la barrena, que es la que exige más destreza de parte del obrero. Podría desearse que el mazo fuese algo menos pesado, pues es el mismo instrumento de que se servían los mineros alemanes del tiempo de Carlos V. No puedo alabar la práctica que se sigue en la saca con pólvora, porque los agujeros para los cartuchos son en general poco profundos y los mineros no se esmeran en despojar la parte de la roca que debe saltar. Así, hay una pérdida de pólvora muy considerable.

El ademe, o sea el revestido de armadura, es poco cuidadoso, y ciertamente debería llamar la atención de los dueños, tanto más cuanto que la madera escasea más de año en año en la altiplanicie de México. La mampostería que se emplea en los tiros y cañones, especialmente el ademe de cal y canto, merecen muchos elogios.

Las claves de los arcos se ejecutan con mucho cuidado, y en este punto las minas de Guanajuato pueden competir con lo más perfecto que se ve en Freiberg y en Schemnitz.

Los tiros, y aún más los cañones, por lo común tienen en Nueva España el defecto de dimensiones demasiado grandes, por lo que causan gastos exorbitantes. El mayor defecto que se advierte en las minas mexicanas, y que hace en extremo costoso su laborío, es la falta de comunicación entre los diferentes planos. La mina de la Valenciana admira por su riqueza, por la magnificencia de su ademe o entibación, y por la facilidad con que se entra en ella por escaleras espaciosas y cómodas; y con todo, no presenta sino la reunión de planos pequeños, de forma demasiado irregular para que se les pueda llamar planos de gradas o escalones; no son sino unos verdaderos sacos con una sola abertura en lo alto y sin ninguna comunicación lateral. De aquí resulta la imposibilidad de introducir la conducción con carretón o con perros, y una económica disposición de los talleres. Los indios tenateros permanecen cargados durante seis horas con un peso de 225 a 350 libras, tremendo esfuerzo que podría ahorrarse ventajosamente si en los pozos interiores que por sus comunicaciones de un cañón a otro sirviesen para la extracción de los minerales, se instalasen unas cabrias para hacer la saca a mano, o unos malacates.

Desde muy antiguo (y es cosa digna de la atención de los mineros europeos) se sirven de mulos en el interior de las minas de México. En Rayas bajan estos animales todas las mañanas sin guías y en la oscuridad, y se distribuyen por sí mismos en los diferentes sitios en que están colocadas las norias.

Se practica aún en México la costumbre verdaderamente primitiva de desaguar las minas más profundas no por medio de equipos o sistemas de bombas, sino de cubos de cuero suspendidos por medio de cuerdas que se enrollan en el tambor de un malacate. Los mismos cubos sirven a voluntad para sacar ya el agua ya el mineral: se golpean con las paredes de los tiros, y por tal causa es sumamente costosa su conservación. En general, la construcción de los malacates es muy imperfecta, y hay además la mala costumbre de forzar las caballerías que los mueven a correr con demasiada velocidad.

En los desagües es en donde se ve principalmente cuán indispensable es tener planos levantados por geómetras. En vez de contener las aguas y conducirlas por el camino más corto hacia el tiro donde están las máquinas, su corriente se dirige muchas veces hacia el fondo de la mina, para sacarlas después con enorme gasto.

Por la descripción que acabamos de hacer del estado actual de los laboríos y de la mala economía en la administración de las minas de Nueva España, no debe extrañar el ver que varias explotaciones que produjeron grandes beneficios durante mucho tiempo, se hayan abandonado desde que alcanzaron una profundidad considerable o desde que las vetas manifestaron menos abundancia de metales.

El trabajo del minero es absolutamente libre en todo el reino de Nueva España; a ningún indio ni mestizo se le puede forzar a dedicarse al laborío de las minas. Es falso, por más que esta especie se haya repetido en los libros de más reputación, que la corte de Madrid envíe forzados a América para trabajar las minas de oro y plata.

Los malhechores rusos han poblado las minas de Siberia; pero en las colonias españolas es, felizmente, desconocido este castigo siglos ha. El minero mexicano es el mejor pagado entre todos los mineros; gana por lo menos de 25 a 30 francos por semana de seis días. Los tenateros y faeneros, cuyo oficio es transportar los minerales a los despachos, ganan muchas veces más de seis francos por jornal de seis horas.

La cantidad de plata extraída de los minerales por medio del mercurio es a la producida por la fundición como tres y medio a uno. En tiempos de paz, la amalgamación es mayor que la fundición, la cual, en general, es mala. En tiempos de guerra, la falta de mercurio detiene los progresos de la amalgamación y obliga a los mineros a estudiar el modo de perfeccionar la fundición. Los antiguos conocían la propiedad que tiene el azogue de combinarse con el oro; pero la amalgamación de los minerales de plata, la ingeniosa manipulación que se usa hoy en México y a la cual se deben la mayor parte de los metales preciosos que hay en Europa o que han refluído de Europa a Asia, no data sino de 1557 y fue inventada en México por un minero de Pachuca llamado Bartolomé de Medina. Es posible que Medina, nacido en Europa, hubiese hecho ya algunas experiencias de amalgamación antes de ir a Pachuca.

Cinco años después del descubrimiento de Medina, en 1562, se contaban ya en Zacatecas treinta y cinco haciendas de beneficio donde se trataban los minerales con el azogue. No parece que los mineros de México sigan principios bastante fijos para la elección de los minerales que deben ser sometidos a fundición o a amalgamación; se ve fundir en unos distritos los mismos minerales que en otros se cree que no se pueden trabajar sino por amalgamación; en general se considera preciso echar a la fundición los minerales secos muy ricos. Los minerales que se destinan a la amalgamación deben estar triturados o reducidos a polvo muy fino para que presenten el mayor contacto posible con el mercurio. Esta trituración es la operación que se hace mejor en casi todas las haciendas de beneficio de México. En ninguna parte de Europa he visto harinas minerales tan finas y de grano tan igual como en las grandes haciendas de Guanajuato. Para la amalgamación en patio o en frío, que es la más usada en América, se emplean los materiales siguientes: sal blanca, magistral (mezcla de cobre piritoso y de hierro sulfurado), cal y cenizas vegetales. Medina no conoció sino el uso de la sal y de los sulfatos de hierro y de cobre; pero en 1586, quince años después de haberse introducido su método en el Perú, un minero peruano llamado Carlos Corso de Leca, descubrió el beneficio de hierro, aconsejando que se mezclasen unas hojillas de hierro con las lamas o harinas minerales, pues por medio de esta mezcla se perdían nueve décimos de mercurio menos.

En 1590, Alonso Barba propuso la amalgamación en caliente o por cochura en tinas de cobre, la cual se llama beneficio de cazo y cocimiento, y es el que Born propuso en Alemania en 1786. En este método, la pérdida de azogue es mucho menor que en el beneficio por patio.

En 1676, Juan de Corrosegarra descubrió un procedimiento poco usado en el día, que se llama beneficio de la pella de plata, que consiste en añadir al mercurio de la amalgama una parte de plata ya formada.

Otro quinto método, preconizado por don Lorenzo de la Torre, es el beneficio de la colpa, y consiste en que, en vez de un magistral artificial que contiene mucho más sulfato de cobre que de hierro, se emplea la colpa, que es una mezcla natural de sulfato ácido de hierro y de óxido de hierro en su máximum.

Desde que en Europa se comenzó a practicar la amalgamación de los minerales de plata y se reunieron los sabios de todas las naciones en el congreso metalúrgico de Schemnitz, la confusa teoría de Barba y de los azogueros americanos ha sido reemplazada por ideas más claras y mejor adaptadas al estado actual de la química.

Problema muy importante es el de la cantidad de azogue que necesitan anualmente las minas de Nueva España.

México y el Perú producen, hablando en general, tanta más plata cuando en más abundancia y más barato reciben el mercurio. La Nueva España consume al año 16,000 quintales de mercurio. Antes de 1770, en que el laborío de las minas era mucho menor que en el día, no recibía otro mercurio que el de las minas de Almadén y de Huancavelica. El azogue de Alemania no se introdujo en México sino después del hundimiento de las obras subterráneas de Huancavelica y en una época en que la mina de Almadén se hallaba inundada y no daba sino muy escasos productos. Pero en 1800 y 1802 se puso nuevamente esta mina en un estado tan floreciente, que ella sola daba por año más de 20,000 quintales de mercurio.

En general, desde 1762 a 1781 las amalgamaciones de Nueva España han destruído la suma enorme de 191,405 quintales de mercurio. La explotación de las minas aumenta a proporción que baja el precio del azogue. La imparcialidad en el repartimiento de este metal es de la mayor importancia para la prosperidad de las minas. Mientras no sea libre este ramo del comercio, se debería confiar su repartimiento al Tribunal de Minería, único que está en estado de juzgar el número de quintales indispensables para las haciendas de amalgamación de los varios distritos.

Dejando aparte la influencia de causas accidentales, resulta que las minas y lavaderos de Nueva España producen actualmente, un año con otro, 7,000 marcos de oro y 2.500,000 marcos de plata. Desde 1690 hasta 1800 han producido la enorme suma de 149.350,721 marcos de plata; y en plata y oro, por valor de 1,499.435,898 pesos desde 1690 hasta 1809.

A causa de las conmociones políticas, el producto de las minas bajó extraordinariamente de 1810 a 1817, ascendió de nuevo en 1818, 1819 y 1820, volvió a bajar en 1821, y en los años siguientes ha vuelto a subir notablemente.

Después del oro y la plata, nos resta hablar de los demás metales, cuya explotación está en extremo descuidada.

El cobre se encuentra en estado nativo y bajo las formas de cobre vidrioso y de cobre oxidulado, en las minas de Inguarán, en San Juan Huetamo, en la intendencia de Valladolid y en la provincia de Nuevo México.

El estaño mexicano se extrae por medio del lavado de los terrenos de aluvión de la intendencia de Guanajuato, cerca de Gigante, San Felipe, Robledal y San Miguel el Grande, y también en la intendencia de Zacatecas, entre las ciudades de Jerez y de Villanueva.

Las minas de hierro son más abundantes de lo que se cree comúnmente en las intendencias de Valladolid, Zacatecas y Guadalajara, y sobre todo, en las Provincias Internas. El Cerro de Mercado, que está cerca de la ciudad de Durango, contiene un enorme cúmulo de minas de hierro pardo, magnético y micáceo.

El plomo abunda en las montañas de formación calcárea que encierran la parte N. E. de la Nueva España, principalmente en el distrito de Zimapán, cerca del Real del Cardenal y de Lomo de Toro; en Nuevo León, cerca de Linares, y en Nuevo Santander, cerca de San Nicolás de Croix.

Entre los metales de menos uso nombraremos el zinc, que bajo la forma de blenda parda y negra se halla en las vetas de Ramos, Sombrerete, Zacatecas y Tasco.

El antimonio es común en Catorce y en los Pozuelos, cerca de Cuencamé.

El arsénico, combinado con el azufre como rejalgar, se halla entre los minerales de Zimapán.

Los habitantes de Nueva España se han acostumbrado a mirar su país como enteramente falto de mercurio, y sin embargo, por las investigaciones que se hicieron durante el reinado de Carlos IV, es preciso convenir que pocos países presentan tantos indicios de cinabrio como la mesa de las cordilleras desde los 19° hasta los 22° de latitud N. Las vetas de San Juan de la Chica, las del Rincón del Centeno y las del Gigante, son muy dignas de llamar la atención de los mineros mexicanos.

Las minas de mercurio de México son de muy diversas formaciones: unas se hallan en mantos entre terrenos secundarios; otras, en vetas que cruzan pórfidos anfibólicos.

En Durazno, entre Tierra Nueva y San Luis de la Paz, el cinabrio mezclado con muchos glóbulos de azogue nativo forma un manto horizontal que posa sobre pórfido. América, en su estado actual, es tributaria de Europa en lo que atañe al mercurio. Es probable que esta dependencia no sea de larga duración si los lazos que unen a las colonias con la metrópoli quedan rotos por largo tiempo, y si la civilización, en su movimiento progresivo del E. al O., se llegase a fijar en América.

Para completar el cuadro de las substancias minerales de Nueva España, me resta hablar del carbón de piedra, de la sal y de la sosa.

El carbón de piedra no ha sido descubierto más que en Nuevo México, pero es probable que se encuentre en los terrenos secundarios que se extienden al N. y al N. O. del río Colorado, así como también en las llanuras de San Luis Potosí y de Texas.

El muriato de sosa, o sal común, no se encuentra en ninguna parte de la Nueva España reunido en bancos o masas de gran volumen; sólo está diseminado en terrenos arcillosos que cubren el lomo de las cordilleras. Las mesas del reino de México se parecen, en este respecto, a las del Tibet y la Tartaria.

La mina de sal más abundante es el lago del Peñón Blanco, en la intendencia de San Luis Potosí, en cuyo fondo se halla un manto de arcilla que encierra 12 o 13 por 100 de muriato de sosa.

Si se tiene en cuenta la riqueza mineral de la Nueva España, lejos de admirar el valor del laborio actual, se extraña que el producto total de las minas no sea mucho más importante. La legislación de minas era en otro tiempo infinitamente confusa, porque al principio de la conquista, bajo el reinado de Carlos V, había pasado a México una mezcla de leyes españolas, belgas y alemanas, las cuales, además, por la diferencia de circunstancias locales, eran inaplicables en aquellas regiones tan distantes. A la creación, en 1777, del Tribunal General de Minería, cuyo jefe, don Fausto de Elhuyar, tiene un nombre célebre en los anales de las ciencias químicas, siguió la supresión de muchas trabas y el establecimiento de la Escuela de Minas, así como la publicación de un nuevo código con el título de Ordenanzas de la Minería de Nueva España. Del tribunal dependen las treinta y tres diputaciones mineras. Los discípulos de la escuela, una vez instruídos a expensas del Estado, son enviados por el tribunal a los pueblos cabeceras de las diputaciones.

Sería de desear que el jefe o director del tribunal pudiese influir más en los progresos del laborío en las provincias, y que los mineros, menos celosos de lo que llaman ellos su libertad, fuesen más ilustrados en sus verdaderos intereses.

Todas las riquezas metálicas de las colonias españolas se encuentran en manos de los particulares, los cuales reciben del rey la concesión de cierto número de mensuras en la dirección de una veta o manto, y no se obligan sino a pagar moderados derechos sobre el oro y la plata que extraen de las minas.

Después de lo que llevamos dicho en este capítulo, es casi excusado tratar la cuestión de si el producto de las minas de México ha llegado a su máximum o si es posible que se aumente todavía. En general, la abundancia de plata es tal en la cadena de los Andes, que reflexionando acerca del número de criaderos que aun están intactos o que sólo se les ha empezado a trabajar muy superficialmente, parece que podria creerse que apenas han comenzado los europeos a gozar del inagotable fondo de riquezas que encierra el Nuevo Mundo.

Tocaremos ahora una cuestión muy importante y que ha sido tratada de varios modos, en las obras de economía política: la de la cantidad de oro y plata que ha refluído del Nuevo Mundo al antiguo, desde 1492 hasta nuestros días.

Para evitar en cuanto sea posible las causas de error, que son muy numerosas en esta especie de investigaciones, tomaré un camino diferente del que han seguido los autores que han tratado de esta materia.

Por de contado, haré entrar en cuenta el oro y la plata que por los registros de las casas de moneda y tesorerías reales sabemos se han sacado, año por año, de las minas de México y de Potosí; añadiré a esto lo que en diversas épocas ha dado cada región metalífera del Perú, Buenos Aires y Nueva Granada; y distinguiré lo que se ha registrado de lo que ha pasado fraudulentamente, haciendo las valuaciones parciales según la situación de cada colonia y sus relaciones con los países vecinos.

De acuerdo con estas normas he obtenido los siguientes resultados:


Valor del oro y la plata extraídos de las minas de América desde 1492 hasta 1803


De las colonias españolas:
Registrados: $4,035.156,000
No registrados: $816.000,000
Total: $4,851.156,000

De las colonias portuguesas:
Registrados: $684.544,000
No registrados: $171.000,000
Total: $855.544,000
Total general: $5,706.700,000

De ese total general corresponden a la Nueva España:
Registrados: $1,769.952,000
No registrados: $260.000,000
Total: $2,029.952,000

No debe confundirse la cantidad de metales preciosos extraídos de las minas del Nuevo Continente con la que, efectivamente, ha refluído hacia Europa desde 1492. Para juzgar de esta última suma, es indispensable valuar el oro y la plata que en tiempo de la conquista se encontraron entre los indígenas y de que hicieron su botín los conquistadores; lo que ha quedado en circulación en el Nuevo Continente; y lo que ha pasado directamente a Africa y Asia sin tocar Europa.

Si de los 5,706.700,000 pesos sacados de las minas de América desde el descubrimiento hasta nuestros días, deducimos: 153.000,000 que existen en América en numerario y en alhajas, y 133.000,000 que han pasado a Asia, tendremos un total de 286.000,000 de pesos que no han pasado a Europa.

En consecuencia, Europa ha recibido de América 5,420.700,000 pesos, y estimando en 25.000,.000 el botín de los conquistadores, aquella cantidad asciende a 5,445.700,000 pesos.

El cuadro que hemos presentado de la situación actual de las minas del Nuevo Mundo y de las de México en particular, debe hacer temer que la suma de los signos representativos aumente con gran rapidez a medida que los pueblos de América salgan del profundo letargo en que han estado tan largo tiempo. Sería apartamos del objeto de esta obra el discutir si los intereses de las sociedades padecerían o no por esta acumulación de numerario; basta observar aquí que el peligro es menor de lo que parece a primera vista, porque la cantidad de géneros y mercancías que oirculan en el comercio, y que deben ser representadas por algo, crece al mismo tiempo que la cantidad de signos representativos. Cualquiera que sea la opinión que se adopte acerca de los efectos futuros de la acumulación de éstos, no podrá negarse, si se consideran los pueblos de la Nueva España bajo el aspecto de sus relaciones comerciales con Europa, que en el estado actual de las cosas influye poderosamente la abundancia de los metales en la prosperidad nacional. Esta abundancia es la que permite a América pagar con plata los objetos de la industria extranjera y participar de los goces de las naciones más civilizadas del antiguo continente.

A pesar de esta utilidad efectiva, hagamos votos para que los mexicanos, conociendo sus verdaderos intereses, tengan presente que los únicos capitales cuyo valor crece con el tiempo, son los productos de la agricultura, y que las riquezas nominales son ilusorias cuando un pueblo no posee las materias primas que sirven para el mantenimiento del hombre, o que proporcionan actividad a su industria.

Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo décimoCapítulo duodécimoBiblioteca Virtual Antorcha