Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo décimo terceroBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO CUARTO

Gastos de recaudación.- Gastos públicos.- Situados.- Producto líquido destinado a la Tesorería de Madrid.- Estado militar.- Defensa del país.- Recapitulación.


Según el cuadro que el virrey conde de Revillagigedo envió a Madrid, y cuyos números corresponden a un año medio tomado entre los cinco que precedieron al de 1789, los ingresos de la real hacienda montaron a 20.075,261 pesos; los gastos de recaudación y de administración fueron de 6.190,927 pesos; y por lo tanto el producto líquido fue de 13.884,336 pesos.

Los gastos del Gobierno de la Nueva España sumaron 7.886,329 pesos, que deducidos del producto líquido, dan un resto líquido destinado a la metrópoli de 5.998,007 pesos.

Para dar una idea más clara de la situación de la real hacienda de México, presentaré la relación de los gastos del Estado, tales cuales se hallan clasificados en una memoria que hice en español durante mi permanencia en el país, y que el virrey don José de Iturrigaray comunicó al ministerio de Madrid en 1804.

La renta anual de México, que está calculada en 20.000,000 de pesos, se distribuye del modo siguiente:
I. Gastos del interior del reino: 10.500,000 pesos; de ellos se destinan a guerra 4.000,000.
II. Situados que anualmente se remiten a otras colonias españolas: 3.500,000.
III. Dinero que como renta líquida de la colonia entra en la Tesorería real de Madrid: 6.000,000 de pesos.

I. En Europa se tienen ideas muy exageradas del poder y riqueza de los virreyes de la América española; pero ese poder y esa riqueza sólo existen cuando el virrey tiene un poderoso partido en la corte y, sacrificando su honor a la avaricia, abusa de las prerrogativas que la ley le concede.

El sueldo de los virreyes de la Nueva Granada y de Buenos Aires sólo es de 40,000 pesos al año; los del Perú y Nueva España tienen 60,000.

En México, un virrey se halla rodeado de familias cuyas rentas son tres o cuatro veces mayores que la suya; su casa está montada como la del rey de España y no puede salir de palacio sin batidores; tiene pajes para que le sirvan, y dentro de la ciudad no puede comer sino con su mujer e hijos.

De este refinamiento de etiqueta resulta cierta economía, y un virrey que quiera salir de este aislamiento y gozar de la sociedad, tiene que irse por algún tiempo al campo, ya a San Agustín de las Cuevas, ya a Chapultepec, ya a Tacubaya.

Algunos virreyes han disfrutado de algún aumento de sueldo; el caballero de Croix, don Antonio de Bucareli y el marqués de Branciforte, en vez de 60,000 tuvieron 80,000 pesos; pero esta gracia de la corte no se ha extendido a sus sucesores respectivos.

El jefe que, renunciando a todo escrúpulo de pundonor, va a América resuelto a enriquecer a su familia, halla medios para conseguirlo, favoreciendo a los particulares más ricos del país en la distribución de empleos, en el reparto del azogue y en privilegios en tiempo de guerra para comerciar libremente con las colonias de las potencias neutrales. Y si es rico y hábil Y se halla sostenido en América por un asesor de entereza, y en Madrid por amigos poderosos, puede gobernar arbitrariamente sin temer la residencia, esto es, la cuenta que se le obliga a dar de su administración a todo el que ha ejercido un empleo de jefe en las colonias.

Virreyes ha habido que, considerándose seguros de su impunidad, han acumulado en pocos años más de millón y medio de pesos; pero también debe decirse, con gran complacencia, que se han visto otros que lejos de enriquecerse por medios lícitos han manifestado el más generoso y noble desinterés.

II. 3.500,000 pesos, que hacen cerca de la sexta parte del producto total de México, pasan anualmente a otras colonias españolas, en calidad de socorros indispensables para su administración interior.

III. El sobrante líquido remisible que la metrópoli retira de México apenas era de un millón de pesos antes del establecimiento del estanco del tabaco; pero en el día asciende a cinco o seis millones, según que las demás colonias consuman mayores o menores situados. Este líquido sobrante se compone del producto neto de los estancos del tabaco y de la pólvora y del sobrante variable de la masa común, es decir, del producto de la alcabala, del tributo de los indios y de los derechos sobre el oro y la plata.

Como la mayor parte de la población de Nueva España está reunida en las intendencias de México, Guanajuato, Puebla, Valladolid y Guadalajara, estas provincias son las que soportan la mayor parte de las cargas del Estado. Las Provincias Internas pueden considerarse como las colonias del reino de México propiamente dicho, pero estas colonias, lejos de suministrar fondos al fisco de la capital, le son onerosas.

México produce a España más de los dos tercios del total neto de las colonias de América y Asia. La mayor parte de los autores de economía política que han tratado de la hacienda española, han exagerado los tesoros que saca anualmente la corte de Madrid de sus posesiones americanas, cuando esos tesoros, en los años más abundantes, no han pasado de 9.000,000 de pesos.

Si recordamos que en la España europea los gastos ordinarios del Estado, desde 1784, han sido de treinta y cinco a cuarenta millones de pesos, veremos que el dinero que ha entrado en las cajas de Madrid procedente de las colonias no compone sino un quinto de la renta total.


Finanzas de la monarquía española en 1804.


Europa.- Península: total de renta, 35.000,000 de pesos; población, 10.400,000 habitantes; superficie, 25,000 leguas cuadradas.

América.- Según mis indagaciones, puede valuarse la renta en globo de toda la América española en 36.000,000 de pesos; población aproximada 15.000,000 de habitantes; superficie, 468,000 leguas cuadradas.

Asia.- Islas Filipinas: renta total, 1.700,000 pesos; población, contando sólo los indios sujetos en la isla de Luzón y las Bisayas, 1.900,000 habitantes; superficie, 14,640 leguas cuadradas.

Africa.- Islas Canarias, anexas a Andalucía: renta total, 240,000 pesos aproximadamente; población, 180,000 habitantes; superficie, 421 leguas cuadradas.

De los 38.000,000 de pesos a que asciende la renta total de las colonias españolas en América, Asia y Africa, 31.000,000 se gastan en la administración interior de las mismas, y unos 8.000,000 pasan a la tesorería de Madrid. Esta última cantidad, añadida a los 35.000,000 de pesos que el fisco percibe de la España europea, no son suficientes, desde mucho tiempo acá, para los gastos civiles y militares de la metrópoli.

La deuda pública de España ha crecido sucesivamente hasta 120.000,000 de pesos, y el déficit anuo ha sido tanto mayor cuanto las guerras marítimas han entorpecido el comercio y la industria.

Si comparamos la renta total con el estado de la población, fácil es convencerse de que los habitantes de las colonias pagan un tercio menos de impuestos que los pueblos de la península.

Comparando la extensión, población y rentas de la América española con las de las posesiones inglesas de la India, hallamos los resultados siguientes en 1804:

América española
India inglesa

Extensión en leguas cuadradas de 25 al grado ecuatorial
460,000
48,300
población
15 000 000
32 000 000
Renta total en pesos
38 000 000
43 000 000
Renta líquida en pesos
8 000 000
3 400 000

De este cuadro resulta que la Nueva España, cuya población no llega a 6.000,000 de habitantes, produce al rey de España dos tantos más del producto líquido que la Gran Bretaña obtiene de la India, conteniendo ésta una población cinco veces mayor. Sin embargo, sería una injusticia si, comparando el producto total con el número de habitantes, se infiriese de ahí que los hindúes pagan menos tributos que los americanos. No debemos olvidar que el precio del jornal es cinco veces mayor en México que en Bengala, o para servirme de la expresión de Adam Smith, en el Indostán la misma cantidad de dinero proporciona cinco veces más trabajo que en América.

Examinando el presupuesto de gastos del Estado, se ve con sorpresa que en la Nueva España, en donde no hay otros vecinos que puedan temerse sino algunas tribus guerreras de indios, la defensa militar del país absorbe cerca de la cuarta parte del producto total, o sea, unos 4.000,000 de pesos.

Es verdad que el número de tropas regulares no pasaba en 1804 de 9,900 hombres; pero añadiendo a éstos las milicias provinciales y urbanas, se junta un ejército de 32,200 hombres, de los cuales son de infantería 16,200, y de caballería 16,000. De las tropas regulares, tres o cuatro mil hombres de caballería están acantonados en los presidios o puestos militares de Sonora, Nueva Vizcaya y Nueva Galicia.

Los habitantes de las Provincias Internas viven en un estado de guerra perpetua con los indios apaches, comanches, mimbreños, yutas, chichimecas y taouaiases.

Desde fines del siglo XVI, en que Juan de Oñate formó los primeros establecimientos en el Nuevo México, se han multiplicado los caballos de tal manera en las sabanas que se extienden al E. y al O. de Santa Fe, hacia el Misouri y el río Gila, que los indígenas no sólo se han acostumbrado a comer su carne cuando les falta la de bisonte, sino que se sirven de ellos en sus incursiones guerreras.

La tropa mexicana de los presidios está sujeta a continuas fatigas. Todos los soldados son naturales de la parte septentrional de México; son montañeses de alta estatura, robustos y acostumbrados a los hielos del invierno y a los ardores del verano.

Constantemente sobre las armas, pasan la vida a caballo y ejecutan marchas de ocho o diez días a través de estepas desiertas, sin más provisiones que harina de maíz, que deslíen en agua cuando encuentran una fuente o un charco en su camino.

La milicia provincial de la Nueva España, cuya fuerza era de 22,.300 hombres en 1804, está mejor armada que la del Perú, parte de la cual, a falta de fusiles, hace el ejercicio con mosquetes de madera.

En las colonias españolas no es el espíritu militar el que ha facilitado la formación de las milicias, sino la vanidad de un corto número de familias, cuyos jefes aspiran a los títulos de coroneles y brigadieres.

Hasta la época de la independencia de los Estados Unidos de América del Norte, el Gobierno español no había pensado siquiera en aumentar el número de sus tropas en las colonias.

Los primeros españoles que se establecieron en el nuevo continente eran soldados; las primeras generaciones no conocieron allí oficio más honorífico y lucrativo que el de las armas, y el entusiasmo militar hizo desplegar a los españoles una energía de carácter que iguala a todo cuanto nos ofrece de más brillante la historia de las Cruzadas.

Cuando, ya sujeto, el indígena llevó pacientemente el yugo que se le había impuesto, y los colonos, viéndose tranquilos poseedores de los tesoros del Perú y de México, dejaron de alucinarse con el aliciente de nuevas conquistas, se perdió insensiblemente el espíritu guerrero. Desde entonces se prefirió la vida tranquila de los campos al tumulto de los ejércitos; la riqueza del terreno, la abundancia de las subsistencias y lo hermoso del clima contribuyeron a suavizar las costumbres; y aquellas mismas comarcas que en el primer período del siglo XVI no presentaban más que el doloroso espectáculo de la guerra y el saqueo han gozado, bajo la dominación de los españoles, de una paz que ha durado dos siglos y medio.

Rara vez se ha visto perturbada la tranquilidad interior de México desde 1596, en que bajo el virreinato del conde de Monterrey, el poder de los españoles se vió asegurado desde la península de Yucatán y el golfo de Tehuantepec hasta las fuentes del río del Norte y las costas de la Nueva California.

En 1601, 1609 y 1624 hubo algunos movimientos de parte de los indios, y en el último, los indígenas quemaron el palacio del virrey, la casa del Ayuntamiento y las cárceles públicas, y no halló el virrey don Gaspar de Sandoval, conde de Gálvez, su seguridad sino protegido por los frailes de San Francisco.

A pesar de estos acontecimientos, a que dió lugar la falta de víveres, la corte de Madrid no creyó necesario aumentar las fuerzas militares de la Nueva España.

Crecieron más los temores de la corte cuando pocos años antes de la paz de Versalles, firmada en 1783, Gabriel Condorcanqui, más conocido con el nombre de Tupac-Amaru, sublevó a los indígenas del Perú para restaurar en Cuzco el antiguo imperio de los Incas. Esta guerra civil, durante la cual cometieron los indios las más atroces crueldades, duró cerca de dos años; y si los españoles hubiesen perdido la batalla en la provincia de Tinta, la empresa de Tupac-Amaru hubiera tenido funestas consecuencias, no sólo para los intereses de la metrópoli, sino probablemente también para la existencia de todos los blancos establecidos en las cordilleras y en los valles inmediatos.

De unos veinte años acá, los establecimientos españoles y portugueses del Nuevo Continente han experimentado variaciones muy notables en su situación moral y política; y la necesidad de instruirse y de adquirir conocimientos ha sido consiguiente al aumento de la población y de la prosperidad pública.

El comercio libre con los neutrales, que la fuerza de las circunstancias obligaba a la corte de Madrid a conceder, de tiempo en tiempo, a Cuba, a la costa de Caracas y a los puertos de Veracruz y de Montevideo, ha puesto a los colonos en relaciones con los angloamericanos, franceses, ingleses y dinamarqueses.

Los colonos mismos han adquirido ideas más axactas acerca del estado de España comparado con el de otras potencias europeas; y la juventud americana, sacrificando una parte de sus preocupaciones nacionales, ha asumido una predilección manifiesta a favor de las naciones cuya cultura es más avanzada que la de la España europea.

En tales circunstancias, no debemos extrañar que las alteraciones políticas ocurridas en Europa desde 1789 hayan excitado el más vivo interés en unos pueblos que mucho tiempo antes aspiraban ya a gozar de varios derechos, cuya privación constituye al mismo tiempo un obstáculo para la pública prosperidad y un motivo de resentimiento contra la madre patria.

Esta disposición de los ánimos movió a los virreyes y gobernadores de algunas provincias a tomar medidas que, muy lejos de calmar la agitación de los colonos, contribuyeron a aumentar su descontento. Creyeron ver el germen de la revolución en todas las asociaciones cuyo objeto era la propagación de las luces. Se prohibieron las imprentas en algunas poblaciones de cuarenta a cincuenta mil habitantes; se consideraron como sospechosos de ideas revolucionarias muchos ciudadanos que, retirados al campo, leían en secreto las obras de Montesquieu, Robertson o Rousseau.

A pesar del carácter pacífico y de la extremada docilidad del pueblo en las colonias españolas, las alteraciones políticas hubieran podido ser mucho más frecuentes desde la paz de Versalles, y principalmente desde 1789, si el odio mutuo de las castas, y el temor que inspira a los blancos y a todos los hombres libres el crecido número de negros e indios, no hubiesen contenido los efectos del descontento popular.

En el actual estado de cosas, la defensa exterior de Nueva España no puede tener otro objeto que el de preservar al país de cualquiera invasión que pudiera intentar alguna potencia marítima.

Las Provincias Internas están separadas del territorio de los Estados Unidos por sabanas áridas muy parecidas a las estepas de Tartaria.

Más al N. de los 32°, la naturaleza del suelo y la extensión de los desiertos inmediatos al Nuevo México ofrecen a los habitantes una barrera segura contra la invasión de cualquier enemigo extranjero.

Sería inútil extendernos aquí sobre la defensa de las fronteras en las Provincias Internas, cuando los principios sabios y moderados que animan al Gobierno de los Estados Unidos hacen esperar que, por medio de un concierto amistoso, se fijarán muy en breve los límites entre dos pueblos de los cuales tanto el uno como el otro ocupan muchísimo más terreno del que pueden cultivar.

En cuanto al México propiamente dicho, o sea la parte del reino situada en la zona tórrida, apenas hay un país en el globo cuya defensa militar esté más favorecida por la configuración del terreno.

Unos caminos angostos y tortuosos conducen desde las costas hasta la mesa central, en donde se hallan concentradas la población, la civilización y la riqueza del país. La falda de la cordillera es más rápida en el camino de Veracruz que en el de Acapulco, y México puede considerarse más fortificado por la naturaleza del lado del Atlántico que del Pacífico. Sin embargo, para preservar al país de toda invasión, no se puede contar más que con los recursos interiores, pues el estado de los puertos situados en las costas que baña el mar de las Antillas no es a propósito para mantener fuerzas marítimas. Las que la corte de España tiene destinadas para la defensa de Veracruz siempre están apostadas en La Habana, y este último puerto, que tiene muchas y muy buenas fortificaciones, se ha considerado en todos tiempos como el puerto militar de México. Están tan convencidos en México de la facilidad de impedir el acceso al altiplano con corto número de tropas bien distribuídas, que el Gobierno no ha creído deber ceder a las reclamaciones de los que, para oponerse a la construcción del camino de Jalapa, han tratado de probar el peligro que de ello nacería para la defensa militar del país.

He bosquejado en esta obra el cuadro político de la Nueva España; he procurado determinar la posición y extensión de aquel vasto imperio; he examinado la configuración de su territorio y su constitución geológica, la temperatura y el aspecto de la vegetación; he indagado la población del país, las costumbres de los habitantes, el estado de la agricultura y las minas, los progresos de las fábricas y del comercio"; he procurado dar a conocer las rentas del Estado y los medios de defensa exterior; voy ahora a resumir lo que dejo expuesto acerca del estado actual del reino de México.

Aspecto físico.- En el centro del país corre una larga cordillera con dirección al principio del S. E. al N. O., y luego, más allá del paralelo de 30°, de S. a N. Extiéndense por el lomo de estas montañas vastas llanuras que van bajando progresivamente hacia la zona tórrida, de 2,300 a 2,400 metros. La falda de la cordillera está cubierta de espesos bosques al paso que la mesa central es casi generalmente árida y falta de vegetación: los robles y los pinos coronan las cumbres más elevadas, muchas de las cuales pasan los límites de las nieves perpetuas.

En la región equinoccial, la diversidad de climas está distribuída a modo de escalones, entre los 15° y 22° de latitud; la temperatura media de la parte litoral, que es húmeda y malsana para los individuos nacidos en países fríos, es de 25° a 27° centígrados; la de la mesa central, que es muy salubre, de 16° a 17°; en el interior, las lluvias son poco abundantes, y la parte más poblada del territorio carece de ríos navegables.


Extensión territorial.- 118,000 leguas cuadradas, los dos tercios en la zona templada; el otro tercio, que está en la zona tórrida, goza en gran parte a causa de la gran elevación de sus mesas, de una temperatura análoga a la primavera de la parte meridional de Italia y España.


Población.- 5.840,000 habitantes, de los cuales 2.500,000 son indígenas, 1.000,000 españoles mexicanos, 60,000 españoles europeos, y poquísimos negros esclavos. La población está cencentrada en la mesa central. El clero se compone de 14,000 individuos. Peblación de la capital, 135,000 habitantes.


Agricultura.- El plátano, el manioc, el maíz, los cereales y las patatas forman la base del alimento del pueblo. El maguey o agave puede considerarse como la vid de los indígenas. El cultivo de la caña de azúcar ha hecho pregresos rápidos de poco tiempo acá. El cultiVo del cacao está tan descuidado como el del añil. La vainilla de los bosques de Quilate da una cosecha anual de 900 millares. El tabaco se cultiva con esmero en los distritos de Orizaba y Córdoba; la cera abunda en Yucatán; la cosecha de cochinilla de Oaxaca es de 400,000 kilogramos al año. El ganado se ha multiplicado extraordinariamente y en las costas orientales entre Pánuco y coatzacoalcos.

Los diezmos del clero, cuyo valor indica el aumento que han tenido los productos territoriales, han aumentado dos quintos más en los diez últimos años.


Minas.- Producto anual en oro, 1,600 kilogramos; en plata, 537,000 kilogramos: en total, 23,000,000 de pesos, o sea cerca de la mitad del valor de los metales preciosos que anualmente se extraen de las minas de las dos Américas.

La Casa de Moneda de México ha acuñado desde 1690 hasta 1803 más de 1,353.000,000 de pesos, y desde el descubrimiento hasta principios del siglo XIX probablemente 2,028,000,000 de pesos, o cerca de dos quintos de todo el oro y la plata que en ese intervalo de tiempo ha refluído del Nuevo al Antiguo Continente.

Tres distritos de minas, Guanajuato, Zacatecas y Catorce, dan casi la mitad de todo el oro y la plata que anualmente se extrae de las minas de Nueva España.

La veta de Guanajuato por sí sola da un año con otro 130,000 kilogramos de plata, o sea un sexto de toda la que América pone en circulación.

Solamente la mina de la Valenciana, cuyos gastos de laborío pasan de 900,000 pesos al año, no ha cesado desde cuarenta años acá de dar a sus propietarios un beneficio anual líquido de más de 600,000 pesos, y algunos años ha llegado a 1.200,000; y en el espacio de pocos meses dió a la familia de Fagoaga 4,000,000.

En Sombrerete, el producto de las minas de México se ha multiplicado en cincuenta y dos años y sextuplicado en ciento, y todavía aumentará mucho a medida que se vaya poblando aquel país y la industria y las luces vayan progresando.

La explotación de las minas, lejos de ser contraria a la agricultura, ha favorecido los cultivos en las regiones más desiertas.

La riqueza de las minas mexicanas más bien consiste en su abundancia que en la riqueza intrínseca de los minerales de plata; pues calculando esta riqueza por su producto medio, no pasa de 0.002 (o sea tres o cuatro onzas por quintal de 100 libras). La cantidad de minerales sacados por medio del azogue es a la extraída por fundición como tres y medio es a uno. El procedimiento que allí se sigue en la amalgamación es largo y acarrea muchas pérdidas de azogue. Es de presumir que algún día las cordilleras mexicanas suministrarán el azogue, el cobre y el plomo necesarios para el consumo interior.


Manufacturas.- El valor del producto anual de la industria manufacturera es de siete a ocho millones de pesos. Las fábricas de cueros, paños y telas de algodón han tomado algún incremento desde fines del siglo XVIII.


Comercio.- Importación de frutos y mercancías extranjeras, veinte millones de pesos; exportación en productos agrícolas y manufacturados de la Nueva España, seis millones. Las minas producen en oro y plata veintitrés millones, de los cuales de ocho a nueve se exportan por cuenta del rey. Por consiguiente, si de los quince millones restantes se deducen catorce para saldar el exceso de la importación sobre la exportación, hallamos que el numerario de México apenas aumenta en un millón de pesos al año.


Rentas.- El total de éstas asciende a veinte millones de pesos, de los cuales 5.500,000 son producto de las minas de oro y plata, 4.000,000 del estanco del tabaco, 3.000,000 de las alcabalas, 1.300,000 del tributo de los indios, y 800,000 del derecho sobre el pulque.


Defensa militar.- Absorbe la cuarta parte de la renta total. El ejército mexicano tiene 32,000 hombres, de los cuales apenas hay un tercio de tropa reglada y los dos tercios restantes son de milicias. La guerrilla que de continuo se hace a los indios errantes en las Provincias Internas, y el mantenimiento de los presidios o puestos militares, ocasionan un gasto muy considerable. El estado de las costas orientales y la configuración del terreno facilitan la defensa del país contra la invasión que pudiera intentar cualquier potencia marítima.

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