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IDEARIO DE HIDALGO
Alfonso Garcia Ruíz
IDEALES SOCIALES
Educación
La fe del Libertador se había forjado en un ideal de grandeza. Dar libertad a su patria; reformar las injusticias del sistema social; engrandecer material y espirilualmente a su pueblo; fueron las metas constantes de su vida y las que dieron valor heroico a su sacrificio. Su sensibilidad le hizo rebelde y su rebeldía le dió fuerzas para luchar y tenacidad para mantenerse en la línea más eficaz de la acción; su cultura, la capacidad para decidirse por los valores más altos. De la experiencia propia y de la filosofia -que es sencillamente el pensamiento alerta ante los múltiples y complejos problemas de la vida- dedujo el alto valor de la cultura y de la educación, que es el medio para alcanzarla.
Desde que obtuvo los primeros grados escolares mostró su vocación para adentrarse en el conocimiento y para sacar de él las enseñanzas más claras y útiles, siempre con miras a la superación de las condiciones de la existencia, sea individual o social, es decir, teniendo a la cultura como el medio de engrandecimiento de la persona y de la comunidad. Su ideal más general en este campo, parece haber sido el obtener el progreso a través del mejoramiento que supone la cultura.
Hidalgo tuvo experiencias educativas en casi todos los aspectos y grados básicos que ella comprende; en el grado primario. por su condición de educando y de educador y en el grado superior por iguales razones; en el aspecto académico, en cuya función participó activamente, y en el de la educación popular, que él mismo organizó en beneficio de los vecinos de sus pueblos; en el aspecto puramente científico y teórico tanto como en el aplicado y técnico, y asimismo en el aspecto indígena tanto como en el urbano y en el de la más alta jerarquía espiritual, que es el de la especulación en las ciencias filosóficas. Muy rico hubiese sido el caudal de enseñanzas que nos hubiera legado de haber tenido solamente vida de maestro.
No podemos analizar aquí todo lo que sería conveniente para resumir la obra y la experiencia educacionales del Padre de la Patria. Desde los primeros años de escuela, Hidalgo destacó como magnífico estudiante, sin dejar de tener ribetes de libertino y azaroso, como cuadra de una manera natural a un espíritu inquieto. Dentro del sistema educativo imperante, los alumnos distinguidos eran utilizados de inmediato para ayudar a sus maestros en la prosecución de los estudios, dirigiendo a sus condiscipulos en las academias y en los actos de examen. Hidalgo fue de esos ayudantes desde la época en que aprendía gramática y retórica en el Colegio de San Francisco Javier de Valladolid (Morelia). Más tarde, al ingresar en el Colegio de San Nicolás Obispo de la misma ciudad, continuó esta línea ascendente de su formación, e igualmente sirviendo con eficacia a sus maestros como ayudante de sus cátedras y estudios hasta ocupar en propiedad varias de ellas.
Dando muestras de su generosidad y del alto concepto que de su función educativa se había forjado, al abandonar la primera parroquia que le fue dada en Colima, el cura Hidalgo cedió su casa en esa población para que fuera destinada a escuela. La anécdota cuenta que fue esto una respuesta al cariño con que los niños del lugar, al pasar por frente de la iglesia, saludaban a su amistoso párroco.
Ya en su curato de San Felipe de los Herreros inicia su trascendental obra de cultura y civilización, la cual prosigue luego en Dolores y no la abandona sino para lanzarse a la empresa revolucionaria. Se enfoca ella a la educación técnico-industrial de los indios y vecinos, pero no solamente, pues fue siempre su preocupación tanto como su obligación, el atender a la orientación si no ejercer directamente la educación de los niños. Esta educación comprendía la doctrina y la instrucción elemental.
Es de suponerse que Hidalgo procuró no sólo cumplir con esta función sino, además, que estuvo interesado en orientarla hacia objetivos de renovación, tal como veremos que lo hizo en otros aspectos. Unos de ellos, aplicables, en cierto modo, a todas las etapas de la educación, y cuya atención parece haberle preocupado especialmente, fueron el de unir siempre la práctica a la teoría, dando a la enseñanza un contenido útil para quienes la recibían, y el de infundir en los educandos la idea clara de sus derechos y de sus deberes para con los demás, ampliando su conciencia social y sus ideales de servir a la Patria enalteciéndola. Podemos afirmar que lo que hoy llamamos educación cívica fUe uno de sus fines principales. Puede también afirmarse que en esto se nos muestra ya una idea nacional de la educación y un relativo apartamiento del rígido sistema de la instrucción religiosa. Los medios y los fines apuntan a la formación de una conciencia patriótica y a la necesidad de preparar a los hombres pata una nueva vida ciudadana.
Tenía nociones muy claras acerca de cómo cumplir y lograr en cada grado esos objetivos, sin confundir los métodos y contenidos apropiados. La idea de ampliar la educación al círculo del pueblo, dándole a la escuela propiamente dicha -entonces la doctrina parroquial- su plena función dentro de la comunidad social, marca un punto culminante en la historia nacional de la educación que Hidalgo fue uno de los primeros en aplicar, con tan edificante visión que hoy, podríamos asegurar, sigue siendo un modelo en su género.
En efecto, siendo cura de Dolores, concibió el proyecto de impulsar el progreso de la parroquia mediante interesar a sus feligreses en el cultivo de nuevas especies, omitidas en la región, tales como la vid, el olivo y la morera, y en la implantación y desarrollo de algunas industrias, como la alfarería, la curtiduría y repujado en cuero, la apicultura, la carpintería y la herrería. El positivismo ha subrayado el valor económico que tienen estas iniciativas. Por medio de la organización de empresas de capital cooperativo, los grupos de labradores y artesanos suplirían la insuficiencia de sus pequeños capitales, y sin perjuicio de su derecho a apartarse de ella cuando lo deseasen, contribuirían a una obra de más grandes proporciones, con las ventajas de la división del trabajo, la disminución de los costos, el ahorro de las materias primas y la mejor organización de la producción; dominarían más amplios mercados, concertando los varios intereses de comerciantes y consumidores y, sobre todo, participarían proporcionalmente en las ganancias, pudiendo ascender así a esferas económicas más altas (1).
Mas esta labor tenía en realidad alcances más amplios. Se los infundía la mente siempre activa y creadora de Hidálgo. La idea era la de toda auténtica y profunda educación: crear el tipo de un nuevo hombre. Las bases sociales sobre las que se desenvolvía la vida humana durante la Colonia, impedían el libre desarrollo de la personalidad individual y colectiva del pueblo mexicano. La estructura social mantenía a la gran mayoría embarazada por los problemas de subsistencia. Las virtudes artísticas innatas del indígena; las cualidades espirituales del criollo, manifiestas en la literatura, en la ciencia y en la filosofía; la enjundia folklórica del mestizo, no podían brillar con todo su esplendor bajo un régimen que mantenía a esas clases aherrojadas, y sumisas tanto económica como politica y socialmente. Así como carecían de recursos, de oportunidades y de estímulos adecuados para desenvolverse, carecían de los medios de expresión que se adquieren a través de la educación, desde los elementos que se aprenden en la escuela hasta la lógica y la literatura que se ensayan intensamente en la universidad. Aun la cultura de la ilustración, en la que los criollos y muchos otros mexicanos habían depositado sus esperanzas para expresar el alma nacional, no podía llegar a plasmar sin transformar las bases sobre las que habría de desarrollarse. Era preciso variar las formas de vida social que había creado la Colonia y esto no era posible sino cambiando también las formas de convivencia económica. Véase cómo el proyecto del libertador, que había de ser aplicado con extensión e intensidad graduales, trascendía de lo económico a lo social y espiritual. Liberando económicamente a los ciudadanos, la manera de hacerlo serviría también para crearles nuevos hábitos. una forma superior de conciencia social y un nuevo espíritu; en suma: para crear un nuevo hombre, con la libertad social necesaria para desarrollar sus esencias espirituales.
Tomando en cuenta estas consideraciones puede captarse con mayor claridad el sentido que tiene el párrafo que sobre este aspecto del pensamiento de Hidalgo nos dejó escrito su compañero de andanzas, don Pedro García: Hombre de genio y de gran talento -dice- tal vez el único que existiera en aquella época con conocimientos tan superiores, tenía su cabeza llena de ideas sublimes, encaminadas siempre a proporcionar a su patria bienes positivos. Su delirio era la educación del pueblo; decía que por mucho que hicieran los gobernantes sería nada si no tomaban por cimiento la buena educación del pueblo, que ésta era la verdadera moralidad, riqueza y poder de las naciones; que por estas circunstancias o por malicia o por ignorancia la habian ocultado hasta alli, con tan grave perjuicio de la multitud, que siendo el todo de una nación, la habían reducido a la nada, dejándola abandonada a merced de una vergonzosa ignorancia que les ponía en una despreciable condición. (2).
Difícilmente podríamos encontrar en otros hombres de su tiempo una idea más importante que ésta, que García, no sin fundamento, atribuye al Libertador. Sólo un hombre del talento, experiencia cultural y práctica de Hidalgo, poseedor de una filosofía tan personal, de un saber tan seguro y vasto en problemas pedagógicos -esenciales en su formación profesional como cura de almas- y de una experiencia ya madura en la práctica educacional y en el conocimiento del pueblo -que derivó de su ejercicio parroquial en Colima, San Felipe y Dolores-, podía haber tenido idea tan seria y profunda de la educación popular. El testimonio aludido corresponde perfectamente a la figura intelectual del maestro que por humana vocación fue el Padre de la Patria.
Destaquemos las características más notables de la filosofía educativa contenida en los principios enunciados. La buena educación del pueblo es la verdadera moralidad, riqueza y poder de las naciones. Todo pende de ella. Es la calidad de los hombres con que cuenta, lo que determina el lugar que cada una de ellas ocupa en el mundo histórico. Esa calidad depende a su vez de la educación que los ciudadanos reciben. No la raza, ni los caracleres físicos, sino la cultura es lo que hace la calidad de los hombres. La cultura -amasada de saber y de buenos hábitos- constituye la verdadera fuerza de un pueblo. Y la verdadera riqueza, pues de poco o nada sirve el que una nación habite sobre el suelo más rico si sus componentes, por ignorancia, son incapaces de aprovecharlo.
De la educación, de la cultura que se imparte, depende también la verdadera moralidad, es decir, el espíritu, el valor y la decisión con que una nación afronta los problemas que le depara la historia. A una calamidad, a una catástrofe, a una guerra, responde adecuadamente para salvarse de ellas lo que Hidalgo llamaba moralidad de la nación, y que se forma mediante la educación y sus contenidos de eficacia, autoconocimiento y realismo, a la vez que de seguridad y optimismo, de fe en los propios destinos, y aun de cierta audacia especulativa. La educación es el medio de establecerla, de elevarla y de reformarla cuando se hace necesario. El hombre adquiere la moralidad -es decir, el espíritu nacional- por medio del influjo que la educación ejerce sobre él, la cual tiene su orientación en la idea general que de ella se forman el gobierno y los directores de un país.
Por mucho que hagan los gobernantes será nada si no toman como cimiento la buena educación del pueblo. Ella es el punto de partida de toda acción pública. Los fines materiales o espirituales de ésta sólo pueden alcanzarse si encuentran comprensión, verdadero eco en el espíritu del pueblo, según el estado en que la educación lo conserva. Ninguna obra puede emprenderse con buenos resultados sí no se planea tomando en cuenta la opinión y la voluntad de colaboración del pueblo, que son frutos de la instrucción, que se le imparte. Todo cambio, toda transformación que se pretenda edificar sólidamente debe comenzar por la base de la educación generalizada entre el pueblo.
La ignorancia nulifica a las naciones y a los hombres y los mantiene en una despreciable condición. Cuando la multitud, que es el todo de una nación, es obligada a permanecer en la ignorancia por malicia o incapacidad de los gobernantes, prácticamente queda reducida a nada. Este fue el más grave mal del sistema cultural de la Colonia. Los nuevos gobiernos deben intentar rescatar de la ignorancia a las grandes mayorías que constituyen el verdadero núcleo de nuestra nacionalidad.
Esta importancia fundamental daba Hidalgo a la educación.
Pero no solamente fue un teórico de ella sino que, como hemos ya hemos comenzado a ver, fue también un práctico y un directo orientador de la instrucción. A través de las tradiciones recogidas por don Pedro González, que el señor De la Fuente nos ha presentado en su importante biografía de Hidalgo, sabemos que él mismo se constituyó en el maestro e instructor técnico de los indios y vecinos que llegaron a formar parte de las sociedades económico-culturales que organizó en San Felipe y en Dolores.
Para enseñar a sus feligreses a proporcionarse la subsistencia de una manera independiente, se dedicó a estudiar varias industrias de las más productivas en aquella época, y una vez adquiridos los conocimientos teóricos indispensables, los llevó al terreno de la práctica, nos dice De la Fuente. De todas estas industrias daba clases orales todas las noches en el curato, y en el dia les enseñaba la práctica de ellas, personalmente, a sus obreros y a los maestros que cuidaban los talleres.
Como puede verse, se trata de una educación esencialmente popular, en el sentido de que su centro de atención es el pueblo, considerado como una exterioridad respecto de la escuela. Sin embargo, no una educación que confíe solamente en lo espontáneo, es decir, en el valor de la costumbre, independientemente de toda dirección técnica y espiritual. La educación popular en que Hidalgo pensaba habría de ser una instrucción dirigida a partir del núcleo de actividades del curato, entendido en este caso como la entidad de orientación espiritual. También debe observarse que la finalidad inmediata de sus actividades educativas consistía en obtener utilidad, valores tangibles para provecho de los interesados, tales como los que podían alcanzarse mediante la práctica de una nueva técnica agricola o industrial, manejada económicamente por empresas colectivas que rindiesen de inmediato ganancias contables.
No obstante, según lo hemos aclarado, en la amplia visión de Hidalgo todo ello significaba solamente un medio para interesar a los indios, labradores y artesanos, en nuevas formas de vida que les diesen idea clara de lo que el futuro les prometía y el pasado les negabá. Algo de esto, por lo menos, se atisba en lo que dice De la Fuente, que por las noches se reunían en el curato los obreros de sus fábricas y ahí les leía los libros que trataban de las industrias que ejercían y luego les hacía explicaciones verbales de los textos; terminada aquella cátedra industrial a la que no sólo asistían sus obreros sino todos los vecinos que querían aprender, se seguía la tertulia. Reunidos los principales vecinos y sus familias se leían los periódicos, se hablaba de los acontecimientos de España y de los del pais; se jugaba tresillo, juegos de estrado, se bailaba, siendo los músicos los mismos obreros dirigidos por don José Santos Villa, pariente de Hidalgo (3).
Educación integral, humanista, podria ser nombrada esta que Hidalgo practicó, entregándose al cultivo de las facultades esenciales del hombre, su amor al trabajo y al progreso, su espíritu de amistad y de solidaridad social, su conciencia patria, su generosidad, su rectitud, su libertad, todo lo cual revela el alto concepto que del hombre mismo tenía, y la fe que conservaba en el valor de su destino. Lejos, atrás quedaba la raquítica idea del hombre que la falsa escolástica había estereotipado. La nueva actitud, de la que Hidalgo fue uno de los primeros defensores, parecía frente a la tradición un nuevo Renacimiento.
No se estimará infundada esta apreciación si tenemos en cuenta que la posición que Hidalgo adoptó en materia educativa, fue fruto de su visión de conjunto de los problemas sociales y culturales de México, la cual alcanzó a partir de dos datos principales. Es uno el conocimiento profundo de la realidad social mexicana, que le fue accesible por su condición de sacerdote -de humílde cura de pueblo, en el más bajo rango de la jerarquía eclesiástica, pero dotado de la más amplia y seria cultura de su tiempo, como todos sus contemporáneos lo reconocieron-, y por aquella parte de su saber que le relacionó con el estudio de la población indígena, tal el dominio de varias lenguas vernáculas -como el otomí, el tarasco y el náhuatl- y a través de ellas, el de la cultura original de los indios y, con todo, el del sentido subjetivo de su circunstancia y de su condición social. Sólo quien por medio de la lengua propia de ella, logra comunicarse con el alma indígena, conoce el sentido íntimo de sus realidades espirituales y al mismo tiempo el de sus quejas contra el mundo que le rodea. Por haber tenido conocimiento de esta realidad subjetiva del indio, Hidalgo pudo planear en forma posible su redención social.
Este punto puede considerarse como el aspecto indigenista en la orientación educativa del Libertador, del que está teñida toda su obra social y pedagógica. En forma parecida a la de los grandes educadores de indios del siglo XVI -Gante, Motolinía, Quiroga, Zumárraga, Mendieta- Hidalgo veía en la enseñanza del indio una coyuntura clave para resolver los grandes problemas nacionales. De ellos se distingue, sin embargo, por las apreciaciones de conjunto, pues mientras aquéllos tenían un interés puramente civilizador y religioso en la incorporación -realmente unilateral- del indígena a la cultura occidental, la mira de Hidalgo es nacional, en el sentido de tratar al indio como parte activa, como ciudadano y componente espiritual de nuestra nacionalidad, a la cual estimaba que aporta fundamentales valores culturales, materiales, técnicos, estéticos y morales.
La otra raíz del pensamiento educativo de Hidalgo es la compleja ideología que a través de su carrera universitaria y de su continua vida de estudio, llegó a formarse. Fue ella, como hemos tratado de mostrar en la introducción de este trabajo, una síntesis viva, armoniosa y a la vez positiva de las diferentes, y por así decir, mejores y más avanzadas corrientes de orientación cultural de su tiempo: el humanismo utópico -a que debió su persistente anhelo de reforma social-; la ilustración -que le hizo admitir todos los avances científicos y filosóficos de la época- y el liberalismo, que le infundió la idea de que su deber era luchar, ante todo, por realizar el mundo de la libertad. En su plan de educación popular se proyectaron todos estos fines primordiales. Las entidades económico-culturales que se impuso la tarea de organizar, eran al mismo tiempo ensayos de una forma nueva y más perfecta de solidaridad social: aplicación de la forma más objetiva, racional y científica de educación, que postulaba la ilustración, y el medio de crear en México las bases materiales, sociales y espirituales que permitiesen el ejercicio verdadero y espontáneo de la libertad.
Y es lógico que así sucediese. El plan educativo de Hidalgo surgió después de que éste había logrado obtener la preparación cultural que le valió ser tenido por uno de los hombres más sabios entre sus contemporáneos. Ese plan, y en cierlo sentido toda su obra civica y social. politica. legislativa. cultural. y civilizadora. estaban en germen en la experiencia científica que obtuvo en la Universidad y se fué gestando a lo largo de su vida de estudio.
Por eso importa que consideremos aquí los principales momentos en que Hidalgo adquirió experiencia pedagógica durante su carrera. Apenas era estudiante de los primeros cursos de filosofía cuando por su aplicación, que le valió haber sido premiado por sus maestros con el primer lugar, fue escogido para fungir como presidente de las Academias de sus condiscipulos (4).
Más tarde avanzó a ser sinodal, es decir, auxiliar en los exámenes de sus compañeros (5).
Después de graduarse Bachiller, ganó una beca de estudios e hizo oposición a varias cátedras, consiguiendo ocupar la de Mínimos y Menores y la de Filosofía (6). Su carrera docente como universitario se inicia entonces de lleno. Desde este momento su personalidad intelectual comienza a destacarse con grandes caracteres. Su actividad es intensa. Sustituyó por mucho tiempo la cátedra de Escolástica y obtuvo después, en propiedad, la de Teología Escolástica y la de Prima de Teología, y ascendiendo pronto llegó a ocupar el cargo de Tesorero del establecimiento y, por último, el de Rector (7). Tenía entonces aproximadamente treinta y siete años. Ninguno de sus colegas hizo carrera más rápida ni más brillante.
Su esfuerzo había sido agotador, mas también fructífero. A la necesidad de orientar sus cátedras responde su incansable actividad de investigación personal. Poco a poco, después de dominar la doctrina y la metodología de rutina, va extendiendo su especulación al conocimiento directo de las fuentes de la gran teología escolástica. Según cierta noticia. sus enseñanzas revelaban un dominio fresco y exacto de Santo Tomás (8).
Pero no paró ahí su inquisidora preocupación. Los grandes teólogos de la innovación escolástica, como Vitoria, Soto, Cano y Suárez, le permitieron renovar sus ideas y orientarse hacia más amplios horizontes. Vino después la lectura de los maestros de la teología alemana, francesa e italiana. Y todo esto, sumado a su anterior estudio de los clásicos greco-latinos y a sus conocimientos americanistas -los que llevó a cabo siguiendo las huellas de los humanistas del siglo XVI: Zumárraga, Quiroga, Las Casas, Sahagún, Mendieta, Torquemada- formó su dilatado mundo científico y filosófico, cuyas variadas esencias lo fueron apartando poco a poco de la vieja y enclaustrada escolástica.
Preocupado por este problema, fijó su atención en las obras de los humanistas e historiadores mexicanos de la generación anterior a la suya, y descubrió en ellas la vigencia de los principios de la filosofía de la ilustración. Uno de ellos, el padre Francisco Xavier Clavijero, quien poco antes que Hidalgo ingresase a San Nicolás, habia sustentado física y filosofía en el propio Colegio, fue uno de los que más influyeron en su nueva orientación. Así fue como llegó a gestarse en su espíritu la tormenta que había de decidirlo a pugnar por que en el establecimiento de sus estudíos se desterrase la escolástica -que hasta entonces había predominado, tanto en los métodos cuanto en los sistemas- y por que se sustituyese por los nuevos procedimientos de enseñanza y por las nuevas ideas, que venían a fertilizar el pensamiento de la filosofía y la teología.
El momento culminante de la obra innovadora de Hidalgo, en materia de cultura superior, lo constituyen dos hechos de fundamental importancia. Uno es el éxito que alcanzó obteniendo el primer premio en un concurso de teología, mediante el breve pero sustancioso estudio que presentó bajo el título de: Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica (9), en el cual, según el doctor De la Fuente, Hidalgo propone un método enteramente nuevo y científico, en contraposición con el rutinario que hasta entonces se había observado (10), y otro, la sustitución que hizo del texto del dominico francés Juan Bautista Gonet, que por tradición se utilizaba en los cursos de teología, por el del padre Santiago Jacinto Serry, también dominico francés, autor de unas Prelecciones Teológicas tachadas de jansenismo, en las que seguía los métodos de la teología positiva (11).
La sustitución de los métodos y doctrinas de la escolástica por los de la teología positiva o histórica, fue el punto más importante que desarrolló en su Disertación. Tachando la primera de introducir mil cuestiones de posible, inútiles, y otras cosas semejantes, no tratando sino una u otra cuestión de dogma, y aun ésta muy superficialmente, y empleando todo el tiempo en sofismas y metafísicas (12), concluía:
Esta es la Escolástica comÚn, y en este sentido es totalmente distinta de la positiva, y todos los mejores teólogos la condenan con el Cardenal Gotti (13).
En consecuencia, la rechazaba, diciendo: Si nos dicen que es una senda totalmente extraviada la que siguen los puramente escolásticos, por qué hemos de ir nosotros por donde van y no por donde se ha de ir? (14).
Y después de examinar los principales argumentos antiescolásticos de varios teólogos modernos, establecía su propia tesis con las siguientes palabras: si los teólogos, así Positivos como Escolásticos, convienen en que del estudio de la positiva no se sigue inconveniente alguno, y todos los Positivos dicen que es inútil la Escolástica y que al fin de un constante estudio sobre esta materia sólo hallarán por premio de sus afanes conocer que han perdido el tiempo sin remedio: ¿no será imprudencia y poco juicio exponerse al riesgo de perder su trabajo sin esperanza de premio? (15).
Más adelante exaltaba el valor científico de la teología fundada en las disciplinas históricas y terminaba sentenciando: Juzgo que si a todos los que comienzan a estudiar Teología se les hiciera esta refleja, no habría uno que no siguiera el partido de los Positivos (16).
Suponiendo admitida esta opinión, concluía proponiendo que se examinasen los reparos que hacia al texto del padre Gonet, y se vea si servirán de obstáculo al aprovechamiento de la juventud, y si en lugar del Gonet se podrá subrogar el Cardenal Gotti, Berti, u otro que se juzgue más a propósito (17).
Sus argumentos fueron considerados tan convincentes que el claustro del Colegio le autorizó para que hiciese la sustitución propuesta. Así, identificándose con las enseñanzas de sus maestros y contemporáneos, Hidalgo había triunfado en la primera batalla que en el campo de las ideas hubo de dar en nombre del progreso y en contra de la inutilizada tradición.
Mas, como se sabe, no quedó sólo en la ilustración su evolución cultural. A impulsos de su natural inclinación por el estudio y la búsqueda constante de nuevas ideas, sin dejarse anonadar por los escrúpulos de la ortodoxia ni por los temores a las sanciones del Santo Oficio, se dió a la lectura y meditación de las obras de los liberales ingleses y franceses, y quizás también de los norteamericanos. Aun cuando todavia no hayamos podido comprobar que en su biblioteca figuraron determinados de esos autores, el hecho de que existiese un ejemplar de las obras de Voltaire en la de San Nicolás, hace por lo menos muy probable que lo haya leido, y que sea cierta la impugnación que en el Anti-Hidalgo se le hace, de citar en apoyo de esta moral reengendradora de poblaciones -es decir, la lucha por la independencia- muchos textos de Rousseau, Voltier, Raynal, Diderot, y promesas de la familia Bonapartuna, que aseguraban felicidad, libertad e independencia a los que quisieran dejar de ser españoles y cristianos, y ponerse bajo su protección omnipotente (18).
La más clara prueba de las influencias liberales que recibió, encuéntrase en su concepción de la libertad y de los derechos del hombre, a que nos hemos referido en un capítulo anterior. Toda la literatura de sus proclamas, decretos y periódicos, así como la intención de sus actos políticos y gubernamentales hállanse impregnados de términos e ideas derivados de aquellas enseñanzas. Y en su destino histórico estas influencias fueron las más decisivas, pues de hombre cuyos fines encajaban, más o menos, dentro del sistema social y espiritual vigente, lo transformaron en un franco revolucionario, enemigo por convicción del orden imperante.
Es necesario comprender su obra generosa. No obstante las alturas que marcó en sus estudios académicos. Hidalgo no parece haber considerado nunca que ellos fuesen un destino preferible a la labor directa entre el pueblo, a fin de obtener la difusión útil y verdaderamente redentora del conocimiento. No profesó la teoría del sabio encerrado egoistamente en su torre de marfil. Su alta conciencia social lo llevó a trabajar con el pueblo, puesta la mira en amasar con él la humanidad nueva que sus ideales atesoraban. No enseñó sin calcular en la obra la dosis de vida y de futuro que había que poner. Púsose a instruir a sus feligreses en lo más útil y a la vez en lo más urgente, para asegurar y transformar su vida. En esta comunicación con el hombre y el pueblo, puede decirse que estaba todo el germen de la revolución. Cuando llegó la hora, sabedor de la dolorosa realidad, sólo meditó un momento y se lanzó a la lucha.
Más que por cualquier otro designio, Hidalgo fue al pueblo por vocación redentora, cuya forma más elevada, después del sacrificio de la propia sangre, es la del maestro que enseña. Tuvo la más pura vocación de apóstol, por eso fue cura, maestro y héroe.
Notas
(1) Véase el final del apartado Igualdad.
(2) Ob. cit. p. 185-186.
(3) Este y los anteriores párrafos de de la Fuente. en: Ob., cit, p. 159 y 162-163.
(4) Todos sus estudios superiores los hizo Hidalgo en el Colegio de San Nicolás de Valladolid (hoy Morelia), Michoacán, que estaba facultado para impartirlos, mas no para examinar los grados ni otorgarlos. Debido a ello, los alumnos que terminaban sus estudios de bachillerato en ese Colegio, debían pasar a una Universidad, generalmente la de México, para que se les revalidasen, presentando exámenes de las principales materias y extendiéndoseles los grados correspondientes. Hidalgo hizo lo propio, en dos ocasiones para obtener el bachillerato en Artes y en Teología. Funcionando como Seminario de estudios eclesiásticos, el Colegio impartía los cursos canónicos respectivos y recibía en órdenes menores y mayores hasta el presbiterado. Don Miguel Hidalgo obtuvo unas y otras, y alcanzó este último. Su Relación de méritos, grados y ejercicios literarios nos es conocida por la reproducción que de ella hizo el Dr. Julián Bonavil en sus Fragmentos de la historia del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás Hidalgo .... (Morelia. Esc. Industr. Militar Porfirio Diaz, 1910). p. 244.245. La cita y reproduce tomándola de éste, G. Méndez Plancarte en su Hidalgo reformador intelectual, (México. Eds. Letras de México. Lbros del Hijo Pródigo, 1945). p. 14-15. A esta versión referimos todas nuestras citas. Otros documentos relativos a los estudios de Hidalgo los publica el padre Francisco Banegas Galván en su: Historia de México, (México, 1938), Vol. I.
(5) Méndez Plancarte: Ibidem. loc. cit.
(6) lbidem. loc. cit.
(7) Ibidem. loc. cit.
(8) Ibidem. loc. cit.
(9) De ella escribió el padre Hidalgo dos versiones, una en latín y otra en castellano. No se conoce sino esta última. La publicó en dos ocasiones, con estudio, el padre Gabriel Méndez Plancarte. una en Abside, Revista de Cultura Mexicana. (México, sept. 1940), IV-9, p. 3-27, con reprod. facsimilar de la portada; y otra en su: Hidalgo reformador inteleclual. La transcribe también el señor José Ma. de la Fuente: Ob. cit. Anexos. Docmto. No. 5. p. 463-478, y, según noticias que proporciona el padre Francisco Banegas Galván: Ob. cit. I. p. 164 y 133. nota 4, las publicó en 1885 u 86 la Gaceta Oficial de Michoacán, y el año de 1910 el Dr. Julián Bonavil en folleto especial. (Morelia, Esc. Ind. Mil. Porfirio Díaz).
(10) Ob. cit. p. 158-159.
(11) Méndez Plancarte: Ob. cit. p. 54.
(12) Ibidem. p. 25.
(13) Ibidem. p. 26.
(14) Ibidem. p. 29.
(15) Ibidem. p. 36.
(16) Ibidem. p. 37.
(17) Ibidem. p. 39.
(18) Hernández y Dávalos: Ob., cit. II. No. 256. p. 631.
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